El erotismo en la Roma Imperial

Los romanos de la decadencia ,Thomas couture
El disfrute de los placeres del cuerpo apenas tuvo limitaciones en la antigua Roma. A menudo, la coartada lujuriosa era sagrada: un rito de agradecimiento a los dones y dioses de la vida.

El mismo Eneas, mĆ­tico fundador de la Ciudad Eterna, ya llevaba en su sangre la buena disposiciĆ³n para no perderse ninguno de los gozos sexuales. Y es que el hĆ©roe de Troya : era hijo nada mĆ”s y nada menos que de Afrodita, adorada en Roma como Venus, diosa de la belleza y la lujuria, del amor y la reproducciĆ³n. Nada o muy poco se les ponĆ­a en medio a los romanos para disfrutar sin trabas de su propio cuerpo. Ni el quĆ© dirĆ”n, ni el problema de pecar, ni el dĆ­a ni la hora; ni siquiera los lĆ­mites de tendencia sexual . Y para muestra, todo un icono de romanidad: Julio CĆ©sar, de quien por sus ajetreados lios de cama se llegĆ³ a decir que era "marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos".


Desde la perspectiva y sentir actuales se requiere un buen vapuleo de la mente para hacerse idea de lo que era y significaba el sexo en el mundo romano. ¿Es posible imaginarse quĆ© siente, ante cualquier manifestaciĆ³n erĆ³tica, una persona que nunca ha tenido sentimiento de pecado o restricciĆ³n al respecto? Hay que echarle imaginaciĆ³n e intentar comprender la vivencia del sexo en Roma sin echar mano de tĆ©rminos como depravaciĆ³n, perversiĆ³n o promiscuidad.

Hasta el momento en que se impuso el cristianismo, tras ser legalizado por el emperador Constantino en 313, los romanos vivieron el sexo como una faceta mƔs de la existencia, sin apenas cortapisas, Como lo habƭan vivido casi todas las civilizaciones antiguas ; como lo han seguido viviendo determinadas culturas indƭgenas que se han mantenido primitivas hasta hoy.

Las limitaciones fueron ante todo cuestiĆ³n de clase y estatus y, desde luego, variaron y evolucionaron a lo largo del milenio largo que durĆ³ la vida romana. Desde siempre y hasta el final de la RepĆŗblica, a la mujer romana -como antes le habĆ­a sucedido a la griega- le estaba vetada la libertad absoluta de la que disponĆ­a el hombre, que podĆ­a disfrutar de amantes ya fueran mujeres o muchachos, sobre todo si eran esclavos o extranjeros.

No se toleraba, sin embargo, que la infidelidad fuese con mujer de casta romana, y menos si era casada; y estaba mal  visto que el ciudadano romano se preocupara del placer de la mujer durante el acto sexual o que tomase el rol pasivo en sus relaciones con otros hombres. Tales miramientos no contaban para extranjeros y mucho menos para los esclavos, que habĆ­an de estar dispuestos a los caprichos carnales de sus amos y que no tenĆ­an derecho al vĆ­nculo oficial del matrimonio.

El enlace conyugal carecĆ­a, por otra parte, de la solemnidad que despuĆ©s le otorgarĆ­a el cristianismo. Se trataba de un acuerdo prĆ”ctico, en aras de la procreaciĆ³n, que se sellaba en sencillas ceremonias, y que se anulaba con la misma facilidad. Como en otros protocolos romanos, bastaba la presencia de siete testigos y el ritual de festejo.

El estatus constreƱido que el casorio daba a la mujer romana fue evolucionando hasta, ya en el Imperio, gozar de la misma capacidad de hacer y deshacer que el hombre. Y asƭ, las fƩminas de buena casta pudieron unirse al hedonismo que, fruto de la influencia de la cultura griega, se extendƭa cada vez mƔs en la sociedad romana.

El momento Ć”lgido de esta transformaciĆ³n, sobre todo en lo referente a la liberaciĆ³n femenina, lo marca la publicaciĆ³n de Ars amandi en torno al aƱo 1, una obra didĆ”ctica que supone toda una revoluciĆ³n social en la consideraciĆ³n del amor y la sexualidad y que le costarĆ­a a su autor, Ovidio, el destierro. No toleraron los mandatarios que se diese tamaƱa importancia a los sentimientos y sensaciones erĆ³ticas de la mujer, ni tampoco a la pasiĆ³n de los enamorados. Mal estaba considerado el enamoramiento hasta entonces, el amor entre los romanos, tan pragmĆ”ticos ellos, se veĆ­a como una "desgracia", una enfermedad del sentir que abotargaba el buen juicio, algo ridĆ­culo, un claro motivo de burla.

El alejamiento de Ovidio no frenĆ³ la expansiva tendencia ya instalada en la Roma imperial. Y no sĆ³lo se vieron favorecidas las mujeres, que ya se lanzaban sin tapujos al disfrute del amor y el sexo, sino tambiĆ©n los propios hombres, que ahora ya podĆ­an hablar de sus relaciones con hombres de igual rango, y no sĆ³lo con  esclavos y jĆ³venes. Se notaron por toda Roma los aires de liberaciĆ³n , el famoso carpe diem que en su dĆ­a entonara el poeta Horacio.  Sobre todo porque habĆ­a mujeres, pues antes de la Ć©poca imperial las damas romanas ni siquiera podĆ­an andar solas por las calles.

Se notĆ³ el hedonista despegue, y de quĆ© manera, en las termas. Si, hasta el fin de la RepĆŗblica, se dividĆ­an en Ć”rea masculina y Ć”rea femenina, en los siglos I y II dicha separaciĆ³n desaparece en muchas de las instalaciones, sobre todo en las de alto nivel. Hombres y mujeres se mezclan desnudos en el caldarium o en el frigidarium.

Patricios y patricias, emperadores y familias imperiales dieron buena cuenta de todo este mundo abierto de par en par al deleite erĆ³tico, que fue plato esencial en cualquier fiesta o Ć”gape de los de postĆ­n. Se contagiaron tambiĆ©n las clases mĆ”s bajas, aunque sin tanta parafernalia y todavĆ­a con cierto sentido de la moderaciĆ³n. Unos y otros, hombres y mujeres, ciudadanos y esclavos, locales y extranjeros, dejaban de lado cualquier instinto de discreciĆ³n y se lanzaban a por todas cuando el programa de fiestas oficiales incluĆ­a, en general como devota ofrenda religiosa, el jolgorio carnal.

En orgĆ­a terminaban siempre las fiesas de la Bona Dea, diosa que tenĆ­a un templo dedicado a su culto a los pies del wentino. A los bosques de este monte se trasladaba la celebraciĆ³n en honor a la fecundidad, que protagonizaban mujeres de todo rango social: se prostituĆ­an como acto de fe y el festĆ­n sexual parecĆ­a no tener lĆ­mites. Alguna de ellas habrĆ­a copiado pose y hasta modelo de las prostitutas que festejaban el 23 de abril las Vinalia, en honor a JĆŗpiter y a Venus Erycina, su diosa titular. Frente a su templo se organizaba un gran mercado de prostituciĆ³n, donde cabĆ­a desde la menos agraciada a la mĆ”s sofisticada y, entre tratos, compras e intercambios, ahĆ­ se metĆ­a el que podĆ­a y aquello se transformaba en un inmenso lupanar al aire libre.

Una semana despuĆ©s, las prostitutas eran asimismo protagonistas de las Floralia, fiestas dedicadas a Flora, antigua diosa de la fecundidad y el placer. Como flores, por sus coloridos vestidos, maquillajes y pelucas, desfilaban por las calles y se iban desnudando a peticiĆ³n de los espectadores. Su actividad se intensificaba igualmente durante las famosas Saturnatia, que celebraban el fin del aƱo en la semana del 17 al 25 de diciembre en honor a Saturno, en el periodo mĆ”s oscuro del aƱo, momento de invocar el regreso de la luz, el sol invictus. Era el tiempo de asueto para los esclavos, que a veces invertĆ­an rol con sus amos y todo era posible. Era tambiĆ©n tiempo de banquetes populares y familiares, intercambio de regalos, bailes de mĆ”scaras ... Todo lo filtrarĆ­a el cristianismo hacia la Navidad y el Carnaval porque la gente no querĆ­a renunciar a su fiesta favorita.

SĆ­ tendrĆ­an que renunciar a su sexualidad, al menos pĆŗblicamente, los homosexuales que no tuvieron la fortuna de nacer en los permisivos tiempos imperiales .
Poseer a muchachos como amantes , ademĆ”s de a mujeres daba crĆ©dito de virilidad y eran pocos los ciudadanos de casta que no tenĆ­an entre sus amantes algĆŗn joven esclavo o extranjero. Es de suponer que las relaciones lĆ©sbicas tuvieran tambiĆ©n su lugar, sobre todo en los aƱos mĆ”s descocados del Imperio; y, sin embargo, apenas ha quedado nada escrito al respecto.

No faltan, eso sĆ­, testimonios de todo tipo sobre las prostitutas, que se convirtieron en legiĆ³n (unas 30.000) en la Roma de la Ć©poca de Augusto y llegarĆ­an incluso a estar censadas y a pagar impuestos.

Una vez mĆ”s, la inspiraciĆ³n estĆ” ya en el origen mitolĆ³gico: Acca Laurentia, una loba -tĆ©rmino que designaba a las prostitutas-, fue quien recogiĆ³ y criĆ³ a RĆ³mulo y Remo.

AsĆ­ que no cabĆ­an remilgos, y la profesiĆ³n del placer carnal campĆ³ siempre a sus anchas, sobre todo, cĆ³mo no, a finales de la RepĆŗblica y durante el Imperio. Anteriormente, la profesiĆ³n habĆ­a sido casi exclusivamente realizada por extranjeras, muchas de ellas germanas, galas o celtas de cabellos rubios -que representaban etnias inferiores-, por lo que, en algĆŗn perĆ­odo posterior, se obligĆ³ a las meretrices a llevar pelucas de este color para ser distinguidas de inmediato. Y es que ya en el siglo primero habĆ­a tantas romanas como extranjeras, algunas de ellas seƱoras patricias que en sus ratos libres practicaban la profesiĆ³n .

Habƭa fornices o prostƭbulos en diferentes barrios de la ciudad. Los mƔs elegantes, con las rameras mƔs bellas y selectas, se concentraban en el Aventino, mientras que los mƔs populares se hallaban en la muy concurrida zona de Subura y los mƔs rastreros en el TrastƩvere. Cada uno en su medida, constaba de varias habitaciones, cerradas en general por cortinas en las que se anunciaba el nombre, precio y especialidad de la profesional. Por fuera, un enorme falo pintado de rojo seƱalaba el establecimiento y, a veces, las chicas se sentaban a la puerta para captar clientes. De ahƭ vendrƭa la palabra "prostituta", pues en latƭn prastare significa estar expuesto o visible.

Tabernas, posadas y algunos baƱos pĆŗblicos tambiĆ©n anunciaban el servicio, que era muy exclusivo cuando se trataba de citas organizadas en mansiones patricias. En algĆŗn periodo, las rameras fueron obligadas tambiĆ©n a llevar, como ropa, una toga corta y oscura en vez del atuendo largo y blanco que cubrĆ­a a las seƱoras romanas.

Las mĆ”s sofisticadas se vestĆ­an de sedas transparentes, se coloreaban los pezones y se maquillaban mucho el rostro. Como tambiĆ©n lo hacĆ­an los muchachos mĆ”s efĆ©bicos de los burdeles masculinos, que se localizaban en torno al puente Sublicio, en el Esquilino y por supuesto tambiĆ©n en Subura. Es de suponer que en los lupanares romanos, sobre todo en los tres primeros siglos de nuestra Era, se diera rienda suelta a todos los antojos sexuales de los clientes, como ocurrĆ­a en fiestas pĆŗblicas y privadas. Y sin embargo la tolerancia romana respecto al sexo no fue ilimitada, pues sĆ­ tuvo sus propios tabĆŗes, aunque, como en casi todas las sociedades, fueran sĆ³lo de palabra. Ni siquiera en los tiempos mĆ”s desmadrados  llegaron de verdad a ser plenamente populares las relaciones lĆ©sbicas. Tampoco lo fue nunca el sexo oral. sobre todo en quien lo hacĆ­a, y con mĆ”s repulsa hacia el cunnilingus que hacia la felaciĆ³n. Acaso porque, para los romanos, la boca, como parte expresiva esencial de la persona, tenĆ­a que mantenerse lo mĆ”s pura posible.

Lo que sĆ­ fue siempre popular fue la figura del falo, ya no sĆ³lo en su representaciĆ³n religiosa de PrĆ­apo y su eterna disponibilidad para el sexo, sino como mera ornamentaciĆ³n o como amuleto.

Al amuleto fĆ”lico tambiĆ©n se le atribuĆ­an poderes afrodisĆ­acos y anticonceptivos. Como los griegos, los romanos bebĆ­an un lĆ­quido extraĆ­do del satiriĆ³n -orquĆ­dea macho- para estimular su apetito sexual, que tambiĆ©n sentĆ­an fortalecido cuando ingerĆ­an una buena cantidad de garum, la muy apreciada salsa de pescado que se fabricaba a destajo en EspaƱa.

En cuanto a la anticoncepciĆ³n, entre otros muchos mejunjes que se introducĆ­an en el Ćŗtero fue popular el uso de uno elaborado a base de aceite de oliva, miel y resina de cedro. PĆ³cimas e instrumentos varios eran utilizados para provocar el aborto, que nunca estuvo penalizado por las leyes romanas.

De unos y otros asuntos dieron debida cuenta los escritos que traspasaron el fin del mundo romano. Aparte de Ovidio y su teorizaciĆ³n del sexo y amor, otros autores como Suetonio o Marcial, ilustraron aconteceres erĆ³ticos en textos que hoy en dĆ­a tendrĆ­an esa etiqueta de pornografĆ­a . TambiĆ©n pudieran merecerla ciertos pasajes de El asno de oro de Apuleyo o del SatiricĆ³n de Petronio.


Y nada mƔs sincero y espontƔneo que los graffiti, que tan bien se han conservado en Pompeya: "Cayo Valerio Venusto, soldado de la primera cohorte pretoriana, follador mƔximo".

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1 comentarios:

  1. Buenisimo articulo y muy interesante pero falta informaciĆ³n bibliogrĆ”fica, quiero saber donde puedo consultar mas informaciĆ³n o verificarla...

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