409 al 507 : Del Imperio romano al reino Visigodo ( 2ª parte)

El historiador contemporáneo hispánico Orosio, citando a un antiguo amigo del rey, dijo que Ataúlfo (410-415), el sucesor de Alarico, había pensado crear un Estado godo, sustituyendo así Romanía por Gotia.

Sin embargo, finalmente decidió poner sus fuerzas al servicio del Estado romano. Se casó con Gala Placidia, la hermanastra del emperador Honorio, capturada durante el saqueo de Roma en 410, y comenzó a negociar con el gobierno imperial el papel militar que iban a desempeñar él y sus seguidores. Es posible que estos planes estuvieran ya muy adelantados cuando fue asesinado en el año 415 en Barcelona, durante un efímero golpe dirigido por un enemigo personal. El asesino, Sigerico, murió también asesinado una semana más tarde.

El hecho de que Ataúlfo estuviera en Hispania en aquel momento significa probablemente que los acuerdos para un servicio militar godo en la Península, que quedaron definitivamente establecidos bajo el gobierno de su sucesor Walia (415-419), ya estaban pactados en el momento de su muerte. Bajo el reinado de Walia, que devolvió a Gala Placidia a la corte de su hermano, los godos realizaron una serie de campañas por encargo del emperador en la península Ibérica, para eliminar a los alanos, los suevos y los vándalos, y poner fin al régimen imperial del usurpador Máximo.
 

De los detalles de esta guerra no se ha conservado registro alguno, pero los visigodos demostraron ser altamente eficaces, destruyendo a los alanos y a los vándalos silingos, antes de retirarse de Hispania en 419 para establecerse en Aquitania, en el suroeste de la Galia, como resultado de un nuevo tratado con el Imperio.

Se ha sugerido que el gobierno imperial, dominado por el magister militum Constancio, había llegado a sentirse preocupado por el éxito de los godos y temía que éstos sencillamente tomaran el poder como sucesores de los vándalos y los suevos, convirtiéndose en los nuevos amos de la península Ibérica. si esto fue así, habría que preguntarse por qué se les dio el control de la importante provincia gala de Aquitania Secunda. Es más probable que la administración romana creyera que los problemas militares con los que se enfrentaba el sur de la Galia fueran de mayor importancia y más apremiantes que lo que entonces pudo parecer simplemente una operación de limpieza en Hispania.

Pudo haber sido el crecimiento de la amenaza de los bagaudas al norte del Loira durante aquellos años lo que influyera en la política imperial en el sentido de desplazar a los godos de Hispania a Aquitania.

Aunque la presencia de bagaudas no parece haber sido un problema que afectara a Hispania en aquella época, pronto llegaría a serlo, por lo tanto, vale la pena intentar comprender lo que significaba este término, que aparece en varias crónicas de los siglos V y VI.

Desgraciadamente estas referencias están lejos de ser informativas, ya que en general no hacen más que mencionar la presencia de los bagaudas, el daño que podían haber causado y su eliminación violenta por la acción de fuerzas militares pagadas por el Imperio, sin llegar a definir nunca el término en sí mismo. Su significado tuvo que ser algo evidente o bien conocido para los lectores contemporáneos. Como consecuencia de ello, se ha planteado cierto número de sugerencias sobre lo que esta palabra podía significar.

El hecho de que los bagaudas eran una clase o grupo y que suponían algún tipo de amenaza para los terratenientes romanos queda bastante claro en las menciones de la destrucción que ocasionaron y de la urgencia de tomar medidas militares para hacerles frente. Fuera de esto hay menos coincidencias y se ve a los bagaudas como un grupo que se encuentra en algún lugar de un espectro que se extiende desde los campesinos que morían de hambre hasta los revolucionarios sociales con conciencia de clase. En realidad, lo más probable es que fueran bandidos procedentes de varias clases sociales diferentes, incluidos esclavos y pequeños granjeros desposeídos, a los que los reveses políticos y económicos de la época impulsaron a unirse a las bandas en expansión continua de aquellos que ya no podían conseguir su sustento a partir de sus propios recursos. Aunque no sea un fenómeno muy conocido en la Europa occidental, este tipo de grandes bandas de forajidos aparece en la historia de otras zonas del mundo durante períodos similares de desorden político y económico.

Ésta es una de las maneras en que una población rural puede intentar lograr el sustento por sí misma cuando las pautas normales de producción e intercambio económico se hunden en una zona amplia o durante un largo período. Combinando los asaltos a aquellos que, como los terratenientes y los habitantes de las ciudades, todavía controlaban las provisiones de alimentos y otros recursos previamente adquiridos en el campo, la población rural podía subsistir a pesar de vivir en unas condiciones que habían hecho imposibles la agricultura y el comercio. De manera similar, esta combinación a gran escala constituía posiblemente una reacción en unos tiempos en que a la población rural le quitaban sus propios recursos a la fuerza otras bandas armadas, tales como unidades de mercenarios sin empleo o soldados gubernamentales que no habían recibido sus pagas. Una vez que se alcanzaba cierto momento crítico, estos grupos de bandidos llegaban a poder asaltar las propiedades de los terratenientes, y a atacar y saquear ciudades y otros asentamientos, e incluso a intentar enfrentarse a tropas profesionales en batallas o campañas bélicas.

Britania había quedado fuera del control imperial en 410, mientras que la parte de la Galia situada al norte del Loira aparentemente quedó abandonada a su suerte a partir de 406. Por lo tanto, el crecimiento incontrolado de los grupos de bandidos en esta zona no es sorprendente, y la relativa ausencia de grandes propiedades aristocráticas en la región señala que el restablecimiento del orden era para el gobierno imperial menos prioritario que en el caso de las provincias más ricas del sur. El temor a la extensión de la amenaza bagauda a través del Loira puede, por lo tanto, explicar la decisión de establecer una presencia militar permanente, como hicieron los godos en el suroeste en 419.

Entretanto en Hispania, los alanos supervivientes se refugiaron con los vándalos asdingos, y algunas referencias posteriores sugieren que conservaron sus peculiaridades étnicas dentro de la confederación, hasta que ambos pueblos desaparecieron completamente del registro histórico en el año 535. Sobre los vándalos silingos no se sabe nada más. Los suevos, que al parecer se establecieron formando guarniciones en el noroeste de la Península, pudieron haberse librado en gran medida de las campañas emprendidas por los visigodos entre 416 y 419, que probablemente se concentraron en las zonas del sur y el este. Conservaron sus dominios del norte de Lusitania y de Galicia después de la retirada de los godos.

Los vándalos asdingos, reforzados por la afluencia de alanos y otros fugitivos, fueron los principales beneficiarios del prematuro desenlace que tuvo el intento godo de recuperar Hispania de manos del gobierno romano.

Al no existir ya ninguna otra oposición militar, se convirtieron en dueños de gran parte de la Península. Hasta 422 no se produciría ningún otro intento de eliminarlos. En esta ocasión se envió desde Italia un ejército imperial bajo el mando del magister militum Castino, que tenía el propósito de cooperar con fuerzas auxiliares godas proporcionadas por el nuevo rey de los visigodos, Teodorico I (419-451). Este último estaba menos interesado en la alianza con Roma que su predecesor y, ya fuera con su connivencia o sin ella, sus destacamentos no llegaron a apoyar a Castino, que fue derrotado por los vándalos en la provincia Bética y obligado a retirarse.

El único logro de su campaña fue la captura del emperador fugitivo Máximo, que fue llevado a Ravena y ejecutado. A partir de entonces, el dominio romano en la península Ibérica quedó limitado a las zonas costeras de la Tarraconense y al valle del Ebro, entre el curso medio y el curso inferior de este río.

El propio Castino continuó prestando servicios como jefe militar bajo el breve régimen de Johannes (o Juan), que fue entronizado como emperador tras la muerte de Honorio en 423. Se le negó todo reconocimiento en el este y fue derrocado en 425 por una expedición enviada desde Constantinopla, que designó un nuevo emperador de occidente en la persona de Valentiniano III, hijo de Gala Placidia, hermana de Honorio, y de Constancio III, el que fuera jefe militar supremo durante los últimos años de Honorio y emperador durante un breve tiempo en 421.

La debilidad del régimen de Juan y las rivalidades de los mandos militares en Italia, África y la Galia durante los cinco primeros años del reinado de Valentiniano III tuvieron como consecuencia que no se pusiera interés alguno en intentos posteriores de reimponer el dominio imperial en Hispania.

Sin embargo, las maniobras para conseguir poder que se organizaron entre mandos militares romanos rivales tuvieron un impacto considerable en los vándalos, que por aquel entonces eran los amos indiscutibles de la mayor parte de la península Ibérica.

En el año 427 estalló una guerra civil entre el conde Bonifacio, gobernador de África, y Félix, mando supremo de los soldados en Italia, posiblemente como resultado de una conspiración de Aecio, el magister militum del sur de la Galia. Aunque la primera expedición que Félix envió contra su rival fue derrotada, la amenaza de una segunda pudo inducir a Bonifacio a establecer un pacto en 428 o 429 con el rey vándalo Genserico, para que éste llevara sus tropas a África.

Poco después, se conoció el papel que había desempeñado Aecio para enfrentar a Félix y Bonifacio, pero en mayo de 430 Aecio consiguió asesinar a Félix y hacerse con el poder en Italia. La corte imperial, dirigida por Gala Placidia, madre del emperador, apoyó a Bonifacio, por lo que éste retiró su ejército de África para lanzarse a la confrontación con Aecio. Ganó la batalla pero murió poco después a causa de las heridas recibidas, por lo que el control del Imperio occidental, muy reducido ya, cayó en manos de Aecio, que continuó ejerciéndolo hasta que fue asesinado por el propio emperador en el año 454. Una de las consecuencias de todos estos acontecimientos fue la supresión de la última presencia militar romana y la entrada de los vándalos y los alanos en las provincias africanas, completándose su conquista con la toma de Cartago en el año 439. El dominio de África por parte de estos pueblos fue reconocido mediante un tratado con el Imperio en 442.

No obstante, lo que sí parece claro es que inicialmente los vándalos no renunciaron a sus posiciones en Hispania. En el período inmediatamente posterior al traslado de sus fuerzas a África en 429, diversas bandas de suevos se trasladaron al sur de Galicia, donde ya habían estado anteriormente confinadas desde 411-412, pero el rey vándalo envió un destacamento de su ejército de vuelta a la Península y aquellos suevos, que pecaban de exceso de optimismo, dirigidos por el rey Hermingar (o Hermengario), fueron derrotados cerca de Mérida el año 430. Esta fue la última intervención de los vándalos en la Península. Ante la necesidad de imponerse por la fuerza en África y, hasta 442, por la amenaza de los intentos de eliminarlos que hizo el Imperio Romano, los vándalos concentraron todos sus esfuerzos en hacerse con el dominio de sus nuevos territorios, dejando Hispania a los suevos, que eran en aquel momento los únicos supervivientes de los invasores de 409 que quedaban en la Península.

Bajo el gobierno de los reyes Requila (438-448) y su hijo Requiario (448-455), los suevos se establecieron en Mérida (439) y extendieron su dominio a la mayor parte del oeste y el sur de Hispania, permaneciendo bajo control imperial directo sólo la Tarraconense. Este control se ejercía en nombre del emperador a través de una serie de mandos militares, varios de los cuales son conocidos.

Entre los problemas a los que estos mandos se enfrentaban estaban los brotes de actividad de los bagaudas en el valle del Ebro, en la zona del curso medio de este río, donde parece ser que fueron saqueadas algunas poblaciones.

Durante las décadas de 430 y 440, el gobierno imperial, que tenía su sede en Ravena, se preocupó casi exclusivamente de mantener su control sobre el sur de la Galia y, por extensión, sobre la Tarraconense, e incluso estuvo dispuesto a conceder África a los vándalos en 442.

En 451, la invasión de la Galia por los hunos, bajo el mando de Atila, minó la autoridad de Aecio, lo cual llevó a que el emperador lo asesinara en el año 454, y esto a su vez dio como resultado en 455 el asesinato del propio emperador Valentiniano III, como acto de venganza.

En el período de caos que se produjo a continuación, los suevos hicieron una incursión en la Cartaginense, quizá como acción preliminar a la conquista completa de esta provincia. Los intentos del Imperio Romano para conseguir una solución diplomática fueron rechazados y el rey suevo desencadenó un ataque contra la Tarraconense, pero su ambición demostró ser fatal, no sólo para él, sino también para su reino.

En medio de los desórdenes que siguieron a la eliminación de Valentiniano III, y con él, en 455, de la dinastía fundada por Teodosio, un aristócrata galo llamado Avito ocupó el trono con el respaldo militar de los visigodos. Dado que este aristócrata compartía el punto de vista de Aecio sobre la importancia primordial de mantener un dominio directo sobre el sur de la Galia, consintió o animó la actuación de sus aliados godos, gobernados entonces por Teodorico II (453-466), para que contrarrestaran la nueva amenaza de los suevos que apuntaba a la Tarraconense.

En el año 456, Teodorico entró con su ejército en Hispania para luchar contra Requiario, aunque éste era su cuñado. Los suevos fueron derrotados completamente en la batalla del río Órbigo, cerca de Astorga. Durante la huida subsiguiente, Requiario fue capturado y ejecutado, con lo que se desintegró la monarquía sueva.

Existe testimonio escrito de que cierto número de señores de la guerra rivales lucharon entre sí y contra los godos a lo largo de la década siguiente, antes de que su historia se sumergiera en un silencio que duraría casi un siglo. Sin embargo, parece ser que los últimos supervivientes de los suevos y de sus belicosos gobernantes fueron obligados a retroceder al norte de Portugal y a Galicia en los momentos posteriores a los acontecimientos del año 455, mientras los visigodos se hacían con el control directo de la mayor parte del resto de la Península, exceptuando las regiones costeras de la Tarraconense y algunas zonas del valle del Ebro, que continuaron bajo el poder imperial.

El último emperador romano que visitó la península Ibérica fue Mayoriano (458-463), cuyo interés primordial fue lanzar un ataque contra los vándalos, los cuales, después de haber llevado a cabo el segundo saqueo de Roma en 455, estaban considerados como la principal amenaza para los ya menguados intereses imperiales en el oeste.

Según algunos de los pocos registros supervivientes de una crónica del siglo VI que probablemente se escribió en Zaragoza, Mayoriano llegó a Hispania en el año 460. Aquel mismo año hizo una entrada solemne (o adventus) en Caesaraugusta (Zaragoza), pero no parece haber interferido en el control que los visigodos ejercían sobre la mayor parte de la Península.

La flota que estaba preparando para la invasión de África fue capturada en el puerto de Cartagena, en un ataque sorpresa que lanzaron los vándalos, y el emperador fue obligado a renunciar a sus planes. De regreso a Italia, en 461, Mayoriano fue destronado por su magister militum, Ricimero, que era de origen suevo y visigodo, y luego fue ejecutado.

El dominio romano en el valle del Ebro y en la costa mediterránea terminó finalmente con la actuación del rey visigodo Eurico (466-484), que asesinó a su hermano Teodorico II en el año 466.

En aquella época la Galia seguía siendo la zona fundamental de los territorios ocupados por los visigodos y Tolosa era el centro administrativo y la residencia principal del rey, a pesar de que en 455-456 se conquistó gran parte de Hispania. Cuando el dominio imperial declinó aún más en la parte occidental del Imperio entre las décadas de 460 y 470, Eurico consiguió más territorio galo mediante guerras o tratados, culminando este proceso con la ocupación de la Provenza por los godos y la cesión de Auvernia que hizo Roma a este rey visigodo en 474.

Después de que Rómulo fuera depuesto en 476, los generales de Eurico invadieron rápidamente las zonas del noreste de Hispania que todavía estaban administradas directamente por el Imperio.

Hacia el año 480, como muy tarde, el reino visigodo en la Galia había llegado a extenderse desde los valles del Loira y el Ródano hasta los Pirineos, y abarcaba también la totalidad de la península Ibérica, salvo Galicia, que seguía estando en manos de los suevos.

Eurico murió por causas naturales en 484 y el reino que él había ampliado tanto fue heredado por su hijo Alarico II (484-507). Con este nuevo rey se produjeron algunos cambios importantes, aunque los registros que hablan de ellos son escasos. La Consularia Caesaraugustana, o «Crónica consular de Zaragoza», contiene un registro relativo al año 494 donde se informa de que «por este consulado los godos entraron en Hispania». Un segundo registro, referido al año 497, añade «en este consulado los godos consiguieron establecer asentamientos (sedes acceperanf) en Hispania».

Aunque a partir de estas breves afirmaciones, se ha aceptado en general que lo que registran es un proceso de reubicación de la colonia visigoda, que sale del sur de la Galia y entra en Hispania, lo cual tuvo lugar a mediados de la década de 490. Hay que precisar con claridad que nada de esto se puede corroborar arqueológicamente.

Sin embargo, se sabe que la corte real continuó estando en Tolosa y, después del casamiento de Alarico con la hija del rey ostrogodo Teodorico, que se había convertido por sí mismo en la máxima autoridad de Italia en 493, los intereses económicos y políticos se centraron cada vez más intensamente en el sur de la Galia.

No es fácil saber qué les sucedió durante las décadas intermedias a los descendientes de aquellos guerreros que habían seguido al rey godo Ataúlfo durante su campaña fuera de Italia en 410-411. ¿Fueron los seguidores de Alarico II poco más que un ejército de ocupación, distribuido en guarniciones por las ciudades y pueblos importantes del sur de la Galia y, en menor medida, de Hispania? ¿O se produjo una transformación social importante a lo largo del siglo V, con una redistribución de las propiedades senatoriales romanas, que convirtió los niveles más altos de la sociedad goda en una aristocracia de terratenientes? ¿Qué papeles desempeñaron aquellos que se llamarían a sí mismos godos, pero que no pertenecían al estrato superior de esta sociedad? ¿Pudieron haberse convertido en subordinados de aquellos nobles visigodos que deseaban formar sus propios séquitos militares personales, o existía entonces una clase de propietarios campesinos godos que poseían libremente pequeñas parcelas de tierra?

A ninguna de estas preguntas se puede dar una respuesta precisa. Ha surgido un gran debate entre los expertos sobre el tema de si los godos se beneficiaron de una redistribución de las propiedades romanas que ellos trabajaban directamente, o si sólo recibieron las cargas fiscales correspondientes a dichas propiedades, con lo que se quedarían simplemente como un ejército de ocupación encargado de las guarniciones.

Este debate se ha centrado sobre todo en el significado del término hospitalitas, que se utilizó para referirse a las divisiones llevadas a cabo a requerimiento del gobierno imperial de Roma entre la aristocracia local civil y los «invitados» bárbaros que acudieron a las distintas zonas del Imperio de Occidente en momentos diferentes a lo largo del siglo V.

En el caso de la Galia, en esta división se asignaba a los godos dos tercios de las propiedades romanas. Hay varias fuentes que permiten asegurar que esto tuvo lugar de una manera formal, pero lo que esta división suponía en la práctica es mucho menos fácil o incluso imposible de determinar.

Una expropiación de terrenos a tal escala habría sido un hecho totalmente sin precedentes y resulta difícil ver qué justificación legal se podía haber utilizado para darle validez.

La explicación más lógica podría ser que se produjo un ajuste en el pago de impuestos, de tal manera que dos tercios de lo que se pagaba por cada propiedad fueran directamente a unos receptores godos previamente designados, en vez de ir a la ineficiente administración fiscal del gobierno imperial.

Incluso así, las pruebas de que se dispone no demuestran que fuera esto lo que sucedió realmente, mientras que algunas de ellas pueden apoyar la vieja teoría de la distribución física de la tierra.

La teoría de una reasignación de los ingresos por impuestos daría, sin embargo, un sentido más claro a las crípticas referencias que la Consularia Caesaraugustana hace al desplazamiento de los godos hacia el interior de Hispania en la década de 490, ya que de otra forma no resulta fácil entender por qué durante dicho período habían estado tan dispuestos a dejar lo que, según otra interpretación, habrían sido unas propiedades agrícolas bien organizadas en la Galia.

Independientemente de lo que sucediera en realidad, y fueran cuales fueran sus causas, estos acontecimientos coincidieron con un periodo de turbulencias políticas en la Península que sólo aparecen registradas de una forma muy vaga en unas pocas anotaciones de la Consularia. Con respecto al año 496 se informa de que «Burdunellus e convirtió en un tirano en Hispania» y el año siguiente «fue entregado por sus propios hombres y, tras ser enviado a Tolosa, «fue encerrado en un toro de bronce y murió quemado». «Burdunellus» significa «mulo pequeño», por lo que puede ser sólo un apodo.

Decir que intentó instaurar una tiranía puede implicar, casi con toda certeza, que intentó convertirse en emperador, aunque desgraciadamente no hay registros en los que se diga si lo hizo. El carácter específicamente zaragozano de algunas informaciones recogidas en la Consularia puede hacer pensar que fue en aquella ciudad, o al menos en el valle del Ebro, donde Burdunellus intentó asumir la autoridad local.

Su extraña ejecución, aunque no se conocen casos similares, parece formar parte de la tradición romana de infligir una humillación pública y una muerte degradante a los rivales políticos que habían fracasado.

De todas formas, no fue el único caso de este tipo que se dio durante aquel período, ya que la Consularia informa de que los godos tomaron Dertosa y mataron «al tirano Pedro», cuya cabeza fue luego enviada a Zaragoza para ser expuesta públicamente.

A pesar de la falta de claridad que pueda haber en estos dos episodios, y de que aparezcan mencionados fuera de contexto, ciertamente parecen indicar que la autoridad del rey visigodo en Hispania estaba lejos de encontrarse establecida de una manera amplia y segura, y que los gobernantes locales podían intentar ponerse por encima del rey en varias zonas de la Península —un fenómeno que fue igualmente destacable tanto en el siglo VI como en el siglo VII (y también durante mucho tiempo después de la conquista árabe).

A la luz de los escasos testimonios relativos a la Hispania del siglo V, es muy probable que Burdunellus y Pedro no fueran los únicos rebeldes que intentaron establecer un régimen local «tiránico» durante este período.

Sin embargo, no eran estas amenazas lo que los godos podían temer más. Aunque habían conquistado gran parte de Hispania en el año 456 como aliados del emperador Avito y tenían estrechos vínculos con el dictador militar Ricimero, que dominó el gobierno imperial desde 463 hasta su muerte en 472, una serie de señores de la guerra romanos independientes había establecido su control sobre gran parte de la Galia al norte del Loira y se producían frecuentes enfrentamientos entre ellos V y los visigodos.

Lo que es más importante, el hundimiento del orden local en esta región dio a algunos francos, otra confederación germánica, la oportunidad de extender su poder hacia el oeste desde la zona del curso inferior del Rin, donde habían estado instalados desde mediados del siglo IV.

Clodoveo, perteneciente a un reducido número de jefes francos rivales, consiguió un éxito notable hacia 486, al eliminar a Siagrio, el último gobernante romano independiente que hubo al norte de la Galia, haciendo así que su reino franco-merovingio se convirtiera en el nuevo vecino de los visigodos al norte del valle del Loira. Clodoveo y sus seguidores se extendieron a continuación hacia el este a expensas de los alamanes, y luego hacia el sur, bajando por el Ródano, reduciendo enormemente el territorio y el poder de los burgundios.

A principios del siglo VI los godos se habían convertido en los siguientes objetivos probables de las ambiciones expansionistas de Clodoveo.

Aunque se hicieron esfuerzos diplomáticos —nada desdeñables los del rey ostrogodo Teodorico— para contener a Clodoveo, la guerra entre éste y Alarico II estalló en el año 507.

Los burgundios se aliaron con los francos. En una batalla que tuvo lugar en Vouillé, cerca de Poitiers, el ejército visigodo fue derrotado y el rey Alarico resultó muerto. A raíz de esta derrota, los francos y los burgundios invadieron rápidamente la mayor parte del reino godo de la Galia. Tolosa cayó y los ejércitos francos llegaron en poco tiempo incluso hasta Barcelona.

Se evitaron más pérdidas gracias a la intervención armada de los ostrogodos, que invadieron la Provenza en 508 y obligaron a Clodoveo a retirarse de Septimania, la región situada entre el curso inferior del Ródano y los Pirineos, que a partir de entonces quedaron como el único enclave del reino visigodo en la Galia hasta los tiempos de la conquista árabe.

Puede que el resultado de la batalla de Vouillé hubiera estado determinado, en cierta medida, por los procesos a los que se alude de forma tan indirecta en la Consularia, y que los importantes desplazamientos de fuerzas visigodas saliendo de la Galia para entrar en Hispania durante la década de 490 dejaran la parte gala del reino como un territorio más vulnerable a los ataques de los francos.

En todo caso, la pérdida de Tolosa y de la mayor parte de los territorios galos en 507-508 significaba que sería en la península Ibérica donde los reyes visigodos tendrían que recomponer su debilitada autoridad.


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