El Imperio Español 08 - Diego Colon

El hijo legítimo y mayor del Almirante, Diego Colón, llegó a Santo Domingo desde España con su elegante esposa, María de Toledo, sobrina del duque de Alba, el 9 de julio de 1509 con veinte barcos. Con él llegaron su hermano menor, Fernando, sus tío Bartolomeo, como alguacil mayor, y sus primos, Juan Antonio y Andrea, pero también Marcos de Aguilar, como alcaide mayor de la isla. Pero no se le reconocía nada de su virreinato, sino que era más admirado por ser hijo del gran Cristobal. Aunque no le concedieron el título hereditario de virrey, sí le dieron el de gobernador de La Española y el resto de islas descubiertas por su padre.

La mayor misión que el rey le había encomendado era la de “convertir a los indios y que fuesen buenos cristianos”, para lo que debería haber en todos lugares una persona eclesiástica. También debería tratar de recoger la mayor cantidad de oro posible con brigadas de diez hombres en las minas. y garantizar que ningún extranjero se asentase en La Española, ni tampoco musulmanes, judíos o herejes castigados o perseguidos por la Inquisición.
El plan de la corona era mucho más sólido. Además, todos los “funcionarios” se llevaron libros para leer y formarse como tales, entre ellos las Siete partidas. Todo buen caballero que fuese a las Indias con su esposa recibiría ochenta indios, y todo escudero o soldado de a pie en las mismas condiciones recibiría sesenta indios, mientras que los meros trabajadores, treinta… así hasta un total de 33.000 taínos. ¿Por qué no se rebelaban? En parte porque la esclavitud, aunque entendida de un modo algo diferente, era ingrediente esencial tanto de las monarquías del viejo mundo, como en los Imperios Inca y Maya.

Tanto empeño tenía la corona en que se extrajera oro que envió a 200 negros del Magreb (bereberes, de Guinea o Cabo Verde) a La Española para que colaborasen con los taínos en esos trabajos tan duros de picar, cargar y transportar.

En tanto, la Casa de Contratación debería ocuparse de la administración de todos los bienes de quienes hubiesen muerto en las Indias, que deberían ser guardados en cofres. A bordo de toda nave enviaba un escribano y, en tierra, quedarían un tesorero, un contable y otro escribano. En 1510, además, se le concedió jurisdicción civil y penal.

Se creó, en 1511, la primera Audiencia, o Tribunal Supremo, con sede en Santo Domingo, lo cual propició que durante sucesivas generaciones Santo Domingo continuara siendo la capital del Imperio.

Otro gran cambio en este año es la llegada de los primeros dominicos, que no supuso solo un desafío a los franciscanos, sino al statu quo general, pues comenzaron a construir magníficos monasterios y reformaron la práctica totalidad del gobierno español. Al poco tiempo llegaron más y superaron en número a los primeros. Uno de los más importantes fue fray Pedro de Córdoba, alguien muy versado en Teología, y otro, fray Antonio de Montesino, quien predicó el cap. III del Evangelio de San Mateo: “Soy una voz que clama en el desierto”.Los sermones tuvieron tanta fuerza y calaron tanto entre los indios que Diego estuvo a punto de tomar medidas. La rivalidad estaba servida.

Los sermones de los dominicos en Santo Domingo no surtieron un efecto inmediato. La isla de Trinidad continuó siendo utilizada para abastecer de esclavos a La Española. Los indígenas de esa isla fueron declarados caníbales en 1511 y, por tanto, se legalizó su captura. Esto era aplicable a los caribes de todas las Antillas y a la costa norte de Sudamérica, desde Martinica a Cartagena. Tanto es así que los mismo jueces de la Audiencia de Santo Domingo -los Vázquez Ayllón, Matienzo…- invirtieron en esta empresa, algo que perduraría durante siglos.
Fernando y fray Alonso de Loaysa, superior de la orden dominica en España, advirtieron de que la situación no podría continuar por esos derroteros. Pero en la isla continuaron con la misma doctrina, hasta el punto de enviar al rey una lista con todos los agravios infringidos a los indígenas. El Consejo del Reino en Burgos convocó hasta 20 veces una comisión real para debatir hasta qué punto resultaba lícita y justa la guerra contra los caribes… un hito jamás repetido en los grandes imperios de Roma, Atenas, Francia o Inglaterra.

Fray Matías de Paz apelaba a Aristóteles para afirmar que no se los podía reducir a la esclavitud porque no correspondía a la ley natural. Creía que la corona solo podría gobernar a los caribes para adoctrinarlos en la fe católica, no para explotarlos y apoderarse de sus riquezas. También decía que, los caribes no podían esclavizarse tal que así, sino existía previa resistencia a la autoridad real o a la enseñanza de la religión única. El mismo Paz añadía “Sin embargo, me dicen que también existen en esas tierras gentes amables, no ambiciosas, ni avariciosas, ni maliciosas, sino dóciles y potencialmente sumisas a nuestra fe, si son tratadas con caridad.Algunos observan la ley natural, y otros rinden tributo al demonio. Quizá fue esto lo que indujo a Dios a inspirar a nuestro rey para que enviase a quienes mostrasen a estas personas el camino de la salvación”. Esta visión tan liberal no sería superada durante tres siglos.

Palacios Rubios, miembro el Consejo del Reino, consideraba que las guerras cambiaban la situación de un lugar y  quienes caían prisioneros en una guerra justa podían ser considerados como esclavos. Por su parte, el licenciado Gregorio se refería a los indios como “animales que hablan”. Estos debates terminaron en la promulgación de las “Leyes de Burgos” de 1512: todos los indios debían vivir en pueblos, y en la ejecución de esto no se debería recurrir a la violencia, sino que se deberá proceder con gentileza. Además, deberían construirles iglesias y dotarlas de imágenes y ornamentos. Deberían ser bautizados y entregados a los franciscanos. 1/3 debería trabajar en las minas y todos deberían ser alentados al matrimonio. No podrían pintarse el cuerpo, ni emborracharse. tambien Por iniciativa de Fray Pedro de Córdoba, se introdujeron cambios en la ley: se protegería a los niños y se les enseñaría un oficio.

Mediante el Requerimiento, los indios de los nuevos territorios cedían, pacíficamente, sus tierras a los españoles, como hicieran los musulmanes y los indígenas de las Canarias. De lo contrario, ya que era providencia Divina a través de la concesión Papal el rey podría librar una guerra justa contra ellos, y matar o esclavizar a quienes fuesen apresados en combate. Esto no solo implicaba la cesión de unas tierras, si no el predicamento de la religión católica.

Pero ante el acusado descenso de población que se estaba sufriendo en La Española, el primer alcaide de la fortaleza de La Concepción, bajo Ovando, en 1502, Rodrigo de Alburquerque, concibió un nuevo repartimiento de las encomiendas: se distribuirían 738 de estas, con 26.000 indios entre los más altos funcionarios, virreyes y el mismo rey, dejando aparte a las órdenes militares. Esto no incluía a todos los indios, porque los esclavos eran considerados propiedad privada.

El sistema social y agrícola de los caciques estaba desapareciendo, la tasa de natalidad descendía y las enfermedades hicieron mella, aunque desconocemos hasta qué punto. La merma de la población india también se debía a que más de la mitad de los colonos tenían esposas indígenas, y esto iba en detrimento de la reproducción de los taínos.

Inicialmente, todo hay que decirlo, los nativos de las desdichadas islas recibieron a los españoles pacíficamente. Pero en cuanto los verdaderos propósitos resultaron evidentes, optaron por luchar, aunque en vano, y la mayoría fueron capturados. De este crimen se les acusa principalmente a los españoles del primer Imperio.

En este contexto, Bartolomé de las Casas, descendiente de judíos ajusticiados, pasó a integrar las filas de la oposición a la situación del Nuevo Mundo. Era hijo de Pedro de las Casas, que acompañó a Colón en su segundo viaje. Las Casas se enroló en el contingente de Ovando en 1502. No fue en calidad de religioso, sino interesado en las minas. Quizá no participó en la represión de Jaragua, pero sí en la de Higuey, así como en Saona contra el monarca indígena Cotubanamá. Su padre había heredado una propiedad en La Española bajo Diego Colón y allí fue en 1509, ya hecho sacerdote. Dio misa, visitó Cuba y regresó a España en 1515 para conseguir hablar con el rey, a quien advirtió en Plasencia de que si no tomaba medidas acabarían con todos los indios. El monarca aceptó reunirse en audiencia con “el apóstol de las Indias”.

Sin embargo, Fernando estaba muy absorto con las guerras de Navarra, Italia y África (en Orán por iniciativa de Cisneros, quien concibió un plan para conquistar el Magreb hasta el Sahara), pero más aún con la imposibilidad de conseguir un heredero con Germana de Foix. Además, desde 1513 el monarca cayó enfermo y no podía ejercer todas sus obligaciones, lo que le dio más poder a sus secretarios. Alba se perfilaba como regente, pero el testamento de Isabel se lo adjudicaba a Cisneros, apoyado por los Velasco y Tendilla. Así, el Imperio volvió a quedar al margen de las preocupaciones.

Los frailes dominicos, no obstante, planificaron una misión al continente firme para convertir a los indios. Pedro de Córdoba encabezó la expedición y Diego Colón le proporcionó todo lo necesario, traducido en 400.000 maravedís, ejemplares de la gramática de Nebrija, vírgenes y santos esculpidos… Pero tanto Córdoba como Montesinos enfermaron y fueron Juan Garcés y Francisco de Córdoba quienes llegaron al continente y fueron recibidos por aquel cacique llamado “Alonso” por Alonso de Hojeda. Diferentes acontecimientos derivaron en el asesinato de ambos dominicos y la denuncia a la orden por permitir que fuesen allí a impartir la religión única. Esta desafortunada conclusión oculta el hecho de que tanto Córdoba como Garcés fueron los primeros colonizadores del continente sudamericano.

Durante 8 meses de 1508, Sebastián de Ocampo estuvo circunnavegando aquella isla que llamaban “Juana”, Cuba. Ovando quiso comprobar si aquella tierra formaba parte de tierra firme, como decía Cristóbal Colón, o era una isla. En el lugar encontró restos de oro y un buen lugar que podría servir de puerto, la bahía de La Habana (Xagua).

Diego Velázquez fue un importante hidalgo castellano, descendía de una estirpe importantísima, integrante de la alta administración del Estado desde la cofundación de la Orden de Calatrava, hasta el asesoramiento de Juan II o la capitanía de las expediciones al Nuevo Mundo. De hecho, él mismo se ocupó de organizar las flotas regulares para viajes de ida y vuelta de las Indias. Nació en Cuellar en 1464, el mismo año que la Corona cedió la ciudad al duque de Alburquerque. Se nutrió de las historias de caballerías y participó en la Guerra de Granada. En 1493 partió con Cristóbal Colón a las Indias para no regresar jamás a Europa. Fue de los pocos que sobrevivió a la depuración del gobierno faraónico y despótico del Almirante. Se enriqueció en Santo Domingo y fue considerado líder real de la Colonia.

Cuba era una isla grande y su conquista fue motivo de debate en el Consejo de Castilla. En 1509 Diego Colón le otorgó a Velázquez autoridad para llevar a cabo la conquista de “Juana”. Él mismo se comunicaba con el rey, y no con su intermediario más próximo, el descendiente del Almirante. En aquella expedición de tres o cuatro barcos financiada de su propio bolsillo, el secretario de Velázquez fue Hernán Cortés. Asi mismo fue Las Casas, pero también el hijo de Juan Ponce de León y cuatro franciscanos. Asunción de Baracoa fue el primer lugar donde se instalaron y esa fue la capital. Es verdad que se mataron a muchos caciques, pero la población taína no era tan belicosa como en La Española y si lo eran en algún momento, las flechas, arcos y piedras no podían nada contra los arcabuces y caballos españoles.

En esta empresa pronto contó con la colaboración de Pánfilo de Narváez, que llegó a la isla con treinta arqueos. Este, en una emboscada que le tendieron, hubo de matar hasta a cien taínos, como él mismo afirma, pero también a varios caciques. Ambos conquistadores encontraron en el poblado de Cueyba a unos nativos que adoraban a una Virgen que decían le habían entregado unos españoles que naufragaron.

El plan de Pánfilo de Narváez y Diego Velázquez era avanzar hacia el este buscando, desde Baracoa y Bayamo, un poblado donde asentarse y poder convivir con los nativos, a los que les pedirían la mitad de las tierras y alimentos básicos. Pero en Caonabo, como señala Las Casas, se realizó una matanza irracional y sin precedentes a unos nativos que estaban ofreciendo todo lo que se les exigía. Así, Las Casas comenzó a mostrarse abiertamente en contra de la política “imperial” española.

En tanto, Narváez se estableció en la costa norte y los nativos huyeron a las islas cercanas a la costa. Velázquez y él se reunieron en Cienfuegos, donde permanecía vivo uno de los náufragos de las misiones de Hojeda cerca de Jamaica. En la Navidad de 1513 mandaron naves a Santo Domingo y Jamaica para traer ganado, pan y maíz. La conquista estaba casi terminada.

Diego Velázquez fue gobernador de Cuba durante once años, hasta 1524. Secundado por Cortés como secretario y notario, fundó las principales ciudades de Cuba: Trinidad, Sancti Spiritus, Puerto Príncipe, así como Asunción de Baracoa, La Habana (tanto la del sur, como la actual, al norte) y Santiago… aprovechando enclaves taínos. Siempre fueron planificadas en torno a una plaza cuadrangular, con iglesia, ayuntamiento, cárcel y palacio del gobernador.
Morales, un protegido de Diego Colón, y Cortés, se rebelaron en cierto momento a su gobernador –porque querían aplicar en Cuba el sistema de encomiendas- y sufrieron las consecuencias. No obstante, finalmente se aplicó ese sistema, pero de un modo mucho más tolerante y menos explotador, bien por arrepentimiento de lo sucedido en Puerto Rico y La Española, bien porque así contarían con más mano de obra para trabajar en las minas.

El rey, incluso, llegó a mantener correspondencia con él, al margen de “el gobernador de todas las islas”, Diego Colón, para que repartiese a los indios entre los colonos: trescientos para los grandes funcionarios, cien para las altas personalidades, y menos en escala descendiente. Además, estaban los esclavos que tampoco eran contados como parte de la encomienda. Pronto, además, llegaron esclavos negros, provenientes de África y las “islas inútiles” que se habían catalogado así por ley, como las Bahamas.

El gobernador, además, impulsó los cultivos autóctonos, como el maíz, el boniato, la malanga y el arroz. Introdujo ovejas, vacas, caballos y cerdos… hasta conseguir una cabañá de treinta mil cabezas en tres años.

En 1515, Cortés, despues de ser perdonado fue nombrado alcalde ordinario de Santiago, trasladaron la capital de Baracoa a “Santiago de Cuba”. Construyeron un palacio del gobernador y otras casas de piedra, pero también un almacén para guardar “el quinto real” correspondiente a la corona. En sus tertulias con los “intelectuales” de la isla, los mercaderes y los simples colonos, el gobernador y sus colegas fumaban la nueva hierba americana, el tabaco.

Nadie, excepto Las Casas, que había vuelto a España, se percató del descenso de población, y la única solución que vieron posible fue  incorporar nueva mano de obra, acaso africana.

En primavera fundían el oro y todos los procuradores de las ciudades se reunían para debatir sobre la situación de la isla, incluso a veces enviaban al rey un representante que expusiese propuestas y explicase los problemas. Uno de los temas más candentes era la búsqueda de tierras al oeste de Cuba. Pinzón y Díaz de Solís habían recalado en una tierra que, sin duda, era el Yucatán, pero también Ponce de León había descubierto, tanto la corriente del Golfo como “la Pascua Florida”.
Se propusieron continuar la marcha hacia occidente, pues lo único que aquello podría reportarles era más oro y esclavos… pero no imaginaban siquiera hasta qué punto. Una cosa sí es cierta: Colón no exageraba mucho al asegurar, en su primer viaje, que la isla era un paraíso. Pero los españoles del siglo XVI querían fortuna, no flores.

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