A principios del verano de 1492, Colón partió de Granada en dirección a Palos de la Frontera, localidad cercana al monasterio de la Rábida y que, por aquel entonces, mantenía buenas relaciones comerciales con Canarias, Portugal y la costa africana. Palos, por asuntos contraídos con la corona, debió aportar dos carabelas a la expedición: La pinta, en la que embarcó Colón, y La niña, de entre 55 y 60 toneladas y 21 metros de eslora. Ambas eran de tres palos. Ambas naves irían bajo el mando de los hermanos Pinzón, destacados vecinos de la localidad e importantes marineros. La Santa María se la alquiló Colón a Juan de la Cosa, antiguo sirviente de la casa de Medinaceli, donde pudo conocerlo el almirante. En cuanto las tuvo aseguradas, comenzó a reunir un tripulación de unos 90 hombres, procedentes de Sevilla, Huelva, Río Tinto, Moguer y Palos, y no solo cristianos, sino quizá también judíos. También embarcaron unos 10 cántabros y dos portugueses. Destacados entre los susodichos fueron Pedro Gutiérrez, antiguo camarero mayor y supervisor real; Luis Torres, converso conocedor del hebreo y del árabe; Juan de Peñalosa, tío del padre Bartolomé de Las Casas; eso sí, no había ningún cura ni fraile. Martín Alonso Pinzón, experimentado marinero, fue el máximo responsable de todos los preparativos, pero en el fondo quizá pretendía hacerse con el control de la expedición. La corona le concedió a Colón 10.000 maravedís al año, que recibiría su amante en Córdoba, Beatriz Enríquez Arana.
Las naves zarparon “media hora antes del amanecer” el 3 de agosto de 1492. Ninguno de los tripulantes comenzó a cobrar hasta 1513, cuando los Reyes Catolicos comenzaron a recibir oro de las Indias. Llevaban numerosas provisiones: bacalao salado, tocino y bizcocho. También llevaban harina, vino, aceite de oliva y agua como para un año, también vino y coñac. A pesar de las múltiples quejas durante el viaje, parece que nunca hubo escasez de alimentos, solo impaciencia. Cada barco llevaba una brújula y Colón, posiblemente, un astrolabio rudimentario y el mapa que le regaló Toscanelli (Eslava Galán dice que Colón lo copió o robó del que poseían en la Cámara Real de Portugal), así como varios relojes de arena para apuntar el tiempo transcurrido. El almirante escribía todos los apuntes en un diario de bitácora, lo que nunca antes se había hecho.
De palos a Canarias, el genovés empleó una semana. Luego permaneció un mes en Gran Canaria y la Gomera, donde reparó ciertos defectos de las carabelas y cargó más provisiones. Su estancia le permitió conocer a la gobernadora de la Gomera, Beatriz de Bobadilla (no confundir con su prima, la amiga de la reina del mismo nombre y marquesa de Moya). Allí se percató de una interesante combinación en la conquista de las islas entre la empresa privada y el control estatal… o lo que pudo ser entendido por Colón como un ensayo de lo que podía esperar hacer en las tierras conquistadas.
Colón y sus tres naves partieron de la Gomera el 6 de septiembre. Se decía que el rey de Portugal había puesto unas calaveras en el mar para obstaculizar su misión. Pensó que los enemigos podrían estar en sus naves y, desde entonces, llevó dos diarios paralelos, uno real y otro en el que ponía muchas menos millas de las recorridas y una dirección diferente, con tal de equivocar a los posibles intrusos y así salvaguardar el secreto de su ruta. Varios momentos de crisis desencadenaron una reunión de los hermanos Pinzón y Peralonso Niño, quienes le dieron a colón tres días para encontrar tierra y, parece ser, fue entonces cuando el almirante le contó a Martin Alonso Pinzón el relato del “piloto desconocido”. El día 11 por la noche, con luna llena, Juan Rodríguez Bermejo, marinero sevillano de la Pinta, vio una blanca franja de tierra y gritó “Tierra, Tierra”.
Las naves zarparon “media hora antes del amanecer” el 3 de agosto de 1492. Ninguno de los tripulantes comenzó a cobrar hasta 1513, cuando los Reyes Catolicos comenzaron a recibir oro de las Indias. Llevaban numerosas provisiones: bacalao salado, tocino y bizcocho. También llevaban harina, vino, aceite de oliva y agua como para un año, también vino y coñac. A pesar de las múltiples quejas durante el viaje, parece que nunca hubo escasez de alimentos, solo impaciencia. Cada barco llevaba una brújula y Colón, posiblemente, un astrolabio rudimentario y el mapa que le regaló Toscanelli (Eslava Galán dice que Colón lo copió o robó del que poseían en la Cámara Real de Portugal), así como varios relojes de arena para apuntar el tiempo transcurrido. El almirante escribía todos los apuntes en un diario de bitácora, lo que nunca antes se había hecho.
De palos a Canarias, el genovés empleó una semana. Luego permaneció un mes en Gran Canaria y la Gomera, donde reparó ciertos defectos de las carabelas y cargó más provisiones. Su estancia le permitió conocer a la gobernadora de la Gomera, Beatriz de Bobadilla (no confundir con su prima, la amiga de la reina del mismo nombre y marquesa de Moya). Allí se percató de una interesante combinación en la conquista de las islas entre la empresa privada y el control estatal… o lo que pudo ser entendido por Colón como un ensayo de lo que podía esperar hacer en las tierras conquistadas.
Colón y sus tres naves partieron de la Gomera el 6 de septiembre. Se decía que el rey de Portugal había puesto unas calaveras en el mar para obstaculizar su misión. Pensó que los enemigos podrían estar en sus naves y, desde entonces, llevó dos diarios paralelos, uno real y otro en el que ponía muchas menos millas de las recorridas y una dirección diferente, con tal de equivocar a los posibles intrusos y así salvaguardar el secreto de su ruta. Varios momentos de crisis desencadenaron una reunión de los hermanos Pinzón y Peralonso Niño, quienes le dieron a colón tres días para encontrar tierra y, parece ser, fue entonces cuando el almirante le contó a Martin Alonso Pinzón el relato del “piloto desconocido”. El día 11 por la noche, con luna llena, Juan Rodríguez Bermejo, marinero sevillano de la Pinta, vio una blanca franja de tierra y gritó “Tierra, Tierra”.
El entusiasmo se apoderó de los tripulantes. Desembarcaron en San Salvador, Guanahaní para los indígenas, a los que desde el principio llamó “indios”. Estaban emparentados con los taínos, que pronto encontraría en el Caribe. Lo que más le llamó la tención es que iban desnudos. Pensaba Colón que había llegado a una de las innumerables islas que Marco Polo había descrito en sus viajes. Al poco visitaron otras islas. Capturaron algunos indígenas para mostrarlos en la corte y uno de ellos, Diego Colón, permaneció junto al Almirante como intérprete durante dos años. Navegó a otras islas, pero en ninguna encontró oro y no se decidió a salir del archipiélago de las Bahamas hasta que se percató de que “allí no ay mina”. Se esforzó en describir a los nativos, los animales, los olores, comparándolos siempre con los de Andalucía o Cerdeña.
Después llegó a Colba, Cuba, que pensó sería parte de un gran continente y que le daría acceso a los reinos del Gran Kan de China. Llamó a la isla “Juana” y mandó expedicionarios, entre los que estaba Luis de Torres, el traductor de hebreo y árabe. Este y unos indígenas hallaron un poblado de unas cincuenta casas, en este caso habitado por los taínos. El 12 de noviembre zarpó hacia lo que resultó ser Inagua Grande. Después regresaron a Cuba. Encontraron cera que posteriormente el padre Las Casas creyó que procedía del Yucatán, lo que podría indicar un desconocido contacto con el continente.
La rebelión de Martín Alonso de Pinzón le obligó a Colón a seguir con dos naves. Llegó al extremo oriental de Cuba, en Baracoa y luego, un viento lo llevó a “La Española”, Haití, por el parecido en su vegetación. Allí la gente parecía estar mejor organizada, en principados, trabajaban la piedra y la madera, llevaban collares y colgantes de piedra
, en una carta, los puso a total disposición de la monarquía católica. Pensó que estos eran japoneses o siervo del Gran Kan, pero no estaba en lo cierto. Igual que había gente amistosa como los taínos, encontraron antropófagos belicosos en otras islas. Las armas de los cristianos asombraron a los indígenas, pero se mostraron mucho más amables y sumisos cuando les explicaron que las usarían para defenderlos.
El día de Nochebuena, el 24-12-1492, la Santa María encalló en un arrecife de coral. La decisión que tomaría fue importante. Decidió desembarcar parte de los enseres. Solamente contaba con una nave y debía regresar. Así, conviviendo con el cacique, dejó a 39 expedicionarios en el enclave llamado “fuerte Navidad”, bajo la dirección de Diego de Arana, primo de su amante, y el maestre Juan. El 4-1-1493 regresó a Europa de las Américas.
Primer viaje de Colón 10/1492-1/1493
Colón decidió regresar a España. Fue una decisión valiente teniendo en cuenta el clima primaveral que asola el Caribe. Encontró al errante y desertor Alonso Pinzón, quien portaba oro por valor de novecientos pesos. Aseguró haber llegado a Managua y haber convivido con dos príncipes indígenas. Se terminó reincorporando a la misión de Colón.
En el viaje de regreso no estuvo exento de peligros. Su llegada a Samaná, frente a la península de Samaná les llevó al primer choque armado con pueblos indígenas del Nuevo Mundo. Estos taínos serían hechos esclavos, y ellos se resistieron y atacaron con flechas y puntas, de madera o pez, envenenadas. Se les atribuyó, además, la práctica del canibalismo y, desde entonces, a todo aquel que oponía resistencia a los españoles se le llamó así. Tuvieron que capear varias tormentas y en la última de ellas Pinzón y Colón, la Pinta y la Niña se separaron. Por si no llegaba a puerto, Colón describió su viaje a Santangel, tesorero del rey, en una hoja y dijo que había dado nombre a las islas encontradas “San Salvador, Santa María de la Concepción, Fernandina, Isabelina, Juana (Cuba) y La Española”. Lo metió todo en un barril y advirtió al que lo encontrase que se lo entregara a los reyes. De algún modo temía no llegar a puerto, pero tres días después alcanzaba Las Azores. Martín Pinzón había desaparecido.
Ya en Lisboa escribió otras similares al rey Fernando, a Medinaceli y a su amigo florentino, Juanotto Berardi, uno de los que financió la expedición colombina. Tuvo la ocurrencia de visitar al rey Juan de Portugal, quien pensó en asesinar al Almirante para apoderarse de sus secretos y robárselos a Castilla. De inmediato, además, envió una expedición para buscar las tierras halladas. Los Reyes catolicos. recibieron la noticia del regreso de Colón el 9-3-1493 en Barcelona. Pronto lo hicieron llamar. mientras transcurria la expedicion,los Reyes abandonaron Granada y viajaron siempre hacia el norte, hasta la ciudad Condal, para negociar con Francia la devolución del Rosellón, lo que consiguieron en enero de 1493. Lo más importante del momento fue, sobre todo, la muerte de Inocencio VIII y el nombramiento del papa Borgia, de origen Valenciano, como Alejandro VI, quien sería muy favorable a los interesas de Fernando e Isabel. Era Alejandro VI, afable, simoníaco y hedonista, perverso, lascivo y con desmedida ambición para sus hijos. Aparte esto, Alejandro VI, siendo cardenal de Sixto IV consiguió que Mendoza apoyara a Isabel y no a Enrique, también logró la bula que permitía el matrimonio entre los contrayentes de Castilla y Aragón, así como la transferencia de la maestría de las órdenes a Fernando. Ahora como Papa, podría ser mucho más influyente aún.
A finales de marzo la noticia del descubrimiento de tierras allende el Atlántico era de dominio público. Colón fue llamado de inmediato a Barcelona, pero se recreó en Sevilla, Córdoba, Murcia y Valencia. En tanto, Pinzón había llegado con la Pinta a Vigo y, después a Sevilla. Estaba dispuesto a plantear litigio al Almirante, pues él aseguró, primero, que había recalado en zona continental y no en islas y, segundo, que había llegado primero al continente. Pero, por cuestiones del azar, Pinzón falleció, acaso de sífilis, en Sevilla. De haber sobrevivió América podría llamarse “Pinzonia”. Colón llegó a Barcelona el 21-4-1493.
La exposición que hizo Colón de su viaje dio a entender que había estado en Asia, pero los más sagaces escritores italianos afirmaban que había estado en las “Antípodas”. El escritor eclesiástico Macrobio (s.V) había escrito, hablando de Cicerón, sobre “una masa de tierra que pueda existir en los hemisferios norte y sur”. Pierre d’Ailly creía que las Antípodas podían ser una masa de tierra sin solución de continuidad con los continentes conocidos… y de los que, como decía Pedro Mártir, “ni siquiera teníamos conocimiento”. Pedro Mártir, en una carta a los Sforza el 1-11-1493 apuntó un término más correcto, aún, que el de “las Indias” que Colón utilizaba pensando que había estado en el extremo oriental de las Indias: “Novi orbis”, Nuevo Mundo.
uk,hm
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