Cercano al medio siglo y lograda la paz con Francia, Carlos V pudo centrarse en el conflicto protestante en Alemania. El Rey llegaba maduro y achacoso, con ataques de gota que mermaban sus facultades, pero pleno de voluntad y firmeza. Si los luteranos no se atenían a negociar habría guerra. Y la hubo. La campaña del emperador en Alemania tuvo dos fases, la primera, en la línea del Danubio, se desarrolló durante la primavera y el otoño de 1546. La segunda, la del Elba, durante la primavera de 1547. En ella tendría lugar la decisiva batalla de Mühlberg.
Carlos V había resistido duras jornadas ante el fuego de la artillería alemana y se sentía envejecido y desfallecido. Para colmo, su alianza con el papa Paulo III había quebrado en el momento más crítico y el Pontífice conspiraba en los territorios italianos del emperador.
Carlos V había resistido duras jornadas ante el fuego de la artillería alemana y se sentía envejecido y desfallecido. Para colmo, su alianza con el papa Paulo III había quebrado en el momento más crítico y el Pontífice conspiraba en los territorios italianos del emperador.
Su ejército estaba mermado respecto al que había conseguido reunir en la campaña del Danubio, por eso Carlos quiso evitar una guerra de desgaste y jugársela a un enfrentamiento decisivo. Durante nueve días persiguió al ejército del duque Juan Federico de Sajonia para encontrarlo por fin a escasos 20 kilómetros a orillas del Elba, en la localidad llamada Mühlberg.
La niebla ayudó al cauteloso movimiento de sus tropas, pero el caudaloso río impedía un ataque por sorpresa. El emperador, presa de fervor guerrero, se personó en una aldea cercana para informarse sobre un vado por el que pasar con seguridad. Lo halló y, al levantarse la niebla, el ejército sajón se encontró con todas las huestes imperiales formadas enfrente, y tal fue su asombro que en vez de achicar el paso se dispersó en una fuga general.
Los arcabuceros españoles se despacharon a gusto mientras la caballería vadeaba el Elba y emprendía la carga sobre los protestantes.
Los arcabuceros españoles se despacharon a gusto mientras la caballería vadeaba el Elba y emprendía la carga sobre los protestantes.
A las siete de la tarde no había más que muertos y prisioneros y Carlos V, con la grandeza del César y su particular espíritu religioso, pronunció la famosa frase: «Vine, vi y venció Dios». El duque de Sajonia caía prisionero y el emperador alcanzaba la victoria militar contra la Liga Protestante, pero sus intentos de reconciliación religiosa caerían en saco roto.
Europa avanzaba hacia a un radicalismo difícil de detener.
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