1494: El Tratado de Tordesillas y su proyección en el Pacífico.

El 7 de junio de 1494 los Reyes Católicos firmaban con Juan II de Portugal el Tratado de Tordesillas para repartirse los derechos sobre el Nuevo Mundo.

El descubrimiento de Cristóbal Colón había dejado obsoleta la antigua Paz de Alcaçovas, según la cual Castilla sólo podía navegar hasta el paralelo de las Canarias, quedándole restringido todo territorio al sur de las islas. En virtud de este tratado el rey portugués ya había comunicado a Colón sus pretensiones sobre las tierras del Nuevo Mundo, cuestión que alertó a los Reyes Católicos, llevándoles a poner en marcha todo el poder de persuasión de su bien trabajada política diplomática.

En aquellos tiempos la única autoridad capaz de dirimir conflictos entre países era el Pontífice, único juez aceptable para toda la cristiandad.


El 3 de mayo de 1493 el Papa promulga la bula Inter Caetera, que concede a Castilla la administración de las tierras descubiertas y le encomienda su evangelización. Pero como la bula era imprecisa y el conflicto espinoso, se promulgó una nueva bula de idéntico nombre, que otorgaba a Castilla derechos exclusivos de navegación y aún una tercera, Eximie Devotionis,que se centraba en los privilegios espirituales. Una cuarta bula, Dudum Siquidem, cerró el asunto de los límites de exploración al suponer que Castilla podía llegar por occidente a las Indias asiáticas. En este caso Portugal y Castilla podían conquistar las tierras que fueran encontrando, siempre que cada uno llegase por su ruta y los nuevos territorios carecieran aún de dueño. Comenzaba una auténtica carrera por el dominio de las Indias.

Como Portugal no se conformaba con esta partición, quiso pactar con Castilla un nuevo tratado que se firmaría en Tordesillas y en el que el genio negociador de Juan II sacaría mayor partido.

El acuerdo final establecía una línea imaginaria situada a 370 leguas al oeste de Cabo Verde que dividía el Nuevo Mundo de norte a sur. Al oeste de dicha frontera, todo era español, al este, portugués. La frontera era difusa y generaría problemas en el futuro.

Es evidente que cuando las diplomacias castellana y portuguesa mantuvieron conversaciones para modificar la raya de «polo a polo» trazada por el Papa en la segunda bula «Inter caetera», nadie pensó en las consecuencias que la futura línea pudiera tener en el hemisferio opuesto. Aunque era perfectamente conocida la esfericidad de nuestro planeta, la mayor parte de su superficie estaba sin explorar. En 1494 en Europa no se sabía aún nada del continente americano: Colón había llegado a unas islas que pensaba eran de Asia, y nada más.

No obstante, cuando los portugueses alcanzaron la India Oriental por la vía del Océano Índico, aparece la idea del antimeridiano, según Rumeu de Armas. Muerta la Reina Isabel y gobernando en Castilla Fernando el Católico, se habla por vez primera de enviar una expedición a las islas de la Especiería, las míticas productoras de clavo, pimienta, canela y nuez moscada. Se trataba de llegar a ellas antes que los portugueses, cosa que, no se consiguió, aunque hubo un proyecto de expedición en 1505, que no pudo ponerse en práctica hasta tres años después, y que terminó en fracaso.

La llegada de los portugueses a Malaca en 1509 fue un nuevo estímulo para que Fernando el Católico enviara otra expedición. El 27 de marzo de 1512, Juan Díaz de Solís, recién nombrado Piloto Mayor de la Casa de la Contratación, firmó una capitulación por la que se comprometía a realizar un viaje a los mares de la India por la vía del Cabo de Buena Esperanza. Su finalidad era llevar a cabo «la demarcación e límite de la parte de navegación que pertenece a la Corona Real de los Reinos de Castilla y Portugal». Debía llegar hasta «la isla de Maluque que cae a los límites de nuestra demarcación» y tomar posesión de ella . Aunque esta expedición no llegó a realizarse, su proyecto expresa lo que se pensaba entonces en la Corte sobre los derechos de Juan Sebastián Elcano.

Sólo una de las siete naos que salieron de La Coruña logró alcanzar su objetivo, después de múltiples aventuras , el derrotero que envió Hernando de la Torre, último jefe de la armada .

Los portugueses estaban ya establecidos en Terrenate donde habían levantado un fuerte y contaban con la amistad de varios gobernantes indígenas, mientras otros les eran contrarios, como los de Gilolo y Tidore; ambos habían acogido bien a las dos naos de la expedición magallánica -«Trinidad» y Victoria»-que arribaron a sus islas, y también en esta ocasión recibieron como amigos a los españoles.

Con la llegada de éstos, la discusión sobre la propiedad y la posesión del Maluco, interrumpida en la Península, se reanuda «in situ», y proseguirá en años sucesivos: ambas partes defenderán con tesón lo que creían sus derechos.

Hernán Cortés tenía también sus propios planes de ir tras las especias, negocio en el que venía pensando desde que terminó la conquista de la Nueva España. Lo dice en su tercera carta de relación, de 15 de mayo de 1525 y lo reitera en la quinta de 3 de septiembre de 1526. Su objetivo era éste: «que vuestra Majestad no haya la especiería por vía de rescate (...) sino que la tenga por cosa propia». A dicho efecto estaba armando naves para explorar la Mar del Sur, pero diversos motivos retrasaron la salida y dio tiempo a que llegara a sus manos la real cédula dada en Granada a 20 de junio del mismo año , que le ordenaba enviar barcos en busca de posibles supervivientes de las armadas de Magallanes, Loaysa y Caboto, ignorando aún que éste último no había logrado llegar a la Especiería.

Las naves de Cortés zarparon el 31 de octubre de 1527, al mando de Álvaro de Saavedra y sólo una de ellas, «La Florida», consiguió cruzar el Pacífico y arribar a Mindanao, donde recogió a un superviviente de la «Parral» de Loaysa y a otros dos hombres en islas próximas. En marzo de 1528 llegó a las Molucas y halló al grupo de hombres de esta expedición mandados por Hernando de la Torre.

Los portugueses de Terrenate le dijeron que aquellas tierras eran de su rey, y le ofrecieron ayuda si quería pasar a su asentamiento. Ante la negativa de Saavedra, dispararon contra él la artillería, con poco fortuna, y «La Florida» logró entrar en Tidore donde fue bien recibida por los habitantes. Reparada y abastecida, intentó el regreso a Nueva España por el Pacífico, que no pudo conseguir.


EL TRATADO DE ZARAGOZA.

La boda de Carlos I de España con Isabel de Portugal, celebrada el 11 de marzo de 1526, al reforzar los lazos familiares que unían a las dos Coronas, creó un ambiente propicio al acuerdo en el espinoso tema de las Molucas. La política europea del Emperador influyó también de modo decisivo, puesto que él necesitaba desembarazarse de esta antigua rivalidad, y además, el interés de Castilla por la Especiería había disminuido mucho, al ver que no se encontraba el derrotero de regreso por el Pacífico, única vía permitida a España.

Portugal seguía manteniendo su irreductible postura: en virtud del Tratado de Tordesillas, aquellas tierras le pertenecían. Por eso puede decirse que en Zaragoza es la Corona portuguesa la que cede, puesto que al comprar los derechos españoles sobre las Molucas, tácitamente los reconocía.

Por este convenio España vende «todo derecho, acción, dominio, propiedad y posesión o casi posesión y todo derecho a navegar, contratar y comerciar en el Maluco», por 350.000 ducados de oro de 375 maravedíes cada uno. Es un pacto de retro vendendo puesto que el rey de España se reserva la facultad de anular estas renuncias, previa devolución a Portugal de la mencionada suma. Mientras el tratado estuviera vigente no podrían ir a la Especiería naves españolas y todo cargamento de especies que no fuera traído a España por súbditos y barcos portugueses, debía ser embargado. Por su parte, el rey de Portugal se compromete a no levantar nuevas fortalezas en el Maluco, que se considera situado al oeste de una línea que pasa por las islas de las Velas o de los Ladrones, y de Santo Tomé.

La línea fijada en Zaragoza va a tener especial importancia en lo que respecta a las islas Filipinas. Una mirada al mapa actual nos muestra claramente que este archipiélago queda comprendido en la zona asignada a Portugal, pero en 1529 se desconocía por completo la existencia de este conjunto de islas pues sólo se había tocado tangencialmente en algunas de ellas: Magallanes estuvo en Sámar, Leyte, Cebú y Mactán, donde encontró la muerte. Después, sus barcos tocaron en Mindanao, a la que llegó también, un año después, la «Victoria» de Loaysa, pero del resto de las islas no se tenía noticia aún.


PRIMER ENCUENTRO HISPANO-PORTUGUÉS EN FILIPINAS

El convenio de Zaragoza no impidió que nuevas expediciones españolas llegaran a Filipinas: en 1543 arribó a ellas Ruy López de Villalobos, que hizo escala en Leyte y después en Mindanao. El gobernador portugués de Terrenate, Jorge de Castro, le acusó de «andar destruyendo e quemando lugares e catibando muchas personas», en tierras que se hallaban en la demarcación de Portugal según «el contrato» firmado en Zaragoza entre su rey y el Emperador . Villalobos respondió que Mindanao estaba en la demarcación castellana y que llevaba orden expresa de no entrar en el Maluco ni en ninguna otra tierra que perteneciera a Portugal. Esta fue la primera discusión acerca de la propiedad de las islas Filipinas, que tiene como punto de partida el Tratado de Tordesillas.

El rotundo fracaso de la expedición Villalobos abre un largo paréntesis, de más de veinte años, en el que ninguna nao española cruzó el Pacífico.

En 1559 se pone de nuevo sobre el tapete la cuestión de la llamada entonces «vuelta del Poniente». Una real cédula de Felipe II dada en Valladolid a 24 de septiembre del citado año, encarga al Virrey de Nueva España don Luis de Velasco, que envíe dos navíos para descubrir el derrotero que permita cruzar el Gran Océano, desde Filipinas hasta América. Por supuesto, se le ordena respetar «el asiento que tenemos tomado con el serenísimo rey de Portugal» dando por seguro que las islas «phelipinas» y otras próximas, no estaban incluidas en el citado «asiento».

Aquí aparece por primera vez pluralizado el nombre que Villalobos dio sólo a una isla del archipiélago.

Velasco respondió al rey que las Filipinas estaban dentro de la demarcación portuguesa, en lo que sin duda, hace suya la opinión del antiguo miembro de la expedición Loaysa, Andrés de Urdaneta, buen conocedor de aquellas tierras. Por eso en carta que escribió al rey el mismo Urdaneta le expone su opinión de que los barcos sólo podrían tocar en «la Filipina» -utiliza el singular- para buscar a los españoles que aún pudieran quedar allí, de los que fueron con Loaysa, Saavedra, Grijalba y Villalobos.

Este parecer fue tenido en cuenta y en la Instrucción que Velasco preparó para entregarla al capitán de la futura expedición, Miguel López de Legazpi, se le señalaba como objetivo la Nueva Guinea, descubierta para Europa por Íñigo Ortiz de Retes desde las Molucas, pero a la que no se había llegado aún desde América.

La muerte del virrey, ocurrida el 31 de julio de 1564 influyó decisivamente en la suerte del archipiélago magallánico, porque la Audiencia, gobernadora en la vacante, aceptó el dictamen de Juan Pablo de Carrión, desertor de la expedición Villalobos, que sostenía que el derrotero propuesto por Urdaneta era peligroso, mientras que ir a Filipinas era navegación fácil y conocida.

Él no se plantea si están o no comprendidas en «el empeño» de Zaragoza; sólo dice que son «islas que los portugueses nunca han visto y están muy a trasmano de su navegación, ni han tenido noticias de ellas, si no haya sido por alguna figura o carta de navegar nuestra». Aunque esta afirmación es totalmente falsa, la Audiencia de México la aceptó y en el pliego lacrado que se entregó a Legazpi y que no debía abrir hasta hallarse en alta mar, se le ordenaba poner rumbo a Filipinas, donde además de rescatar podría poblar donde creyera conveniente hacerlo.

Llegado a Filipinas el 13 de febrero de 1565, Legazpi realizó la ceremonia de toma de posesión en Sámar y otras islas del grupo de Visayas y estableció su cuartel general en Cebú. De aquí partió la nao «San Pedro», dirigida por Urdaneta, que cumplió su promesa de regresar a la Nueva España a través del Pacífico. Después del rotundo éxito, vino a la Corte y expuso al rey su convencimiento de que los castellanos no tenían derecho a establecerse en Filipinas, logrando sembrar la duda en el ánimo de Felipe II, que mandó se pidiera dictamen a varios pilotos y cosmógrafos, acerca de la situación del Archipiélago.

Los convocados fueron Alonso de Santa Cruz, Pedro de Medina, Francisco Falero, Jerónimo de Chaves, Sancho Gutiérrez y el propio Andrés de Urdaneta. Todos emitieron un «parecer conjunto» en el que declaran que «las islas del Maluco, islas Filipinas e isla de Çubú», se hallan dentro de la demarcación del rey de España, según el Tratado de Tordesillas, pero todas están comprendidas en la cesión hecha a Portugal por la escritura de Zaragoza. Es de notar que se habla de Cebú y Filipinas como si la primera fuese de otro grupo distinto, lo que indica que aún no se conocía bien el archipiélago donde se hallaban Legazpi y sus hombres.

La conclusión unánime de los seis técnicos no fue bien acogida en la Corte como era de esperar, y se buscó el modo de interpretar en beneficio de Castilla los términos en que estaba redactado el convenio de 1529.


NUEVO ENCUENTRO HISPANO-PORTUGUÉS EN FILIPINAS

Mientras en España se trataban estas cuestiones, Legazpi y sus hombres se habían establecido en la isla de Cebú y fundado la villa de San Miguel en 1565, que desde 1571 será la Ciudad del Santísimo Nombre de Jesús.

En la villa de San Miguel esperaba el jefe de la expedición la respuesta a los informes que envió en la nao «San Pedro», cuya suerte aún no conocía. La espera duró más de un año, pues hasta el 15 de octubre de 1566 no llegó a Filipinas el navío «San Jerónimo», y por él supo Legazpi que Urdaneta había tenido éxito y logrado hallar «la vuelta», pero no le llevó este barco las órdenes reales que esperaba para proseguir la conquista y por ello remitió a Nueva España el patache «San Juan», al mando de Juan de la Isla. Cuando éste llegó a su destino ya se habían despachado para Filipinas dos galeones que llegaron a Cebú el 20 de agosto de 1567, con doscientos hombres de refuerzo y provisiones de todas clases, pero sin las cédulas reales que le autorizaran para conquistar las islas. En un nuevo intento de conseguirlas, despachó uno de los dos navíos a Nueva España, llevando en su bodega cuatrocientos quintales de canela de Mindanao, que esperaba fuesen un buen aliciente para que Su Majestad decretara la ocupación de las Filipinas. Para su desgracia este barco naufragó en las Marianas.

El 17 de septiembre de 1568 se presentó frente a Cebú una escuadra portuguesa al mando de don Gonçalo Pereyra, cabo mayor de las Molucas. Entre el 14 de octubre y el 2 de noviembre del mismo año, envió a Legazpi siete requerimientos, cuyas copias autorizadas, junto con las respuestas del capitán español, se conservan en el Archivo General de Simancas . No voy a exponer aquí el contenido de estos documentos que resultan muy reiterativos ; una y otra vez el capitán portugués recrimina a los españoles que hayan entrado y se hayan establecido en tierras que pertenecen al rey lusitano, y una y otra vez Legazpi intenta justificar su presencia con débiles argumentos. En sus palabras se trasluce que no está nada convencido de lo que dice, pero su resistencia pasiva logró cansar a los portugueses que el 24 de diciembre de 1568 levaron anclas y se volvieron a las Molucas.

Todavía tuvo Legazpi que esperar año y medio, hasta el 24 de junio de 1570, para recibir las órdenes reales que le autorizaban a fundar ciudades y repartir encomiendas entre los más distinguidos de sus capitanes y soldados.


UNA INTERPRETACIÓN MUY AMPLIA DEL TRATADO DE TORDESILLAS

Los españoles del siglo XVI, entusiasmados con sus hazañas en América, llegaron a sentirse capaces de empresas aún mayores y en Filipinas se empezó a pensar en la conquista de China, que se creía por algunos situada dentro de la demarcación castellana. Buena parte tuvieron en esto los misioneros, que soñaban con la conquista espiritual de aquel gran imperio, de cuya cultura llegaban noticias cada vez más fantásticas.

El agustino Diego de Herrera, al regresar de Filipinas, escribe a Felipe II una carta desde México , un año antes de la fundación de Manila, y habla de la posibilidad de conquistar China. Este proyecto no era sólo de los religiosos: ya antes, el 8 de junio de 1569, el factor Andrés de Mirandaola envía al rey algunas noticias de aquella tierra y le dice que espera se logre pronto su conquista.

El virrey Martín Enríquez de Almansa, en la Instrucción que dio al capitán Juan de la Isla, que debía conducir tres barcos a Filipinas, le dice que después fuera con uno de estos buques a explorar las costas de China. Los otros dos barcos debían regresar a Nueva España, pero volvieron de arribada a Manila y hubo que despachar para Acapulco el que debía haber ido a China.

Sin embargo no deja de pensarse en esta conquista: muerto Legazpi el 20 de agosto de 1572, su sucesor en el gobierno de Filipinas, Guido de Lavezaris, no renuncia a esta utopía, como lo expone al rey en carta de 30 de julio de 1574, pero sin duda quien tomó más en serio el asunto fue el gobernador don Francisco de Sande. En carta al rey, fechada en Manila el 2 de junio de 1576, afirma: «Lo que toca a la jornada de la China es cosa llana y será de poca costa (...)». Cinco días después, en una extensa carta de 127 puntos dedica 29 a la China y propone se emprenda su conquista. En el punto 80 sostiene que está ciertamente dentro de la demarcación castellana fijada en Tordesillas, que, según él, incluye Borneo y las islas de los Lequíos y Japones, y llega hasta Malaca.

Por fortuna, los Consejeros de Indias vieron las cosas con mayor claridad y una real cédula de 29 de abril de 1577 cortó los planes de don Francisco de Sande con estas palabras: «En cuanto a conquistar China (...) aquí ha parecido que por ahora no conviene se trate de ellos (...)».

Pese a todo, el deseo de acometer tal empresa se mantendrá todavía algún tiempo: el 20 de junio de 1583 el gobernador Gonzalo Ronquillo de Peñalosa seguía soñando con ella, impulsado por el primer obispo de Manila fray Domingo de Salazar.


FILIPINAS EN LOS TRATADOS DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII

La unión de las Coronas de Castilla y Portugal en 1581, impidió que hubiera nuevas reclamaciones lusitanas sobre las islas, pero poco después de su separación vuelve a hablarse de la propiedad de las Filipinas en las que los españoles llevan más de un siglo de asentamiento. Por su parte, los portugueses habían rebasado ampliamente la línea de demarcación en el continente suramericano, pero como dicen Jorge Juan y Antonio de Ulloa «empleados castellanos y portugueses en formar establecimientos, como distaban mucho los del Perú del Brasil, no pensaron los primeros en la averiguación de lo que les correspondía, hasta que adentrando las conquistas y dilatándose las poblaciones, llegaron a acercarse (...)».

Este acercamiento se produjo en el Río de la Plata, cuando los portugueses fundaron la Colonia del Sacramento en la margen izquierda del estuario, el año 1680. Los vecinos de Buenos Aires, alarmados por el que consideraban intolerable avance en territorio castellano, arrasaron la Colonia y Portugal presentó una reclamación diplomática en la Corte de Madrid.

El embajador extraordinario duque de Giovenazzo, llevaba instrucciones de mantener la amistad con España y resultado de su gestión fue el Tratado provisional que se firmó en Lisboa el 17 de mayo de 1681, ratificado por Carlos II el día 25 del mismo mes. Aunque se refiere al problema surgido en el Río de la Plata, interesa aquí este Tratado porque en su artículo doce se habla del nombramiento de comisionados de ambas naciones que se reunirían en Badajoz y Elvas alternativamente, reproduciendo así las Juntas celebradas en el año 1524. Dispondrían de tres meses para emitir su dictamen, y si no se llegaba a un acuerdo, ambas Coronas se someterían al laudo arbitral del Papa, comprometiéndose a acatarlo.

Tampoco ahora fue posible encontrar la solución, porque subsistían las mismas dificultades con que tropezaron los comisionados de 1524, y por su parte, el Pontífice Inocencio XI no quiso dictar laudo sobre algo que no conocía.

En el siglo XVIII vuelve a ponerse de actualidad el problema de fijar la línea de Tordesillas en el continente americano, pero entonces se disponía ya de un método para determinar las longitudes. En la primera mitad de esta centuria aparece una corriente revisionista que valora negativamente el Tratado de 1494, considerándolo como una autolimitación para los países firmantes, que los había puesto en condiciones de inferioridad frente al resto de las potencias europeas. Por eso, durante el reinado de Fernando VI, de carácter pacífico y unido en matrimonio a una infanta portuguesa, la diplomacia hispanolusa preparó el Tratado de Límites firmado en Madrid el año 1750. Por primera vez se prescinde aquí de la línea de Tordesillas y se trata de fijar una frontera no astronómica, sino física, utilizando para su trazado accidentes naturales bien localizables, para poder marcarla sobre el terreno.

Se reconocen en este Tratado las extralimitaciones castellana en Extremo Oriente, contrapesadas por las portuguesas en América, y se llega a decir con respecto a la línea de demarcación, que ambas partes «quieren que en adelante no se trate más de ella». Es la primera vez que España confiesa que al ocupar las islas Filipinas, había invadido la zona portuguesa, y a cambio de que se acepte la expansión lusitana en Suramérica, Portugal reconoce la soberanía de España en el archipiélago filipino. El artículo segundo de este Tratado declara que las Filipinas «y las adyacentes que posee la Corona de España, le pertenecerán para siempre», sin que el rey de Portugal pueda reclamar nada del precio que pagó por lo pactado en 1529.

No duró mucho tiempo esta nueva situación, porque en el reinado de Carlos III se anuló el Tratado de 1750 , y la firma del Tercer Pacto de Familia en 1761, al poner de nuevo a España en la órbita de Francia, la enfrentó a Inglaterra y a su siempre fiel aliada Portugal. Esto determinó el ataque a la Colonia del Sacramento, conquistada por las armas de España y devuelta por su diplomacia en virtud del artículo 21 del Tratado de París de 10 de febrero de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años. Más de diez habrán de transcurrir antes de que se decida la creación del virreinato del Río de la Plata, y del envío de la gran expedición dirigida por don Pedro de Cevallos, que cumplió con brillantez su objetivo.

Se intentó después fijar con precisión la línea de Tordesillas para señalar los límites de la zona portuguesa en América del Sur. En enero de 1776 el entonces ministro de Estado, marqués de Grimaldi, escribía: «Toda esta grande obra -la fijación de la línea- depende de operaciones astronómicas, y seria indecoroso que en el siglo de las ciencias dudasen todavía dos naciones cultas el modo infalible de señalar los parajes por donde debe pasar el meridiano de la demarcación (...)» .

En el mismo documento el ministro ofrece, en nombre de Carlos III, devolver a Portugal los territorios indebidamente ocupados por España, sin ser consciente de lo que ello significaba.

Vuelve a primer plano lo pactado entre Castilla y Portugal el 7 de junio de 1494, cuya vigencia sostiene al decir que «es un Tratado solemne del cual no es dable prescindir». Pero si al ministro de Estado se le escapó la repercusión que sus palabras podrían tener para la soberanía de España en las islas Filipinas, el conde de Aranda, entonces embajador en París, la vio con toda claridad, y en un despacho fechado a 24 de mayo de 1776 , llama la atención de Grimaldi sobre el peligro que significaría aplicar rigurosamente la línea de Tordesillas y su antimeridiano.

Este despacho de Aranda dejó en suspenso el asunto y Grimaldi quedó a la espera de nuevos datos y opiniones del Conde, que después de estudiar el texto del Tratado de 1494, se reafirma en su dictamen: si España basaba en éste su reclamación de las zonas ocupadas por los portugueses en Suramérica, con los mismos argumentos podrían ellos reclamar las islas Filipinas. Aranda trata de demostrar que son dos casos muy diferentes, porque Portugal no había reclamado en tiempo oportuno para hacer valer sus derechos sobre aquellas islas que fueron descubiertas por Magallanes antes de 1529, y de las que no se hace mención alguna en el Tratado de Zaragoza. El segundo argumento, bastante capcioso, es que cuando Portugal se separó de España las Filipinas siguieron estando bajo la soberanía española, y no se habla de ellas en el Tratado de 1668 por el que se reconoce la independencia portuguesa. Esto, según él, significa que España adquirió entonces «un derecho particular que nada tiene que ver con la división del globo en lo restante».

Pero el caso de Filipinas modifica la posición de Aranda: a su rotunda afirmación de que había que atenerse a la línea de Tordesillas «caiga por donde cayere» , sigue ahora una actitud más flexible que se inclina, incluso, a hacer concesiones a los portugueses en América y no exigir la devolución de algunos lugares como el Pará y la isla de Santa Catalina, atendiendo a la antigüedad de su posesión. Además, se muestra partidario de que la frontera no siga una línea recta sino que se trace «en lo posible, por límites indelebles de ríos, valles o cordilleras (...)». Se trata de pasar de una frontera matemática a una frontera física.

Por su parte Grimaldi, esperando que en breve plazo se habría de reunir en París un Congreso, al que asistirían los representantes de Inglaterra, Francia, Portugal y España, convocó en Madrid una Junta con objeto de decidir cuál iba a ser la posición española , y para suministrar al conde de Aranda el material necesario a la defensa de los intereses españoles, mandó pedir al Archivo General de Simancas los antecedentes de la cuestión. Entre los papeles remitidos figuran los siete requerimientos que el portugués don Gonçalo Pereyra había hecho a Miguel López de Legazpi, en 1568, y las respuestas de éste, que ya hemos comentado. Al leer tales documentos el conde de Aranda cambió radicalmente de postura, ya que se caía por su base el argumento de que Portugal no había reclamado sus derechos en el momento oportuno. Si antes defendía que se debía mantener la vigencia del Tratado de Tordesillas, ahora piensa que este acuerdo limitó la expansión de Castilla y Portugal, mientras dejaba libres de trabas a los demás países para extender sus dominios, y por tanto perjudicaba a las dos monarquías peninsulares.

Esta nueva estimación negativa del Tratado de Tordesillas condujo a la firma del de San Ildefonso el 1º de octubre de 1777, en cuyo artículo veintiuno el rey de Portugal renuncia por sí y por sus herederos y sucesores a «todo derecho que pueda tener o alegar al dominio de las islas Filipinas y demás que posee en aquellas partes la Corona de España».

Así terminó el viejo pleito hispano portugués a que dio lugar el acuerdo firmado en Tordesillas El 7 de junio de 1494.


Adaptacion de texto original de Lourdes Díaz-Trechuelo

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3 comentarios:

  1. ¿El Tratado de Tordesillas supuso entregar Brasil (que no existía como tal, y del cual se desconocía su inmensa totalidad) a Portugal?.

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  2. el actual brasil entra dentro de los limites fijados en el tratado de tordesillas como dominios de portugal , en esa epoca se marco una division que establecía una línea imaginaria situada a 370 leguas al oeste de Cabo Verde que dividía el Nuevo Mundo de norte a sur. Al oeste de dicha frontera, todo era español, al este, portugués , aunque no se conociese que habia en esos limites .un saludo

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  3. me encanta el tema del tratado de tordesillas por que ahí te enseñan todo como fue el paraguay en que año sucedió esto te habla también sobre CRISTOBAL COLÓN que dejo el en que año dejo como se llamaba los viajes que recorrió CRISTOBAL COLÓN también te habla de los personas que firmaron el tratado de tordesillas en que año firmaron en que dia y te muestra como es su firma de los personas que firmaron el tratado de tordesillas...
    gracias por su compresion ojala que le alla gustado mi comentario sobre el tratado de torrdesillas muchisimas gracias por su atencion por su tiempo de toda forma gracias les pido nuevamente gracias... GRACIAS

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