1690: Colonización de Texas

La historia de Texas en el siglo XVI es muy semejante a la de Nuevo México, o a la de la gran Florida. En realidad es parte integrante de las mismas. Por el este, Alonso Álvarez de Pineda descubrió sus costas en 1519 y don Francisco de Garay se detuvo brevemente en Texas antes de su viaje a México en 1523. Otros dos expedicionarios, cuyos nombres nos son muy conocidos, pasaron también por territorios de Texas: Cabeza de Vaca, en su gran peregrinación de ocho años, recorrió el territorio texano de oriente a occidente y dejó en su relación una descripción minuciosa de las costumbres de los indios, así como de los extraños sucesos que le acontecieron, Luis de Moscoso, sucesor de Hernando de Soto, condujo a sus exploradores hasta muy adentro de la tierra de Texas antes de emprender su retorno a la capital mexicana.


Por el oeste fueron muchas también las exploraciones que penetraron en territorio texano, partiendo algunas directamente de México y siendo otras una extensión de las llevadas a cabo en Nuevo México. Coronado pasó por la parte noroeste en su viaje a Quivira (Kansas). Fray Agustín Rodríguez entró a Texas en 1581; y también lo hicieron Espejo en 1582, Castaño de Sosa en 1590 y Gutiérrez de Humaña en 1593. Como la mayor parte de esos expedicionarios perdieron a muchos de sus miembros durante la travesía, no es conjetura afirmar que para fines del siglo XVI, el territorio del estado de Texas había quedado ya sembrado de tumbas españolas.

El primer explorador de Texas en el siglo XVII fue el capitán don Juan de Oñate, quien, como Coronado, quiso explorar los territorios de Quivira y en 1601 pasó por la parte noroeste del actual estado. Otros exploradores visitaron Texas después de Oñate; fray Juan de Salas en 1632, Alonso Baca en 1634 y Hernán Martín con Diego del Castillo en 1650. En 1675 un grupo explorador fue guiado a Texas por Fernando del Bosque que llevaba por compañero a fray Juan Larios. En 1638 el capitán Juan Domínguez de Mendoza y el padre Nicolás López con un hermano lego y doce soldados visitaron la región de Pecos al este del estado. Los religiosos de esta expedición evangelizaron la comarca, levantaron una capilla cerca del río Colorado en Texas y bautizaron a muchos indios.

Estos mismos expedicionarios, pensando que podrían obtener del virrey de nueva españa mayor número de misioneros y colonizadores que vinieran a trabajar en Texas, emprendieron su viaje a la capital para exponer a las autoridades sus proyectos.

El año 1685, un capitán francés -Robert Cavalier, Sieur de La Salle- desembarcó en Matagorda y trató de establecer un fuerte y una colonia francesa. Sin embargo, sus intentos fracasaron, y el capitán y sus soldados perecieron trágicamente en territorio texano. Los buenos informes del padre Nicolás López y las alarmantes noticias de que Francia intentaba establecer colonias en tierras de la provincia texana determinaron al virrey enviar un grupo de exploradores para investigar más a fondo la posibilidad de establecer colonias, ciudades y misiones en Texas.

El capitán don Alonso de León fue escogido para la empresa.

Era don Alonso un hombre de bastante edad, bien fogueado en los trabajos de exploración, soldado valiente, de profundas convicciones cristianas y que por largos años había prestado sus servicios al virrey y a las misiones entre infieles. Obedeciendo las órdenes ,salió de Monterrey  en 1686 hacia el norte. Atravesó el Río Grande y siguió su curso hasta donde se encuentra ahora la ciudad de Matamoros y de ahí subió un poco hacia el norte.  la Segunda vez salió en 1687 hacia el oeste del estado, acompañado del fraile franciscano padre Damián Massanet. Por tercera vez pasó el gran río en 1689 llevando nuevamente consigo al padre Massanet y cien soldados. Con tan numerosa compañía llegó hasta la comarca donde se encuentra ahora la ciudad de Nacogdoches. Halló los restos del fuerte que Sieur de La Salle había erigido en 1684 y comprobó los informes que habían llegado a la capital sobre su trágica muerte. Después de estos viajes de exploración, don Alonso dio su informe al virrey, poniendo de relieve las magníficas oportunidades que podría encontrar el virreinato en la privilegiada tierra de Texas. Los indios eran sumisos . La tierra era fértil, abundante en bosques y ríos, llena de posibilidades de colonización y prometedora en extremo.

Ese mismo año de 1689 regresó a Texas don Alonso de León llevando veinte misioneros. Llegó con ellos a Nabidache, hizo un pacto con los indios de Asinai y obtuvo su consentimiento para establecer allí la misión de San Francisco. Para entonces, sin embargo, su salud  se hallaba muy quebrantada tanto por sus años como por sus muchos trabajos. Esa fue su última visita a Texas. Ya de regreso en México, murió ese mismo año de 1689 lleno de méritos .

A la muerte de don Alonso de León el proyecto de Texas quedó paralizado por algún tiempo. Pero la providencia deparó a otro hombre extraordinario, andariego incansable y alma de la obra misionera en América -el padre fray Margil de Jesús- , Bajo la batuta de fray Margil, salieron rumbo al norte fray Antonio de San Buenaventura, guardián del Colegio de Misiones de Querétaro y fray Isidro Félix de Espinoza, que más tarde sería el cronista de los Colegios Apostólicos en tierras de América.

Estos dos religiosos recorrieron los territorios de Texas buscando los mejores sitios para nuevas misiones e inquiriendo las posibilidades que hubiera de sostener mayor número de misioneros en la comarca. Su viaje fue un éxito, y pronto regresaron a Querétaro dispuestos a preparar más  misioneros y a empezar a reunir elementos de colonización, tales como ganado, víveres, plantas, semillas y ornamentos de iglesia para equipar la futura misión.

Casi ocho años duró la preparación de los futuros misioneros, al cabo de los cuales, el 21 de enero de 1716, salieron de Querétaro los franciscanos destinados a Texas ,En 1691 nombró el virrey a don Domingo de Terán primer gobernador de Texas. Terán salió hacia su provincia acompañado del padre Damián Massanet y, después de cruzar el Río Grande siguió hacia el norte, muy cerca de donde se levanta hoy la ciudad de San Antonio. Todavía se conservan los diarios escritos por el padre y por el gobernador, en los cuales, se afirma que él llamó San Antonio al río que lleva todavía este nombre por haberlo cruzado el 13 de junio en que se celebra la fiesta del santo. El padre Massanet refiere que la región estaba llena de búfalos. El 14 de junio celebraron la fiesta de Corpus Christi. El padre mandó hacer una cruz monumental para la celebración de la misa del día. Muchos indios estuvieron presentes y los soldados dispararon sus arcabuces a la hora en que se elevó la hostia. Siguieron luego hacia el este donde fundaron varias misiones, pero con tan mala suerte que, a los pocos meses, empezaron a enfermarse los indios y a morir, diezmados por las enfermedades del europeo, antes desconocidas en la región.

Tanto el fraile, pues, como el gobernador, decidieron regresar para pedir más personal misionero y para conseguir más eficaz ayuda del virrey. En el camino se les unieron otros misioneros, franciscanos también, del Colegio de Misioneros de Zacatecas, fundado años antes por el padre fray Margil. Al frente de la expedición iban don Domingo Ramón y veinticinco soldados, encargados de la custodia de los frailes. Fray Margil de Jesús se había alistado entre los misioneros, claro está, pero al tiempo de la salida de los religiosos andaba todavía muy afanado recogiendo vacas, bueyes, cabras, harina y trigo para los indios texanos. Al unirse a la caravana, encontró que sus compañeros llevaban ya más de mil cabezas de ganado para Texas.

Los misioneros se dieron tanta prisa en poner manos al trabajo que en sólo un mes -julio de 1716- fundaron cuatro misiones: San Francisco, la Concepción, Guadalupe y San José; todas en la parte este del estado y cerca de la frontera con La Luisiana. Otras muchas se establecieron poco después en esa misma zona, según carta de fray Margil al virrey de nueva españa.

El año de 1717 fue un tiempo complicado para los misioneros y para los indios de sus misiones por la cruel sequía que azotó la provincia y que ocasionó la ruina de las cosechas. Pero, el año de 1718 quedó realzado con un acontecimiento de gran importancia en la historia de Texas: la fundación de la misión de San Antonio de Valero y de la población de Béxar, esto es, el establecimiento de la actual ciudad de San Antonio.

Determinó el virrey  que Texas necesitaba no sólo misiones donde los indios aprendieran la religión cristiana y la civilización europea, sino verdaderas ciudades al estilo español, de libre competencia y regidas por un gobierno civil ,por lo cual nombró gobernador de esa provincia a don Martín de Alarcón dándole instrucciones para el establecimiento de una de esas ciudades.

Salió Alarcón acompañado por el padre Antonio Olivares, ya  entrado en años pero con un enorme entusiasmo por las misiones. El nuevo gobernador, siguiendo la costumbre de los expedicionarios españoles, redactó un diario que comprende los principales acontecimientos ocurridos desde su entrada en Texas (el 9 de abril de 1718) hasta 1719 (El Diario de Alarcón permaneció perdido por mucho tiempo y ninguno de los historiadores de Texas tuvo noticia de él hasta que lo encontró en 1932 y dio a luz el  escritor mexicano Vito Alessio Robles.

 Según Robles, «fue escrito este diario en estilo pintoresco y sencillamente ingenuo, no desprovisto de gracia, por fray Francisco de Céliz, capellán de la expedición. Describe la larga y penosa marcha desde Coahuila hasta los límites orientales de Texas, a través de desiertos y selvas vírgenes. Señala los cursos de agua, las plantas y los árboles encontrados durante la peregrinación; los toros salvajes de Castilla, descendientes de las reses cansadas que abandonara el general Alonso de Alarcón en una de sus expediciones anteriores; las ceremonias de los indios... y la recepción solemne del conquistador, cuando fue nombrado caddí aimai -capitán de capitanes- en la cual fue llevado en brazos y, después de sentarle en una tarima revestida de pieles de cíbola, le adornaron la cabeza con blancas plumas de pato, le pintaron la frente y las mejillas con rayas de almagre y en medio de coros cadenciosos, al son de tamboriles y sonajas, al fulgor de cuatro grandes hogueras, recibió su nombramiento, proclamando los indios que amaban al gobernador hispano como si hubiera nacido entre ellos».

Según dicho diario, tomó posesión el gobernador del sitio llamado San Antonio, poniéndose en él y fijando el estandarte real con la solemnidad necesaria. El mismo día dio también principio el gobernador a la misión de San Antonio de Valero, o sea, El Álamo que habría de hacerse famosa como cuna de la libertad del pueblo texano. La nueva ciudad se pobló con familias españolas traídas del Río Grande. El nombre «de Valero» añadido al de la misión de San Antonio correspondió al título del virrey de nueva españa, señor marqués de Valero, que dio importantes fondos para la fundación de la misión y de la ciudad.

El resto del año, Alarcón cuidó de los asuntos de la provincia y recorrió los territorios de su jurisdicción, mientras continuaban los trabajos de la edificación de la ciudad de San Antonio. El 27 de junio cruzó el Río Grande para traer más bastimentos y el 27 de agosto, ya de regreso, recibió la visita de capitanes de veinticinco naciones de indios que iban a darse la paz. El 5 de septiembre nombró como jefe de los indios a un indio texano por nombre Cuilón, a quien los frailes bautizaron con el nombre de Juan Rodríguez. Salió luego a recorrer la costa del Golfo y visitó las misiones de la zona de Nacogdoches, deteniéndose el 29 de noviembre en un sitio donde sus soldados encontraron una campana que habían enterrado los colonizadores el año 1690. Volvió a San Antonio a principios de enero de 1719 y procedió en seguida a nombrar alcaldes, justicia y regimiento, escogiendo para estos cargos a los indios más capacitados.

A continuación el texto original del Diario de Alarcón que da relación de las actividades del gobernador a favor de los colonos texanos:

«El día 12 de dicho mes de enero, no obstante ser el tiempo muy riguroso y extraño, dio principio el señor gobernador a que con toda aplicación se sacasen las acequias, así para la villa como para dicha misión de San Antonio de Valero, lo  cual se continuó todo lo restante del dicho mes, en el cual quedaron en buen estado y forma, de manera que se espera este año una gran cosecha de maíces, frijoles y otras semillas que mandó traer de fuera el señor gobernador; asimismo hizo traer parras e higueras y diversas semillas de frutas, y todo lo demás necesario; asimismo mandó traer cerdos para criar y mucho ganado mayor y menor, así cabrío como ovejuno, de manera que dicha villa se halla abastecida de todos aperos, ganados y pertrechos necesarios, sin que falte cosa alguna».


En 1719 iban a empezar muchos sufrimientos para los nuevos colonos y muy especialmente para los indios y frailes de las misiones cercanas a los límites de La Luisiana. En ese año estalló la guerra entre Francia y España, cuyas tristes consecuencias iban a sentirse pronto en la carne misma de los colonos y de sus indios conversos. Los franceses de Natchitoches, en número de ochocientos, secundados por numeroso contingente de indios aliados, pasaron la frontera de Texas y amenazaron la misión de San Francisco. Era el principio de una sangrienta invasión francesa en territorio del virreinato de nueva españa.

Los texanos comprendieron la inutilidad de resistir, ya que había sólo un puñado de soldados que custodiaban el presidio. Así, pues, decidieron abandonar la misión de San Francisco. Pronto se vio, sin embargo, que los franceses tenían intención de acabar con las misiones de todo el este de Texas, por lo que se dio orden de que tanto los misioneros como los españoles y los indios conversos buscaran refugio en la ciudad de San Antonio. Los franceses asolaron la comarca durante 1720 y 1721, llevando muerte y destrucción a todas partes.

El saldo de muertos fue muy alto. En esos años murieron fray Francisco de San Diego, fray Domingo de Urioste y fray Pedro de Mendoza,  fray Manuel Castellanos, fray Juan Suárez y fray Lorenzo García Botello. fray José González; en la de Guadalupe, fray Diego Zapata y fray Antonio Bahena. En el camino de Béxar, flechado por los indios, sucumbió fray José de Pita.

Fray Margil de Jesús que, con los misioneros supervivientes logró refugiarse en San Antonio,  procuraba encontrar sustento y abrigo a los refugiados de la guerra. Durante esos meses fundó, junto al Río de San Antonio, la misión de San José que prosperó en poco tiempo y que se conserva aún en las afueras de la gran ciudad.

Por fin, en abril de 1721, llegó la fuerza expedicionaria que mandaba el virrey de nueva españa al mando del nuevo gobernador de Texas, la cual en sólo tres meses logró arrojar a los franceses . Una a una renacieron entonces las congregaciones y uno a uno fueron levantándose los edificios que habían sido destruidos durante la invasión.  La vida de Texas había vuelto a la normalidad.

En enero de 1723, Fray Margil de Jesús emprendió un viaje a la capital para pedir al virrey que socorriera las ciudades y misiones de esa comarca, reparando los daños que en su economía había causado la guerra. Solicitó, pues, y obtuvo del virrey que se enviaran a Texas, semillas, ganado y otros víveres, pues sabía que los hanitantes estaban padeciendo de hambre. (Además del situado (cantidad que se enviaba anualmente desde la ciudad de México para cubrir los gastos del gobierno y de las misiones en Texas) el virreinato acudía en ayuda de los colonos y de los indios cada vez que surgía alguna necesidad extraordinaria, como en este caso).

Para entonces la vida del misionero se había quebrantado mucho. Tenía sesenta y ocho años. Había trabajado sin descanso, recorriendo todos los caminos de América. se recogió en el monasterio de San Francisco de la capital donde, el 6 de agosto de 1726, murio. (El proceso de canonización de fray Margil de Jesús fue abierto en Roma, por orden del papa Clemente XIV, el 19 de julio de 1769. Por causa de varias guerras (especialmente las napoleónicas) quedó temporalmente suspendido, hasta que, a 31 de julio de 1836, se publicó el edicto pontificio proclamando la heroicidad de sus virtudes.

La pacificación de Texas produjo un auge muy considerable en la vida social de la región, y la ayuda monetaria del virrey restableció el equilibrio en sus finanzas. El gobierno abrió la puerta a los colonizadores del viejo mundo para que vinieran a las fértiles comarcas de Texas, proveyéndolos de dinero, semillas e instrumentos de trabajo. Las misiones aumentaron sus actividades, convirtiéndose en esta época más que nunca, en centros de civilización. Parecía que, al fin, se había abierto una nueva era de paz y progreso para la provincia texana.

Sin embargo, no todos los indios se mostraban amigos. Pululaban por los territorios de Texas dos numerosas tribus de indios que fueron el azote de las ciudades . Eran esas tribus belicosas la de los apaches (cuyos territorios se extendían hasta el río Gila por el oeste) y la de los comanches. Acostumbrados esos indios a una vida nómada y de rapiña, caían por sorpresa sobre las ciudades, muy especialmente de noche, y robaban cuanto podían encontrar. En numerosas ocasiones también quemaban las viviendas y mataban a sus habitantes.

La movilidad extraordinaria de esas tribus hacía muy dificil su persecución y, por otra parte, su costumbre de atacar con un gran número de combatientes, ponía en inminente peligro al pequeño grupo de soldados acuartelados . Además, cuando aprendieron a manejar las armas de fuego que robaban de los españoles, su invulnerabilidad se hizo casi absoluta.

Esos indios feroces fueron responsables de la desaparición de muchas misiones, algunas de ellas organizadas especialmente para ellos, tales como la de San Xavier y la de San Sabá. Las dos misiones de San Xavier y de San Sabá fueron establecidas para procurar la conversión de los comanches, pero la inconstancia de esos indios y los sangrientos sucesos que ocurrieron en San Sabá decidieron a los superiores a cerrarlas y a suspender por un largo tiempo el trabajo con esos indios.

El 15 de marzo de 1758 el coronel Parrilla, a cargo del presidio cercano a San Sabá envió aviso a los frailes de las actividades que los comanches habían estado desarrollando en las serranías cercanas y que presagiaban un ataque a la misión. El padre Terreros, superior de San Sabá, dejó en libertad a los demás religiosos para obrar conforme lo juzgaran conveniente para su propia seguridad, pero todos determinaron quedarse con los indios de la misión y correr su suerte. El 16 por la mañana bajaron los comanches de la sierra al tiempo que el padre Terreros decía la misa. Pronto el atrio de la iglesia se llenó de salvajes, todos bien armados, con la cara y el cuerpo pintados de rojo y negro. Iban vestidos con pieles de búfalo y llevaban en la cabeza cuernos de animal o penachos de plumas. Los padres salieron a ofrecerles comida y regalos de baratijas que tanto solían gustarles, pero los comanches, se esparcieron por todo el edificio robando o destruyendo cuanto encontraban y prorrumpiendo sin cesar en terribles alaridos. Entrando a la iglesia se apoderaron del padre Terreros y lo obligaron a montar a caballo y a salir de la misión. Probablemente querían torturarlo, pero en esos momentos llegaban los soldados españoles disparando contra los comanches y una bala le quitó al padre la vida instantáneamente.

Los españoles eran muy pocos y los comanches se contaban por cientos. Casi todos los españoles murieron, como murieron también casi todos los indios de la misión. Al padre Molina, aunque lo hirieron y dejaron por muerto como a los demás, no lo remataron. Así fue como él, con un puñado de indios se refugió en la capilla. Los comanches prendieron fuego al edificio que ardió todo el día. La capilla empezó a quemarse en la tarde y por la noche estaba envuelta en llamas. Pero ya para entonces los salvajes se habían puesto en marcha, entonces protegidos por las sombras de la noche, salieron los que se habían refugiado en la capilla y se acogieron al presidio.

También fueron culpables de que poblaciones de tanta importancia como Nacogdoches y San Antonio vivieran en constante temor de ser atacadas y vieran sus actividades cotidianas paralizadas en muchas ocasiones. El proyecto de la colonización del estado sufrió merma por su causa y puede decirse que, si Texas no llegó a ser próspero durante la ocupación española, se debió en gran parte a las depredaciones de esos indios irreductibles.

Más tarde, cuando en 1866, se ideó el sistema de reservas indias y se consideró como enemigo del gobierno a cualquier indio que se hallare fuera de su reserva, el problema dejó de existir.

Pero, durante la dominación española, este sistema parecía inhumano, ya que había muchos indios pacíficos, laboriosos y de buenas costumbres que sufrirían injustamente al tratárseles como criminales. Además, había no pocos comanches o apaches que, se acogían a las misiones y vivían (siquiera por corto tiempo) una vida de paz y de trabajo. El problema, pues, subsistió mientras rigió el sistema español; desapareció cuando Texas se hizo independiente y todos los indios quedaron encerrados en sus reservas.

A pesar de las dificultades con los salvajes, habia muchos indios que se adaptaron a la nueva sociedad . Un informe que data de 1762 describe la vida en Texas.

En la mañana todos los indios congregados en la capilla repetían a coro las enseñanzas del catecismo que uno de los padres explicaba, acomodando su predicación a la capacidad de su auditorio. Luego los indios iban a sus respectivos trabajos, asignados por los misioneros de acuerdo con las aptitudes de cada quien. Unos trabajaban en el campo, sembrando, cultivando la tierra y recogiendo las cosechas. Otros eran vaqueros o pastores. Otros trabajaban en la construcción de edificios, corrales, graneros, etc. Las mujeres hilaban, cosían, o peinaban algodón. En cada misión se les daba enseñanza a las niñas en los quehaceres de la casa.

Terminadas las tareas cotidianas, todos eran regalados con frijoles, maíz (elotes), calabazas y sandías; que todo esto se daba con abundancia en los huertos de las misiones. Varios días a la semana, y en días festivos también, se añadía carne a su dieta, pues tanto vacas como borregos y cerdos se mataban con frecuencia para la comida comunal de los habitantes de las misiones.

Por las noches y en días festivos abundaban las canciones, las representaciones teatrales y las danzas. Las canciones, que eran muy populares, se cantaban al acompañamiento de guitarra o violín. Había entre los indios algunos muy expertos en tocar esos instrumentos. Se conservan aún piezas teatrales, tales como Los Pastores, Los Comanches, o adaptaciones de historias bíblicas que, en ocasiones adecuadas, eran llevadas a la escena bajo la dirección de los frailes. Populares son aún los bailes y danzas que, simulando famosas batallas entre moros y cristianos, o entre españoles y comanches, se acostumbraba presentar en días de celebración especial durante el siglo XVIII.

La educación de los niños estaba generalmente a cargo de los misioneros, especialmente en las misiones y el virreinato hizo repetidos esfuerzos por establecer escuelas públicas en el campo; pero, como muchas familias vivían aisladas en los ranchos, era bastante difícil juntar a los niños para su instrucción.

En los archivos del condado de Béxar existe el original de una carta del comandante general de la división norte del virreinato dirigida al gobernador Elquezábal.  En esa carta urge el comandante al gobernador que «cumpla con su deber» estableciendo escuelas en todos los presidios y en cualquier otro sitio donde hubiera manera de pagar un maestro. Asimismo, le amonesta a mejorar las condiciones de las escuelas ya establecidas.

Se encuentran también en ese documento algunos datos que reflejan las condiciones de la enseñanza en Texas, hacia principios del siglo XVIII. Por ejemplo, nos da a saber que la asistencia a la escuela era obligatoria para todos los niños menores de doce años y que los padres que descuidaran su deber en ese punto podían ser reprendidos. También nos dice que, además de enseñarse a los niños a leer y a escribir, en las escuelas se impartía instrucción religiosa. Respecto a la participación del gobierno en el sostenimiento de los escolares, nos dice que los empleados públicos debían proveerlos de material escolar.

Poco se logró en Texas, sin embargo, en el terreno de la educación, como poco se hizo también en otros ramos de la vida colonial. Ni al gobierno, ni a los colonos les faltó voluntad de hacerlo, pero las circunstancias les fueron siempre adversas. Sobre todo, faltaban fondos. Texas carecía del capital que se requiere para explotar sus inmensas riquezas naturales. Así, sin recursos económicos, ni la industria, ni el comercio, ni la educación pudieron progresar.

En la primera mitad del siglo XIX cambiaría el curso de la historia de Texas al llegar a su territorio un pueblo joven, lleno de energías y poseído de la magia del «Destino Manifiesto». Ese pueblo era el de los Estados Unidos.

En 1821, el virreinato de nueva españa  rompió sus relaciones políticas con España, se constituyó en nación independiente y abrió las puertas de Texas a extranjeros para impulsar su colonización. Stephen Austin, americano de Connecticut interesado en obtener una comisión como repartidor de terrenos de Texas, hizo un viaje a la ciudad de México para arreglar los términos de la entrega de tierras. Después de meses de trámites, se firmó un contrato entre Austin y el nuevo gobierno.

Cada familia inmigrante recibía cuatro mil seiscientos cinco acres: ciento setenta y siete de sembradío y las demás para pastora. El gobierno entregaría esa enorme extensión de su territorio sin cobrar más que unos cuantos pesos por trámites notariales. Además, el título de las tierras sería a perpetuidad. El único requisito impuesto a cambio de tan extraordinaria donación sería que los colonos fueran católicos, que se nacionalizaran mexicanos y que prometieran obedecer las leyes de México. En otras  palabras, el gobierno palpó la necesidad de brazos y de capital para la colonización efectiva de esa parte de su territorio y, a cambio de ellos, ofreció dar a cada familia colonizadora una porción de tierra suficientemente grande para vivir.

Austin expresó su conformidad con estos requisitos y regresó a Texas. En seguida empezaron a llegar tantos colonos a tomar posesión de sus tierras, que en menos de diez años ese inmenso territorio había quedado casi totalmente repartido.

Hacia 1831, se había americanizado casi totalmente, pues, si bien es cierto que esos nuevos colonos eran mexicanos de papeles, en realidad se habían quedado tan americanos como antes. Era lógico pensar, pues, que muy pronto empezarían a presentarse problemas entre esos nuevos ciudadanos y el gobierno de México.

Como sucedió. Dos fueron los principales motivos de las desavenencias entre el presidente de México y los texanos: el pago de las contribuciones sobre las tierras recibidas y la desobediencia a las leyes mexicanas sobre la esclavitud.

La constitución de México prohibía la esclavitud y ya desde 1810 la castigaba con la pena de muerte. Sin embargo, los texanos querian esclavos que les ayudaran a cultivar sus enormes territorios y muy pronto empezaron a introducir negros. Fue de esta manera como empezaron las desavencias.

Había, sin embargo, una causa más profunda de inquietud. A pesar de los esfuerzos hechos por México por asimilar la inmensa multitud de colonos que había invadido las comarcas de Texas, pronto se dio cuenta de que eso era imposible. El idioma, las costumbres, las tradiciones y los propósitos de esos colonos eran mucho más afines a los Estados Unidos que a México y palpitaba en ellos una fe irresistible en el «Destino Manifiesto» según el cual, tarde o temprano se separaría Texas de México para unirse al resto de la Unión.

El rompimiento no tardó en ocurrir. El dos de octubre de 1835 los texanos se declararon en rebeldía, atacaron la guarnición mexicana de San Antonio e hicieron huir a los soldados en desbandada.

El Presidente de México, general Antonio López de Santa Anna, se apresuró a organizar un ejército para someter a los rebeldes texanos.

El 23 de febrero de 1836 puso sitio al monasterio de San Antonio de Valero (El Álamo) donde los texanos se habían hecho fuertes y tras doce días de feroz combate, tomó ese edificio el seis de marzo, habiendo antes sucumbido, peleando valientemente, sus defensores.

Victorioso, Santa Anna atacó al grueso del ejército texano que se había concentrado en las afueras del pueblo de Goliad. Ahí, el 27 de marzo, le infligió una derrota decisiva. (Santa Anna trató  con excesiva crueldad a los prisioneros de esta batalla. Según declara él en sus Memorias, se vio obigado  a pasarlos por las armas, debido a que no había cárceles donde encerrarlos, ni podía él darles sustento en el largo viaje a la capital. Además, si los pusiera en libertad habría el peligro de que tomaran nuevamente las armas y continuaran la insurrección. De cualquier modo, la ejecución de esos texanos quedo como una mancha  sobre la reputación del presidente mexicano). Creyó, entonces, el general haber dominado totalmente la rebelión y dio orden a sus tropas de retirarse al valle de San Jacinto a descansar .

Pero, entre tanto, el general Sam Houston habia reclutado soldados americanos de los estados de Louisiana y Mississippi y, tras la batalla de Goliad, sorprendió con ellos a Santa Anna y a sus tropas. (Una parte de los historiadores mexicanos consideran a Houston como un «filibustero» que introdujo en «territorio mexicano» soldados americanos para luchar contra el gobierno legítimamente establecido. El ejército que derrotó a Santa Anna en San Jacinto no estaba formado por texanos. Eran ciudadanos de los Estados Unidos, reclutados para pelear contra el gobierno de México sin que hubiera estado de guerra entre las dos naciones).

El presidente mexicano fue hecho prisionero y obligado a firmar un tratado secreto reconociendo la independencia de la provincia de Texas. Ese tratado fue, años más tarde, ratificado por el congreso de México.

Así termina la historia que por espacio de más de trescientos años vincula las feraces y prometedoras tierras del hoy rico y floreciente estado de Texas con españa y Mexico.

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3 comentarios:

  1. esta bien la informacion pero no era lo que buscaba

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  2. No está mal. Al menos, pone a los franceses en su sitio. Es decir, no son NADA en la historia de Texas,por mucho que se empeñen los yankees. Lo que si es importante destacar son dos cosas:
    1º.- Sin el esfuerzo español - más de cien años combatiendo a los apaches y comanches -, que ABLANDARON a las tribus belicosas y salvajes, a los anglosajones les hubiera costado la misma sangre conquistar Texas.
    2º.- En los territorios de Arizona, California, Nuevo Mexico, Texas y Florida, que fueron españoles, quedan hoy más indios, que en todo el resto de los EEUU. Los españoles respetaron y protegieron a los indios; los anglosajones los exterminaron.

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  3. Esos conquistadores al salir de España y llegar a La Nueva España, dejaron de ser españoles, para convertirse en neoespañoles. Las conquista en la América del Norte, Central, mar Caribe y Océano Pacífico se llevó a cabo por gente nacida en España, pero que vivió, se acostumbró y murió en tierras americanas(Nueva España). Y con gran ayuda de gente nativa del continente. Todas esas personas que nombré son mis ancestros, porque la gran mayoría de ellos jamás regreso a España. En España se quedaron los que no se animaron a a la aventura, los que no quisieron salir de su ''comodidad'' a nuestros ancestros(indios y neo españoles) les costo domar el continente. Así que no se pongan etiquetas que no les corresponden, si tú estás en España es porque tal vez tus parientes lejanos no tuvieron el valor de dejar su tierra e irse a fajar con los nuevos territorios. Yo por lo menos sé que mis ancestros estuvieron en Europa tal vez hasta el siglo XVII y de ahi se vinieron a La Nueva España a entrarle duro a la colonización al lado de mis otros parientes los indios. América nos costó a los AMERICANOS.

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