1945: El drama de Dresde

La Conferencia de Yalta, en la que Roosevelt, Churchill y Stalin sentenciaron el desarme y la partición de Alemania, había acabado dos días atrás. Se daba la guerra por terminada y algunos niños, tímidamente, se habían disfrazado para que celebrar la versión de tiempos de guerra y miseria del Fasching, el carnaval alemán. Muchos de ellos acababan de regresar de las zonas rurales a las que habían sido evacuados en 1943. Corría incluso el rumor de que, dada la situación de Berlín, donde no quedaba piedra sobre piedra, los vencedores la habían reservado como nueva capital administrativa. Por eso, a las 21.51 horas, cuando comenzaron a sonar las alarmas, muchos no las tomaron en serio, porque un bombardeo, a esas alturas, no tenía sentido.

Lo primero que vieron fueron las luces de bengala que los alemanes llamaban irónicamente «árboles de navidad», arrojadas por los veloces De Havilland Mosquito, que bajaban en picado e iluminaban los objetivos. Después los reflejos de las «window», o tiras de aluminio para despistar a los radares.


Este método de bombardeo había ido perfeccionándose en dos años de guerra total y había conseguido su máximo exponente en Hamburgo, con la 'operación Gomorra': la noche del 24 de julio de 1943, 354 Lancaster, 239 Halifax, 120 Stirling y 68 Wellington soltaron toneladas de estas «window», bloqueando las defensas. Tras cumplir los aviones marcadores de blancos su tarea, la primera oleada descargó 2.396 toneladas de bombas, plagando la ciudad de incendios. Las fuerzas de rescate no daban abasto y el caos era total.

Tras una deliberada pausa, en la que los supervivientes salen de los refugios y tratan de empezar a rescatar heridos, fue lanzada otra oleada de bombas, estas incendiarias. Las llamas penetraban por techos rotos, puertas, ventanas y escaleras, en lo que se conoce como «tormenta de fuego»: por efecto de convección, el aire caliente sube, succiona el de los lados y crea corrientes de aire caliente que alcanzan miles de grados centígrados a cientos de kilómetros por hora. El área es desecada, el oxigeno desaparece, nada sobrevive. Quienes intentaron protegerse en piscinas o estanques, murieron cocidos.

A mediodía del 25 de julio, la Octava Fuerza Aérea de EEUU, con base en Inglaterra, lanzaba otros 127 bombarderos contra el astillero de submarinos Blohm&Voss y la fábrica de motores de aviación Klockner, sobre una ciudad de muertos. En 10 días, la RAF lanzó 8.621 toneladas de bombas, devastó 22 kilómetros cuadrados de terreno y mató a 40.000 personas, además de dejar a otras 37.000 con heridas graves. Las temperaturas alcanzaron más de 100.000 grados centígrados y los vientos de la tormenta de fuego llegaron a soplar a más de 250 kilómetros por hora.

En el caso de Dresde, sin embargo, los bombardeos se concentraron en 24 horas. Y hay que anotar otras dos importantes diferencias: no había objetivos estratégicos o fábricas de armas. La Florencia del Elba, además, se encontraba especialmente desprotegida. No había cañones antiaéreos ni reflectores. Unas semanas antes, la escasa artillería antiaérea había sido desmontada y enviada a la cuenca del Ruhr o los frentes del este. A lo que Dresde temía, en febrero de 1945, era al Ejército Rojo, no al aliado. Esa mañana de martes de carnaval, los jóvenes hermanos Hoch, miembros de una familia aristocrática prusiana, que temía por su futuro ante el avance ruso, recorrieron el centro de Dresde, fotografiando los lugares de su vida cotidiana y los bellos monumentos de la ciudad en que habían vivido sus antepasados, para que su madre los recordase en el exilio. Huyeron esa tarde, sin saber que habían visto Dresde por última vez y sin sospechar que aquellas fotos cobrarían un valor histórico. A las 10.40 del miércoles de ceniza, una gran cruz de hierro cayó desde una altura de 90 metros arrastrando tras ella la cúpula de la Frauenkirche, la principal iglesia protestante alemana, convertida en un horno, y cuyo perfil había sido la imagen de Dresde. No pudo terminarse su reconstrucción hasta 2005.

El número de víctimas mortales nunca ha podido establecerse con exactitud. En los días siguientes al bombardeo, todavía en estado de 'shock', los supervivientes apilaron alrededor de dos decenas de miles de cuerpos en una de las plazas principales, según testimonios directos. Fueron depositados sobre los enormes listones metálicos que habían formado parte de las persianas en los escaparates de unos grandes almacenes de la ciudad, y allí quemados con lanzallamas en turnos de varios miles de cuerpos cada vez, para evitar que se propagasen más enfermedades. En 1993 se descubrieron en el Archivo Municipal documentos de la oficina que gestionaba los cementerios municipales y que anotan el enterramiento de otras 21.271 víctimas.




















CONVERSATION

1 comentarios:

  1. Que horror.
    Que poco es es Ser Humano cuando tocan los clarines de la Guerra...
    A esta altura de la Guerra y después de ver el comportamiento previo de Alemania, en sus conquistas en Europa y la URSS. se hace difícil etiquetar este comportamiento aliado.
    Hoy es anécdota, pero duele en el alma tanto dolor Humano. De un lado y del otro.
    El hombre de a pié, solo puede mirar y aceptar. No tiene voz ni puede accionar de modo alguno para torcer estos acontecimientos.

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