.395 : Atila, Padre unificador de los Hunos

Son seres imberbes, musculosos, salvajes, extraordinariamente resistentes alfrío, al hambre y a la sed, desfigurados por los ritos de deformación craneana y de circuncisión que practicaban, e ignorantes del fuego, de la cocina y de la vivienda.


Texto del historiador romano Amiano Marcelino, donde se observa la visión deformada que se tenía de los hunos.

Demonios contra la cristiandad
Corría el año 376 d.C. cuando los romanos, en un ya fracturado imperio, comenzaron a recibir las primeras noticias de unos seres terribles que, al parecer, habían surgido de la nada, empujando a las tribus bárbaras de Oriente y obligándolas a fuertes migraciones, propagando mensajes desoladores sobre su apariencia y comportamiento. Fue así como aquellos demonios irrumpieron en la geografía Europea. Habían llegado los hunos.

El origen del pueblo huno es incierto, pero muchos datos recogidos a lo largo de los siglos, nos hacen pensar que los hunos aparecieron en algún punto de las extensas llanuras del Asia central, desde donde iniciaron su expansión posiblemente al ser rechazados por los chinos bien parapetados detrás de su magnífica gran muralla.

Pronto arrasaron grandes zonas de Asia subdividiendo su poder en varios grupos, asentándose unos en los territorios conquistados, y nomadeando el resto buscando nuevas latitudes para continuar la rapiña.

Aquellas hordas invencibles hicieron del mar de Azov su cuartel general, y desde el sur de Rusia se lanzaron a la conquista del Occidente Europeo.

Desde que los hunos extendieron su amenaza en el siglo IV hacia los territorios de Oriente y de Occidente fueron objeto de descripción por numerosos historiadores griegos y romanos. Pero fue sin duda alguna Jordanes el autor que más se documentó sobre ellos al manejar escritos provenientes de aquellos que les trataron como Olimpodoro o Priscus. Éste último viajó por los territorios hunos en el 449, siendo muy útiles las descripciones que pudo hacer sobre las costumbres y forma de vida de las tribus hunicas. Al perderse los escritos originales de los primeros, Jordanes se convierte en una referencia obligada a la hora de contar la historia de aquellos guerreros.

Finalizando el siglo IV, nos encontramos con lo que de los hunos nos dice el historiador Amiano Marcelino: "Son seres, imberbes, musculosos, salvajes, extraordinariamente resistentes alfrío, al hambre y a la sed, desfIgurados por los ritos de deformación craneana y de circuncisión que practicaban, e ignorantes delfuego, de la cocina y de la vivienda". 

Como veremos después, estas palabras escritas por el historiador romano no reflejaban la auténtica realidad. Por cierto, cuando se decía esto nacía en la Panonia (Rumanía), un tal Etil, corría el año 395 d.C., y nuestros protagonistas estaban alcanzando el punto álgido de su expansión y gloria.

La potencia dominante de la época no se podía imaginar la tormenta de hierro y fuego que se estaba preparando en algún lugar del Este europeo. El infierno había pactado el juicio final con Atila.

Tras la invasión de Europa, los hunos se volvieron a dividir, creándose dos grandes tribus, la de los blancos asentados en el Cáucaso y la de los negros que se expandió por el Danubio haciendo de la Panonia su base de operaciones. La separación no les hizo olvidar costumbres y rituales que mantuvieron perennes, hasta la reunificación promovida por Atila. Lo cierto es que su presencia aterrorizó a los romanos de Oriente y Occidente, que temerosos inventaron un buen número de leyendas oscuras sobre el origen de los hunos, llegando a recurrir a la demonología cristiana para afirmar que, los hunos descendían de ángeles caídos y brujas. El asunto llegó a tal extremo que acuñaron monedas donde se podía ver a los hunos representados en forma de serpiente demoniaca con cabeza humana.

Eran, en consecuencia, los auténticos ogros de su época. Supongo que los propios hunos escuchaban complacidos estas narraciones que sin pretenderlo, se habían transformado en una aterradora propaganda previa a sus devastadores asaltos a ciudades y pueblos.

Zósimo los describió como una tribu bárbara de guerreros que vivían, comían, luchaban, pactaban, y prácticamente dormían a caballo. Y es que no se podía concebir la vida del guerrero huno sin su equino. En él pasaba buena parte de la jornada. Cuando los hunos iniciaban una campaña, eran capaces de marchar más de cien kilómetros al día siempre a lomos de su animal, eso quiere decir que no disponían de mucho tiempo para cocinar. Era frecuente que situaran bajo la montura varios trozos de carne cruda que iba macerando a lo largo de los días. Cuando estaba a punto, se convertía en un bocado exquisito para los jinetes. También había tiempo para preparar platos más elaborados, uno de sus favoritos consistía en guisar un enorme trozo de carne de oso. Cuando ésta estaba al gusto del cocinero, le añadía varias setas silvestres y posteriormente todo era regado con leche agria. El resultado era excelente, para ellos, claro.

En la vestimenta los hunos no eran exigentes, gustaban de las pieles de rata. Se puede decir que era su indumentaria favorita. Unían varias de estas pieles para proteger su cuerpo, y su amor por ellas era tal que roedor y huno llegaban a ser una misma cosa.

Tampoco eran muy aficionados al agua en ninguno de los usos que nosotros solemos hacer de ella, lo cierto es que muchas veces no se ha sabido si los pueblos asediados por los hunos, huían por el ardor combativo de estos, o por el hedor que desprendía aquella horda.

Como hemos podido ver a grandes rasgos, las historias negras rodeaban a los hunos a finales del siglo IV d.C. Todo esto cambiaría significativamente con la llegada del personaje más importante surgido de aquellas tribus bárbaras llegadas de Oriente, su nombre era Atila.

El Imperio huno
El imperio huno se extendía desde las estepas
de Asia Central hasta la actual Alemania, y
desde el Danubio hasta el Báltico,
con su sede en la actual Hungría


La historia de las tribus hunicas, como así gustaban llamarse, está llena de personajes que evocan aventuras, conquistas y batallas con algunos nombres dignos de mención, tal es el caso de Uldis, uno de los primeros reyes hunos de los que se tiene constancia; Balamir, vencedor de los alanos, que tras derrotarles consiguió unirles a su causa, y por supuesto, el gran jefe Turda, líder de los negros, la tribu más numerosa de los hunos, Turda generó una descendencia que daría muchos quebraderos de cabeza a los imperios de Oriente y Occidente, fue padre de cuatro hijos legítimos (en aquella época las niñas y los bastardos apenas contaban): Oktar, Ebarso, Rugila y Mundzuk, que a su vez era padre de Bleda y Etil.

A la muerte de Turda, sus hijos asumieron el mando, siendo Ebarso el encargado de reinar sobre las tribus del Cáucaso, quedando los otros tres para gobernar conjuntamente las tribus asentadas en el valle del Danubio.

Etil, o Atila como más tarde le llamaría su pueblo, nace en el 395 d.C. Su año de nacimiento coincide con dos hechos que conviene significar, uno de ellos es la segunda y definitiva ruptura del Imperio romano en dos, Oriente y Occidente, hecho acontecido el 17 de enero. Ese mismo invierno los hunos inician una de sus campañas más provechosas, que llenaría sus graneros y sus noches de relatos en torno a las hogueras de la tribu. Fue la campaña donde arrasaron Tracia, Dalmacia y Armenia, consiguiendo un gran botín y numerosos prisioneros. Las historias de estas incursiones fueron las primeras que escuchó Atila en boca de sus mayores, y esto al parecer, le estimuló bastante.

En el 401, Atila, con 6 años, y su hermano Bleda, con 10, quedaron huérfanos tras la muerte de su padre Mundzuk, siendo desde entonces acogidos bajo la tutela de Rugila, que se convertiría pocos años más tarde en el nuevo rey de los hunos danubíanos. Éste sometió a una enorme presión y hostigamiento a los romanos de Oriente, hasta conseguir tributos consistentes en el equivalente al sueldo de un general romano, unas 300 libras de oro. Fue tal su fuerza y crueldad que, a su muerte en el 435, todas las iglesias de Constantinopla hicieron tañer sus campanas para alegría de los feligreses que escuchaban la buena nueva en boca de los sacerdotes que exclamaban: "Rugila ha muerto, y ese demonio murió fulminado por un rayo enviado por Dios".

Es logico sospechar que nuestros amigos bárbaros condicionaron en demasía la vida del ciudadano romano que, por otra parte, ya empezaba a presagiar el fin del mundo conocido por él. Roma finalizaba su periodo influyente y Atila estaba dispuesto a dar un gran empujón para que todo se terminara antes, evitándoles así más sufrimientos innecesarios.

Son muchos los tópicos erróneos que la leyenda negra se encargó de elaborar sobre la figura de Atila. Por ejemplo, uno de los más extendidos afirmaba de forma tajante que el rey de los hunos era un ser cruel, despiadado y muy inculto. Las dos primeras acusaciones las aceptamos. Sus contemporáneos e investigadores posteriores coinciden en ello, pero por otra parte, no podemos olvidar que cualquier líder del siglo V que pretendiera seguir siéndolo, debería mostrar fortaleza. Sobre la última afirmación algo hemos de decir para mayor justicia hacia el personaje. Si revisamos en profundidad la historia real, pronto veremos cómo esas aseveraciones se encontraban algo distantes de lo que en verdad ocurrió.

Como ya hemos dicho, Atila, una vez fallecido su padre, pasó junto con su hermano Bleda a ser educado por su tío Rugila, y éste procuró para los dos pequeños la mejor atención posible.
Curiosamente, los primeros maestros de Atila fueron los propios prisioneros capturados por los hunos en sus correrías. Estos rehenes ocasionalmente provenían del ámbito grecolatino, lo que les convertía en candidatos ideales para instruir a los jóvenes aristócratas hunos en esas lenguas esenciales.

Atila a los 13 años, cuando marchó a Roma en calidad de rehén amistoso, hablaba y escribía a la perfección latín y griego. Por lo tanto, el nivel cultural del que sería rey de los hunos era bastante superior al de la media existente. La formación de Atila en Roma duró aproximadamente cuatro años con viajes a Ravena (entonces era una especie de capital administrativa del imperio) y a Constantinopla. En este tiempo, el adolescente tuvo la oportunidad de aprender todo lo necesario sobre la historia, carácter y costumbres de los romanos. Al parecer, lo que aprendió no le gustó mucho, pues nunca llegó a entender cómo era posible que un pueblo que se había mantenido vigente a lo largo de mil años, jamás hubiese perdido una sola batalla.
Con más decisión que nunca, y sin volver a creer en los historiadores romanos, regresó una vez cumplidos los 17 años a sus queridos territorios ancestrales. El destino y su pueblo le estaban esperando.

Tras su regreso a Panonia, su tío Rugila le encargó diferentes misiones diplomáticas que culminó con éxito, haciéndose muy popular entre los suyos que ya hablaban de aquel joven pequeño y musculoso. Y es que Atila, a pesar de su baja estatura, tenía una poderosa estructura corporal. Él mismo comentaba orgulloso que poseía un cuello ancho y fuerte como el de un toro, además de unos cabellos largos y enrevesados. Si nos fiamos de los cánones de belleza que mantenían los hunos, aquel chico debió ser un sex symbol para su tribu. Cuando Atila subía a su caballo, esa imagen fundida de hombre y bestia era, sin duda alguna, impresionante.

Como cualquier otro muchacho, Atila también conoció el amor, a veces por los sentimientos y otras impuesto por los diferentes pactos que se debían establecer, por eso sabemos que se casó varias veces y que tuvo innumerables hijos, unos pocos legítimos y la gran mayoría bastardos.
Entre sus esposas oficiales destacan Enga (madre de su primogénito Ellak), Kerka (considerada primera emperatriz del Imperio huno) y Erka; de estas dos últimas diremos que eran sus favoritas, dándose la fatal coincidencia de que murieran en el mismo año, lo que supuso un trance más que doloroso para Atila. Por supuesto, no nos olvidamos de la última mujer que tuvo, una hermosa princesa bactriana, llamada Ildico que como veremos, fue protagonista indirecta del capítulo final en la vida de nuestro protagonista.

A la muerte de Rugila en el 435 d.C., Bleda y Atila son proclamados correyes del territorio huno. Hasta ese año, el propio Atila se había encargado, en nombre de su tío de pactar alianzas con algunos de sus enemigos tradicionales como los chinos, guardando así las espaldas de lo que ya empezaba a considerarse Imperio huno. En esa fecha, conocida es la reunión sostenida entre delegados del imperio romano de Oriente con los nuevos líderes hunos. La cita tuvo lugar muy cerca de Belgrado, conociéndose como Tratado de Margus, donde los hunos obtuvieron bajo amenaza, increíbles mejoras en el pago de tributos.

Allí es donde, por primera vez, Atila afirma ser el emperador de las tribus hunicas ante la mirada perpleja de su hermano Bleda. Con su nuevo título autoconcedido, Atila parte hacia innumerables campañas para terror de sus enemigos, venciendo a muchos pueblos eslavos y germanos, y siempre con la mirada amenazante sobre la eterna Roma.

Bleda, mientras tanto, permanecía ocioso y entregado a los placeres propios del cargo, rodeado de bufones (en especial Cerco, su querido enano mauritano) que le hacían olvidar la amargura de estar bajo la sombra de su hermano menor. Poco a poco, comienza a exigir sus derechos de primogénito que no llegaron a nada, por la fatalidad de su inesperada muerte en un lamentable accidente de caza. Bleda sucumbió por la ferocidad de un oso que de varios zarpazos le segó la vida. Aunque los romanos hicieron circular el rumor de que había sido Atila el causante de la muerte de Bleda, nunca llegó a probarse nada. Pero lo cierto es que aquel oso que se topó casualmente con Bleda, hizo un favor a las ideas de Atila que no quería por nada del mundo que alguien y menos el incapaz Bleda se opusiera a sus planes imperiales. No obstante, tras aquella muerte surgieron voces discrepantes con Atila, pero éste pronto las acalló al ofrecer a su pueblo todo un símbolo de unidad, la espada de Marte que milagrosamente aparecería envuelta por la leyenda.

Atila hizo enterrar con todos los honores a su hermano mayor y correy Bleda. Pocos sospechaban sobre la culpabilidad de Atila en la muerte de su hermano, pero esos pocos callaron cuando casualmente se hizo realidad una famosa leyenda de los hunos muy extendida por cierto en otras culturas.

Según nos cuenta esa leyenda, un antiguo rey de los hunos llamado Marak, hizo un gran hoyo, y en él enterró una formidable espada que le habían entregado los espíritus de sus antepasados. Marak transmitió a su pueblo que aquél que encontrara la espada, debería llevársela a su rey para así poder guiar a las tribus hunicas hacía las mayores cotas de conquista y gloria. La dudosa casualidad quiso que al poco de la ceremonia funeraria, apareciera un viejo pastor recién llegado de las tierras cercanas al río Don. Venía en compañía de algunos oficiales con aspecto nervioso y rostro marcado por la impaciencia, portaban algo envuelto en pieles que, al parecer, aquél pastor había encontrado gracias al rastro de sangre dejado por una vaca tras pincharse con la punta de un objeto semienterrado. Con emoción contenida, se acercaron al sitio donde se encontraba Etil. Después de una breve conversación, el nuevo emperador se dirigió a la multitud mostrando lo que de esas pieles extrajo. Se trataba de una magnífica espada y, según proclamaba Etil, era aquella de la leyenda, nada más y nada menos que la famosa espada de los espíritus, la que según la tradición, todo aquél que la poseyera o empuñase, estaría llamado al liderazgo y defensa de todo el pueblo huno. Los romanos también conocían esta leyenda, aunque su espada no venía de los espíritus sino de Marte, dios de la guerra.

Atila era un profundo conocedor de las costumbres y supersticiones de su pueblo, por eso recurrió a un gesto contundente para adornar de una aureola legendaria su legitimación imperial. Su actitud firme y decidida al empuñar y alzar hacia el cielo la espada, hizo rugir de pasión a todo un pueblo que desde entonces ya no le volvería a llamar Etil, cambiando este nombre por el de Atila, que en lenguaje huno significaba padrecito, porque efectivamente, Atila además de rey o emperador, se había convertido en progenitor de las ideas y sentimientos para una nueva nación. Había nacido el Imperio huno. Aunque como veremos, la historia no fue muy benévola con este nuevo poder, siendo uno de los más grandes y efímeros que vieron los tiempos. Su duración fue apenas la de su líder, para alivio de las potencias enemigas.

En el año 440, Atila blandía la espada espiritual y gozaba del entusiasmo y apoyo unánime de su pueblo. Los emperadores de Oriente, Teodosio II y de Occidente, Valentiniano III, tenían motivos más que fundados para empezar a temblar.

Una vez obtenido el reconocimiento de toda su tribu, Atila inició nuevas campañas victoriosas expandiendo aún más sus ya de por sí amplias fronteras, y propagando un mensaje de terror como hasta entonces jamás se había conocido. Pero Atila tenía un imperio, y éste no se debía sustentar tan sólo en el pánico infundido a los numerosos rivales. También procuró sentar las bases para la creación de una pequeña burocracia que hiciera legible su idea sobre el estado. Mandó construir palacios, aunque su techado favorito siempre fue el de la tienda de campaña o el de las estrellas. Asimiló numerosas costumbres de los pueblos sometidos, pero aún así, la leyenda negra siempre precedía al hombre, siendo considerado el azote de Dios. Este título nunca le gustó por no creer en ningún Dios. Los hunos eran muy supersticiosos, pero no tenían panteón religioso conocido. Según las últimas investigaciones habría indicios que bien nos podrían hacer pensar lo contrario, pero hasta ahora lo que sabemos es que sus chamanes invocaban a través de rituales ancestrales siempre a los espíritus de los muertos, nunca a los dioses.

Hay un asunto que no puede escapar a nuestra atención y que seguramente favorecería de forma indirecta el horror que inspiraba la figura de Atila en el siglo V. 

La aparición de éste personaje sobre el territorio europeo coincidió con la de una serie de catástrofes naturales extendidas por todo el continente: fuertes terremotos en ciudades como Constantinopla, así como en la Hispania y en la Galia, además de inundaciones y climatología extrema. Todo esto en un corto espacio de tiempo, llegando los habitantes de la época a pensar que, sin duda alguna, Dios y Atila estaban propiciando la llegada del fin del mundo.

Los emperadores romanos de Oriente y Occidente, ante tal cúmulo de desgracias, se ven obligados a aceptar las exigentes condiciones de Atila, al que muchos cristianos consideran ya un instrumento furioso que Dios había enviado para su castigo. A pesar de esto, Teodosio II está decidido a eliminar al "enemigo público número huno", preparando un plan para el asesinato de Atila. Transcurría el año 449, cuando nuestro protagonista se entera de la trama concebida contra él y la desarticula. Estas conjuras fueron una constante a lo largo de su vida. Fue un año difícil, pues entre traiciones y atentados, tuvo que ver apesadumbrado como dos de sus mujeres favoritas fallecían.

Poco duró el dolor; el recién enviudado decide pedir la mano de Honoria hermana del emperador Valentiniano III, pero éste, indignado, rechaza la propuesta, provocando la ira del emperador huno que sólo pretendía estrechar la colaboración con Roma gracias a ese matrimonio. La reacción no se hace esperar, y los violentos hunos se lanzan como una horda de fuego por toda la Galia.

En el año 451 Atila se pone al frente de un ejército integrado por más de 500.000 guerreros provenientes de las tribus hunicas y de sus múltiples aliados, iniciando así la rapiña de las Galias, y consiguiendo muchas victorias con los habituales saqueos. Destruye algunas ciudades y somete a sitio a otras, como fue el caso de Orleáns o París. Aquí se produciría un hecho sorprendente cuando, debido a la intercesión de Santa Genoveva, Atila levanta el cerco a la ciudad. En el caso de Orleáns, se obtendría la capitulación. Pero la llegada de Aecio, el general romano más famoso de su época (con el que Atila mantenía una vieja amistad desde la adolescencia), provoca después de alguna batalla, el repliegue de los hunos sin que Aecio les persiga. Así llegaría el verano y el sitio propicio para la última gran victoria del imperio romano. Ocurrió cerca de Troyes en lo que se llamaría batalla de los campos Catalaúnicos o Mauriacos.

El general Aecio, gracias a la táctica de luchar pie en tierra, consiguió hacer descabalgar al ejército huno. Los romanos asestaron un golpe difícil de asumir ocasionando, según cuentan los historiadores, más de 160.000 bajas. El propio Atila, viéndose perdido, organizó una gran hoguera para darse muerte allí mismo, pero una vez más Aecio le permitió escapar.

Atila consiguió reunir a los restos de su ejército y preparó planes de invasión contra la península italiana. Hacia allí se dirigió con sus huestes entrando a sangre y fuego desde el norte, y haciendo temblar los cimientos del mismísimo imperio. Por destacar algo positivo de esta campaña, diremos que los supervivientes de una ciudad tomada al asalto por los hunos, escaparon, internándose en una zona de tierras pantanosas donde se protegieron, fundando poco más tarde una pequeña ciudad que muy pronto los siglos vieron florecer con el nombre de Venecia.

En aquel verano del año 452 todo parecía perdido para Roma, el emperador Valentiniano III, ante las pésimas noticias que llegaban desde el norte, envió embajadores para intentar firmar un tratado de paz, pero Atila lo rechazó decidido más que nunca en acabar con Roma. Fue entonces cuando surgió el milagro de la mano de un senador llamado Gennadius Avemus, al proponer la brillante idea de enviar como mediador al sumo pontífice de Roma, León I. Ante esta petición, Atila no mostró ningún tipo de oposición, y esperó en su campamento pacientemente a la expedición que en Roma se estaba organizando.

El 4 de julio del año 452, se produjo una de las reuniones más curiosas y extrañas en toda la historia de la humanidad. Se iban a encontrar el representante de Dios en la tierra, con el azote de ese mismo Dios, en esa misma tierra. Era el preámbulo para el capítulo final en la vida del poderoso Atila.

El encuentro entre León I y Atila pasó a la historia. Pero poco sabemos acerca de los discursos que se pronunciaron, sí podemos decir que Atila, como buen huno, era tremendamente supersticioso, por eso todas las personas que llevaban nombre de animal le infundían un enorme respeto, y encima aquél, que se hacía llamar León, era embajador de un Dios único para aquel pueblo de extrañas gentes llamadas cristianos. Eso seguramente le hizo escuchar de forma atenta todo lo que el Papa le contó. Si sumamos a esa circunstancia el enorme tributo que León I le prometió y, sobre todo, que los guerreros de Atila ya estaban cansados de tanta guerra, no es de extrañar que Atila aceptara el acuerdo y levantara el campamento pensando en pacificar sus viejos territorios que, por aquel entonces, se habían sublevado después de su prolongada ausencia. El jefe de los hunos olvidó por el momento su gran sueño, el saqueo de Roma.

Después de este episodio, Atila inicia en septiembre una de sus últimas aventuras, limpiando de enemigos su territorio natal y cobrando el impuesto que el Papa León I le había prometido. A pesar de todo, éste saneado botín no logra satisfacer la ambición del que se considera así mismo, el hombre más poderoso del mundo, y empieza a gestar un temible plan para aniquilar definitivamente a todo el Imperio romano. Incluso llega a poner fecha para el inicio de la invasión, será el 20 de marzo del año 453. Estos planes, afortunadamente para los romanos, no llegaron a consumarse.

En ese tiempo Atila contaba con la edad de 58 años cuando en su vida apareció un último amor, Una hermosa princesa bactriana de tan sólo 17 años, cuyo nombre era Ildico. Lajoven poseía una larga y abundante cabellera rubia y unos enormes ojos azules que cautivaron al viejo y curtido rey de los hunos. Ildico no había sido violada cuando, en compañía de los suyos, fue capturada tras un combate librado entre los bactrianos y los hunos, comandados por el primogénito de Atila. La muchacha fue entregada como un regalo especial que el hijo mayor de Atila quiso hacer a su padre. Entre los hunos existía una tradición muy arraigada y ésta no era otra, sino la de casarse como acto de desagravio con las hijas y esposas de los príncipes o reyes, muertos a manos de los hunos. El excitado rey no quería incumplir la ley, y menos ante la belleza de semejante doncella. Nada mejor que celebrar la futura invasión de Roma con una gran boda real, jalonada por varios días de festejos, comida y bebida para todos sus guerreros.

Atila se preparó con ilusión para las nupcias. Ildico, mientras tanto, lloraba amargamente la muerte de su padre y hermanos por la espada de los hunos, temerosa ante el incierto horizonte que se le planteaba. Así llegamos a la noche de bodas, era el 15 de marzo del 453.

El fin de los hunos
Ildico fue vestida para la ocasión y esperaba resignada el momento para la culminación del matrimonio. Atila entró en la tienda real dispuesto para cobrar una presa más, en su larga vida de cazador, pero en ese momento la enfermedad y una larga lista de excesos, hicieron del predador una víctima. La joven contempló horrorizada cómo de la nariz y boca de Atila manaban abundantes ríos de sangre, haciendo retorcer al que minutos antes era un orgulloso y altivo emperador. Aquél hombre murió ahogado en su propia sangre. Un episodio que, por cierto, no era la primera vez que se producía, lo que procuró que al día siguiente Ildico no muriera a manos de los lugartenientes de Atila, conocedores del mal que aquejaba a su líder.

Inundados por el dolor, los hunos comenzaron los preparativos para despedir al que había sido el personaje más temido de su tiempo.

Cuenta la leyenda que el cuerpo de Atila fue enterrado en tres ataúdes, uno de hierro, otro de plata y el último de oro puro. Algunos guerreros de su guardia personal se ofrecieron voluntarios para buscar un lugar seguro en el afán de que nadie descubriera jamás la tumba de Atila. Estos fieles custodios, junto a sus mejores generales, se suicidaron gustosos para que no se desvelara el misterio. El sepulcro de Atila, como el de tantos otros líderes de la antigüedad, tal es el caso de Alejandro Magno o Gengis Khan, todavía no se ha descubierto, aunque son muchos los investigadores que andan involucrados en el empeño.

Se consumaba así el acto final para el imperio huno. Sólo había permanecido vigente trece años que marcaron con odio la historia europea.

El testamento de Atila no fue cumplido, sus hijos pronto se enzarzaron en disputas y guerras y los aliados deshicieron pactos anteriormente firmados bajo el temor de Atila.

Los hunos ni siquiera fueron capaces ante la falta de un líder claro, de permanecer como entidad étnica, entroncándose con las diferentes tribus germánicas y eslavas. Hoy en día es prácticamente imposible encontrar un solo vestigio, por pequeño que fuera, del imperio más odiado y temido de todos los tiempos.

Atila mantuvo en jaque al imperio romano durante muchos años, pero aquel padre no supo inculcar a sus hijos las enseñanzas necesarias para que de su idea imperial surgiera algo más que un período de pánico y desolación, obteniendo el fin que consiguen los edificios que se construyen sin buenos cimientos que les sustenten. Ese fin, por supuesto, es el derrumbe y la destrucción. 

Así terminó el Imperio de Atila.



Autor : J.A Cebrian

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