1937: El escuadron 731 el holocausto asiatico

En agosto de 1945, la guerra estaba ya casi decidida. La ventaja de los aliados era clara y en Asia, antes de que el Enola Gay abriese sus tripas sobre Hiroshima, a Japón sólo le quedaba planear una retirada con dignidad. Una misión tan tĆ”ctica como cualquier otro asalto, pues requerĆ­a borrar los rastros de las atrocidades cometidas. 
En Manchukuo, la sucursal que el Imperio japonĆ©s habĆ­a plantado en territorio chino —un Estado con Gobierno tĆ­tere, sumiso a las órdenes de Tokio—, la retirada incluĆ­a desmantelar las misteriosas instalaciones del Laboratorio de Investigación y Prevención EpidĆ©mica, situado a las afueras de Harbin.

La unidad, disfrazada de planta de purificación de agua, estaba constituida por un centenar de edificios, repartidos en seis kilómetros cuadrados. Entre los mĆ©dicos y soldados japoneses que allĆ­ trabajaban, el lugar era conocido como el Escuadrón 731, un programa secreto de investigación y desarrollo de armas biológicas que, entre 1937 y 1945 —la duración de la Segunda Guerra Chino-Japonesa—, llevó a cabo experimentos con entre 3.000 y 12.000 civiles y prisioneros. Entre Ć©stos habĆ­a chinos, rusos, coreanos y mongoles, pero tambiĆ©n europeos y americanos.

En esta especie de Auschwitz instalado en el corazón de Manchuria se investigó el uso de patógenos como bioarmas y se realizaron pruebas mĆ©dicas con cobayas humanas. Las cirugĆ­as, amputaciones y disecciones a pacientes con vida estaban a la orden del dĆ­a, en muchos casos sin anestesia pues se consideraba que Ć©sta podĆ­a distorsionar los resultados. A los prisioneros se les conocĆ­a como ‘marutas’, o maderos en japonĆ©s, porque los laboratorios estaban camuflados como aserraderos. Algunos fueron obligados a inhalar gases nocivos; a otros se los abandonaba en el duro invierno del noreste chino para explorar el proceso de congelación de la carne.

TambiĆ©n se quiso saber cuĆ”nta sangre era capaz de perder un prisionero con un miembro amputado. No pocos acabaron con el cerebro, los pulmones o el hĆ­gado extraĆ­dos, y a algunos se les inyectó orina de caballo en el hĆ­gado, entre los miles de casos dificĆ­lmente justificables como exprimentos mĆ©dicos. En la sede del escuadrón se almacenaban fetos y cuerpos de adultos en formol, y la unidad era capaz de producir grandes cantidades de Ć”ntrax y bacterias causantes de la peste bubónica. La operación ‘Cerezos en flor por la noche’, a mediados de 1945, planeaba emplear ataques kamikaze sobre la costa de California con bombas cargadas de esta bacteria. El ataque atómico lanzado por EEUU sobre Hiroshima y Nagasaki interrumpió el plan.

El arquitecto de esta barbarie fue Shiro Ishii. Militar graduado en medicina por la Universidad Imperial de Kioto, Ishii profesaba una macabra fascinación por la guerra bacteriológica. Si había que prohibir las armas biológicas, como había hecho el Protocolo de Ginebra en 1925, era porque podían ser extremadamente poderosas, pensaba Ishii. Convenció al emperador Hiro Hito de la ventaja que la investigación en diversos campos relacionados con la medicina podrían aportar en el campo de batalla y así, dado que Japón quería expandirse hacia el sur de Manchukuo y conquistar toda China, en 1936 le fue asignado el trabajo con un generoso presupuesto.

Como sede del Escuarón 731, Ishii levantó un complejo con aeródromo, lĆ­nea fĆ©rrea, barracones, calabozos, laboratorios, quirófanos y crematorio, cine, bar y hasta un templo Shinto. «La misión divina de un doctor es bloquear y tratar las enfermedades», dijo a sus empleados, «pero el trabajo en el que nos vamos a embarcar es lo opuesto». Hablaba en serio. En China, se considera que los ensayos para extender el cólera, Ć”ntrax y la peste llegaron a matar a unas 400.000 personas.

Desde el Escuadrón, y bajo la batuta de Ishii, se coordinaba el trabajo de media docena de subunidades similares por todo el sudeste asiĆ”tico ocupado. Cada una tenĆ­a su especialización: el estudio de la peste; la fabricación de bacterias de tifus, cólera o disenterĆ­a; experimentos para ver cómo respondĆ­an los humanos a la privación de alimentos y agua… Al final de la guerra, Ishii ordenó a sus subordinados «llevarse el secreto a la tumba» y durante la huida a Japón, se les entregó cianuro de potasio para poder suicidarse en caso de ser capturados por las tropas aliadas.

El ‘Holocausto asiĆ”tico’, que incluye la masacre de unos 300.000 ciudadanos en Nanjing en el invierno de 1937, es un capĆ­tulo poco conocido en Occidente. Los aliados tambiĆ©n contribuyeron a 'enterrarlo': Douglas MacArthur, comandante supremo de las fuerzas aliadas y encargado de la reconstrucción de Japón tras la contienda, concedió inmunidad a los mĆ©dicos a cambio de los resultados de su investigación. Los tribunales de guerra de Tokio nunca juzgaron estos hechos y sólo la URSS procesó a una docena de implicados en el proceso de Jabarovsk, en 1949.

AsĆ­, la mayorĆ­a de personal del Escuadrón regresó a salvo a Japón, donde muchos se convirtieron en reconocidos polĆ­ticos, mĆ©dicos y hasta representantes del ComitĆ© OlĆ­mpico JaponĆ©s. Sólo unos pocos se arrepintieron de sus actos al final de sus vidas. Ishii, el ‘doctor muerte’, falleció en 1959 en su hogar, tras pasar una vida tranquila, aquejado de un cĆ”ncer de garganta. TenĆ­a 67 aƱos.


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1 comentarios:

  1. Me duele decir esto, pero Japón se mereció hasta la última onda de radiación de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Si yo estuviese en el poder, no hubiese lanzado una, sino todo mi arsenal nuclear y hubiese barrido a Japón de la faz de la tierra.

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