Los grandes monarcas, aquellos de los que la Historia se acuerda por sus gestas, suelen, por lo general, dejar las haciendas de sus reinos hechas un cromo. PasĆ³ con los grandes cĆ©sares de Roma, con los emperadores chinos y con los reyes de EspaƱa.
Los Imperios cuestan mucho dinero, que el conquistador suele tomar prestado; tambiĆ©n suele morir antes de saldar la deuda. Luis XIV, el Rey Sol, no fue una excepciĆ³n. A su muerte, en 1715, Francia era el reino mĆ”s poderoso del mundo, y francesas eran la lengua y la cultura que se enseƱoreaban de Europa.
Pero Luis Capeto, ¡ay!, no sabĆa de equilibrios presupuestarios, ni probablemente quiso saber jamĆ”s. Se anexionĆ³ el Artois, el Franco Condado, Alsacia, Lorena y el RosellĆ³n, mandĆ³ construir Versalles y encarnĆ³ como nadie antes el absolutismo monĆ”rquico. Pero no cayĆ³ en la cuenta de que todo eso costaba mucho mĆ”s de lo que, en vida, iba a ingresar. Al morir, el Rey, que era lo mismo que decir el Estado, debĆa 3.000 millones de libras, pero los ingresos anuales vĆa impuestos sĆ³lo ascendĆan a 145 millones. La hegemonĆa francesa se habĆa conseguido a crĆ©dito. Toda Francia estaba inundada de pagarĆ©s reales, llamados billets d’etat, cuya amortizaciĆ³n para los tenedores era mĆ”s que dudosa.
MuriĆ³ tan viejo que hubo de heredarle su bisnieto, un niƱo de cinco aƱos que con el tiempo serĆa Luis XV. Como los niƱos no pueden gobernar, Luis XIV fue previsor y designĆ³ como regente al duque Felipe de Orleans, que habĆa prestado buenos servicios a la Corona en el campo de batalla y en el de la polĆtica. Felipe sabĆa que era un interino y que lo suyo durarĆa lo que la infancia del jovencĆsimo Luis. Pero no ignoraba la envenenada herencia financiera del Rey Sol. RecurriĆ³ entonces a un aventurero escocĆ©s, antiguo amigo de francachelas, para que, dados sus conocimientos de economĆa, enderezase el rumbo del agotado tesoro galo.
Law era hijo de un banquero, y Ć©l mismo conocĆa bien los secretos del negocio. HabĆa tenido que salir pitando de Inglaterra por un duelo con muerte y le iban el juego, las mujeres y la vida galante. Hasta que el regente de Francia le llamĆ³, vagabundeaba por Europa viviendo de los naipes y los amigos, de palacio en palacio.
Law, que habĆa dedicado tiempo a estudiar el dinero, estaba convencido de que las crisis se producĆan cuando la masa monetaria no fluĆa a la velocidad adecuada; o cuando, como despuĆ©s de una guerra, no fluĆa en absoluto.
Ese fue el diagnĆ³stico que hizo de la alicaĆda economĆa francesa. Al estar la Corona y sus sĆŗbditos tan endeudados y faltos de metales preciosos, ni se acuƱaba ni se movĆa dinero. Eso provocaba la deflaciĆ³n y la anemia que tenĆan al paĆs entero paralizado. Law, aparte de doctor en finanzas, era tambiĆ©n cirujano en polĆtica. Se arrimĆ³ bien al duque y le persuadiĆ³ para que empezase a emitir moneda conforme a un sistema financiero que habĆa teorizado previamente. La moneda serĆa de papel, y la emitirĆa no la Corona sino un instrumento novedoso que Ć©l se traĆa de sus andanzas por Inglaterra y Holanda: un banco, el Banco General.
En mayo de 1716, el Banque GĆ©nĆ©rale recibiĆ³ del Regente el privilegio de imprimir moneda.
TenĆa un capital de seis millones de libras, dividido en 12.000 acciones, que podĆan ser suscritas en billets d’estat y, sĆ³lo una pequeƱa parte, en metĆ”lico. Entonces se produjo el milagro: en apenas unos dĆas los papeles de Law, respaldados por el mismo Estado, valĆan mĆ”s que las monedas corrientes. Todos querĆan participar de esta nueva versiĆ³n del milagro de los panes y los peces, que el escocĆ©s hacĆa como por arte de magia. La nobleza, especialmente la femenina, se disputaba su compaƱĆa y el Regente, sĆ³lo un aƱo antes ahogado por los intereses de la deuda, celebraba por todo lo alto su repentina prosperidad.
El problema es que el dinero de Law carecĆa de verdadero respaldo y no valĆa lo que los franceses estaban pagando por Ć©l, asĆ que, antes de que se desinflase la burbuja, el banquero solicitĆ³ del Regente un nuevo privilegio: el comercio ultramarino con la colonia de Luisiana. NaciĆ³ asĆ la Compagnie d'Occident, que disfrutarĆa del monopolio sobre todas las inexploradas posesiones francesas en el golfo de MĆ©xico y la cuenca del MisisipĆ.
Esta sociedad mercantil (y mercantilista) vendrĆa a respaldar los inflados billetes que emitĆa sin tregua el Banco General.
Como esperaba encontrarse allĆ todo tipo de riquezas, el valor de ese dinero de papel era mĆ”s que seguro, era el negocio del siglo. Para participar de la Compagnie d’Occident sĆ³lo habĆa que comprar acciones con los billets d’Estat tomados por su nominal, es decir, por el importe del prĆ©stamo a la Corona en tiempos de Luis XIV. Una ganga al alcance de cualquier acreedor de la Corona, que eran muchos.
ParĆs hervĆa de actividad. Las acciones de Law bailaban de mano en mano a un precio cada vez mĆ”s alto. Se hacĆa incluso, como en las bolsas actuales, day trading, el papel se compraba por la maƱana en un mercado y se soltaba por la tarde en una taberna, dejando la improvisada operaciĆ³n un generoso margen.
El conglomerado del Banco y la CompaƱĆa, ademĆ”s, gozaba del favor polĆtico. Pronto adjudicaron a Law el monopolio del tabaco y de la acuƱaciĆ³n de metales preciosos. Francia era de su propiedad.
Todo funcionaba a la perfecciĆ³n. John Law se hizo tremendamente rico y Felipe de Orleans, tremendamente popular. El dinero corrĆa de tal manera que, en plena euforia, el Regente pidiĆ³ a Law que le gestionase la compra del mayor diamante del mundo, adquirido en la India por Thomas Pitt, un comerciante inglĆ©s que deseaba desprenderse de Ć©l. Felipe, encaprichado con la gema de 140 kilates, desembolsĆ³ 135.000 libras. Una minucia en comparaciĆ³n con la cantidad de dinero que se estaba haciendo en Francia por aquellos aƱos. El diamante, denominado Le RĆ©gent, ha hecho honor a su naturaleza eterna y permanece hoy, casi 300 aƱos mĆ”s tarde, expuesto en una vitrina del museo del Louvre como testigo mudo de una Ć©poca de despilfarro como Europa no recuerda.
Meses despuĆ©s de la compra del diamante, en 1718, el Banco General pasĆ³ a llamarse Banco Real.
Un aƱo despuĆ©s, la CompaƱĆa de Occidente absorbiĆ³ a las otras dos sociedades mercantiles privilegiadas por la Corona, la CompaƱĆa de las Indias Orientales y la CompaƱĆa de China, formando la CompaƱĆa Perpetua de las Indias. Las acciones de Ć©sta pasaron a convertirse en dinero en sĆ mismo. Law siguiĆ³ emitiendo a placer, y el Regente, que creĆa haber dado con El Dorado monetario, encargĆ³ tambiĆ©n una nueva y disparatada emisiĆ³n de papel moneda: mil millones de libras de un golpe en billetes, que pronto pasaron a circular en un mercado ahĆto de papel moneda.
En Francia el dinero no corrĆa, volaba. Algunos desconfiaban, pero la Luisiana seguĆa ahĆ. Pero de la Luisiana no llegaba nada lo suficientemente valioso que pudiese respaldar todo el papel emitido en los aƱos anteriores. Entonces, sin que nadie lo hubiese previsto, la burbuja estallĆ³. Y no la hizo estallar el hecho de que toda Francia se encontraba encaramada en una pirĆ”mide de papel y falsas expectativas, o la quiebra tĆ©cnica de la CompaƱĆa de las Indias, sino un simple decreto del Regente.
Law, que habĆa dedicado tiempo a estudiar el dinero, estaba convencido de que las crisis se producĆan cuando la masa monetaria no fluĆa a la velocidad adecuada; o cuando, como despuĆ©s de una guerra, no fluĆa en absoluto.
Ese fue el diagnĆ³stico que hizo de la alicaĆda economĆa francesa. Al estar la Corona y sus sĆŗbditos tan endeudados y faltos de metales preciosos, ni se acuƱaba ni se movĆa dinero. Eso provocaba la deflaciĆ³n y la anemia que tenĆan al paĆs entero paralizado. Law, aparte de doctor en finanzas, era tambiĆ©n cirujano en polĆtica. Se arrimĆ³ bien al duque y le persuadiĆ³ para que empezase a emitir moneda conforme a un sistema financiero que habĆa teorizado previamente. La moneda serĆa de papel, y la emitirĆa no la Corona sino un instrumento novedoso que Ć©l se traĆa de sus andanzas por Inglaterra y Holanda: un banco, el Banco General.
En mayo de 1716, el Banque GĆ©nĆ©rale recibiĆ³ del Regente el privilegio de imprimir moneda.
TenĆa un capital de seis millones de libras, dividido en 12.000 acciones, que podĆan ser suscritas en billets d’estat y, sĆ³lo una pequeƱa parte, en metĆ”lico. Entonces se produjo el milagro: en apenas unos dĆas los papeles de Law, respaldados por el mismo Estado, valĆan mĆ”s que las monedas corrientes. Todos querĆan participar de esta nueva versiĆ³n del milagro de los panes y los peces, que el escocĆ©s hacĆa como por arte de magia. La nobleza, especialmente la femenina, se disputaba su compaƱĆa y el Regente, sĆ³lo un aƱo antes ahogado por los intereses de la deuda, celebraba por todo lo alto su repentina prosperidad.
El problema es que el dinero de Law carecĆa de verdadero respaldo y no valĆa lo que los franceses estaban pagando por Ć©l, asĆ que, antes de que se desinflase la burbuja, el banquero solicitĆ³ del Regente un nuevo privilegio: el comercio ultramarino con la colonia de Luisiana. NaciĆ³ asĆ la Compagnie d'Occident, que disfrutarĆa del monopolio sobre todas las inexploradas posesiones francesas en el golfo de MĆ©xico y la cuenca del MisisipĆ.
Esta sociedad mercantil (y mercantilista) vendrĆa a respaldar los inflados billetes que emitĆa sin tregua el Banco General.
Como esperaba encontrarse allĆ todo tipo de riquezas, el valor de ese dinero de papel era mĆ”s que seguro, era el negocio del siglo. Para participar de la Compagnie d’Occident sĆ³lo habĆa que comprar acciones con los billets d’Estat tomados por su nominal, es decir, por el importe del prĆ©stamo a la Corona en tiempos de Luis XIV. Una ganga al alcance de cualquier acreedor de la Corona, que eran muchos.
ParĆs hervĆa de actividad. Las acciones de Law bailaban de mano en mano a un precio cada vez mĆ”s alto. Se hacĆa incluso, como en las bolsas actuales, day trading, el papel se compraba por la maƱana en un mercado y se soltaba por la tarde en una taberna, dejando la improvisada operaciĆ³n un generoso margen.
El conglomerado del Banco y la CompaƱĆa, ademĆ”s, gozaba del favor polĆtico. Pronto adjudicaron a Law el monopolio del tabaco y de la acuƱaciĆ³n de metales preciosos. Francia era de su propiedad.
Todo funcionaba a la perfecciĆ³n. John Law se hizo tremendamente rico y Felipe de Orleans, tremendamente popular. El dinero corrĆa de tal manera que, en plena euforia, el Regente pidiĆ³ a Law que le gestionase la compra del mayor diamante del mundo, adquirido en la India por Thomas Pitt, un comerciante inglĆ©s que deseaba desprenderse de Ć©l. Felipe, encaprichado con la gema de 140 kilates, desembolsĆ³ 135.000 libras. Una minucia en comparaciĆ³n con la cantidad de dinero que se estaba haciendo en Francia por aquellos aƱos. El diamante, denominado Le RĆ©gent, ha hecho honor a su naturaleza eterna y permanece hoy, casi 300 aƱos mĆ”s tarde, expuesto en una vitrina del museo del Louvre como testigo mudo de una Ć©poca de despilfarro como Europa no recuerda.
Meses despuĆ©s de la compra del diamante, en 1718, el Banco General pasĆ³ a llamarse Banco Real.
Un aƱo despuĆ©s, la CompaƱĆa de Occidente absorbiĆ³ a las otras dos sociedades mercantiles privilegiadas por la Corona, la CompaƱĆa de las Indias Orientales y la CompaƱĆa de China, formando la CompaƱĆa Perpetua de las Indias. Las acciones de Ć©sta pasaron a convertirse en dinero en sĆ mismo. Law siguiĆ³ emitiendo a placer, y el Regente, que creĆa haber dado con El Dorado monetario, encargĆ³ tambiĆ©n una nueva y disparatada emisiĆ³n de papel moneda: mil millones de libras de un golpe en billetes, que pronto pasaron a circular en un mercado ahĆto de papel moneda.
En Francia el dinero no corrĆa, volaba. Algunos desconfiaban, pero la Luisiana seguĆa ahĆ. Pero de la Luisiana no llegaba nada lo suficientemente valioso que pudiese respaldar todo el papel emitido en los aƱos anteriores. Entonces, sin que nadie lo hubiese previsto, la burbuja estallĆ³. Y no la hizo estallar el hecho de que toda Francia se encontraba encaramada en una pirĆ”mide de papel y falsas expectativas, o la quiebra tĆ©cnica de la CompaƱĆa de las Indias, sino un simple decreto del Regente.
A principios de 1720, Felipe de Orleans prohibiĆ³ tener joyas y mĆ”s de 500 libras en metĆ”lico dentro de casa.
Si el Gobierno prohibĆa el oro y las joyas, el mensaje que lanzaba era que precisamente el oro y las joyas era lo que valĆa. El imperio de Law, que le habĆa llevado un lustro levantar, se derrumbĆ³ en dos meses. El papel moneda y las acciones, que sĆ³lo unos dĆas antes todos querĆan tener, eran abiertamente repudiados. Pero era el Estado y no John Law, nombrado el aƱo anterior controlador general de Finanzas, el que debĆa responder de la estafa. Para calmar los Ć”nimos, Felipe anunciĆ³ que se habĆan encontrado minas de oro en AmĆ©rica, e hizo desfilar por ParĆs a 6.000 vagabundos vestidos como mineros.
La estrategema funcionĆ³ a medias. Felipe colocĆ³ algunas acciones de la CompaƱĆa de las Indias y siguiĆ³ imprimiendo billetes como un pirado. Pero el sistema estaba herido de muerte. El Regente, que no querĆa sucumbir junto a su ahijado financiero, cargĆ³ las culpas sobre Ć©ste. Los inversores se dirigieron al Banco Real a reclamar el reintegro de las acciones, pero no habĆa nada que reintegrar, asĆ que, tras varios tumultos, Francia volviĆ³ a la ruina en la que le habĆa dejado Luis XIV; acrecentada, claro, por los excesos de su sucesor.
Tras la traumĆ”tica experiencia, las palabras banco y billete fueron proscritas en Francia durante dos generaciones; hasta que llegĆ³ el disparate revolucionario de los Asignados.
John Law, por su parte, desapareciĆ³ del mapa con un permiso expedido por el Regente. Lo hizo en secreto y no regresĆ³ jamĆ”s al HexĆ”gono. MalviviĆ³ de los naipes durante unos cuantos aƱos por las cortes europeas, y muriĆ³ de neumonĆa, solo, pobre y obcecado con sus teorĆas monetarias, en Venecia el dĆa en que empezaba la primavera de 1729.
Si el Gobierno prohibĆa el oro y las joyas, el mensaje que lanzaba era que precisamente el oro y las joyas era lo que valĆa. El imperio de Law, que le habĆa llevado un lustro levantar, se derrumbĆ³ en dos meses. El papel moneda y las acciones, que sĆ³lo unos dĆas antes todos querĆan tener, eran abiertamente repudiados. Pero era el Estado y no John Law, nombrado el aƱo anterior controlador general de Finanzas, el que debĆa responder de la estafa. Para calmar los Ć”nimos, Felipe anunciĆ³ que se habĆan encontrado minas de oro en AmĆ©rica, e hizo desfilar por ParĆs a 6.000 vagabundos vestidos como mineros.
La estrategema funcionĆ³ a medias. Felipe colocĆ³ algunas acciones de la CompaƱĆa de las Indias y siguiĆ³ imprimiendo billetes como un pirado. Pero el sistema estaba herido de muerte. El Regente, que no querĆa sucumbir junto a su ahijado financiero, cargĆ³ las culpas sobre Ć©ste. Los inversores se dirigieron al Banco Real a reclamar el reintegro de las acciones, pero no habĆa nada que reintegrar, asĆ que, tras varios tumultos, Francia volviĆ³ a la ruina en la que le habĆa dejado Luis XIV; acrecentada, claro, por los excesos de su sucesor.
Tras la traumĆ”tica experiencia, las palabras banco y billete fueron proscritas en Francia durante dos generaciones; hasta que llegĆ³ el disparate revolucionario de los Asignados.
John Law, por su parte, desapareciĆ³ del mapa con un permiso expedido por el Regente. Lo hizo en secreto y no regresĆ³ jamĆ”s al HexĆ”gono. MalviviĆ³ de los naipes durante unos cuantos aƱos por las cortes europeas, y muriĆ³ de neumonĆa, solo, pobre y obcecado con sus teorĆas monetarias, en Venecia el dĆa en que empezaba la primavera de 1729.
Una muestra clara de lo que es la juerga econĆ³mica capitalista. Para que luego digan que es un nauseabundo invento de los estadounidenses.
ResponderEliminarSeamos sinceros, la codicia lleva ahĆ desde que el mundo es mundo y seguirĆ” regalĆ”ndonos crisis econĆ³micas hasta que el mundo deje de serlo.
Un saludazo.