El 4 de julio de 1541 moría en desafortunado accidente el conquistador extremeño Pedro Alvarado.
Era hidalgo pero carecía del más mínimo patrimonio que conservar, así que marchó a Sevilla y desde muy joven se empleó en actividades de riesgo con las que se ganaba la vida.
Ya en el nuevo continente mereció galones por su entrega en la conquista de Cuba, pero cuando Cortés lo reclute será cuando el osado aventurero mostrará lo mejor y lo peor de su carácter.
Hernán Cortés y Pedro Alvarado compartían un origen y se entendían pero eran esencialmente dos personas opuestas. Como tal, a menudo se complementaban bien y en ocasiones chocaban. De los dos, Cortés encarnaba el temple y la prudencia, Alvarado el ardor impetuoso.
Su desconfianza le llevó a protagonizar los sangrientos sucesos de la Noche Triste, en la que se ensañó con los aztecas llegando a pasar a cuchillo a más de un millar. Enmendó lo que pudo su falta, distinguiéndose en la batalla final por Tenochtitlán, por la que recibió las más grandes encomiendas de México. Visto su ardor en el combate, Cortés le dio permiso para conquistar Guatemala, hacia donde partió con un gran ejército de infantes y jinetes, secundados por un millar de indios calúas.
En poco más de seis meses derrotó a las tres grandes estirpes de Centroamérica, dejando a su paso sangre y discordia. Su ansia de notoriedad y riqueza, sumada a su falta de escrúpulos, ensombrecían a menudo sus innegables dotes.
Al no encontrar botín que le colmase, Alvarado regresó a España para obtener las mercedes que su bien ganada fama merecía. Fue nombrado gobernador y capitán general de Guatemala y se embarcó de nuevo acompañado de su recién estrenada esposa, que no pudo soportar la dureza del viaje y falleció al poner pie en Veracruz.
Su nuevo objetivo eran los tesoros de Perú. Tras una larga y fatigosa expedición por la selva ecuatoriana llegó a Quito, sólo para enterarse de que Francisco Pizarro se le había adelantado. Perdida la gloria de la conquista vio al menos la oportunidad del negocio y vendió el servicio de sus tropas a Diego de Almagro, regresando solo a su jurisdicción.
En sus últimos años supo dominar su ambición y explotar su lado más político para deslizarse por el cambiante tablero de poderes del Nuevo Mundo sin mengua para sus intereses.
En 1541 recibió noticia del gobernador de Guadalajara, Cristóbal Oñate, y acudió en su auxilio para sofocar una revuelta de indígenas. Herido en la refriega, se retiraban ya hacia lugar seguro cuando se vio arrollado por un caballo en estampida, rodando ambos por una pronunciada cuesta pendiente.
Así, por accidente, moría el adelantado de Guatemala una tarde de julio de 1541.
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