El Almirante había partido con sus dos hermanos, Bartolomeo y Diego, y con Fernando, el hijo que le había dado Beatriz Enríquez, su amante. Las cuatro carabelas que conformaban la flotilla de Colón eran la Santa María, la Santiago de Palos, la Gallega y la Vizcaína. Ciento cuarenta tripulantes iban a las órdenes, entre otros, de Bartolomeo Fieschi –genovés-, Diego de Porrás y Pedro Terreros. Colon tenía orden de no ir a Santo Domingo, a no ser en el viaje de vuelta.
Teniendo en cuenta que Ovando le negó a Colón el permiso de entrar en “La española”, y que el Almirante decidió, echar ancla junto a la costa, las diferentes tormentas que se sucedieron afectaron a las naves del Almirante y sus hermanos. Por otro lado, 20/30 naves de Antonio Torres, se hundieron en el primer viaje de regreso con riquezas en oro. Mal comenzaba el gobierno de Ovando.
No obstante, Ovando basculó la población de la zona oriental a la occidental, realizó los planos de la nueva ciudad, impuso un nuevo impuesto, que se sumaría a lo ya pagado desde 1498, llevó los delincuentes a la metrópoli, donde serían juzgados, mandó construir un fuerte en piedra… parece que se reafirmaba en su posición. Ahora bien, en las minas auríferas de la región del Cibao no siempre extrajeron todo el oro que tenían proyectado, a lo que hay que sumar la mortandad por humedad, trabajo forzado y sífilis.
La colonia se había organizado como un gran campo minero donde toda la población vivía prácticamente recluida, aunque la agricultura era rentable. Hombres de 1493 tomaron el mando de algunas explotaciones. Asimismo, Ovando tuvo muy malas relaciones con los indígenas y caciques, con los que compartía el 90% de la isla. La exploración de la Vega Real, al norte de La española tuvo graves consecuencias. A pesar de que el converso Juan Esquivel tenía la orden de concertar la paz con los indígenas, el cacique Cotubanamá se preparó para la guerra y en el oeste la reina Anacoana oponía gran resistencia a las nuevas medidas implantadas desde Santo Domingo. Después de algunas jornadas amistosas, reunidos en Santo Domingo, los hombres de Ovando prendieron fuego a la caseta donde los caciques estaban reunidos y ahorcó en la plaza pública a Anacoana. Así, el oeste de la isla pasó a estar bajo control español.
Aprovechando la coyuntura, Ovando mandó construir su propio palacio, la capilla de los Remedios, el palacio del Gobernador y el hospital de San Nicolás de Bari, así como tres fuertes. Esta actuación señaló el principio de una gran actuación constructora, pues de lo hecho por Colón no quedó nada material.
Colón capeó el temporal lo mejor que pudo en la bahía de Azúa, al oeste de Santo Domingo. Navegó cerca de Jamaica y después marchó a Cuba, hasta llegar a las islas de la bahía, frente a Honduras… más al oeste de cualquier lugar al que hubiera viajado antes. Tenía rotos navíos y velas y hacía días no había visto el sol, ni las estrellas. Esta vez el Almirante lo llegó a pasar bastante mal.
Llegaron a esa costa que Colón creyó que era la llamada por Marco Polo “Cochinchina” y que en la zona que nombraron “Yucatán” estaría de seguro el Ganges. Fueron los indios “payas” lo que le indicaron el camino a seguir hacia el sur. Estos eran bastante primitivos, pues cazaban con flechas de obsidiana, en ocasiones envenenadas, luchaban con arcos y flechas y criaban tortugas, piñas y mandioca. Se pintaban las mujeres de rojo, los hombres de negro, los líderes eran elegidos por los ancianos del poblado. Creían en dos deidades benevolentes, una del bien, otra del mal.
Lo más importante de este contacto fue la visión de una muy larga canoa hecha de una pieza. Descubrió que venían del Yucatán y que tenían vergüenza de andar desnudos, algo que no sucedía con los taínos, y estaba seguro que la cultura de estos era superior.
Colón decidió marchar al este y al sur, a la zona de Nicaragua y Panamá, donde ya habían estado Bastidas y Hojeda, en vez de al Yucatán, donde habría contactado con los muy civilizados y adelantados, pero decadentes, Mayas. Por diferentes productos indígenas que fue encontrando, penso alegremente que había llegado a Indochina y , por algunos rumores, suponía que más al sur había un estrecho que lo conduciría, vía Malasia, a la India.
Después llegó a Veragua y llamó a esa bahía “Portobelo”, importante enclave para el futuro del Imperio y última zona continental que pisaría el Almirante. Después puso rumbo a Jamaica y Cuba.
Sus naves estaban bastante destrozadas. Desde allí, Diego Méndez y Bartolometo Fieschi tuvieron que hacer 200 kilómetros en una canoa con seis indígenas para llegar a Santo Domingo, donde entregarían una misiva del Almirante para recibir rescate.
Tras decenas de peripecias y casualidades y tras sobreponerse a la resistencia de Ovando, en mayo de 1504 llegaron tres naves desde España a Santo Domingo, y Méndez compró una con suministros para enviarla a Jamaica, donde aguardaba Colón intentando sofocar una revuelta de hambre liderada por los De Porrás, en otro tiempo capitanes de la Santiago.
Robaron unas canoas y, guiados por la desesperación intentaron alcanzar La Española, pero ni siquiera fueron capaces de salir de Jamaica y tuvieron que regresar, esta vez a pie, hasta el sitio donde Colón aguardaba con sus naves maltrechas. Los indígenas se negaron a darle más alimento y tuvo que recurrir a ciertas cartas geográficas que le ayudaron a predecir un eclipse solar que habría en breve, lo que impresionó y atemorizó a los propios del lugar que, desde ese momento, lo alimentaron y vieron como buenas sus acciones.
En junio de 1504 llegaron dos barcos desde la Española gracias a la mediación de Diego Méndez. En cualquier caso, cruzar el estrecho de Barlovento fue peligroso. Ovando decidió, al final, alojar a Colón y sus hermanos en su casa durante varios días; pero también puso en libertad rápidamente a De Porrás. El hermano y el hijo de Colón, Bartolomé y Fernando pusieron rumbo a España. En el camino tuvieron muchos problemas, pero llegaron a San Lúcar de Barrameda, donde supieron que la reina estaba en su lecho de muerte en Medina del Campo.
En los dos años de ausencia del Almirante, los Reyes vieron en Nápoles su verdadero Imperio, y no hablaban de las Indias como tal, aunque la vieron como posesión de Castilla. El comercio aumentaba todos los años, hasta treinta barcos salían anualmente, desde Sevilla o desde Sanlúcar de Barrameda, con destino Santo Domingo o Puerto Plata. En tanto, Fernando hizo jurar a su hija Juana como heredera de Aragón.
Las cuentas administrativas descubrieron que había una fuga de oro español desde 1503. Esto se debía a que los italianos, sobre todo los genoveses, vendían más productos en España de los que exportaban. Motivados por este asunto, e inspirándose en el Consulat del mar y la Casa de Guiné en Lisboa, los Reyes proyectaron la construcción de una “Casa de India”, con funciones similares.
La Casa de contratación, en Sevilla, estaría dirigida por un factor, un tesorero y dos contables, encargados de inspeccionar los barcos para asegurarse de que no llevaban sobrecarga. Esos funcionarios estarían en contacto con sus homólogos en el Nuevo Mundo. El Memorandum de Pinelo, en 1503, dio el pistoletazo de salida a la institución. Poco tiempo después de su inauguración, Sevilla, y en concreto la Casa de Contratación pasó a ser magistratura, centro de información y oficina para el registro de barcos y capitanes; pero también podría, desde 1504, imponer multas, encarcelar a los malhechores, pedir fianzas e ignorar las exigencias de la ciudad de Sevilla. Se disputó la carrera de Indias con Cádiz, pero diferentes motivos le dieron la victoria a la ciudad del azahar.
Se decretó, también que cada poblado del Nuevo Mundo debía reunir a sus habitantes en familias bajo una vivienda, debían contar con un capellán, un hospital, todo ello bajo la autoridad de un encomendero español y se debía educar en la escritura, la lectura y la fe cristiana. La corona alentaba al mestizaje de matrimonios. Pagarían diezmos e impuestos, serían bautizados y no podrían vender sus propiedades a los cristianos.
Como en muchos asuntos, los Reyes fueron contradictorios debido a que, por un lado, Fonseca les aconsejó en el campo económico, pero Cisneros en el religioso, quien al contrario que en España, fue benévolo con los Indios del Nuevo Mundo. En cualquier caso, Isabel promulgó declaraciones contradictorias. Los indígenas serían bien tratados, siempre y cuando se mostrasen sumisos y aceptasen el cristianismo, así como la autoridad española. Pero, si resistían y luchaban, serían llamados caníbales y denunciados por comerse a sus prisioneros y, por tanto, esclavizados. También se estableció la regulación del trabajo de los Indios (no más de ocho meses seguidos en las minas). En cualquier caso, no deberían ser considerados esclavos, si no trabajadores o criados a sueldo.
A este sistema de concesión se le conocía como “encomienda” (medieval). En tanto, Gonzalo Fernández de Córdoba volvió a derrotar a los franceses en Nápoles, hasta el punto de arrojarlos para siempre del sur de Italia y consolidando el territorio de la corona de Aragón, algo que fue posible solo a la nueva organización de los tercios, que durante siglo y medio dominarían el panorama militar europeo con lombardas y arcabuces… no obstante, una nota negativa en Italia, falleció Alejandro VI y tras el breve reinado de Pio III, ascendió el gran Julio II.
La reina comenzó a sentirse muy mal. Se trasladaron al monasterio de “La Mejorada”, en Medina del Campo y desde el 14-9-1504 ya no firmó ni los documentos oficiales de mayor trascendencia. Los médicos habían perdido la esperanza y es muy probable que aquello que padecía no fuera hidropesía sino cáncer. Ultimó que su misión en el nuevo mundo era la de enseñar la nueva religión a los nativos y firmó dos expediciones más, una dirigida por Juan de la Cosa y Juan de Ledesma a la costa septentrional de Sudamérica y otra para que Alonso de Hojeda se asentara en tierra firme, esta vez en la bahía colombiana de Urabá.
Los albaceas que disponía el testamento no sorprendieron a nadie, el rey Fernando, el cardenal Cisneros, Antonio de Fonseca, Juan Velázquez de Cuéllar, fray Diego Deza arzobispo de Sevilla y Juan López de Lazarraga.
Colón ya no la volvería a ver porque falleció el 26-11-1504. Fue enterrada en Granada. ¿El balance? Simplemente decir que nadie que recordase la España de 1474 podría reconocerla en aquella de 1504.
Ante la confusión que albergaba el testamento sobre el sucesor de Isabel para Castilla (Fernando, Cisneros, Felipe de Flandes…) se temió el regreso a la guerra civil. Los concejos quedaron paralizados y algunos nobles tomaron ciudades sobre las que no tenían derechos.
Juan Manuel fue el cortesano encargado de liderar los altercados en su mayoría. El duque de Alba y el conde de Tendilla se posicionaron firmemente del lado de Fernando, en tanto que los duques de Nájera y Medina-Sidonia, el conde de Benavente y el marqués de Villena lo hicieron a favor de Juana y Felipe. Las cortes de Toro de enero de 1505 leyeron el testamento y adjudicaron justamente el papel de administrador y gobernador del reino de Castilla a Fernando, quien se casó en 1506 con Germana de Foix (navarra y por tanto pieza clave en el engranaje que facilitaría su anexión a los territorios “católicos), al tiempo que la cosecha de trigo fue desastrosa.
Este matrimonio fue inesperado y desesperado por encontrar un heredero aragonés para Aragón, y que esta no cayese en manos extranjeras. De hecho, como herederos propietarios, Felipe y Juana ya habían anulado la Inquisición, algo matizado en la “Concordia de Salamanca”. Finalmente, Felipe, Juana y Fernando se reunieron en Remesal, frontera con Portugal. Allí, con Juana de intérprete, el rey de Aragón decidió dejar todo el poder a su yerno y, posteriormente, lo ratificó oficialmente en Villafáfila, pueblo de Zamora. Hasta llegar a Aragón, fue escoltado por lanceros del duque de Alba, servicio que el rey no olvidaría.
Así las cosas, Felipe fue jurado como “Felipe I de Castilla” en Valladolid y después fueron a Burgos, donde al poco tiempo, acaso envenenado, acaso por debilidad, enfermó y falleció en el monasterio de Miraflores. Antes, Fernando fue a Barcelona y partió a Nápoles, donde nunca había estado, para reestructurar la administración italiana,y quitarle poder a Gonzalo de Córdoba asi como dejar en su lugar a dos reggenti aragoneses que supervisasen el reino. El triste acontecimiento lo alcanzó cerca de Génova.
De nuevo hubo revueltas: Beatriz de Bobadilla tomó el alcázar de Segovia y el conde de Lemos sitió Ponferrada. Juana padeció lo que Pedro Mártir llamó “turbulencia mental”, y no es que estuviera loca clínicamente, pero la situación le hizo padecer grandes temores como mujer, porque posiblemente la encerrasen o la confinasen como a su abuela, Isabel de Portugal en Arévalo. Cayó en la apatía, la indecisión, el mutismo, el descuido de su persona y pasaba días sin comer.
El Consejo de Castilla nombró una regencia personal presidida por Cisneros y apoyado por Alba, el condestable Velasco y el duque del Infantado. En vistas de lo acontecimientos, y en un momento de lucidez, Juana anuló todas las leyes decretadas por su marido. Aunque Fernando recibió la petición de regresar para ejercer como gobernador, cedió todos sus poderes, temporalmente, a Cisneros, mientras él arreglaba la situación en Nápoles. En aquel momento le importaban más los asuntos mediterráneos que los atlánticos, tanto así que permaneció hasta mediados de 1507 en aquel lugar. En agosto regresó a España y, vista la incapacidad de Juana, se pidió a Fernando que rigiese, y así lo hizo, hasta la mayoría de edad del joven Carlos. Para lo que aquí nos interesa, Fernando revitalizó a los consejeros para asuntos de Indias en el Consejo de Castilla, Fonseca y Conchillos, que ya había salido de la cárcel.
A principios de 1508 se había restablecido la normalidad en Castilla. En mayo de 1505, muerta ya Isabel, Colón, junto a su hermano Bartolomeo, puso rumbo al norte desde Sevilla, a través de la vía de la Plata, a Valladolid, donde tarde o temprano estaría la corte. Fue recibido por el rey, pero este no le atendió debidamente.
Falleció en mayo de 1509 y fue enterrado en Valladolid, en 1509 se trasladó su cuerpo a Sevilla, luego a Santo Domingo, la Habana y, después, a Sevilla de nuevo… donde probablemente reposa. A pesar de sus recelos, Fernando se aseguró de escribir a Ovando para que no faltaran los ingresos correspondientes a los descendientes del Almirante, al fin y al cabo un cortesano siempre en alta mar.
Teniendo en cuenta que Ovando le negó a Colón el permiso de entrar en “La española”, y que el Almirante decidió, echar ancla junto a la costa, las diferentes tormentas que se sucedieron afectaron a las naves del Almirante y sus hermanos. Por otro lado, 20/30 naves de Antonio Torres, se hundieron en el primer viaje de regreso con riquezas en oro. Mal comenzaba el gobierno de Ovando.
No obstante, Ovando basculó la población de la zona oriental a la occidental, realizó los planos de la nueva ciudad, impuso un nuevo impuesto, que se sumaría a lo ya pagado desde 1498, llevó los delincuentes a la metrópoli, donde serían juzgados, mandó construir un fuerte en piedra… parece que se reafirmaba en su posición. Ahora bien, en las minas auríferas de la región del Cibao no siempre extrajeron todo el oro que tenían proyectado, a lo que hay que sumar la mortandad por humedad, trabajo forzado y sífilis.
La colonia se había organizado como un gran campo minero donde toda la población vivía prácticamente recluida, aunque la agricultura era rentable. Hombres de 1493 tomaron el mando de algunas explotaciones. Asimismo, Ovando tuvo muy malas relaciones con los indígenas y caciques, con los que compartía el 90% de la isla. La exploración de la Vega Real, al norte de La española tuvo graves consecuencias. A pesar de que el converso Juan Esquivel tenía la orden de concertar la paz con los indígenas, el cacique Cotubanamá se preparó para la guerra y en el oeste la reina Anacoana oponía gran resistencia a las nuevas medidas implantadas desde Santo Domingo. Después de algunas jornadas amistosas, reunidos en Santo Domingo, los hombres de Ovando prendieron fuego a la caseta donde los caciques estaban reunidos y ahorcó en la plaza pública a Anacoana. Así, el oeste de la isla pasó a estar bajo control español.
Aprovechando la coyuntura, Ovando mandó construir su propio palacio, la capilla de los Remedios, el palacio del Gobernador y el hospital de San Nicolás de Bari, así como tres fuertes. Esta actuación señaló el principio de una gran actuación constructora, pues de lo hecho por Colón no quedó nada material.
Colón capeó el temporal lo mejor que pudo en la bahía de Azúa, al oeste de Santo Domingo. Navegó cerca de Jamaica y después marchó a Cuba, hasta llegar a las islas de la bahía, frente a Honduras… más al oeste de cualquier lugar al que hubiera viajado antes. Tenía rotos navíos y velas y hacía días no había visto el sol, ni las estrellas. Esta vez el Almirante lo llegó a pasar bastante mal.
Llegaron a esa costa que Colón creyó que era la llamada por Marco Polo “Cochinchina” y que en la zona que nombraron “Yucatán” estaría de seguro el Ganges. Fueron los indios “payas” lo que le indicaron el camino a seguir hacia el sur. Estos eran bastante primitivos, pues cazaban con flechas de obsidiana, en ocasiones envenenadas, luchaban con arcos y flechas y criaban tortugas, piñas y mandioca. Se pintaban las mujeres de rojo, los hombres de negro, los líderes eran elegidos por los ancianos del poblado. Creían en dos deidades benevolentes, una del bien, otra del mal.
Lo más importante de este contacto fue la visión de una muy larga canoa hecha de una pieza. Descubrió que venían del Yucatán y que tenían vergüenza de andar desnudos, algo que no sucedía con los taínos, y estaba seguro que la cultura de estos era superior.
Colón decidió marchar al este y al sur, a la zona de Nicaragua y Panamá, donde ya habían estado Bastidas y Hojeda, en vez de al Yucatán, donde habría contactado con los muy civilizados y adelantados, pero decadentes, Mayas. Por diferentes productos indígenas que fue encontrando, penso alegremente que había llegado a Indochina y , por algunos rumores, suponía que más al sur había un estrecho que lo conduciría, vía Malasia, a la India.
Después llegó a Veragua y llamó a esa bahía “Portobelo”, importante enclave para el futuro del Imperio y última zona continental que pisaría el Almirante. Después puso rumbo a Jamaica y Cuba.
Sus naves estaban bastante destrozadas. Desde allí, Diego Méndez y Bartolometo Fieschi tuvieron que hacer 200 kilómetros en una canoa con seis indígenas para llegar a Santo Domingo, donde entregarían una misiva del Almirante para recibir rescate.
Tras decenas de peripecias y casualidades y tras sobreponerse a la resistencia de Ovando, en mayo de 1504 llegaron tres naves desde España a Santo Domingo, y Méndez compró una con suministros para enviarla a Jamaica, donde aguardaba Colón intentando sofocar una revuelta de hambre liderada por los De Porrás, en otro tiempo capitanes de la Santiago.
Robaron unas canoas y, guiados por la desesperación intentaron alcanzar La Española, pero ni siquiera fueron capaces de salir de Jamaica y tuvieron que regresar, esta vez a pie, hasta el sitio donde Colón aguardaba con sus naves maltrechas. Los indígenas se negaron a darle más alimento y tuvo que recurrir a ciertas cartas geográficas que le ayudaron a predecir un eclipse solar que habría en breve, lo que impresionó y atemorizó a los propios del lugar que, desde ese momento, lo alimentaron y vieron como buenas sus acciones.
En junio de 1504 llegaron dos barcos desde la Española gracias a la mediación de Diego Méndez. En cualquier caso, cruzar el estrecho de Barlovento fue peligroso. Ovando decidió, al final, alojar a Colón y sus hermanos en su casa durante varios días; pero también puso en libertad rápidamente a De Porrás. El hermano y el hijo de Colón, Bartolomé y Fernando pusieron rumbo a España. En el camino tuvieron muchos problemas, pero llegaron a San Lúcar de Barrameda, donde supieron que la reina estaba en su lecho de muerte en Medina del Campo.
En los dos años de ausencia del Almirante, los Reyes vieron en Nápoles su verdadero Imperio, y no hablaban de las Indias como tal, aunque la vieron como posesión de Castilla. El comercio aumentaba todos los años, hasta treinta barcos salían anualmente, desde Sevilla o desde Sanlúcar de Barrameda, con destino Santo Domingo o Puerto Plata. En tanto, Fernando hizo jurar a su hija Juana como heredera de Aragón.
Las cuentas administrativas descubrieron que había una fuga de oro español desde 1503. Esto se debía a que los italianos, sobre todo los genoveses, vendían más productos en España de los que exportaban. Motivados por este asunto, e inspirándose en el Consulat del mar y la Casa de Guiné en Lisboa, los Reyes proyectaron la construcción de una “Casa de India”, con funciones similares.
La Casa de contratación, en Sevilla, estaría dirigida por un factor, un tesorero y dos contables, encargados de inspeccionar los barcos para asegurarse de que no llevaban sobrecarga. Esos funcionarios estarían en contacto con sus homólogos en el Nuevo Mundo. El Memorandum de Pinelo, en 1503, dio el pistoletazo de salida a la institución. Poco tiempo después de su inauguración, Sevilla, y en concreto la Casa de Contratación pasó a ser magistratura, centro de información y oficina para el registro de barcos y capitanes; pero también podría, desde 1504, imponer multas, encarcelar a los malhechores, pedir fianzas e ignorar las exigencias de la ciudad de Sevilla. Se disputó la carrera de Indias con Cádiz, pero diferentes motivos le dieron la victoria a la ciudad del azahar.
Se decretó, también que cada poblado del Nuevo Mundo debía reunir a sus habitantes en familias bajo una vivienda, debían contar con un capellán, un hospital, todo ello bajo la autoridad de un encomendero español y se debía educar en la escritura, la lectura y la fe cristiana. La corona alentaba al mestizaje de matrimonios. Pagarían diezmos e impuestos, serían bautizados y no podrían vender sus propiedades a los cristianos.
Como en muchos asuntos, los Reyes fueron contradictorios debido a que, por un lado, Fonseca les aconsejó en el campo económico, pero Cisneros en el religioso, quien al contrario que en España, fue benévolo con los Indios del Nuevo Mundo. En cualquier caso, Isabel promulgó declaraciones contradictorias. Los indígenas serían bien tratados, siempre y cuando se mostrasen sumisos y aceptasen el cristianismo, así como la autoridad española. Pero, si resistían y luchaban, serían llamados caníbales y denunciados por comerse a sus prisioneros y, por tanto, esclavizados. También se estableció la regulación del trabajo de los Indios (no más de ocho meses seguidos en las minas). En cualquier caso, no deberían ser considerados esclavos, si no trabajadores o criados a sueldo.
A este sistema de concesión se le conocía como “encomienda” (medieval). En tanto, Gonzalo Fernández de Córdoba volvió a derrotar a los franceses en Nápoles, hasta el punto de arrojarlos para siempre del sur de Italia y consolidando el territorio de la corona de Aragón, algo que fue posible solo a la nueva organización de los tercios, que durante siglo y medio dominarían el panorama militar europeo con lombardas y arcabuces… no obstante, una nota negativa en Italia, falleció Alejandro VI y tras el breve reinado de Pio III, ascendió el gran Julio II.
La reina comenzó a sentirse muy mal. Se trasladaron al monasterio de “La Mejorada”, en Medina del Campo y desde el 14-9-1504 ya no firmó ni los documentos oficiales de mayor trascendencia. Los médicos habían perdido la esperanza y es muy probable que aquello que padecía no fuera hidropesía sino cáncer. Ultimó que su misión en el nuevo mundo era la de enseñar la nueva religión a los nativos y firmó dos expediciones más, una dirigida por Juan de la Cosa y Juan de Ledesma a la costa septentrional de Sudamérica y otra para que Alonso de Hojeda se asentara en tierra firme, esta vez en la bahía colombiana de Urabá.
Los albaceas que disponía el testamento no sorprendieron a nadie, el rey Fernando, el cardenal Cisneros, Antonio de Fonseca, Juan Velázquez de Cuéllar, fray Diego Deza arzobispo de Sevilla y Juan López de Lazarraga.
Colón ya no la volvería a ver porque falleció el 26-11-1504. Fue enterrada en Granada. ¿El balance? Simplemente decir que nadie que recordase la España de 1474 podría reconocerla en aquella de 1504.
Ante la confusión que albergaba el testamento sobre el sucesor de Isabel para Castilla (Fernando, Cisneros, Felipe de Flandes…) se temió el regreso a la guerra civil. Los concejos quedaron paralizados y algunos nobles tomaron ciudades sobre las que no tenían derechos.
Juan Manuel fue el cortesano encargado de liderar los altercados en su mayoría. El duque de Alba y el conde de Tendilla se posicionaron firmemente del lado de Fernando, en tanto que los duques de Nájera y Medina-Sidonia, el conde de Benavente y el marqués de Villena lo hicieron a favor de Juana y Felipe. Las cortes de Toro de enero de 1505 leyeron el testamento y adjudicaron justamente el papel de administrador y gobernador del reino de Castilla a Fernando, quien se casó en 1506 con Germana de Foix (navarra y por tanto pieza clave en el engranaje que facilitaría su anexión a los territorios “católicos), al tiempo que la cosecha de trigo fue desastrosa.
Este matrimonio fue inesperado y desesperado por encontrar un heredero aragonés para Aragón, y que esta no cayese en manos extranjeras. De hecho, como herederos propietarios, Felipe y Juana ya habían anulado la Inquisición, algo matizado en la “Concordia de Salamanca”. Finalmente, Felipe, Juana y Fernando se reunieron en Remesal, frontera con Portugal. Allí, con Juana de intérprete, el rey de Aragón decidió dejar todo el poder a su yerno y, posteriormente, lo ratificó oficialmente en Villafáfila, pueblo de Zamora. Hasta llegar a Aragón, fue escoltado por lanceros del duque de Alba, servicio que el rey no olvidaría.
Así las cosas, Felipe fue jurado como “Felipe I de Castilla” en Valladolid y después fueron a Burgos, donde al poco tiempo, acaso envenenado, acaso por debilidad, enfermó y falleció en el monasterio de Miraflores. Antes, Fernando fue a Barcelona y partió a Nápoles, donde nunca había estado, para reestructurar la administración italiana,y quitarle poder a Gonzalo de Córdoba asi como dejar en su lugar a dos reggenti aragoneses que supervisasen el reino. El triste acontecimiento lo alcanzó cerca de Génova.
De nuevo hubo revueltas: Beatriz de Bobadilla tomó el alcázar de Segovia y el conde de Lemos sitió Ponferrada. Juana padeció lo que Pedro Mártir llamó “turbulencia mental”, y no es que estuviera loca clínicamente, pero la situación le hizo padecer grandes temores como mujer, porque posiblemente la encerrasen o la confinasen como a su abuela, Isabel de Portugal en Arévalo. Cayó en la apatía, la indecisión, el mutismo, el descuido de su persona y pasaba días sin comer.
El Consejo de Castilla nombró una regencia personal presidida por Cisneros y apoyado por Alba, el condestable Velasco y el duque del Infantado. En vistas de lo acontecimientos, y en un momento de lucidez, Juana anuló todas las leyes decretadas por su marido. Aunque Fernando recibió la petición de regresar para ejercer como gobernador, cedió todos sus poderes, temporalmente, a Cisneros, mientras él arreglaba la situación en Nápoles. En aquel momento le importaban más los asuntos mediterráneos que los atlánticos, tanto así que permaneció hasta mediados de 1507 en aquel lugar. En agosto regresó a España y, vista la incapacidad de Juana, se pidió a Fernando que rigiese, y así lo hizo, hasta la mayoría de edad del joven Carlos. Para lo que aquí nos interesa, Fernando revitalizó a los consejeros para asuntos de Indias en el Consejo de Castilla, Fonseca y Conchillos, que ya había salido de la cárcel.
A principios de 1508 se había restablecido la normalidad en Castilla. En mayo de 1505, muerta ya Isabel, Colón, junto a su hermano Bartolomeo, puso rumbo al norte desde Sevilla, a través de la vía de la Plata, a Valladolid, donde tarde o temprano estaría la corte. Fue recibido por el rey, pero este no le atendió debidamente.
Falleció en mayo de 1509 y fue enterrado en Valladolid, en 1509 se trasladó su cuerpo a Sevilla, luego a Santo Domingo, la Habana y, después, a Sevilla de nuevo… donde probablemente reposa. A pesar de sus recelos, Fernando se aseguró de escribir a Ovando para que no faltaran los ingresos correspondientes a los descendientes del Almirante, al fin y al cabo un cortesano siempre en alta mar.
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