Hernando de Magallanes había logrado conseguir audiencia gracias a la ayuda de Juan de Aranda, un mercader de Burgos corrupto pero inofensivo. En un globo terráqueo representaba el viaje que se proponía emprender. Las Casas se preguntó “¿Y si no halláis estrecho por donde habéis de pasar a la otra mar?”. Magallanes dijo que, en ese caso, tomaría la ruta portuguesa a través del sur de África, trayecto que conocía personalmente.
El mapa de Waldseemüller, publicados en los albores del s.XVI, sí mostraba el pacífico, pero ningún estrecho hasta él. En 1516 Díaz de Solís descubrió el estuario del río de la Plata, al que llamó “el mar Dulce”, pero fue capturado y luego devorado por los indios guaraníes. Lo mismo le sucedió, pero en 1525, a Alejo García, que consiguió llegar al subcontinente e incluso contactó con los incas: el primer europeo que lo hizo.
Carlos I pronto firmó las capitulaciones a favor de Magallanes. En ese documento también firmaron Cobos, Gattinara, Fonseca, Ruiz de la Mota, Le Sauvage, Fonseca y Chiévres: “Podéis descubrir en esos lugares lo que todavía no ha sido descubierto, pero no podréis descubrir nada dentro de la demarcación y los límites de su serenísima majestad el rey de Portugal”. Tenía derecho a dispensar justicia sumaria si surgían disputas en tierra o en el mar. Antes de partir, fueron nombrados caballeros de la Orden de Santiago. Antes de esta expedición, Magallanes estuvo en la India con el almirante Alfonso de Albuquerque.
Viendo frustrados sus planes en Lisboa, Magallanes se marchó a Sevilla, acompañado por Ruy Faleiro. Dejó Sanlúcar de Barrameda con cinco barcos y unos doscientos cincuenta hombres. Un tercio de estos no eran españoles. Algunos hombres conocían la costa de Brasil, como Juan Caravaggio. No había mujeres a bordo, curioso dato. Un gran misterio, que le dio resultado es que “Magallanes –dijo PIgafetta de Vicenza- no les descubrió a sus hombres la totalidad del viaje que iban a emprender para evitar que por asombro o miedo no se atrevieran a seguirle en un viaje tan largo”.
En sus barcos cargó mucha artillería: sesenta y dos culebrinas y diez falconetes, cincuenta arcabuces, mil lanzas, doscientos veinte escudos, sesenta ballestas, diez mil anzuelos para pescar, cuatrocientas barricas de vino o de agua, más de veinte mapas de pergamino, seis compases, veinte cuadrantes, siete astrolabios, dieciocho relojes de arena, azoge, halcones, cuchillos, dos mil quintales de galletas, pescado salado, tocino, lentejas, guisantes, harina, perejil, quesos, miel, almendras, anchoas, sardinas, higos, azúcar, arroz y cerezas, así como seis vacas. La pequeña flotilla costó 8,78 millones de maravedís, de los que el rey aportó 6,4 y un banquero 1,8. Fue una empresa real, la tercera, junto al segundo de Colón y la expedición de Pedrarias).
Puso rumbo sureste, hacia “Verzin”, es decir, Brasil. Allí los indígenas no adoraban a ningún tipo de ser superior. Se comían a sus enemigos no porque creyeran que los seres humanos tenían buen sabor, sino porque era costumbre hacerlo para adquirir las cualidades de los otros. La población original del territorio era de unos dos millones y medio de personas.
Después de trece días partieron hacia el río de la Plata. Una vez cruzado, llegaron al punto más meridional donde ningún europeo había llegado jamás. Anclaron en el puerto de San Julián, a solo 800 kilómetros al norte del cabo de Hornos. Muchos de sus hombres comenzaron a ver aquella empresa sin sentido. Habían estado en alta mar más tiempo que en cualquier otro viaje a las Indias… y no sabían lo que aún les quedaba. En ese momento comenzó una disputa armada entre Magallanes, Quesada y Cartagena. Los rebeldes capturaron la San Antonio, la Concepción, y la Victoria. Lo mismo sucedió con la Santiago. Magallanes cañoneó la San Antonio y tomo prisioneros a Elcano, Cartagena y Quesada. A quesada lo mandó descuartizar en cuatro partes y lo arrojó al mar, la suerte de cartagena se desconoze pues lo abandono en la costa.
Superado el motín, la flota, ahora de tres barcos, continuó su viaje y rebasó el cabo de las Once Mil Vírgenes, para comenzar a navegar los bajíos que conducían al estrecho de Magallanes. Descubrieron el estrecho. Pigafetta dijo que se extendía durante ciento diez leguas, lo que son unos quinientos kilómetros. Lloraron de felicidad cuando doblaron el cabo Deseado y llegaron a la placidez de un mar que, por su condición tan mansedumbre en comparación con el Atlántico, dieron de “el Pacífico”. Además, navegaron sobre sus aguas durante tres meses y veinte días sin encontrar una sola tormenta y avanzando 19.000 km (la tierra tiene una circunferencia de unos 40.000km). Eso sí, la comida comenzó a escasear y los exploradores se vieron forzados a comerse las ratas de los barcos y a alimentarse de galletas agusanadas, lo que derivó en el escorbuto.
Arribaron a las islas Marianas en marzo de 1521. Pigafetta describió a los nativos cariñosa y detalladamente. Dijo que vivían libres, que no adoraban a ninguna deidad, que andaban desnudos y recibieron sus presentes: pescado, vino e palma, higos, plátanos, un poco de oro, naranjas dulces y gallinas, lo que a esas alturas del viaje les apaciguó el hambre.
La expedición continuó su periplo hasta las Filipinas, donde tuvieron noticias por primera vez de los portugueses, que ya tenían colonias comerciales en aquella zona. Magallanes trató de asegurar la conversión al cristianismo de todos los líderes con los que se encontraba. Le guiaba el principio de que si se capturaba el alma del monarca, sin duda su pueblo le seguiría, por eso su principal objetivo fue el rey Zzubu. Para complacerlo, Magallanes aceptó luchar contra la gente de la cercana aldea de Matán. Fue allí, en la isla de Cebú, en abril-1521, cuando concluyó de forma desastrosa la aventura de Magallanes, que cayó muerto tras ser apuñalado en repetidas ocasiones.
Finalmente, con Elcano al mando, los navegantes emprendieron su regreso a España a través del Índico con dos barcos, la Victoria y la Trinidad. Fue Borneo lo más impresionante para Pigaffeta, porque allí recibieron audiencia de los reyes a lomos de elefantes. Encontraron, por primera vez en su viaje, gentes de religión islámica que no les recordaban en nada a los antiguos andalusíes, quizá por su carácter oriental. Después alcanzaron las Molucas, Todore y Ternate, “donde crece el clavo”, esas especias tan apreciadas. Allí, el rey musulmán, el rajá sultán Manzor, aceptó convertirse rápidamente en vasallo del rey de España. Los expedicionarios le enseñaron a Manzor a disparar una ballesta y un falconete, un arma de fuego más grande que un arcabuz. Todos compraron allí la mayor cantidad posible de clavo, intercambiando sus camisetas, sus ropajes y todo lo que tenían para acrecentar el cargamento: nuez moscada, vainas, jengibre… También, Pigafetta, nos habla de las extrañas historias de la lejana China.
Ahora, sobre la Victoria, el único barco superviviente de los cuatro que partieron, pasaron por Java, Malacca y luego por el índico hacia la costa africana. Llegaron al Cabo de Buena Esperanza, “el más peligro del mundo”, decían. Durante todo el trayecto se vieron obligados a tirar los cadáveres de los hombres que iban falleciendo al agua. El 6-9-1522, la Victoria arribó por fin a Sanlúcar de Barrameda, solo con dieciocho hombres a bordo "de 265". Acto seguido fueron a Valladolid, donde fueron recibidos por el rey, quien le permitió a Elcano portar en su escudo de armas un globo terráqueo con el lema “Primus me circumdedisti”.
Magallanes y Elcano habían dirigido un viaje al fin del mundo que, por supuesto, resultó ser el mismo puerto en el que se habían embarcado: Sanlúcar de Barrameda.
El mapa de Waldseemüller, publicados en los albores del s.XVI, sí mostraba el pacífico, pero ningún estrecho hasta él. En 1516 Díaz de Solís descubrió el estuario del río de la Plata, al que llamó “el mar Dulce”, pero fue capturado y luego devorado por los indios guaraníes. Lo mismo le sucedió, pero en 1525, a Alejo García, que consiguió llegar al subcontinente e incluso contactó con los incas: el primer europeo que lo hizo.
Carlos I pronto firmó las capitulaciones a favor de Magallanes. En ese documento también firmaron Cobos, Gattinara, Fonseca, Ruiz de la Mota, Le Sauvage, Fonseca y Chiévres: “Podéis descubrir en esos lugares lo que todavía no ha sido descubierto, pero no podréis descubrir nada dentro de la demarcación y los límites de su serenísima majestad el rey de Portugal”. Tenía derecho a dispensar justicia sumaria si surgían disputas en tierra o en el mar. Antes de partir, fueron nombrados caballeros de la Orden de Santiago. Antes de esta expedición, Magallanes estuvo en la India con el almirante Alfonso de Albuquerque.
Viendo frustrados sus planes en Lisboa, Magallanes se marchó a Sevilla, acompañado por Ruy Faleiro. Dejó Sanlúcar de Barrameda con cinco barcos y unos doscientos cincuenta hombres. Un tercio de estos no eran españoles. Algunos hombres conocían la costa de Brasil, como Juan Caravaggio. No había mujeres a bordo, curioso dato. Un gran misterio, que le dio resultado es que “Magallanes –dijo PIgafetta de Vicenza- no les descubrió a sus hombres la totalidad del viaje que iban a emprender para evitar que por asombro o miedo no se atrevieran a seguirle en un viaje tan largo”.
En sus barcos cargó mucha artillería: sesenta y dos culebrinas y diez falconetes, cincuenta arcabuces, mil lanzas, doscientos veinte escudos, sesenta ballestas, diez mil anzuelos para pescar, cuatrocientas barricas de vino o de agua, más de veinte mapas de pergamino, seis compases, veinte cuadrantes, siete astrolabios, dieciocho relojes de arena, azoge, halcones, cuchillos, dos mil quintales de galletas, pescado salado, tocino, lentejas, guisantes, harina, perejil, quesos, miel, almendras, anchoas, sardinas, higos, azúcar, arroz y cerezas, así como seis vacas. La pequeña flotilla costó 8,78 millones de maravedís, de los que el rey aportó 6,4 y un banquero 1,8. Fue una empresa real, la tercera, junto al segundo de Colón y la expedición de Pedrarias).
Puso rumbo sureste, hacia “Verzin”, es decir, Brasil. Allí los indígenas no adoraban a ningún tipo de ser superior. Se comían a sus enemigos no porque creyeran que los seres humanos tenían buen sabor, sino porque era costumbre hacerlo para adquirir las cualidades de los otros. La población original del territorio era de unos dos millones y medio de personas.
Después de trece días partieron hacia el río de la Plata. Una vez cruzado, llegaron al punto más meridional donde ningún europeo había llegado jamás. Anclaron en el puerto de San Julián, a solo 800 kilómetros al norte del cabo de Hornos. Muchos de sus hombres comenzaron a ver aquella empresa sin sentido. Habían estado en alta mar más tiempo que en cualquier otro viaje a las Indias… y no sabían lo que aún les quedaba. En ese momento comenzó una disputa armada entre Magallanes, Quesada y Cartagena. Los rebeldes capturaron la San Antonio, la Concepción, y la Victoria. Lo mismo sucedió con la Santiago. Magallanes cañoneó la San Antonio y tomo prisioneros a Elcano, Cartagena y Quesada. A quesada lo mandó descuartizar en cuatro partes y lo arrojó al mar, la suerte de cartagena se desconoze pues lo abandono en la costa.
Superado el motín, la flota, ahora de tres barcos, continuó su viaje y rebasó el cabo de las Once Mil Vírgenes, para comenzar a navegar los bajíos que conducían al estrecho de Magallanes. Descubrieron el estrecho. Pigafetta dijo que se extendía durante ciento diez leguas, lo que son unos quinientos kilómetros. Lloraron de felicidad cuando doblaron el cabo Deseado y llegaron a la placidez de un mar que, por su condición tan mansedumbre en comparación con el Atlántico, dieron de “el Pacífico”. Además, navegaron sobre sus aguas durante tres meses y veinte días sin encontrar una sola tormenta y avanzando 19.000 km (la tierra tiene una circunferencia de unos 40.000km). Eso sí, la comida comenzó a escasear y los exploradores se vieron forzados a comerse las ratas de los barcos y a alimentarse de galletas agusanadas, lo que derivó en el escorbuto.
Arribaron a las islas Marianas en marzo de 1521. Pigafetta describió a los nativos cariñosa y detalladamente. Dijo que vivían libres, que no adoraban a ninguna deidad, que andaban desnudos y recibieron sus presentes: pescado, vino e palma, higos, plátanos, un poco de oro, naranjas dulces y gallinas, lo que a esas alturas del viaje les apaciguó el hambre.
La expedición continuó su periplo hasta las Filipinas, donde tuvieron noticias por primera vez de los portugueses, que ya tenían colonias comerciales en aquella zona. Magallanes trató de asegurar la conversión al cristianismo de todos los líderes con los que se encontraba. Le guiaba el principio de que si se capturaba el alma del monarca, sin duda su pueblo le seguiría, por eso su principal objetivo fue el rey Zzubu. Para complacerlo, Magallanes aceptó luchar contra la gente de la cercana aldea de Matán. Fue allí, en la isla de Cebú, en abril-1521, cuando concluyó de forma desastrosa la aventura de Magallanes, que cayó muerto tras ser apuñalado en repetidas ocasiones.
Finalmente, con Elcano al mando, los navegantes emprendieron su regreso a España a través del Índico con dos barcos, la Victoria y la Trinidad. Fue Borneo lo más impresionante para Pigaffeta, porque allí recibieron audiencia de los reyes a lomos de elefantes. Encontraron, por primera vez en su viaje, gentes de religión islámica que no les recordaban en nada a los antiguos andalusíes, quizá por su carácter oriental. Después alcanzaron las Molucas, Todore y Ternate, “donde crece el clavo”, esas especias tan apreciadas. Allí, el rey musulmán, el rajá sultán Manzor, aceptó convertirse rápidamente en vasallo del rey de España. Los expedicionarios le enseñaron a Manzor a disparar una ballesta y un falconete, un arma de fuego más grande que un arcabuz. Todos compraron allí la mayor cantidad posible de clavo, intercambiando sus camisetas, sus ropajes y todo lo que tenían para acrecentar el cargamento: nuez moscada, vainas, jengibre… También, Pigafetta, nos habla de las extrañas historias de la lejana China.
Ahora, sobre la Victoria, el único barco superviviente de los cuatro que partieron, pasaron por Java, Malacca y luego por el índico hacia la costa africana. Llegaron al Cabo de Buena Esperanza, “el más peligro del mundo”, decían. Durante todo el trayecto se vieron obligados a tirar los cadáveres de los hombres que iban falleciendo al agua. El 6-9-1522, la Victoria arribó por fin a Sanlúcar de Barrameda, solo con dieciocho hombres a bordo "de 265". Acto seguido fueron a Valladolid, donde fueron recibidos por el rey, quien le permitió a Elcano portar en su escudo de armas un globo terráqueo con el lema “Primus me circumdedisti”.
Magallanes y Elcano habían dirigido un viaje al fin del mundo que, por supuesto, resultó ser el mismo puerto en el que se habían embarcado: Sanlúcar de Barrameda.
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