Para el Ejército americano fue una nueva guerra, mucho peor que la que conocían. Los yanquis no sabían lo que era correr ante el enemigo o que les hicieran miles de prisioneros. O tener 81.000 bajas en una sola batalla, su récord de pérdidas en la Guerra Mundial O sufrir realmente hasta más allá de los límites humanos. “Todavía me despierto por las noches y siento el frío insoportable de las Árdenas”, decía medio siglo después un veterano norteamericano.
Desde que el Ejército de Eisenhower desembarcara en África del Norte en 1943 siempre habían sido los alemanes los derrotados, los que se retiraban o eran capturados. Por supuesto que era difícil batirlos. La batalla de Normandía había sido muy dura, pero la superioridad aliada se había impuesto contundentemente. París había caído sin lucha y casi habían llegado a las fronteras de Alemania sin darse cuenta. Se hablaba de volver a casa por Navidad.
La Wehrmacht, sin embargo, aun malherida, era un enemigo peligroso. En los tres meses siguientes al desembarco de Normandía había perdido más de un millón de soldados, pero le quedaban nueve. Los ingleses, que avanzaban por el Norte, ya lo habían comprobado. La Operación Market-Garden, con la que Montgomery había querido cruzar el Rhin en septiembre para terminar la guerra antes de fin de año, había sido un fracaso.
Hitler en persona había decidido, también en septiembre, un gran contraataque que respondía a una estrategia política, no militar. El Führer creía que la opinión pública anglosajona, harta de guerra, esperaba la vuelta a casa de sus soldados para la Navidad del 44, lo que era cierto. Y que si el Ejército alemán lograba una espectacular victoria la opinión presionaría a los gobiernos de Londres y Washington para que llegaran a un acuerdo con Alemania, lo que era mentira. En su particular visión de la realidad, Hitler se contó el cuento de la lechera; ya se veía concentrando en 1945 sus fuerzas contra los soviéticos, con el apoyo aliado. ¿No eran todos enemigos del comunismo?
El Estado Mayor trazó un plan. Un ataque por sorpresa a través de Bélgica para llegar en una semana al mar por Amberes, cortar en dos a los aliados y aislar a los ingleses sin suministros. El ataque sería precisamente por donde los aliados pensaban que no podía haber combates, las Árdenas. Nombre clave: Wacht am Rhein (Guardia en el Rhin).
Lo curioso es que tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial los alemanes ya habían sorprendido al enemigo empezando el ataque por las Árdenas. No hay dos sin tres... Von Rundstedt, jefe del frente occidental, pensó que tenían que darse demasiadas circunstancias a favor para que un plan tan arriesgado tuviera éxito. No sólo era imprescindible la sorpresa total, sino la alianza del mal tiempo que impidiera volar a la aviación aliada hasta que los alemanes alcanzaran Amberes. Cualquier retraso llevaría al fracaso.
Hitler contaba, en cambio, con un entusiasta general de las SS, Sepp Dietrich, cuyas unidades de élite llevarían el peso de la ofensiva. Ese protagonismo de las SS sería nefasto, porque los fanáticos nazis no respetaban las reglas de la guerra como los militares. Fusilarían a prisioneros americanos, lo que también sería una novedad para los yanquis. Iban a enterarse de quiénes eran los nazis.
El 16 de diciembre, con un cielo cubierto que impedía los vuelos aliados, 18 divisiones panzer y 12 de infantería atacaron por la Árdenas, sorprendiendo totalmente al mando aliado. Al principio todo fue bien para Dietrich. Rompió el débil frente americano, hizo 17.000 prisioneros y avanzó rápidamente, sin rastro de aviones enemigos.
Pero los alemanes se toparon con lo inesperado, la División 101, de relax en la zona. Los paracaidistas se atrincheraron en un pueblo llamado Bastogne, apretaron los dientes y, cercados y sin suministros, aguantaron tanto el brutal ataque alemán como el invierno más frío de los últimos 25 años.
Como se temía Von Rundstedt, los planes nunca salen tal y como se proyectan. Wacht am Rhein se atascó en Bastogne, el cielo se despejó y la aviación americana se impuso. Patton tuvo tiempo de venir a cerrar la brecha y para el día de Navidad los alemanes pasaron a la defensiva. En enero todo estaba acabado.
Los alemanes emplearon en Wacht am Rhein medio millón de hombres y perdieron 100.000. Los americanos 600.000 soldados, la mayor batalla de su historia, y sufrieron 81.000 bajas. Fue el último coletazo del Ejército alemán y la peor Navidad del Ejército americano.
En la “Operación Market-Garden”, la fracasada ofensiva inglesa de septiembre, hubo una representación menor americana, las divisiones paracaidistas 82 y 101. Esos yanquis sí se habían enterado de lo que era la “Wehrmacht”, aunque constituían una pequeña excepción dentro de su Ejército. Precisamente por el vapuleo recibido en “Market- Garden”, los paracaidistas fueron enviados a relajarse a una zona tranquila, un lugar donde el mando aliado pensaba que las condiciones del terreno impedían los combates: la boscosa región fronteriza de Bélgica y Alemania conocida como las Árdenas.
Desde que el Ejército de Eisenhower desembarcara en África del Norte en 1943 siempre habían sido los alemanes los derrotados, los que se retiraban o eran capturados. Por supuesto que era difícil batirlos. La batalla de Normandía había sido muy dura, pero la superioridad aliada se había impuesto contundentemente. París había caído sin lucha y casi habían llegado a las fronteras de Alemania sin darse cuenta. Se hablaba de volver a casa por Navidad.
La Wehrmacht, sin embargo, aun malherida, era un enemigo peligroso. En los tres meses siguientes al desembarco de Normandía había perdido más de un millón de soldados, pero le quedaban nueve. Los ingleses, que avanzaban por el Norte, ya lo habían comprobado. La Operación Market-Garden, con la que Montgomery había querido cruzar el Rhin en septiembre para terminar la guerra antes de fin de año, había sido un fracaso.
Hitler en persona había decidido, también en septiembre, un gran contraataque que respondía a una estrategia política, no militar. El Führer creía que la opinión pública anglosajona, harta de guerra, esperaba la vuelta a casa de sus soldados para la Navidad del 44, lo que era cierto. Y que si el Ejército alemán lograba una espectacular victoria la opinión presionaría a los gobiernos de Londres y Washington para que llegaran a un acuerdo con Alemania, lo que era mentira. En su particular visión de la realidad, Hitler se contó el cuento de la lechera; ya se veía concentrando en 1945 sus fuerzas contra los soviéticos, con el apoyo aliado. ¿No eran todos enemigos del comunismo?
El Estado Mayor trazó un plan. Un ataque por sorpresa a través de Bélgica para llegar en una semana al mar por Amberes, cortar en dos a los aliados y aislar a los ingleses sin suministros. El ataque sería precisamente por donde los aliados pensaban que no podía haber combates, las Árdenas. Nombre clave: Wacht am Rhein (Guardia en el Rhin).
Lo curioso es que tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial los alemanes ya habían sorprendido al enemigo empezando el ataque por las Árdenas. No hay dos sin tres... Von Rundstedt, jefe del frente occidental, pensó que tenían que darse demasiadas circunstancias a favor para que un plan tan arriesgado tuviera éxito. No sólo era imprescindible la sorpresa total, sino la alianza del mal tiempo que impidiera volar a la aviación aliada hasta que los alemanes alcanzaran Amberes. Cualquier retraso llevaría al fracaso.
Hitler contaba, en cambio, con un entusiasta general de las SS, Sepp Dietrich, cuyas unidades de élite llevarían el peso de la ofensiva. Ese protagonismo de las SS sería nefasto, porque los fanáticos nazis no respetaban las reglas de la guerra como los militares. Fusilarían a prisioneros americanos, lo que también sería una novedad para los yanquis. Iban a enterarse de quiénes eran los nazis.
El 16 de diciembre, con un cielo cubierto que impedía los vuelos aliados, 18 divisiones panzer y 12 de infantería atacaron por la Árdenas, sorprendiendo totalmente al mando aliado. Al principio todo fue bien para Dietrich. Rompió el débil frente americano, hizo 17.000 prisioneros y avanzó rápidamente, sin rastro de aviones enemigos.
Pero los alemanes se toparon con lo inesperado, la División 101, de relax en la zona. Los paracaidistas se atrincheraron en un pueblo llamado Bastogne, apretaron los dientes y, cercados y sin suministros, aguantaron tanto el brutal ataque alemán como el invierno más frío de los últimos 25 años.
Como se temía Von Rundstedt, los planes nunca salen tal y como se proyectan. Wacht am Rhein se atascó en Bastogne, el cielo se despejó y la aviación americana se impuso. Patton tuvo tiempo de venir a cerrar la brecha y para el día de Navidad los alemanes pasaron a la defensiva. En enero todo estaba acabado.
Los alemanes emplearon en Wacht am Rhein medio millón de hombres y perdieron 100.000. Los americanos 600.000 soldados, la mayor batalla de su historia, y sufrieron 81.000 bajas. Fue el último coletazo del Ejército alemán y la peor Navidad del Ejército americano.
En la “Operación Market-Garden”, la fracasada ofensiva inglesa de septiembre, hubo una representación menor americana, las divisiones paracaidistas 82 y 101. Esos yanquis sí se habían enterado de lo que era la “Wehrmacht”, aunque constituían una pequeña excepción dentro de su Ejército. Precisamente por el vapuleo recibido en “Market- Garden”, los paracaidistas fueron enviados a relajarse a una zona tranquila, un lugar donde el mando aliado pensaba que las condiciones del terreno impedían los combates: la boscosa región fronteriza de Bélgica y Alemania conocida como las Árdenas.
autor luis reyes
Muy clara y fácil de entender un episodio que sorprendió a todo el mundo en ese momento, excepto, por supuesto, a los militares alemanes que lo prepararon.
ResponderEliminarMis felicitaciones.