1199: Ricardo Corazón de León, hambre de pollo

A muchos  les extrañará saber que el pollo esa ave tan poco valorada hoy fue, hasta la generación anterior a la suya, una encarnación del lujo gastronómico a la altura de, pongamos, la langosta.

Pero el pollo, aunque hoy no lo aprecie nadie si no le ponemos apellidos, origen y pedigrí, fue hasta hace nada comida de poderosos, vetada al pueblo llano salvo que este fuera propietario de un gallinero, y aún así serían más los pollos que vendería que los que consumiría en casa. Daban dinero, los pollos. Y las gallinas, que son fábricas de huevos y pollos, más.

Esa alta consideración del pollo viene de muy atrás. La Europa carnívora se saciaba más con cerdo que con aves de corral; estas eran bocado demasiado refinado, "caviar para el vulgo", como hace decir a Hamlet Shakespeare.

Imaginen, la cara que se les pondría a unos soldados del duque Leopoldo V de Austria, quizá el más importante elector del Sacro Imperio de la época, cuando, a finales del siglo XII, sorprendieron en los aledaños de Viena a un individuo con traza de peregrino mendicante que, pese a su aspecto zarrapastroso, insistía en las posadas en que se le sirviese pollo asado.

¡Pollo asado, nada menos, que ellos, fieles servidores del duque, no cataban nunca!.. Por si  acaso, lo detuvieron y lo llevaron ante su señor. Para Leopoldo, fue como si le hubiese tocado la lotería, porque el falso peregrino era nada manos que Ricardo I Plantagenet, rey de Inglaterra, conocido por el sobrenombre de  Corazón de León.

El vienés tenía algunas cuentecillas que saldar con Ricardo. Habían sido compañeros en la III Cruzada, junto con el rey Felipe II de Francia... y habían acabado como el rosario de la aurora. Para empezar, un primo de Leopoldo, Conrado de Montferrat, fue proclamado por los cruzados rey de Jerusalén, pero no llegó a ser coronado: lo sacaron del medio antes. La versión oficial señaló como culpables a los fanáticos de la Secta de los Asesinos del famoso Viejo de la Montaña; pero por detrás se dijo que el instigador había sido Ricardo, que tenía candidato propio.

Por si esto fuera poco, cruzados ingleses arrojaron al foso de la fortaleza de Acre el pendón que los hombres de Leopoldo habían izado junto a las enseñas reales de Francia e Inglaterra. El austríaco se enfadó y dijo a Felipe y a Ricardo: "Ahí os quedáis"; Felipe, poco después, también se marchó y dejó solo a Ricardo ante Saladino.

Ricardo pacta la retirada y vuelve a casa... o eso intenta. Como Ulises, naufraga. Dos veces. Decide seguir por tierra, disfrazado. Y su ansia de un bocado regio le pierde. Leopoldo lo encierra en una fortaleza y fija un rescate fabuloso. En Inglaterra, el hermanito de Ricardo, el príncipe Juan, luego llamado Sin Tierra, remolonea.

Su madre, Leonor de Aquitania, luchó incansablemente para obtener la liberación de Ricardo, intentando reunir el dinero del rescate consistente en 100.000 marcos Al mismo tiempo, Juan, el hermano de Ricardo, y el rey Felipe de Francia ofrecieron 80.000 al emperador para que mantuviera prisionero a Ricardo hasta la fiesta de San Miguel y Todos los Ángeles de 1194. El emperador rehusó esta oferta, pero a costa de aumentarlo una mitad más ,finalmente el 4 de febrero de 1194 Ricardo fue liberado.

Felipe envió un mensaje a Juan que decía: “Cuídate, el demonio anda suelto.”

Así Ricardo, que era un pájaro de cuenta que se peleó hasta con su padre, pudo regresar a casa y quedar como el bueno de la película. En Inglaterra le dio tiempo a proclamar como lema de la corona el "Dieu et mon Droit" (Dios y mi derecho) que sigue hoy campando así, en francés, en las armas inglesas. Poco estuvo en su reino principal: menos de uno de los cuarenta y un años que vivió.

Porque murió, en efecto, joven, de una manera bastante estúpida: cuando inspeccionaba el asedio de un castillejo francés de poca importancia, un chico le disparó con su arco, más que nada por probar. Le dio. La herida no era mortal, pero los cirujanos de la época se encargaron de que lo fuese. Y allí, en el campo, pero no en la batalla, acabó la vida de uno de los reyes ingleses cuyo nombre conoce todo el mundo.

Una flecha de pruebas... Ya sería el colmo que las plumas de esa flecha hubieran sido de pollo.

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