1512 : Navarra conquista e incorporación a castilla


La crisis de Navarra en la segunda mitad del siglo XVI

El 23 de septiembre de 1461, el príncipe de Viana, heredero de las Coronas de Aragón y de Navarra, moría en Barcelona" Con este fallecimiento, la heredera de Navarra pasó a ser doña Blanca, hermana mayor del príncipe fallecido. Sin embargo, Blanca tampoco llegó a ejercer su derecho, pues su padre, Juan II, rey de Aragón, siguió detentando el título de rey de Navarra hasta su muerte en 1479. Para seguir disponiendo de esta corona, Juan hubo de ponerse de acuerdo con los Reyes de Castilla y con Luis XI, rey de Francia. Ambos decidieron reconocer a Juan como rey de Navarra y establecer como sucesora a su muerte, a su hija menor, Leonor, apartando de la sucesión Navarra a Blanca, que fue desterrada a Francia contra su voluntad. 

Cabe recordar que Juan II carecía de derechos al trono navarro, ya que los derechos de sus hijos provenían de su madre, esposa de Juan II, no del propio rey aragonés. Así pues, todo derecho de Juan al trono de Pamplona era, como mucho, en condición de tutor o regente de sus hijas hasta que éstas o sus maridos pudieran asumir la Corona Navarra. 


Blanca se negó a renunciar a sus derechos, hasta que, llevada por su desesperada situación, en San Juan de Pie de Puerto, los días 29 y 30 de abril de 1462, cedió, en caso de muerte o en caso de no recobrar su libertad, sus derechos como heredera legítima, al que había sido su marido, el rey de Castilla, Enrique IV. Encerrada y maltratada en el castillo de Orthez durante dos años, Blanca, el 2 de diciembre de 1464, se hizo envenenar por una de sus damas, según una versión, o fue asesinada por una de las damas al servicio de su hermana Leonor, según otra interpretación de lo acontecido.

Entre tanto, Cataluña estaba sumida en plena revuelta contra el rey de Aragón. Los rebeldes ofrecieron la Corona catalana a Enrique IV, que la aceptó, adoptando el título de conde de Barcelona, e invadiendo Navarra para apoyar al bando de los beamonteses en su lucha por el trono navarro, Agravada la situación en Navarra por la presión castellana, Juan II se vio impelido a solventar cuanto antes la cuestión catalana, para lo cual llegó a un acuerdo con Luis XI de Francia, por cuya ayuda Juan II debió de pagar un alto precio. Los términos del acuerdo, hecho en Sauvaterre, el 3 de mayo de 1462, establecían que Aragón cedía Rosellón y Cerdaña en depósito a Francia hasta que le devolviera los 300.000 escudos en que se valoraba la ayuda francesa.

El término beaumontés hace referencia a la población que apoyaba a Luis de Beaumont, conde de Lerín, condestable de Navarra y cuñado de Fernando el Católico (estaba casado con una hermana bastarda de este último, Leonor).

Tras utilizar la ayuda económica francesa para acabar con la revuelta catalana, Juan II logró arrastrar a Enrique IV a encontrar una salida negociada al problema navarro, para lo cual indujo al castellano a aceptar el arbitraje de Luis XI para la cuestión Navarra y catalana. El 23 de abril de 1463, Luis XI dictaba la sentencia arbitral de Bayona, por la cual, Enrique IV renunciaba a sus derechos sobre Cataluña a cambio de la plaza Navarra de Estella y todas las fortalezas de esa merindad. Enrique IV aceptó la división del reino navarro, traicionando entonces una de las máximas fundamentales del ideario de sus aliados beamonteses, la indivisibilidad del reino de Navarra. 

Juan II, por su parte, acordó con su hija Leonor y su marido, el francés Gastón de Foix, que ellos serían gobernantes perpetuos de Navarra mientras viviera el rey de Aragón, y que, a la muerte de este, adoptarían el título de reyes. A lo largo de los años siguientes, el enfrentamiento entre los dos partidos navarros, agramonteses y beamonteses, se agravó hasta llegar a su punto culminante con dos graves crímenes, que volvieron de todo punto imposible una reconciliación.

En vista de que el enfrentamiento amenazaba con degenerar rápidamente en una guerra civil, Gastón de Foix se dispuso a invadir Navarra con sus tropas bearnesas, a fin de asegurar su control. Sin embargo, el esposo de Leonor murió en Roncesvalles el 10 de julio de 1472.

El primero fue la muerte, el 23 de noviembre de 1468, del obispo de Pamplona, Nicolás de Echávarri, beaumontés, a manos de Pierres de Peralta, agramontés. El segundo crimen, en sentido contrario, la muerte del mariscal de Navarra a manos de los beamonteses. Ante el primero, una parte de los agramonteses cambió de bando, horrorizada por el crimen sacrílego, pero Juan II no castigó al homicida, ni tampoco quiso distanciarse del conde de Lerín, pues necesitaba a ambos bandos para frenar la ambición de su hija y su yerno. El arzobispo de Toledo, Carrillo, era consuegro de Pierres de Peralta.



En 1479 moría Juan II; por ello, conforme a lo previsto, el 28 de enero era jurada su hija Leonor como reina de Navarra. Un trágico guiño del destino quiso que, tan solo quince días después de su coronación, la reina Leonor fallecía, a su vez. Esto convertía en rey a un niño de once años, Francisco Febo, nieto de la reina Leonor. Como es lógico, un rey-niño necesitaba que se gobernara en su nombre, tarea que recayó en la madre de Francisco Febo; Magdalena, hermana del rey de Francia. Sin embargo, la sucesión de desgracias en el trono navarro estaba aún lejos de concluir: el joven Francisco Febo también murió a los catorce años de edad, el 30 de enero de 1483. Con esta nueva muerte, se convirtió en reina de Navarra la hermana de Francisco Febo, Catalina, que tan solo contaba con trece años de edad. 

Deseosa de lograr apoyos contundentes que garantizaran a Catalina el trono, su madre la casó apresuradamente con un noble francés, Juan de Albrer ,En Navarra, a diferencia de lo que ocurría en Castilla, las mujeres no podían reinar sin el auxilio de su marido, lo cual ofendió a los Estados Generales navarros, que no fueron consultados al respecto. Esta hostilidad iba a lastrar el reinado de Catalina, ya que consiguió lo que parecía imposible solo unos años antes: unir los intereses de beamonteses y agramonteses, ya que ninguno de los bandos en liza querían un rey francés reinando en Pamplona.

La falta de apoyo interior agravó la situación geopolítica Navarra, siempre compleja, obligada a mantener una difícil neutralidad en el juego de poder entre la Francia de Luis XI y las Coronas de Castilla y Aragón, que, para mayor desazón Navarra, habían ido a reunirse en manos de los Reyes Católicos, y es que, como señala Lacarra, la rivalidad medieval entre Inglaterra y Francia había sido sustituida, como eje de la política internacional europea, por el choque entre los intereses hispánicos y los franceses.


El matrimonio de Juan de Albret y Catalina no se aprobó nunca en Cortes porque Magdalena, la madre de ella, creía que el peso de la influencia castellana en ellas haría imposible la aprobación; la ausencia de autorización de las Cortes violaba los fueros de Navarra y daba al reino un rey que había sido escogido en Francia por el rey galo y por la asamblea de los estados franceses de la Casa de Foix. La oposición castellana hubiera venido porque los Reyes Católicos trataban de casar a Catalina con su hijo primogénito, Juan, de forma que el matrimonio hubiera detentado las Coronas de Castilla, Aragón y Navarra .En cualquier caso, Fernando el Católico finalmente consintió el matrimonio porque los Albret eran un linaje potencialmente enemigo del rey de Francia, en aquel entonces aún Carlos VIII, por las cuestiones de sus feudos al Norte de los Pirineos. 


Si intervino Navarra, a través del regente Alain de Albret, en las guerras intestinas de Francia, con desastrosos resultados, Los sucesos interiores de Francia agudizaron esta situación de vasallaje en que colocó a la nobilísima Navarra el matrimonio de su reina con Juan de Albret. El padre de este, Alano de Albret, porque a sus intereses en Francia convenía, formó en las ligas de los señores feudales de esta nación contra Carlos VIII y arrastró tras de sí a la regente de Navarra y a Navarra misma. La Corte de Francia contestó, inclinándose en Foix del lado del vizconde de Narbona.


Sin apoyos, Catalina y Juan de Albret fueron incapaces de mantener el orden en el reino, que se sumió en una anarquía general. En 1495 se hizo un intento de retomar las riendas de los acontecimientos, arremetiendo la Corona contra el bando beamontés, desterrando de Navarra a su principal figura, el conde de Lerín -a la sazón, condestable del reino- y confiscando todos sus bienes, Castilla, que había intervenido una y otra vez en los asuntos navarros apoyando a los beamonteses, a cambio de consentir en el destierro de Lerín, recibió las villas de Viana y Sangüesa, así como la custodia de la hija de los reyes de Navarra durante cinco años, la renovación de la promesa de neutralidad Navarra y la promesa de que no se permitiría el paso a los enemigos de los Reyes Católicos por territorio navarro. 


La causa última del destierro fue la muerte del líder agramontés don Felipe, ordenado por Lerín ; El condestable Luis de Beaumont había quitado la vida á lanzadas al mariscal D. Felipe, cabeza del bando Agramontés. En un principio, Castilla apoyó con recursos militares al condestable; así puede verse en AGS, Cámara de Castilla, Cédulas, libro 3-1, doc.41, fol. 1, donde se recogen la ayuda en artillería y bastimentas enviados a Lerín. Finalmente, para compensar al conde, se le hizo merced del marquesado de Huéscar, Ya el año anterior se habían firmado los tratados de Medina del Campo y Pamplona, por los cuales los reyes de Navarra se comprometían a no dejar pasar tropas que fueran a atacar Castilla o Aragón y a no casar a sus herederos sin permiso de los Reyes Católicos.


No debe olvidarse que, para los reyes de Navarra, Francia fue una amenaza tan grave o a un mayor que Castilla durante buena parte de la Historia del reino pirenaico, los Valois, convertidos en señores feudales de Gascuña y rivales de Castilla, pretendían hacer prevalecer su influencia en la Corte de Pamplona; señores feudales de los Foix-Albret, los Valois se esforzaron en conservarlos bajo su dependencia. 


El rey de Francia, entonces Carlos VIII, no dudó, en el marco de las negociaciones con los Reyes Católicos posteriores a la primera guerra de Nápoles, en ofrecer una compensación a la Monarquía Hispánica a cambio de su renuncia al reino de Nápoles; presionado por Fernando para concretar su oferta, el rey galo ofreció admitir la anexión de Navarra por Castilla. Los Reyes Católicos lo rechazaron, tras lo cual Francia puso sobre la mesa una nueva propuesta: dividir Nápoles, dejando Calabria para los Reyes Católicos, pero conservando Francia la opción de, en el futuro, pedir la unión de los dos territorios napolitanos entregando a cambio a los Reyes Católicos Navarra y una renta de 30.000 ducados. Isabel y Fernando rechazaron también esta propuesta, alegando que no se anexionarían Navarra sin el consentimiento formal de la reina Catalina. 


Los desencuentros entre Navarra y Francia fueron a mayores durante el reinado de Juan de Albret y de Catalina, ya que estos monarcas, como señores también de tierras francesas, buscaron reforzar la independencia del Bearne, resultando significativo que dejaran de usar el título de vizcondes para adoptar el de señores naturales. Lograr la independencia del Bearne era un proyecto que ya habían concebido sus predecesores, y en cierto modo, logrado, dado que Bearne, a finales del siglo XV gozaba de una independencia de facto de la Corona de Francia que Juan y Catalina aspiraban a convertir en independencia de iure. 

Los Albret entendían que Navarra, como reino, debía ser el eje de una Corona propia -no Navarra, sino de la Casa de Albret- que aglutinara todos sus Estados patrimoniales en un solo ente, independiente e indivisible. Por ello, los Albret se enfrentaron a sus parientes por la sucesión de la Casa de Foix, aún cuando ello supuso poner en peligro Navarra. En la concepción de Juan de Albret, Navarra y las tierras de la Casa de Foix eran parte de la misma entidad indivisible. No es pues de extrañar que los reyes de Francia contemplaran con hostilidad estas aspiraciones, ya que los territorios de los Albret eran feudatarios del rey, salvo Navarra y el Bearne. La pretensión conceptual, en buena parte quimérica, de crear una Corona para la Casa de Albret que aglutinara Navarra, Bearne, Foix, Bigorra, Marsan, Gabardan, Nebouzan, Andorra y Castellbó, contribuyó en buena medida a volver más precaria aún la situación de Navarra en el plano internacional, ya que las aspiraciones francesas de sus reyes se convertían en una molestia, sino en una amenaza, para los propios reyes de Francia.


La Santa Liga y la invasión de Navarra

Fue la guerra de la Santa Liga en Italia, promovida por el papa Julio II y apoyado por Enrique VIII de Inglaterra lo que desencadenó la invasión por parte de los castellanos. A lo largo de los últimos meses de 1510 y la mayor parte del año 1511, Fernando el Católico trató de evitar involucrarse en la guerra de la Santa Liga, un conflicto gestado en Italia por el choque entre los intereses del papado y de Francia. El rey de Aragón no quería luchar en Italia un conflicto que respondía a los intereses del papa mucho más que a los suyos propios. Sin embargo, en verano de 1511, Luis XII hizo que los cardenales franceses convocaran un concilio en Pisa para procesar al papa, que fue declarado cismático por el Santo Padre. Este cisma de Pisa decidió a Fernando a apoyar al papa, de forma que el rey de Aragón entró en la Liga el 4 de octubre de 1511, coalición de la que también formaban parte Enrique VIII de Inglaterra, la república de Venecia, el papado y a la que se uniría, posteriormente, el Emperador Maximiliano. 

El papel de Fernando en esta pugna consistía en atacar los intereses franceses en territorio italiano, lo cual llevó a cabo hasta que sus tropas fueron derrotadas en la batalla de Rávena, en 1512, combate que tuvo consecuencias de implicaciones políticas decisivas para los asuntos de Navarra: Gastón de Foix, hermano de la esposa de Fernando, murió en la batalla, liderando a las tropas francesas.


Este hecho cambió por completo la situación Navarra. Gastón de Foix había reclamado para sí parte de la herencia de su hermana, la reina Leonor de Navarra. El argumento jurídico en que se basaba no carecía de peso en el derecho de la época: se alegaba que el derecho de representación -muerto un heredero, sus derechos pasaban a sus descendientes-, no era válido en los estados independientes, consideración que tenían tanto Navarra como el Bearne; según esto, ambos Estados hubieran debido ser heredados por Gastón de Foix y no por la línea sucesoria que ocupaba entonces el trono navarro. 

Esta reclamación había sido respaldada por el rey de Francia, del cual Gastón era leal súbdito, y Luis XII usó este arma jurídica para presionar a los Albret para que aceptaran el vasallaje del Bearne a cambio de reconocer la legitimidad de sus derechos en Navarra y de una compensación económica, pero los Albret nunca accedieron a ello. Cuando la hermana de Gastón se casó con Fernando el Católico, se rumoreó con insistencia que el rey aragonés iba a poner a disposición de su cuñado las fortalezas navarras controladas por Castilla para que se adueñara del reino navarro por la fuerza de las armas, Sin embargo, la muerte del noble en el campo de Rávena supuso que los derechos de la Casa de Foix recaían en la esposa de  Fernando el Católico, Germana, por lo que el rey de Francia ya no tenía ningún interés en apoyar las reivindicaciones jurídicas y territoriales de la Casa de Foix contra los Albret; más aún, los intereses franceses sufrieron con la muerte de Gastón un giro copernicano, siendo, en la nueva situación estratégica, poco menos que imprescindible para Francia apoyar a los entonces reyes de Navarra.


Fernando el Católico se casó con Germana de Foix en 1505, tras la muerte de Isabel, cuyo hermano Gastón pretendía la herencia de Foix y de Navarra frente a los derechos de Juan de Albret y Catalina de Foix, los reyes del momento. 

Hasta la muerte del duque de Nemours [Gastón de Foix], los reyes de Navarra no habían tenido peor de enemigo que el rey de Francia, pero una vez que el pretendiente hubo desaparecido vieron como la política francesa cambiaba radicalmente. Luis XII no tenía interés alguno ya en apoyar los derechos de la heredera de Gastón, Germana, reina de Aragón, Los navarros se apresuraron a aprovechar la nueva situación. Amenazado Luis XII por la expedición británica que se preparaba contra Guyena desde el Norte de la Península, y siendo Germana única heredera de la casa de Foix, tuvo que realizar duras concesiones a los Albret: la anulación de las sentencias del parlamento de Toulouse sobre la herencia de la Casa de Foix y del ducado de Nemours y el pago de pensiones en metálico.


Nuevamente, los sucesos de una guerra iban a tener consecuencias jurídicas e institucionales del máximo alcance. 


El Tratado de Blois

Entre tanto, Fernando, temiendo la intervención francesa en Navarra, convocó a las Cortes aragonesas, que se reunieron en Monzón en mayo de 1512, a fin de solicitar un subsidio con el que financiar armas y jinetes para las campañas en el Norte peninsular. Las Cortes aragonesas, si bien con manifiesta reticencia, terminaron por acceder a la petición del rey,A lo ojos de Fernando, la situación geopolítica dejaba a los reyes de Navarra tres vías aceptables para los intereses de la Monarquía Hispánica: neutralidad absoluta, garantizada por la entrega de igual número de fortalezas a él y a Francia; solución de compromiso, de forma que Navarra apoyara a España y el Bearn a Francia, permitiendo a los reyes de Navarra salvar sus compromisos y obligaciones con ambas partes; y, por último, apoyo incondicional a la Monarquía Hispánica, en cuyo caso Castilla devolvería a Navarra las fortalezas de Los Arcos, Laguardia, San Vicente y los demás lugares ocupados por fuerzas castellanas en virtud de los tratados anteriores entre ambos reinos.


Los Albret no aceptaron ninguna de las tres posibilidades, que percibían como irrealizables, y, mientras negociaban con Francia, trataron de lograr también un acuerdo con Castilla más acorde a sus intereses. Sin embargo, no estaban en condiciones de dar las seguridades que Fernando exigía, y que el Rey Católico justificaba por las necesidades estratégicas del ataque contra la región francesa de Guyena que las tropas del rey Católico y las inglesas, acantonadas en Fuenterrabía al mando de sir Thomas Grey, marqués de Dorset, se encontraban preparando. 

Así lo refería a la Corte de los Medici Francisco Giuccardini, el embajador de Florencia en la Monarquía Hispánica:

"El entrar en Francia por Bayona sería de gran peligro si el rey de Navarra quisiera jugar alguna mala pasada. Y aunque el rey de Navarra ha hecho saber al rey católico que quiere permanecer neutral este no parece estar muy seguro de su palabra, siendo como es aquel rey francés y teniendo padre y estados en Francia. Le ha contestado que está muy contento de que permanezca neutral, pero que quiere, para seguridad, algunas fortalezas en mano, con la condición de no poder colocar dentro otra gente que Navarros (. . .) Si el rey de Navarra se resuelve a dar estas seguridades, la guerra será por el sector de Bayona, pero se atacaría también a través de Navarra, lo que sería de gran beneficio para el rey, porque el primer fuego se encendería en casa ajena y además podría valerse de los navarros que son considerados muy buenos infantes" 


El empecinamiento de Fernando en llevar adelante la campaña de Guyena ha sido visto como una muestra de su concepción de este proyecto como una provocación deliberada contra Navarra, que le permitiera volver a poner este reino bajo su tutela, cuando menos. Sin embargo, no se puede descartar en modo alguno que el rey Católico lo viera como una operación militar necesaria u oportuna para recuperar la iniciativa en la guerra contra Francia, algo que parece respaldar la cronología, ya que la invasión de Guyena cobra fuerza en la planificación de Fernando en la primavera de 1512, justo después de que la victoria francesa en Rávena arrebatara la iniciativa militar a la Santa Liga en los campos de Italia y, con la muerte de Gastón de Foix, cambiara el equilibrio estratégico de intereses en torno a Navarra. 

Parece posible que, maltrechas las armas coaligadas en Italia y temiendo una inclinación Navarra del lado francés, Fernando concibiera la expedición de Guyena como una demostración de fuerza frente a la Corte de Pamplona y un modo de aliviar la presión militar sobre los vitales dominios italianos, al tiempo que se daba satisfacción a los intereses del aliado inglés, que albergaba esperanzas de recuperar parte de lo perdido con el final de la guerra de los Cien Años. 


En julio de 1512, en Burgos, Fernando hizo público lo que, según él, eran los contenidos del Tratado de Blois, que navarros y franceses se encontraban negociando desde el mes de abril: 

"Que han acordado casamiento de la hija menor del rey de Francia con el príncipe de Navarra.

Ítem amistad y liga perpetua de amigo de amigo y enemigo de enemigo.

Ítem. Que los dichos rey y reina de Navarra ayudarán con todas sus fuerzas y estado al rey de Francia contra los ingleses y españoles y contra todos los otros que con ellos se juntasen.

Ítem. Que el rey de Francia ayudará a los dichos rey y reina de navarra para que conquisten para sí ciertas tierras de Castilla y de Aragón que pretenden que antiguamente eran de los reyes de navarra, de las cuales de fijo se hará invención.

Ítem, que el rey y la reina de Navarra han de enviar al príncipe de Navarra para que esté en poder del rey de Francia por seguridad al tiempo contenido en la capitulación.

Ítem, el rey de Francia ha dado al rey y la reina de Navarra el ducado de Nemours y al ex prometido el Condado de Armañac.

Ítem hales dado ocho mil francos de pensión.

Ítem, 300 lanzas francesas, 100 para el rey de Navarra, 100 para el príncipe y 100 para Monseñor de Labrit.

Ítem, háse obligado el rey de Francia a pagar al rey de Navarra 4.000 peones, tanto cuanto empezase la guerra.

Ítem, que les ayudará con 1.000 lanzas gruesas pagadas y con toda la otra privanza suya para que los dichos rey y reina de Navarra conquisten Guipúzcoa, y los Arcos y la Guardia y otras cosas de Castilla y Balaguer y Ribagorza y otras cosas de Aragón, que pretenden que antiguamente fueron de los reyes que reinaban en Navarra.

Ítem, el rey de Francia además de lo susodicho da al rey y a la reina de Navarra 100.000 escudos de oro por una vez pagados en ciertos pagos para que hagan gente así para ayudar al rey de Francia como para las otras cosas susodichas.

Ítem, el rey de Francia ha tornado a Monseñor de Labrit las tenencias y oficios y pensión que solía tener, las cuales el rey de Francia le tenía quitadas.

Ítem, de todo lo susodicho llevó Monseñor de Ortal capitulaciones y escrituras firmadas y juradas por los dichos rey y reina de Navarra y por el dicho Monseñor de Orbal como procurador y embajador del dicho rey de Francia.

Ítem, para ejecución de lo susodicho el rey y la reina de Navarra han mandado a todos sus súbditos de los señoríos de Bearne y Fax y a los del reino de Navarra que están en tierra de Labrit que es en San Juan del Pie del Puerto yen aquellas faldas de Navarra que hagan y cumplan todo lo que el capitán general del rey de Francia que está en Guyena les mandase en servicio y ayuda del rey de Francia.

Y de la misma manera el dicho rey de Francia ha mandado al dicho capitán General que para ejercicio de las cosas susodichas tocantes a los dichos rey y reina de Navarra haga con todas las gentes en poder del rey de Francia todo lo que el rey y la reina de Navarra le escribiese, y que entren en España y trabajen de tomar todo lo que pudiesen.

Ítem, se tiene por cierto que el rey de Francia cumpliendo el dicho asiento ha enviado ya a los dichos rey y reina de Navarra dinero para la paga de la gente". 


El rey presentó el hipotético contenido del tratado como una grave amenaza para la seguridad de la Monarquía. La publicación de Burgos ha sido objeto de encendidas polémicas entre los historiadores, ya que se acusa al rey de haber hecho pública una mera invención, de acuerdo a sus intereses. Para esta afirmación, el motivo fundamental esgrimido es el hecho de que, en el momento de la publicación de Burgos, el Tratado de Blois no se había firmado aún. Esta parece una justificación bastante endeble, dado que el Tratado llevaba semanas negociándose entre los representantes de los reyes de Navarra y los de los reyes de Francia, y no es en absoluto improbable que Fernando tuviera conocimiento de lo que allí se trataba a través de su servicio de información, uno de los más efectivos de la época. 

El hecho es que lo publicado por Fernando y la letra del Tratado no son coincidentes, cosa lógica en tanto en cuanto el rey Católico en ningún momento pretendió estar haciendo público el texto del tratado, sino el sentido de su contenido; el cual, eso sí, presenta de la manera más adecuada a sus propios intereses. 


La firma del Tratado de Blois entre Navarra y Francia el 18 de julio de 1512, demostró ser un error de cálculo de catastróficas consecuencias para Navarra.

El Tratado, entre otras cuestiones, garantizaba que Navarra no dejaría atravesar sus dominios a ningún ejército cuya intención fuera atacar a Francia, pero también asumía Francia el compromiso de no utilizar suelo navarro para atacar a sus enemigos castellanos y aragoneses. Por ello, en la Corte de Pamplona, el Tratado era presentado como una reafirmación de la neutralidad Navarra. Sin embargo, dio a Fernando el Católico la excusa que estaba esperando para iniciar acciones ofensivas contra Navarra. 


Según el planteamiento del Rey Católico, firmar un tratado con Francia era colaborar con ella, con independencia de cuál fuera el contenido concreto de dicho tratado. Así pues, al firmar el Tratado de Blois, se habían convertido en enemigos del Papa y, por tanto, era legítimo atacarles en sus territorios. La denominada "política del balancín", cuidadosamente construida por los reyes de Navarra durante décadas, quebró definitivamente con la firma de los acuerdos de Blois. Sobre dicho Tratado, su interpretación y la amenaza real o fingida que Fernando percibió en él, se han escrito ríos de tinta. 


Según Alfredo Floristán "El tratado de Blois pecó de graves defectos por parte Navarra, principalmente de incoherencia e inoportunidad: lo primero porque, bajo la forma de un tratado de neutralidad, alineaba a Navarra con Francia, inoportuno porque precisamente las tropas inglesas y castellanas estaban en la frontera, mientras que cualquier socorro francés, comprometido en Italia, tardaría en llegar. Navarra se comprometía a facilitar tropas a Francia si esta lo requería, a su propio coste, lo cual era claramente no neutral. El respeto a los acuerdos con Castilla no era sino una formalidad que, de fondo, no salvaba la neutralidad. El hecho de que los reyes de Navarra pretendieran mantener el acuerdo en secreto mientras no estuviera en condiciones la ayuda francesa demuestra que eran conscientes del significado real del tratado. Fernando, gracias a sus espías publicó en Burgos un resumen de los acuerdos a que habían llegado navarros y franceses, que recogía el espíritu pero no la letra del acuerdo, y lo presentaba como más amenazador


El hecho de que la cesión por parte del rey de Francia a los reyes de Navarra de plazas en las tierras de la Casa de Foix, que los reyes de Navarra pasarían a cobrar una pensión del rey de Francia de ocho mil ducados anuales -y otras de cuatro mil ducados para sus hijos- o el compromiso de Francia de pagar una compañía de cien hombres de armas para el servicio de los reyes de Navarra, figuren en protocolos aparte del texto publicado del tratado, indica que los propios firmantes eran conscientes de que dichas cláusulas eran susceptibles de perjudicar la imagen de neutralidad que interesaba dar a los Albret. 


Quizá la interpretación de Víctor Pradera sea un tanto excesiva -"El tratado de Blois fue la causa de la conquista de Navarra por el rey Católico; Ratificado por don Juan y doña Catalina, estos se convertían en el acto, en enemigos de su antiguo protector [Fernando el Católico]  pero tampoco se debería pecar de ingenuidad y suponer que las cláusulas anteriores dejaban a los reyes de Navarra en una situación de plena neutralidad, cuando les colocaba a sueldo de un monarca que también pagaba a parte de sus tropas ; No parece que esté desencaminado Luis Suárez Fernández cuando hace hincapié en que el Tratado de Blois ha de interpretarse también con la clave de los intereses franceses de la Casa de Albret: "Quienes consideran Blois un error se olvidan de que los reyes eran bearneses y que el tratado les daba todo lo que habían pedido desde 1479: la plena soberanía de Bearne, la herencia completa de Foix, la retrocesión del ducado de Nemours, rentas y tropas (, . .). Los Albret supieron muy bien lo que hacían. Tomaron con una mano el paquete de las ofertas que les consolidaba definitivamente en Francia y pusieron en la otra la Corona de Navarra, que se arriesgaban a perder. Y escogieron lo que para ellos tenía más valor. Que no era Navarra, precisamente. Y no se equivocaron. Sus descendientes fueron reyes de Francia. 


Fernando, a finales de junio, ya había dado órdenes al duque de Alba de que sus tropas estuvieran listas para intervenir en Navarra, en vista de la inminencia de un acuerdo entre este reino y Francia, instrucciones que el duque comentó al comandante de las fuerzas expedicionarias inglesas, lord Dorset. La firma del Tratado no hizo sino convencerle de la oportunidad de intervenir en Navarra 


La invasión

La historiografía diverge en si la invasión de Navarra tenia por fin último su anexión por Fernando el Católico o si esta anexión fue un proceso que fraguó sobre la marcha, impulsado por las circunstancias, por una situación de facto y por la escasa entidad de la resistencia encontrada por los ocupantes . 

Fueren cuales fueren los propósitos iniciales de Fernando, los hechos son que un ejército castellano, comandado por Fadrique Álvarez de Toledo, duque Alba, entró en Navarra por Salvatierra de Álava, el 19 de julio de 1512 y avanzó hasta primero cercar y después tomar Pamplona. Simultáneamente, un ejército aragonés, comandado por Alfonso de Aragón tomó la Ribera navarra y cercó Tudela. Tras la rendición de Pamplona, los reyes de Navarra, Juan de Albret y Catalina, marcharon al exilio, y la publicación de la bula pontificia hecha por Fernando el 21 de agosto de 1512 en la catedral de Calahorra terminó por convencer a la mayor parte de las villas navarras de que cesaran en su resistencia. 


En noviembre, Juan de Albret organizó una expedición desde el Bearne con su aliado Luis XII de Francia para recuperar sus territorios. En apoyo de Albret, también se sublevaron el mariscal Pedro de Navarra en Logroño y los agramonteses en Estella. Al conocer los hechos, el duque de Alba abandonó San Juan de Pie de Puerto, donde estaba estacionado con sus tropas castellanas, ya que la conquista dirigida por Alba incluyó no sólo a la Baja Navarra, sino también la merindad de Ultrapuertos.


En esta merindad, unas cortes celebradas en Uhart en 1514 juraron lealtad a Fernando .No obstante, a finales de la década de 1520, las consideraciones estratégicas, militares y económicas -Ultrapuertos era deficitaria para la administración ya en tiempos de los Albret , llevaron a su abandono por la Monarquía Hispánica


Tras una rápida marcha forzada, el duque de Alba logró llegar a Pamplona poco antes que los invasores, Los de Albret sometieron a la ciudad a un largo sitio, pero aún así el ejército invasor hubo de retirarse en diciembre, incapaces de quebrantar la defensa del duque. Durante esta retirada, las tropas de Albret fueron alcanzadas en el paso de Velate por Pérez de Leizaur y sus tropas guipuzcoanas, que le infligieron un severo castigo antes de que lograra regresar a sus dominios franceses. Junto a los beaumonteses, los guipuzcoanos mataron a muchos enemigos y tomaron doce cañones, que se representan en el antiguo  escudo de Guipuzcoa, si bien cabe puntualizar que, conforme a la terminología artillera de la época, los doce cañones no eran tales, sino dos cañones, dos culebrinas y ocho sacres.


El 6 de diciembre de 1512, la mayor parte de los agramonteses que habían seguido oponiéndose a Fernando acudieron a Logroño, donde le juraron lealtad. Algo menos de un año más tarde, el 4 de octubre de 1513, Fernando tomó solemnemente posesión en Tudela de la Corona de Navarra, previo juramento de respetar tanto las libertades navarras como las de los musulmanes que aún vivían en Navarra, En lo militar, no es cuestión baladí ni casual el hecho de que Navarra fue absolutamente incapaz de plantear la menor resistencia de consideración a las fuerzas conjuntas de Castilla y Aragón. Navarra carecía de un ejército permanente, y la causa es más institucional que la carencia de recursos.


En primer lugar, los reyes de Navarra no pudieron recuperar el poder real en el grado suficiente para adaptar su maquinaria militar a las realidades que los últimos años estaban imponiendo en los campos de Europa, y en las que, para colmo de desgracia de los navarros, el máximo exponente lo constituían los ejércitos de Castilla y Aragón. Por ello, en 1512 Navarra seguía teniendo un dispositivo militar medieval, no porque no pudiera pagarlo -no se carece de recursos para pagar lo que no existe-, sino porque carecía de los mecanismos jurídicos e institucionales para dar el paso hacia la modernidad que, en lo militar, habían dado sus vecinos. 


Esto hizo que la defensa de Navarra se basara, fundamentalmente, en sus numerosos castillos, más de un centenar en todo el reino. Sin embargo, una vez más, la debilidad del poder real impidió que constituyeran un baluarte eficaz frente al enemigo: en los días de la invasión, la mayor parte de ellos eran poco más que ruinas, y del resto, tan solo unos pocos estaban en condiciones de hacer frente a la artillería que el ejército de Fernando utilizaba en los asedios:

Pamplona, Estella, Viana, Sangüesa, Tudela, Lubier y San Juan de Pie de Puerto. Todos los demás, fortalezas netamente medievales, carecían de una planta y un diseño eficaz frente a las armas modernas. 


Uno de los instrumentos que contribuyó a reforzar el dispositivo militar de Castilla, la Hermandad, también se había implantado en tierras navarras. Allí contaba con unos doscientos hombres y se financiaba a través de un impuesto consistente en el pago de dos reales por cada fuego. Sin embargo, las luchas entre facciones terminaron con la supresión de la institución en 1511, privando a los reyes de Navarra, que una vez más fueron incapaces de imponer los intereses de la Corona sobre los de los bandos nobiliarios, de una institución que podría haber sido de gran ayuda en los acontecimientos bélicos posteriores. 


Por todo lo anterior, en el momento de producirse la invasión, la defensa de Navarra se basaba en la llamada medieval al apellido -es decir, la toma de armas por la población si el reino estaba amenazado-, el servicio de la caballería feudal nobiliaria y unas débiles milicias de infantería, cuyo servicio estaba limitado, en virtud de sus derechos medievales, a un máximo de treinta días. No es de extrañar, pues, que este aparato militar -que Boissonade calificó de "barullo mas vergonzante que útil,” fuera borrado del mapa por la fuerzas del duque de Alba, sin la necesidad de entablar más operación de relieve que el cerco de Tudela. Cerco que, por lo demás - independientemente del relieve que haya alcanzado en la historiografía o de su valor simbólico- no fue para las tropas castellanas, comparado con otras operaciones de asedio de su tiempo, sino una operación menor, breve y sencilla.


Desde el fin de las operaciones militares a gran escala, Navarra fue gobernada a través de un virrey. Es significativo que el 23 de marzo de 1513, inmediatamente después de jurar como rey a Fernando, las Cortes navarras juraran como virrey al marqués de Comares  Pese a la presencia del virrey, representante del rey, se mantuvieron las instituciones propias: las Cortes, el Consejo Real, la Corte y las Cámaras de Comptos ,si bien, como es lógico, las secuelas de la guerra hicieron necesarios algunos ajustes, en especial relativos a la provisión de cargos, ya que gran parte de los existentes durante el reinado de Juan y Catalina habían abandonado el reino con ellos: así lo hicieron, por ejemplo, el presidente del Consejo Real, Juan de Jase, señor de Javier, el condestable y el mariscal del reino. 


En materia judicial, en líneas generales Fernando respetó los oficios navarros, si bien desapareció la cancillería medieval navarra, quedando de ella tan sólo el cargo de Canciller, al que se le impuso la obligación de residir en Pamplona. Este cargo le fue concedido al conde de Lerín.


Pese a que, en principio, Fernando confirmó los cargos y sueldos de los miembros del Consejo Real, durante las Cortes de Burgos de 1515, ordenó que los asuntos de Navarra y de los navarros pasaran al Consejo" de doña Juana", es decir, al de Castilla, . El acta de incorporación del reino de Navarra se encuentra en AGS, Patronato Regio, leg. 13, doc. 72; el acta de la sesión de las Cortes de Burgos de 1515, en AGS, Patronato Regio, lego 69, doc. 50. Lo cual no llegó a llevarse a cabo en la práctica, manteniendo, a grandes rasgos, en los años siguientes el Consejo de Navarra su personalidad y funciones". Señala Lacarra que, en conjunto "la Navarra de la vertiente española ( ... ) conservó íntegras sus instituciones privativas después de la incorporación a Castilla ( ... ) y subsisten los viejos órganos administrativos: Consejo Real, tribunal de la Corte Mayor y Cámara de Comptos . 


Navarra comenzó a disfrutar de paz interior tras su incorporación a Castilla, si bien uno de los temas más controvertidos respecto a este periodo es el que hace referencia a la represión por parte de Fernando de la disidencia a su gobierno. En cualquier caso, gran parte de los agramonteses que se habían resistido acudieron a Logroño a prestar juramento al rey, que les concedió la mayoría de las peticiones que le hicieron. Fernando tuvo buen cuidado de moderar las exacciones fiscales, renunciando, por ejemplo, al porcentaje de monedaje que le correspondía al rey o comprometiéndose a pagar con dinero de las Cortes navarras las deudas que habían dejado los reyes expulsados a los comerciantes navarros. Al menos en lo económico, el rey Fernando procuró moderar las cargas en Navarra, seguramente con el cálculo político de templar los ánimos y no dar más razones que las estrictamente necesarias a quienes rechazaban su presencia. 


El estatus de Navarra en el conjunto de las monarquías hispánicas tardó casi tres años en decidirse, pues no fue hasta las Cortes de Burgos de 1515 cuando Fernando optó por incorporar el reino de Navarra a la Corona de Castilla y no a sus estados patrimoniales de Aragón, como hubiera cabido esperar. Puede que, con esta decisión, Fernando pretendiera implicar a los castellanos en la defensa del territorio, así como sustraer el gobierno de la influencia de los fueros aragoneses, mucho más restrictivos de la autoridad real que la legislación de Castilla. Dos acontecimientos influyeron, sin duda, en la vinculación de Navarra a la Corona de Castilla: por un lado, la toma de conciencia por parte del rey, ya enfermo -moriría menos de un año después- de que su matrimonio con Germana de Foix no iba a producir descendencia; y, por otro, la muerte del rey de Francia Luis XII, que convirtió en rey al Delfín, con el nombre de Francisco 1. Este rey, joven y amigo personal de Juan de Albret, habría de adoptar, previsiblemente, una actitud más beligerante en relación con Navarra, lo cual amenazaba este territorio y hacia necesaria una defensa que Castilla estaba en mejores condiciones de asumir que Aragón, cuánto más cuando era Castilla sobre quién pendía un mayor grado de amenaza en el caso de que Francia, bien directamente o bien reinstaurando a los Albret en el trono de Pamplona, se hiciera con el poder en Navarra.


La decisión de incorporar Navarra a Castilla vino precedida, en los años anteriores, de una especie de periodo de prueba en el que los asuntos navarros se vincularon más directamente a la Corona de Aragón, ya que la primera intención de Fernando fue que Navarra se convirtiera en herencia del hijo que quería tener -y que a la postre no tuvo- como fruto de su segundo matrimonio con Germana de Foix. El rey católico hubiera podido separar Navarra de la herencia de su descendiente por línea de primogenitura ya que los territorios adquiridos en virtud del derecho de conquista eran de libre disposición testamentarias y no estaban vinculados, por tanto, a los principios de primogenitura.


La justificación jurídica de la anexión

El tratado de creación de la Santa Liga ya contemplaba la posibilidad de que los miembros de la misma arrebataran a los enemigos del papa dominios en otros escenarios diferentes de los italianos. El acuerdo legitimaba a quien realizara la conquista a anexionar el reino, en base al derecho de guerra y conquista, contando con el respaldo del papa, que suministraría "armas espirituales", esto es, el apoyo de su autoridad jurídica y moral a la conquista referida . 


Quizá esto era lo que estaba en la mente de Fernando cuando solicitó al papa, en abril de 1512, dos bulas'": una de indulgencia plenaria para quienes participaran en la guerra -tenida como defensiva en favor del papa- y otra para excomulgar a los que, en Navarra y Bearne, apoyaran al rey de Francia, incluidos los monarcas navarros. 


La primera de estas bulas, llamada Pastor ille caellestis'", tardó en llegar a manos del rey, ya que no se firmó en Roma hasta el 20 de julio. Al parecer, Julio II retrasó intencionadamente el envío de las bulas para asegurarse de que la posición de Fernando era firme y no habría, posteriormente, necesidad de dar marcha atrás, Fernando solicitó al papa una segunda bula más explícita para sus intereses: El 18 de febrero de 1513 julio II concedía la bula Exigit contumaciurrr", que excomulgaba explícitamente a Juan de Albret y a su esposa Catalina y los desposeía del trono navarro, dándoselo al primero que lo ocupase. Sin embargo, la bula no llegó a publicarse con las formalidades necesarias y por ello Fernando prefirió no utilizarla a la hora de justificar sus derechos a ocupar el trono navarro. 


Estas bulas han sido objeto, entre los historiadores, de intensa polémica, en ocasiones más política que histórica y más personal que jurídica. Desde el primer momento, los reyes navarros rechazaron que la conquista fernandina pudiera validarse con dichas bulas, y los cronistas franceses pusieron en duda la autoridad del papa para dar o quitar Coronas. Incluso, se ha afirmado la falsedad de las bulas, acusando a Fernando el Católico de haber creado los documentos de la nada. Hoy en día esa postura es poco menos que indefendible desde el punto de vista de un análisis objetivo de la Historia. Prósper Boissonnade demostró, en el siglo XIX, que la primera bula es auténtica más allá de toda duda, si bien quedaban en su estudio dudas en el aire sobre la veracidad de la segunda, El estudio detallado de esta segunda bula realizado por Víctor Pradera, ya en el siglo XX, y que no ha sido rebatido fehacientemente, parece demostrar también la veracidad de la segunda de las bulas. 


Si aceptamos la veracidad de ambas bulas -y, como se ha dicho, en el estado actual de los estudios sobre la cuestión, parece que hay pocas dudas al respecto-, ello llevaría a plantear dos cuestiones de fondo jurídico, que afectarían a la legitimidad de la posesión de la Corona de Navarra por Fernando el Católico. La primera cuestión es la validez canónica de las bulas; la segunda, si se responde afirmativamente a la primera, es si poseía el papa potestad jurídica para disponer de las Coronas. 


Nuevamente, Víctor Pradera analizó en detalle la cuestión, en especial en lo relativo al poder del papa para disponer de la titularidad del reino. Según este autor, "los papas tienen potestad para excomulgar a los príncipes temporales, de incurrir estos en herejía o en cisma, y para liberar, como consecuencia de la excomunión, a los súbditos del príncipe excomulgado del juramento de fidelidad al mismo prestado, o, lo que es lo mismo, privarle del imperio o de la autoridad que ejercía". Sin embargo, esto no suponía que el papa tuviera poder para disponer quién había de suceder al rey excomulgado: "El papa, con la deposición, dejó a salvo el fin religioso que perseguía: fuera del mismo está la designación del nuevo príncipe, luego solo a la sociedad civil corresponde esa designación”. 


En cuanto a si asistía al papa potestad jurídica alguna para disponer de las Coronas, lo cierto es que los propios reyes de Navarra habían reconocido el derecho del papa en cuanto a la soberanía temporal, ya que habían recurrido a él cuando Luis XII amenazó la soberanía del Bearne'". Para mayor abundamiento, en 1500, Juan de Albret y Catalina enviaron a Roma a un delegado que juró, en nombre de los reyes, obediencia a Alejandro VI, juramento que fue renovado en 1513, 1514 Y 1515 -ya desposeídos del trono- ante el pontífice León X. "Situándose en la perspectiva de la doctrina teocrática, admitida en la España del siglo XVI y, sobre todo, considerando esta circunstancia especial, que Navarra se consideraba un feudo de la Santa Sede, el papa podía privar de la Corona a la dinastía de los Albret para atribuirla al rey de Aragón a causa de un crimen de felonía". Pero, para que "anatema pudiera ser pronunciado y para que tuviera efecto legítimo era necesario que la causa que lo había provocado fuera proporcional y justa en sí misma. 


Los Albret se aferraron a este último argumento -que no habían incurrido en las causas de excomunión que se mencionaban en las bulas-, y no negaron nunca ni la existencia de las bulas, ni su validez canónica ni la potestad del papa para disponer de las Coronas de sus feudatarios en caso de felonía; el debate en torno a estos extremos fue generado a posteriori por una parte de la cronística francesa y por un segmento de la historiografía en un tiempo muy posterior a los hechos. En cualquier caso, Fernando basó su derecho al trono navarro en una doble argumentación: las bulas de excomunión arrebataban a los Albret el título de reyes de Navarra y liberaban a sus súbditos de los juramentos de obediencia; y, en segundo lugar, Fernando el Católico se convertía en rey de Navarra sin intervención pontificia alguna, en virtud del derecho de conquista, tal y como fijaban los principios del derecho de guerra aplicable en el siglo XVI y las cláusulas del tratado de la Santa Liga, que autorizaban a quién conquistase un territorio enemigo fuera de Italia a disponer de él como soberano. 



Autor: basado en un articulo original de Manuela Fernandez Rodriguez

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