No era sólo el empeño de llevar la fe cristiana a las tierras del norte lo que movía a España a mandar allá a lo mejor de sus hijos. Había también motivos de orden político y económico. De México salían sin cesar barcos cargados de mercancías rumbo a puertos españoles y la ruta de las Bahamas -única entonces conocida- pasaba cerca de las costas de La Florida donde piratas ingleses y franceses habían hecho sus guaridas.
Apresados por los corsarios, muchos de esos barcos habían terminado sus travesías, no en España a donde intentaban llegar, sino en Londres o en las costas de Francia; si no es que habían ido a dar al profundo del océano después de habérseles quitado su rico cargamento.
Inglaterra presentaba un peligro especial, pues tarde o temprano pretendería establecer alguna colonia en el Nuevo Mundo, como lo había intentado ya Francia y lo había llevado a efecto en las tierras del Canadá. Era, pues, imprescindible incorporar al virreinato de nueva españa todos esos vastos territorios que se conocían entonces con el nombre de La Florida.
Era entonces virrey de nueva españa don Luis de Velasco, hombre de tanta energía y empuje como su antecesor, y consagrado a la obra de colonización del norte de México. Por ese motivo las arcas del tesoro virreinal estaban exhaustas, pero había en la capital mexicana hombres de negocios, acaudalados y con ambiciones de gloria que podían llevar a cabo la empresa usando fondos de su propio bolsillo.
En el momento que el virrey dio a conocer su intento de colonizar esa rica parte de su jurisdicción al norte del Golfo de México, muchos prohombres de la ciudad se ofrecieron a llevar a cabo la empresa. De entre ellos se escogió a don Tristán de Luna y Arellano, subalterno de Coronado en la expedición de Nuevo México.
Se le dieron como capitanes a seis soldados de la expedición de Hernando de Soto en 1539 y se pusieron a su disposición los mapas y documentos que se habían hecho y escrito en las expediciones anteriores. Don Tristán publicó un bando llamando voluntarios para colonizar y recibió tantas solicitudes que en sólo un mes contaba ya con mil quinientas personas entre las que había muchas mujeres y niños para poblar La Florida.
El trece de julio de 1559 zarpó del puerto de Veracruz la flota de don Tristán formada por trece barcos bien surtidos de ropa, alimentos, semillas, ganado, útiles de labranza y de todo lo demás que pudiera necesitarse para el sostenimiento de la colonia.
Sin embargo, esta nueva expedición estaba destinada también al más completo fracaso, siendo nuevamente la furia de los ciclones la causa del desastre.
Acabando de llegar a la bahía de Pensacola, se desencadenó un temporal de lluvias y de aires tan huracanados que apenas lograron desembarcar con vida los pasajeros. Ni alimentos ni semillas ni ninguna otra de las cosas que se guardaban en los barcos pudo ser llevada a tierra. Los vientos arrojaron las embarcaciones mar adentro con furia mientras los aterrados colonizadores veían perderse en las aguas del océano todas sus esperanzas de sobrevivir.
Aquel enorme gentío empezó muy pronto a sufrir el aguijón del hambre. Querían sembrar, pero las semillas habían desaparecido en la tormenta. Determinaron ir tierra adentro buscando qué comer y llegaron a un poblado indio donde hallaron maíz y manioca; pero en una sola comida se acabaron todas las provisiones del pueblo y nuevamente tuvieron que continuar buscando, devorando cuanto encontraban a su paso y sólo remediando su necesidad con raíces de árboles, hojas, sabandijas o bellotas amargas.
Más de un año anduvieron vagando por los pantanos y las marismas de La Florida. Muchos niños, mujeres y aún hombres murieron por inanición. Los supervivientes estaban enfermos o tan débiles que apenas podían mantenerse en pie. Por fin a mediados de noviembre de 1560 desembarcaba en la bahía de Pensacola el navío de don Ángel Villafaña cargado de bastimentos enviados por el virrey para su gente de La Florida.
Las condiciones en que se encontraban los supuestos colonizadores no eran propicias para que se continuara el proyecto, pero algunos de los más valerosos decidieron permanecer y explorar; otros prefirieron volver en seguida. Entre los que se quedaron estaba don Tristán que, por sentido de pundonor, se negaba a admitir el fracaso de su empresa y Villafaña que, acompañado de un indio de Florida exploró por varios meses las comarcas al norte, llegando hasta Axacán, o sea, el presente estado de Virginia.
Todos se vieron obligados a abandonar La Florida, sin embargo, cuando, informado el virrey de las dificultades inherentes a la empresa, ordenó que todos volvieran a la capital.
Sería natural que, después de tantos fracasos sufridos en La Florida, desistieran de colonizar la península, pero precisamente entonces surgió una razón poderosísima para no abandonar aquellas tierras. Fue ésta la presencia de los franceses que; en 1562, establecieron un fuerte militar en la parte sur de lo que es hoy el estado de South Carolina, no lejos de la ruta de las Bahamas. El jefe de los franceses se llamaba Jean Ribaut.
El rey de España tomó la iniciativa en esta ocasión y nombró capitán de la empresa a un famoso soldado que había luchado anteriormente contra los piratas franceses. Su nombre era don Pedro Menéndez de Avilés. Dos millones de escudos costaría la acción militar y la colonización de La Florida, pero don Pedro era muy rico y, además, recibiría títulos nobiliarios y cargos de gobierno como recompensa de sus servicios y del capital que él mismo iba a invertir en la empresa.
Se reclutaron como oficiales los cien mejores soldados del reino, y los demás, en número de doscientos, eran hombres conocidos por su valentía. Irían a bordo también toda clase de artesanos: albañiles, carpinteros, herreros, barberos, agricultores, etc. De éstos, al menos doscientos deberían de estar casados. Diez sacerdotes jesuitas deberían figurar en la expedición. En el permiso de colonización dado por el rey se estipulaba también que fueran llevados a La Florida cien caballos y yeguas, doscientos borregos, cuatrocientos cerdos, cuatrocientos corderos, cabras, bueyes y cualquier otra clase de animales que fueran desconocidos en La Florida y que, a juicio del capitán resultaran de utilidad .
Don Pedro debería explorar toda la costa del Atlántico, desde el Golfo de México hasta el Canadá. Si encontrara en esa costa gentes de otras naciones o corsarios debería de arrojarlos de esas posesiones españolas, usando para ello la fuerza si lo juzgara necesario. Los naturales, en cambio, deberían ser tratados con respeto y consideración; no podrían ser obligados a trabajar contra su voluntad y debería pagárseles un justo salario por todos sus servicios.
La flota salió del puerto de Cádiz el veintinueve de junio de 1565. Después de tocar puertos en la Española y en la isla de Puerto Rico, llegó al Cabo Cañaveral el veinticinco de agosto y, como don Pedro llevaba órdenes de colonizar, se apresuró a buscar un lugar propicio para establecer una ciudad. El veintiocho de agosto -fiesta de San Agustín- encontró el lugar deseado junto a la desembocadura de un río. Ahí se empezó febrilmente a construir una iglesia, un fuerte y casas para los colonos.
El ocho de septiembre se acabó la obra y se cantó una misa en acción de gracias, después de la cual se sirvió una opípara comida no sólo a los españoles sino también a los indios de la comarca.
Esa ciudad fundada por los expedicionarios de Avilés es la actual Saint Agustine, Florida; la más antigua que existe hoy día en territorio de los Estados Unidos.
Obedeciendo las órdenes del soberano español, indagó el capitán acerca de un fuerte francés que, según informes recibidos en España, se había erigido en las costas de La Florida. Supo entonces don Pedro que dicho fuerte se llamaba Carolina y se encontraba a no gran distancia de San Agustín. Además, que de Francia acababa de llegar un poderoso refuerzo militar y que en esos días se hacían preparativos para atacar a los españoles.
En efecto, a mediados de septiembre salía el general Ribaut del Fuerte Carolina llevando consigo lo más selecto del ejército francés para arrojar a los españoles de San Agustín. La suerte le fue adversa, pues en el camino un recio vendaval destruyó parte de su flota y, cuando finalmente atacó a San Agustín, fue rechazado. En esos momentos enviaba Avilés dos barcos de su flota rumbo a La Habana a pedir refuerzos y Ribaut se alejó de la costa, siguiéndolos. Entonces Avilés se dirigió al Fuerte Carolina y, amparado por las sombras de la noche, lo atacó, lo tomó en sólo una hora y obtuvo, así, una victoria completa. Todos los franceses perecieron y el fuerte fue incendiado.
Cuando Ribaut vio que no le era posible dar alcance a los barcos que iban a Cuba, pensó regresar, pero su escuadra fue destrozada por un huracán y, cuando finalmente llegó a San Agustín, fue completamente derrotado, hecho prisionero y ejecutado con toda su gente.
Avilés acabó así con la influencia francesa en La Florida, pero echó sobre sí una mancha que los siglos no han podido borrar. después de mas de cuatrocientos años, se conoce ese lugar con el fatídico nombre de Las Matanzas. En América -dice el historiador Bolton- el nombre de Menéndez de Avilés ha quedado asociado en la imaginación popular únicamente con este episodio.
Pero la expulsión de los franceses es sólo un episodio en una empresa que duró casi diez años, durante los cuales Menéndez probó ser un administrador capaz y de empuje, así como había sido un soldado valeroso. Menéndez era un soñador y tenía la visión de un brillante porvenir para La Florida. Él, con sus colonos, subiría por la costa del Atlántico, establecería ciudades en la bahía de Santa María (Chesapeak Bay) y llegaría al anhelado canal que, según la creencia de su tiempo, unía el Atlántico con el Pacífico.
Todas esas comarcas pertenecían ya al virreinato de nueva españa, pero sólo de derecho. Él haría que de hecho se incorporaran al enorme imperio que, partiendo del Atlántico, se extendería hasta incluir las islas que Legazpi acababa de conquistar en el Pacífico y que llevaba el nombre del Rey don Felipe Segundo (las filipinas).
En La Florida, Menéndez establecería una era de paz y de prosperidad económica porque la industria del gusano de seda, las minas, los yacimientos de perlas, las plantaciones de azúcar, los campos de trigo y arroz, las salinas, los bosques y todas las demás riquezas naturales, explotadas por los colonos, harían a La Florida «no sólo bastarse a sí misma, sino hacerse más rica que México o el Perú».
En menos de dos años el gobernador transformó La Florida, atrayéndose a los indios a su amistad y consiguiendo que ayudaran en la obra de colonización que él se había trazado. Estableció líneas de poblados entre Tampa y Santa Elena; organizó cuerpos de gobierno; impulsó la agricultura y fundo las bases de un precario sistema de educación. Envió exploradores hacia el norte por las tierras de Guale, y Axacán (Virginia). Pidió más colonos al rey de España y, de las Islas Canarias, llegaron más de mil colonos para ayudar en los trabajos agrícolas. Fortaleció las defensas militares de la península y trajo más misioneros que predicaran el evangelio.
El relativo progreso alcanzado durante el gobierno de Avilés se vio obstaculizado por multitud de enfermedades que asolaron la provincia, sobre todo el año 1567. En un solo mes murieron en San Agustín cien colonos españoles a causa de infecciones provocadas por las aguas impuras de los ríos, los innumerables mosquitos de los pantanos y, sobre todo, el frío.
Más que otra cosa, sin embargo, la naturaleza belicosa de los indios de la costa oriental estorbó la marcha del progreso de la provincia y dificultó la obra evangelizadora. Eran esos indios sumamente agresivos; reacios a vivir juntos en poblados y dispuestos a caer de improviso sobre los pueblos de los españoles y de los indios pacíficos para robar, matar e incendiar sus habitaciones. Estos indios nómadas vagaban por las montañas y los bosques donde ni los colonos podían enseñarles a trabajar ni los misioneros hallaban medios de convertirlos. De cuando en cuando (especialmente al tiempo de las cosechas) llegaban tribus enteras y se sometían a la predicación de los frailes y a las costumbres de los europeos, pero, apenas se acababan o empezaban a escasear las provisiones, volvían a sus andanzas por las selvas y a sus prácticas paganas.
Con este modo de vivir nunca pudieron mezclarse las culturas. A diferencia de lo que había ocurrido en el centro de México donde indios y españoles llegaron a formar un permanente mestizaje, en La Florida los colonos europeos siguieron por cientos de años segregados en sus poblaciones y los indios alejados, recelosos y muchas veces agresivos.
Los misioneros fueron en Florida, como en los demás territorios dominados por España, los protectores de los indios . Menéndez de Avilés trajo de España a los jesuitas cuyo primer trabajo fue el de aprender las lenguas de los aborígenes. Casi todos ellos lograron hablar dos o tres dialectos con tal perfección que pronto pudieron conversar con los indios y predicar en sus lenguas. El hermano Domingo Augustín tradujo el catecismo a la lengua de Guale y el hermano Báez escribió una gramática, la primera que se escribió en territorio que es ahora el de los Estados Unidos.
Medio siglo antes de que los ingleses establecieran su colonia en Virginia, ellos fundaron una misión en Axacán, en la margen oeste de la Bahía de Chesapeake y en otros lugares más hacia el norte. Exploraron territorios tierra adentro y anotaron en sus diarios cuantos lugares dignos de mención encontraban, haciendo así posible la formación de mapas geográficos de esas regiones.
Pero en las costas del Atlántico del Norte (como quizá en ningún otro lugar de América) la suerte les fue adversa a los jesuitas. El padre Pedro Martínez, uno de los tres misioneros enviados por su general San Francisco de Borja, fue atacado en septiembre de 1566 por los indios salvajes, no lejos de la misión de San Mateo. Al verlos correr hacia él dando gritos estentóreos y con la ira reflejada en sus ojos, el padre cayó de rodillas, levantó las manos al cielo y pidió perdón por sus verdugos. Un indio entonces le dio un golpe tan fuerte con su clava que el mártir quedó instantáneamente muerto. El hermano Domingo Augustín murió también trágicamente. El superior, padre Juan Bautista de Segura fue muerto de un golpe de hacha en la cabeza, el padre Luis de Quiroz fue saeteado por un indio relapso y los dos hermanos donados Gabriel de Solís y Juan Bautista Méndez murieron también martirizados cruelmente por los salvajes.
Alarmado entonces el general de la compañía de Jesús, dispuso que los jesuitas que quedaban en La Florida fueran a México donde el virrey los necesitaba como profesores en colegios de enseñanza superior. En España se habían distinguido los hijos de San Ignacio como educadores de la juventud y en México hacían falta colegios para los muchos jóvenes que ahí aspiraban a hacer estudios universitarios.
Salieron, pues, los jesuitas de La Florida en 1573 y para sustituirlos, llegaron entonces misioneros franciscanos . Nueve religiosos de la Orden de San Francisco llegaron ese mismo año de 1537; otros en 1577 y doce más en 1593 con el superior fray Juan de Silva. Hacia 1615 más de veinte centros misioneros trabajaban con los indios de La Florida, Georgia y las Carolinas. Desde el Río de Santa María hasta el Savannah y de éste hasta Santa Elena (Port Royal) había también institutos educativos en casi todos los poblados indios de esas regiones, dirigidos por los franciscanos y protegidos por los oficiales del gobierno. Por el lado del Golfo se establecieron nueve florecientes misiones cerca de Tallahassee, además de las «visitas» o centros menores de enseñanza esparcidos desde la Isla Cumberland hasta Apalache.
El trabajo de estos misioneros franciscanos encontró también muy grandes obstáculos, debidos esta vez, a las continuas guerras en que la colonia de La Florida se vio envuelta no ya con Francia, sino con otro enemigo más poderoso, Inglaterra, que desde 1584 empezó a concebir la idea de arrebatarle a España sus posesiones al oeste del Atlántico.
En 1585 la reina Isabel I de Inglaterra envió a Richard Grenville a explorar las tierras de América. Grenville pasó varios meses en este lado del Atlántico y su informe a Isabel no pudo ser más alentador. «En la comarca al oeste y al sur de la bahía de Chesapeake -dijo el explorador-, había gran cantidad de árboles frutales y viñedos, así como de plantas medicinales. Por la feracidad de sus tierras y la buena índole de sus habitantes esa región ofrecía conveniencias sin igual para la fundación de una colonia inglesa.
Esa región había sido ya explorada y en parte colonizada por los españoles. Los indios la llamaban "Guale" y en los mapas se conocía con el nombre de "La Florida"; pero Grenville la llamó en su carta a Isabel con el pomposo nombre de "Her Majesty's New Kingdom of Virginia"». El nuevo nombre de la colonia empezó entonces a figurar en todos los documentos de procedencia inglesa.
Isabel quedó altamente complacida con el informe de Grenville y dio apoyo a otros exploradores que entonces empezaron a frecuentar las costas del Atlántico. Inglaterra debía extender sus dominios hacia América, a pesar de las pretensiones de España a todo el continente. Era preciso, sin embargo, acabar con el poderío naval español y debilitar las fortificaciones españolas en América. Ninguna colonia inglesa podría subsistir mientras los barcos españoles pudieran estorbar su comunicación con Inglaterra o transportar soldados o pertrechos de guerra para atacar las posesiones inglesas de este lado del océano. Entonces dio su decidido apoyo a Francis Drake, encargándole la destrucción sistemática de los fuertes españoles en el Caribe.
Era Drake un famoso y cruel pirata que había asaltado ya y robado muchos de América Central. El 24 de septiembre de 1585 salía de Plymouth con una poderosa escuadra en la que figuraban los navíos Arot y Bonaventura que eran propiedad de Isabel. Los demás barcos habían sido proporcionados por ricos comerciantes ingleses.
La escuadra de Drake atacó los puertos de Santo Domingo y Cartagena donde obtuvo un inmenso botín; luego se dirigió a La Florida, con objeto de acabar con los españoles. Tomó a sangre y fuego el fuerte de San Juan de Pinos y luego cayó por sorpresa sobre San Agustín. Mientras sus habitantes huían a los montes, Drake entregó la ciudad a las llamas, no dejando de ella más que muerte y exterminio. Satisfecho con sus sangrientas hazañas zarpó, cargado de oro español, hacia Inglaterra. El 21 de julio de 1586 desembarcó en Plymouth y de ahí fue a Londres donde el capitán pirata fue altamente honrado por Isabel y convertido en caballero del reino.
Felipe II, rey de España, comprendió que sus colonias en América y en el resto del mundo no podrían subsistir, a menos que la piratería inglesa fuera destruida y al efecto decidió declarar la guerra a Isabel y enviar contra su reino un ataque naval. Pero su Armada Invencible, enviada a Inglaterra en 1588, quedó desmantelada por los vientos del Canal de la Mancha; la mayor parte de los barcos se fue a pique y el resto fue destruido por la fuerza naval inglesa al mando de Drake. Con esa victoria quedó Inglaterra soberana de los mares y con posibilidades casi ilimitadas para establecer un imperio inglés en América.
Inglaterra carecía de conquistadores del temple de Hernán Cortés y Francisco Pizarro que con un puñado de hombres habían sojuzgado enormes imperios. Los ingleses no eran tan románticos. Por eso, con su enorme sentido práctico planearon y establecieron la compañía comercial «Virginia Company of London» para la colonización americana. Esa compañía estaba integrada por hombres ricos que invirtieron sus fondos en la contratación de marineros y soldados destinados a ocupar territorios españoles en las costas de la Bahía de Chesapeake.
Ciento cuarenta y cuatro hombres desembarcaron en la bahía el 26 de abril de 1607 y poco después fundaron ahí el primer poblado inglés en tierra firme de América, Jamestown, ciento quince años después del descubrimiento de América, noventa y cuatro años después del descubrimiento de La Florida por Juan Ponce de León, ochenta después de que en esa misma costa se fundara la población de San Miguel Gualdape y casi treinta y siete después del establecimiento de la misión jesuita de Axacán. (El establecimiento de esa colonia constituyó desde un principio una amenaza para la existencia de La Florida. En primer lugar Jamestown quedaba fincado en territorio que se consideraba parte de La Florida y español; en segundo lugar, los términos de la carta del rey de Inglaterra, James I, eran tan vagos que, interpretados literalmente, suponían que la colonia de Virginia abarcaba provincias españolas efectivamente colonizadas, pues el rey concedía territorios «de océano a océano»; además adivinarse que Inglaterra tenía intenciones de apoderarse de otros territorios al sur, como de hecho lo hizo muy pronto. Por este motivo, el virrey empezó a mostrarse reacio a enviar fondos para sostener una colonia que se perfilaba más y más hacia el fracaso. Sin dinero y con la amenaza de destrucción, como un espada de Damocles sobre su cabeza, La Florida empezó luego a languidecer. ¡Su agonía, sin embargo, duraría más de tres siglos!)
El crecimiento de la colonia inglesa fue relativamente rápido. En 1619 había mil hombres en Jamestown; en 1629 había ya más de cinco mil y ese mismo año quedó la población constituida como territorio real, dependiendo directamente del rey de Inglaterra, quien seguía repartiendo tierras americanas a su arbitrio.
En 1663 Carlos II de Inglaterra creó una nueva colonia en territorios españoles, la Carolina, con donación de cuarenta y ocho mil acres (¡...!) a cada uno de los nobles ingleses que se captaron la generosidad del monarca. Esos afortunados caballeros vinieron a América a tomar posesión de su rica dádiva; pero, como los colonizadores de Virginia se habían multiplicado ya en extremo, habían saltado los límites sur de su colonia y habían tomado posesión motu proprio de las tierras norte de la Carolina. Entonces los nobles señores ingleses creyeron justo compensarse a costa de España y tomaron posesión de tierras en la Carolina del Sur, sobre terrenos que pertenecían claramente a España.
La protesta no se hizo esperar; pero, como para entonces Inglaterra pesaba mucho en los destinos de Europa, su tortuosa diplomacia obligó a España a firmar el «Tratado de Madrid de 1670» por el cual se fijaban los límites del virreinato de nueva españa sobre la corriente del río Savannah, al norte del presente estado de Georgia. ¿Lograría ese flamante tratado contener «el destino manifiesto» de los ingleses?
No, por cierto. Treinta años más tarde, el coronel James Moore, gobernador de Carolina, creyó llegado el momento de arrojar totalmente a los españoles de la costa del Atlántico y -el 10 de septiembre de 1702- rompió hostilidades contra los habitantes de Georgia y Florida. El 10 de noviembre de ese año, el coronel Robert Daniel, subalterno de Moore, entró a sangre y cuchillo en San Agustín y estableció el cuartel de sus tropas en la iglesia de San Francisco. Moore puso sitio al Fuerte de San Marcos, no lejos de San Agustín, pero, al llegar refuerzos militares de La Habana, Moore tuvo que levantar el sitio, Robert Daniel se vio obligado a salir de San Agustín y ambos fueron arrojados del suelo de La Florida y de Georgia.
Las condiciones de La Florida empeoraron considerablemente con los destrozos causados por los ingleses pues éstos quemaban y destruían cuanto encontraban a su paso. Una terrible epidemia de viruela hizo también estragos en la población ya sin hogares y privada de alimentos. Y, por si esto fuera poco, Moore volvió en 1703 aliado con mil quinientos indios yamasees, dispuestos a arrasar lo que quedaba de La Florida.
En enero de 1704, Moore llegó a Ayubale, misión franciscana cerca del Fuerte San Luis, en La Florida occidental, servida por el padre Ángel de Miranda. Los indios de la comarca se acogieron al amparo de la misión y ésta hizo desesperados esfuerzos por detener las tropas de Moore. A pesar del reducido número de los indios de la misión, Moore fue rechazado varias veces hasta que, habiéndose acabado las flechas y sintiéndose los defensores exhaustos, salió el padre Miranda hacia el capitán inglés llevando una bandera de rendición. Pero ni el padre ni su gente alcanzaron misericordia. El padre cayó asesinado ahí mismo, su ayudante, el padre Fraga fue quemado vivo y su cadáver decapitado, Ayubale entregado a las llamas y los indios torturados y muertos en una de las más sangrientas masacres que registra la historia de La Florida. En esa ocasión mil cuatrocientos indios de las misiones de La Florida occidental fueron hechos esclavos de los ingleses y conducidos a las plantaciones de la Carolina.
Los destrozos que quedaron en La Florida al tiempo que se retiraron los ingleses eran imposibles de describir. Miles de familias se encontraban sin hogar; incontables hogares lloraban la pérdida de seres queridos; las enfermedades y el hambre empezaron a hacer estragos entre los supervivientes y la desorganización de las misiones hacía imposible dar adecuada ayuda a las víctimas. De todas las misiones que florecían antes en La Florida y Guale sólo dos quedaban en pie.
De temporal consuelo fue para las autoridades civiles y para los misioneros la decisión tomada entonces por las tribus de Apalache. Después de partido el capitán inglés, enviaron delegaciones a San Agustín pidiendo ayuda para defenderse, pues preferían seguir fieles a España y a la religión de los padres.
Pero, la suerte de La Florida estaba echada; tendría que caer, parte tras parte, en manos de los ingleses. Disponiendo nuevamente de lo que no era suyo, el rey de Inglaterra iba a dividir entre sus súbditos la provincia de Guale, o sea, Georgia, a pesar de la palabra empeñada en 1670 de que reconocia la propiedad de ese territorio de España.
Para preparar el despojo, los ingleses construyeron el Fort George en las orillas del río Altamaha, cerca de la actual ciudad de Darién. Los españoles reclamaban ese territorio como suyo por donación papal, anterior descubrimiento, anterior conquista y exploración, ocupación efectiva, y, sobre todo, por el Tratado de Madrid.
Los ingleses, se hicieron los sordos y decidieron conservar el fuerte. Desde ahí podrían llevar a efecto la conquista de toda la provincia, lo cual no ofrecía ya gran dificultad, pues durante los últimos cincuenta años los ingleses habían estado obstaculizando el trabajo de los españoles en Georgia y anulando así su influencia en esa comarca.
Fue consultado el virrey el cual, aunque ofreció ayuda militar y naval para arrojar a los ingleses del fuerte, pidió que se usaran los recursos de la diplomacia para resolver en paz el conflicto. Los delegados de La Florida se reunieron con los de la Carolina en agosto de 1725. Una de las mayores reclamaciones de los ingleses se refería a la protección que daban los de Florida a los esclavos fugitivos de las colonias inglesas, los españoles finalmente se comprometían a devolverlos o a pagar su rescate. Sin embargo, los ingleses encontraban cada vez mayor número de reclamaciones con objeto de alargar las deliberaciones indefinidamente. Y entre tanto llegaban más ingleses a Georgia y los poblados ingleses seguían multiplicándose.
Por fin el año 1732 el rey inglés firmó el convenio con los nobles de Inglaterra «concediéndoles en propiedad» los territorios de Georgia y poco después se dio orden al gobernador James Oglethorpe para que cerrara las negociaciones pendientes desde 1725 haciendo presión para que las autoridades españolas reconocieran derechos ingleses sobre los territorios en litigio.
Era en 1735 gobernador de La Florida don Francisco del Moral, español tímido y contemporizador, que se rindió sin mucha dificultad a las demandas de Oglethorpe, cediendo en casi todos los puntos de las negociaciones. Pero don Francisco era sólo un oficial subalterno que tuvo que enviar sus resoluciones a las cortes de México y de Madrid para su aprobación y, cuando el rey de España y el virrey se dieron cuenta de la injusticia de tal despojo, ambos desaprobaron los acuerdos tomados por del Moral y decidieron arrojar de Georgia a los ingleses por la fuerza de las armas.
El virreinato de nueva españa envió entonces al gobernador de Cuba, don Juan Francisco de Güemes, ciento cincuenta mil pesos y vituallas para cuatrocientos soldados, con órdenes de que aprontara tropas y barcos para el ataque. El virrey hacía notar que el imperio de España en Norte América corría riesgo de desaparecer si no se detenía pronto el avance de los ingleses.
En menos de un siglo se le habían arrebatado los territorios de Axacán y de Algonquián por el Atlántico así como extensas porciones de tierras hacia el oeste. Ahora se trataba de arrebatarle Guale y era fácil prever que la península de La Florida sería la siguiente víctima.
Güemes se dedicó con febril actividad a mejorar las fortificaciones del Fuerte San Marcos y construyó otro fuerte, Fuerte San Diego, para asegurar mejor la defensa de San Agustín. Oglethorpe pensó tomar la delantera y atacar a los españoles sin esperar su acometida. Con fuerzas llegadas de las otras colonias inglesas, logró formar un ejército de mil seiscientos veinte hombres y una escuadra de siete barcos de guerra grandes y cuarenta piraguas, listas para llevar soldados a La Florida.
Las hostilidades se rompieron el primero de mayo de 1740 al atacar Oglethorpe el Fuerte de San Diego que, tras feroz resistencia, cayó en poder de los ingleses que lo convirtieron en su cuartel general. El dieciocho del mismo mes avanzó Oglethorpe contra el Fuerte San Marcos y le puso sitio.
San Marcos era una verdadera colmena, atestada de soldados y civiles de San Agustín. El cañoneo fue incesante. La escuadra inglesa custodiaba el puerto para impedir el desembarque de víveres o de pertrechos españoles. Había pasado ya un mes y los sitiados no daban señal ninguna de rendirse.
El veinticinco de junio el capitán español Montiano decidió salir atrevidamente del fuerte por la noche, acompañado de trescientos soldados y atacar a sus sitiadores por la retaguardia. Así lo hizo y el éxito fue tan completo que en menos de una hora ochenta y siete ingleses yacían muertos sin que hubiera habido más que unos cuantos heridos entre los españoles. Ahora Montiano podría pedir ayuda militar a La Habana.
El dieciocho de julio aparecieron en el horizonte siete barcos cañoneros que llegaban de Cuba atestados de pertrechos y de víveres. A pesar de su fuerte contingente militar, Oglethorpe levantó el sitio y huyó precipitadamente a Georgia.
No obstante, las hostilidades continuaron. Los españoles tuvieron un serio descalabro en los pantanos de Marsh, y Oglethorpe volvió a poner sitio al Fuerte de San Marcos. Georgia estaba ya totalmente en poder de los ingleses, pero parecía que éstos querían destruir San Agustín y arrojar a los españoles de toda La Florida. La guerra continuó inexorable hasta que los elementos naturales que tanto daño habían causado en muchas ocasiones a los barcos españoles se volvieron contra los ingleses. En esta ocasión vientos huracanados destrozaron la escuadra inglesa obligando a los soldados de Inglaterra a dejar en paz por un poco de tiempo a los colonos de La Florida. Georgia, sin embargo, quedaba para siempre en manos de los ingleses.
Se aprovechó esa pausa de calma para fortalecer las defensas de la península y para mejorar las condiciones de vida en La Florida. En 1753, don Juan Francisco de Güemes, que de gobernador de Cuba había pasado a desempeñar el cargo de virrey, formuló un plan de defensa que para siempre eliminaría el peligro de un sitio prolongado, y que haría los fuertes de Pensacola, San Antonio, San Diego y San Marcos invulnerables.
La solicitud del jerarca mexicano se extendió a todas las ramas de la vida en la península mediante la promulgación de un nuevo código de leyes de muy avanzado alcance social. En ellas se proveía la asistencia a las viudas y a los huérfanos; se procuraba el mejoramiento de los trabajadores y se dictaban instrucciones para la educación pública. Finalmente, a esas disposiciones unía el virrey algo muy importante: la reforma del situado y el envío inmediato de 9864 pesos para obras de beneficencia. La legislación del virrey produjo grandes beneficios económicos, pero sobre todo creó un sentido de bienestar en La Florida.
Desgraciadamente, los frutos de la solicitud del virrey iban a durar poco tiempo por causa de la nueva guerra que en 1756 empezó a asolar Europa -la guerra de los siete años- y cuyos efectos se iban a sentir profundamente en América. Inglaterra y Francia se embarcaron entonces en una contienda por cuestiones de rivalidad y de expansión comercial en el Nuevo Mundo. España, unida a Francia por el «pacto de familia» tuvo que participar en la guerra cuyos resultados fueron desastrosos para las colonias americanas.
Inglaterra tomó dos de sus más importantes ciudades, La Habana en Cuba y Manila en las Filipinas, ambas pertenecientes al virreinato de nueva españa, y, al terminar el conflicto, reclamó en el Tratado de París, celebrado en Versalles en febrero de 1763, la provincia de La Florida como indemnización y botín de guerra.
Los ingleses dividieron La Florida en dos territorios: el oriental que comprendía la península y tenía como límite al oeste el río Apachicola, cerca de la ciudad de Tallahassee; y el occidental, desde el Apachicola hasta la ribera oriental del río Misisipí, comprendiendo la parte sur de los estados de Alabama y de Luisiana: En 1767 Inglaterra amplió la frontera norte de La Florida hasta abarcar casi la mitad de Georgia y Alabama.
No estuvo La Florida mucho tiempo en poder de los ingleses. Al ocupar éstos La Florida, muchos colonos españoles se refugiaron en territorios de La Luisiana (que antes de 1763 había pasado a manos de España) y empezaron a pensar en la forma de recuperar su provincia. Cuando en 1779 España se declaró nuevamente en guerra con Inglaterra, el gobernador de Nueva Orleáns, don Bernardo de Gálvez, hizo suyo el intento de los floridanos refugiados en Luisiana y empezo a hacer preparativos para la invasión de la península.
Tres años antes, las trece colonias inglesas en América habían empezado su guerra de independencia y Gálvez se alió a los revolucionarios de Washington. Impidió que los ingleses tomaran posesión de la desembocadura del Misisipí (que ellos lucharon desesperadamente por dominar para llevar por el río pertrechos hacia el norte y para dominar desde allí todo el valle sur del Misisipí). En cambio, Gálvez hizo fácil la ocupación de ese valle por los colonos americanos.
Don Bernardo de Gálvez probó ser un gran militar que secundó por el sur la acción de Washington en el norte del territorio en contienda. Encabezando un ejército de antiguos colonos de La Florida, al que se unieron valientes voluntarios de La Luisiana, salió Gálvez de Nueva Orleáns a fines de 1779 y convirtió su campaña en La Florida en una verdadera marcha triunfal. Capturó Pensacola y poco después fueron cayendo en sus manos, uno a uno, todos los fuertes de la península. Al terminar la guerra, Inglaterra reconoció los derechos de España a la provincia de La Florida. El tratado de paz se celebró en París el año de 1783.
Para entonces ya los Estados Unidos se habían constituido en nación independiente. Georgia se había incorporado a la Unión y multitud de habitantes de ese estado habían empezado a formar colonias en los territorios norte de La Florida. Cuando en 1803 La Luisiana fue vendida a los Estados Unidos, éstos rodearon La Florida por todas partes y a nadie pudo escapar la certidumbre de que tarde o temprano vendría a ser la península otro estado de la Unión Americana.
En 1810 abortó un intento de independencia de un grupo de colonos americanos. Dos años más tarde, en 1812, el Congreso de los Estados Unidos recibía, , el territorio de La Florida Occidental, comprendida entre los ríos Pearl y Misisipí. En 1811, Andrew Jackson capturó Pensacola y ese mismo general tomó en 1818 el Fuerte de San Luis. Florida pertenecía ya sólo de nombre a España.
El golpe definitivo se lo dio a La Florida un famoso diplomático español, don Federico de Onís, para salvar con él otros territorios en peligro de perderse para España. Tres problemas requerían inmediata resolución:
1) como la situación militar, social y política de la colonia de La Florida era sumamente irregular a causa de tantos cambios y guerras, un gran número de piratas hallaba fácil refugio en sus costas de donde salían para cometer desmanes en los territorios americanos. Los Estados Unidos protestaban ante las autoridades de la península haciéndolas responsables y exigiéndoles fuertes sumas de indemnización por los daños causados a los habitantes de la costa, sobre todo en el estado de Georgia.
2) acusaban los americanos a los habitantes y a las autoridades de La Florida de la constante fuga de esclavos negros que huían de Georgia y las Carolinas buscando protección en Florida, ocasionando con ello pérdidas económicas a sus dueños quienes pedían al gobierno español la devolución de sus esclavos o el precio de ellos.
3) hacia 1815 se despertó un vivo deseo por separar a Texas del virreinato de nueva españa so pretexto de que el viaje de La Salle a esas tierras en 1681 las había hecho parte de La Luisiana recientemente comprada por los Estados Unidos. ¿Estaba Texas incluida en esa compra?
Don Federico de Onís, Embajador de España en Washington creyó encontrar la solución a esos tres problemas con la cesión de La Florida a los Estados Unidos. Esta cesión se haría con la condición de que los Estados Unidos se dieran por pagados con ella de los daños causados por los piratas y por la huida de los esclavos y reconocieran la legitimidad de los derechos del virreinato sobre Texas.
La solución del embajador agradó mucho al Presidente Monroe y a su Secretario de Estado, John Quincy Adams. El Congreso aprobó la cantidad de cinco millones de dólares, de los cuales, tres se repartirían entre los ciudadanos americanos que reclamaban indemnizaciones y el resto se enviaría a España.
Más de un año tardaron las Cortes Españolas en ratificar el tratado. Fue necesario convencer a sus miembros de que La Florida estaba de hecho perdida para España; que era más conveniente entonces salvar Texas y que los Estados Unidos empeñaban, con ese tratado, su palabra de honor de respetar los derechos del virreinato sobre Texas, cuya proximidad a México lo hacía más valioso.
En 1820 el rey Fernando VII firmaba el documento de cesión de las Floridas a los Estados Unidos, incluyendo en esa venta todas las islas adyacentes a la península. En el mismo documento se fijó la línea divisoria entre los Estados Unidos y el virreinato de nueva españa, al norte de los actuales estados de Texas, Colorado, Utah, Nevada y California.
De este modo quedó cerrada la historia de la colonización española de Florida, trescientos siete años después de su descubrimiento por don Juan Ponce de León.
Apresados por los corsarios, muchos de esos barcos habían terminado sus travesías, no en España a donde intentaban llegar, sino en Londres o en las costas de Francia; si no es que habían ido a dar al profundo del océano después de habérseles quitado su rico cargamento.
Inglaterra presentaba un peligro especial, pues tarde o temprano pretendería establecer alguna colonia en el Nuevo Mundo, como lo había intentado ya Francia y lo había llevado a efecto en las tierras del Canadá. Era, pues, imprescindible incorporar al virreinato de nueva españa todos esos vastos territorios que se conocían entonces con el nombre de La Florida.
Era entonces virrey de nueva españa don Luis de Velasco, hombre de tanta energía y empuje como su antecesor, y consagrado a la obra de colonización del norte de México. Por ese motivo las arcas del tesoro virreinal estaban exhaustas, pero había en la capital mexicana hombres de negocios, acaudalados y con ambiciones de gloria que podían llevar a cabo la empresa usando fondos de su propio bolsillo.
En el momento que el virrey dio a conocer su intento de colonizar esa rica parte de su jurisdicción al norte del Golfo de México, muchos prohombres de la ciudad se ofrecieron a llevar a cabo la empresa. De entre ellos se escogió a don Tristán de Luna y Arellano, subalterno de Coronado en la expedición de Nuevo México.
Se le dieron como capitanes a seis soldados de la expedición de Hernando de Soto en 1539 y se pusieron a su disposición los mapas y documentos que se habían hecho y escrito en las expediciones anteriores. Don Tristán publicó un bando llamando voluntarios para colonizar y recibió tantas solicitudes que en sólo un mes contaba ya con mil quinientas personas entre las que había muchas mujeres y niños para poblar La Florida.
El trece de julio de 1559 zarpó del puerto de Veracruz la flota de don Tristán formada por trece barcos bien surtidos de ropa, alimentos, semillas, ganado, útiles de labranza y de todo lo demás que pudiera necesitarse para el sostenimiento de la colonia.
Sin embargo, esta nueva expedición estaba destinada también al más completo fracaso, siendo nuevamente la furia de los ciclones la causa del desastre.
Acabando de llegar a la bahía de Pensacola, se desencadenó un temporal de lluvias y de aires tan huracanados que apenas lograron desembarcar con vida los pasajeros. Ni alimentos ni semillas ni ninguna otra de las cosas que se guardaban en los barcos pudo ser llevada a tierra. Los vientos arrojaron las embarcaciones mar adentro con furia mientras los aterrados colonizadores veían perderse en las aguas del océano todas sus esperanzas de sobrevivir.
Aquel enorme gentío empezó muy pronto a sufrir el aguijón del hambre. Querían sembrar, pero las semillas habían desaparecido en la tormenta. Determinaron ir tierra adentro buscando qué comer y llegaron a un poblado indio donde hallaron maíz y manioca; pero en una sola comida se acabaron todas las provisiones del pueblo y nuevamente tuvieron que continuar buscando, devorando cuanto encontraban a su paso y sólo remediando su necesidad con raíces de árboles, hojas, sabandijas o bellotas amargas.
Más de un año anduvieron vagando por los pantanos y las marismas de La Florida. Muchos niños, mujeres y aún hombres murieron por inanición. Los supervivientes estaban enfermos o tan débiles que apenas podían mantenerse en pie. Por fin a mediados de noviembre de 1560 desembarcaba en la bahía de Pensacola el navío de don Ángel Villafaña cargado de bastimentos enviados por el virrey para su gente de La Florida.
Las condiciones en que se encontraban los supuestos colonizadores no eran propicias para que se continuara el proyecto, pero algunos de los más valerosos decidieron permanecer y explorar; otros prefirieron volver en seguida. Entre los que se quedaron estaba don Tristán que, por sentido de pundonor, se negaba a admitir el fracaso de su empresa y Villafaña que, acompañado de un indio de Florida exploró por varios meses las comarcas al norte, llegando hasta Axacán, o sea, el presente estado de Virginia.
Todos se vieron obligados a abandonar La Florida, sin embargo, cuando, informado el virrey de las dificultades inherentes a la empresa, ordenó que todos volvieran a la capital.
Sería natural que, después de tantos fracasos sufridos en La Florida, desistieran de colonizar la península, pero precisamente entonces surgió una razón poderosísima para no abandonar aquellas tierras. Fue ésta la presencia de los franceses que; en 1562, establecieron un fuerte militar en la parte sur de lo que es hoy el estado de South Carolina, no lejos de la ruta de las Bahamas. El jefe de los franceses se llamaba Jean Ribaut.
El rey de España tomó la iniciativa en esta ocasión y nombró capitán de la empresa a un famoso soldado que había luchado anteriormente contra los piratas franceses. Su nombre era don Pedro Menéndez de Avilés. Dos millones de escudos costaría la acción militar y la colonización de La Florida, pero don Pedro era muy rico y, además, recibiría títulos nobiliarios y cargos de gobierno como recompensa de sus servicios y del capital que él mismo iba a invertir en la empresa.
Se reclutaron como oficiales los cien mejores soldados del reino, y los demás, en número de doscientos, eran hombres conocidos por su valentía. Irían a bordo también toda clase de artesanos: albañiles, carpinteros, herreros, barberos, agricultores, etc. De éstos, al menos doscientos deberían de estar casados. Diez sacerdotes jesuitas deberían figurar en la expedición. En el permiso de colonización dado por el rey se estipulaba también que fueran llevados a La Florida cien caballos y yeguas, doscientos borregos, cuatrocientos cerdos, cuatrocientos corderos, cabras, bueyes y cualquier otra clase de animales que fueran desconocidos en La Florida y que, a juicio del capitán resultaran de utilidad .
Don Pedro debería explorar toda la costa del Atlántico, desde el Golfo de México hasta el Canadá. Si encontrara en esa costa gentes de otras naciones o corsarios debería de arrojarlos de esas posesiones españolas, usando para ello la fuerza si lo juzgara necesario. Los naturales, en cambio, deberían ser tratados con respeto y consideración; no podrían ser obligados a trabajar contra su voluntad y debería pagárseles un justo salario por todos sus servicios.
La flota salió del puerto de Cádiz el veintinueve de junio de 1565. Después de tocar puertos en la Española y en la isla de Puerto Rico, llegó al Cabo Cañaveral el veinticinco de agosto y, como don Pedro llevaba órdenes de colonizar, se apresuró a buscar un lugar propicio para establecer una ciudad. El veintiocho de agosto -fiesta de San Agustín- encontró el lugar deseado junto a la desembocadura de un río. Ahí se empezó febrilmente a construir una iglesia, un fuerte y casas para los colonos.
El ocho de septiembre se acabó la obra y se cantó una misa en acción de gracias, después de la cual se sirvió una opípara comida no sólo a los españoles sino también a los indios de la comarca.
Esa ciudad fundada por los expedicionarios de Avilés es la actual Saint Agustine, Florida; la más antigua que existe hoy día en territorio de los Estados Unidos.
Obedeciendo las órdenes del soberano español, indagó el capitán acerca de un fuerte francés que, según informes recibidos en España, se había erigido en las costas de La Florida. Supo entonces don Pedro que dicho fuerte se llamaba Carolina y se encontraba a no gran distancia de San Agustín. Además, que de Francia acababa de llegar un poderoso refuerzo militar y que en esos días se hacían preparativos para atacar a los españoles.
En efecto, a mediados de septiembre salía el general Ribaut del Fuerte Carolina llevando consigo lo más selecto del ejército francés para arrojar a los españoles de San Agustín. La suerte le fue adversa, pues en el camino un recio vendaval destruyó parte de su flota y, cuando finalmente atacó a San Agustín, fue rechazado. En esos momentos enviaba Avilés dos barcos de su flota rumbo a La Habana a pedir refuerzos y Ribaut se alejó de la costa, siguiéndolos. Entonces Avilés se dirigió al Fuerte Carolina y, amparado por las sombras de la noche, lo atacó, lo tomó en sólo una hora y obtuvo, así, una victoria completa. Todos los franceses perecieron y el fuerte fue incendiado.
Cuando Ribaut vio que no le era posible dar alcance a los barcos que iban a Cuba, pensó regresar, pero su escuadra fue destrozada por un huracán y, cuando finalmente llegó a San Agustín, fue completamente derrotado, hecho prisionero y ejecutado con toda su gente.
Avilés acabó así con la influencia francesa en La Florida, pero echó sobre sí una mancha que los siglos no han podido borrar. después de mas de cuatrocientos años, se conoce ese lugar con el fatídico nombre de Las Matanzas. En América -dice el historiador Bolton- el nombre de Menéndez de Avilés ha quedado asociado en la imaginación popular únicamente con este episodio.
Pero la expulsión de los franceses es sólo un episodio en una empresa que duró casi diez años, durante los cuales Menéndez probó ser un administrador capaz y de empuje, así como había sido un soldado valeroso. Menéndez era un soñador y tenía la visión de un brillante porvenir para La Florida. Él, con sus colonos, subiría por la costa del Atlántico, establecería ciudades en la bahía de Santa María (Chesapeak Bay) y llegaría al anhelado canal que, según la creencia de su tiempo, unía el Atlántico con el Pacífico.
Todas esas comarcas pertenecían ya al virreinato de nueva españa, pero sólo de derecho. Él haría que de hecho se incorporaran al enorme imperio que, partiendo del Atlántico, se extendería hasta incluir las islas que Legazpi acababa de conquistar en el Pacífico y que llevaba el nombre del Rey don Felipe Segundo (las filipinas).
En La Florida, Menéndez establecería una era de paz y de prosperidad económica porque la industria del gusano de seda, las minas, los yacimientos de perlas, las plantaciones de azúcar, los campos de trigo y arroz, las salinas, los bosques y todas las demás riquezas naturales, explotadas por los colonos, harían a La Florida «no sólo bastarse a sí misma, sino hacerse más rica que México o el Perú».
En menos de dos años el gobernador transformó La Florida, atrayéndose a los indios a su amistad y consiguiendo que ayudaran en la obra de colonización que él se había trazado. Estableció líneas de poblados entre Tampa y Santa Elena; organizó cuerpos de gobierno; impulsó la agricultura y fundo las bases de un precario sistema de educación. Envió exploradores hacia el norte por las tierras de Guale, y Axacán (Virginia). Pidió más colonos al rey de España y, de las Islas Canarias, llegaron más de mil colonos para ayudar en los trabajos agrícolas. Fortaleció las defensas militares de la península y trajo más misioneros que predicaran el evangelio.
El relativo progreso alcanzado durante el gobierno de Avilés se vio obstaculizado por multitud de enfermedades que asolaron la provincia, sobre todo el año 1567. En un solo mes murieron en San Agustín cien colonos españoles a causa de infecciones provocadas por las aguas impuras de los ríos, los innumerables mosquitos de los pantanos y, sobre todo, el frío.
Más que otra cosa, sin embargo, la naturaleza belicosa de los indios de la costa oriental estorbó la marcha del progreso de la provincia y dificultó la obra evangelizadora. Eran esos indios sumamente agresivos; reacios a vivir juntos en poblados y dispuestos a caer de improviso sobre los pueblos de los españoles y de los indios pacíficos para robar, matar e incendiar sus habitaciones. Estos indios nómadas vagaban por las montañas y los bosques donde ni los colonos podían enseñarles a trabajar ni los misioneros hallaban medios de convertirlos. De cuando en cuando (especialmente al tiempo de las cosechas) llegaban tribus enteras y se sometían a la predicación de los frailes y a las costumbres de los europeos, pero, apenas se acababan o empezaban a escasear las provisiones, volvían a sus andanzas por las selvas y a sus prácticas paganas.
Con este modo de vivir nunca pudieron mezclarse las culturas. A diferencia de lo que había ocurrido en el centro de México donde indios y españoles llegaron a formar un permanente mestizaje, en La Florida los colonos europeos siguieron por cientos de años segregados en sus poblaciones y los indios alejados, recelosos y muchas veces agresivos.
Los misioneros fueron en Florida, como en los demás territorios dominados por España, los protectores de los indios . Menéndez de Avilés trajo de España a los jesuitas cuyo primer trabajo fue el de aprender las lenguas de los aborígenes. Casi todos ellos lograron hablar dos o tres dialectos con tal perfección que pronto pudieron conversar con los indios y predicar en sus lenguas. El hermano Domingo Augustín tradujo el catecismo a la lengua de Guale y el hermano Báez escribió una gramática, la primera que se escribió en territorio que es ahora el de los Estados Unidos.
Medio siglo antes de que los ingleses establecieran su colonia en Virginia, ellos fundaron una misión en Axacán, en la margen oeste de la Bahía de Chesapeake y en otros lugares más hacia el norte. Exploraron territorios tierra adentro y anotaron en sus diarios cuantos lugares dignos de mención encontraban, haciendo así posible la formación de mapas geográficos de esas regiones.
Pero en las costas del Atlántico del Norte (como quizá en ningún otro lugar de América) la suerte les fue adversa a los jesuitas. El padre Pedro Martínez, uno de los tres misioneros enviados por su general San Francisco de Borja, fue atacado en septiembre de 1566 por los indios salvajes, no lejos de la misión de San Mateo. Al verlos correr hacia él dando gritos estentóreos y con la ira reflejada en sus ojos, el padre cayó de rodillas, levantó las manos al cielo y pidió perdón por sus verdugos. Un indio entonces le dio un golpe tan fuerte con su clava que el mártir quedó instantáneamente muerto. El hermano Domingo Augustín murió también trágicamente. El superior, padre Juan Bautista de Segura fue muerto de un golpe de hacha en la cabeza, el padre Luis de Quiroz fue saeteado por un indio relapso y los dos hermanos donados Gabriel de Solís y Juan Bautista Méndez murieron también martirizados cruelmente por los salvajes.
Alarmado entonces el general de la compañía de Jesús, dispuso que los jesuitas que quedaban en La Florida fueran a México donde el virrey los necesitaba como profesores en colegios de enseñanza superior. En España se habían distinguido los hijos de San Ignacio como educadores de la juventud y en México hacían falta colegios para los muchos jóvenes que ahí aspiraban a hacer estudios universitarios.
Salieron, pues, los jesuitas de La Florida en 1573 y para sustituirlos, llegaron entonces misioneros franciscanos . Nueve religiosos de la Orden de San Francisco llegaron ese mismo año de 1537; otros en 1577 y doce más en 1593 con el superior fray Juan de Silva. Hacia 1615 más de veinte centros misioneros trabajaban con los indios de La Florida, Georgia y las Carolinas. Desde el Río de Santa María hasta el Savannah y de éste hasta Santa Elena (Port Royal) había también institutos educativos en casi todos los poblados indios de esas regiones, dirigidos por los franciscanos y protegidos por los oficiales del gobierno. Por el lado del Golfo se establecieron nueve florecientes misiones cerca de Tallahassee, además de las «visitas» o centros menores de enseñanza esparcidos desde la Isla Cumberland hasta Apalache.
El trabajo de estos misioneros franciscanos encontró también muy grandes obstáculos, debidos esta vez, a las continuas guerras en que la colonia de La Florida se vio envuelta no ya con Francia, sino con otro enemigo más poderoso, Inglaterra, que desde 1584 empezó a concebir la idea de arrebatarle a España sus posesiones al oeste del Atlántico.
En 1585 la reina Isabel I de Inglaterra envió a Richard Grenville a explorar las tierras de América. Grenville pasó varios meses en este lado del Atlántico y su informe a Isabel no pudo ser más alentador. «En la comarca al oeste y al sur de la bahía de Chesapeake -dijo el explorador-, había gran cantidad de árboles frutales y viñedos, así como de plantas medicinales. Por la feracidad de sus tierras y la buena índole de sus habitantes esa región ofrecía conveniencias sin igual para la fundación de una colonia inglesa.
Esa región había sido ya explorada y en parte colonizada por los españoles. Los indios la llamaban "Guale" y en los mapas se conocía con el nombre de "La Florida"; pero Grenville la llamó en su carta a Isabel con el pomposo nombre de "Her Majesty's New Kingdom of Virginia"». El nuevo nombre de la colonia empezó entonces a figurar en todos los documentos de procedencia inglesa.
Isabel quedó altamente complacida con el informe de Grenville y dio apoyo a otros exploradores que entonces empezaron a frecuentar las costas del Atlántico. Inglaterra debía extender sus dominios hacia América, a pesar de las pretensiones de España a todo el continente. Era preciso, sin embargo, acabar con el poderío naval español y debilitar las fortificaciones españolas en América. Ninguna colonia inglesa podría subsistir mientras los barcos españoles pudieran estorbar su comunicación con Inglaterra o transportar soldados o pertrechos de guerra para atacar las posesiones inglesas de este lado del océano. Entonces dio su decidido apoyo a Francis Drake, encargándole la destrucción sistemática de los fuertes españoles en el Caribe.
Era Drake un famoso y cruel pirata que había asaltado ya y robado muchos de América Central. El 24 de septiembre de 1585 salía de Plymouth con una poderosa escuadra en la que figuraban los navíos Arot y Bonaventura que eran propiedad de Isabel. Los demás barcos habían sido proporcionados por ricos comerciantes ingleses.
La escuadra de Drake atacó los puertos de Santo Domingo y Cartagena donde obtuvo un inmenso botín; luego se dirigió a La Florida, con objeto de acabar con los españoles. Tomó a sangre y fuego el fuerte de San Juan de Pinos y luego cayó por sorpresa sobre San Agustín. Mientras sus habitantes huían a los montes, Drake entregó la ciudad a las llamas, no dejando de ella más que muerte y exterminio. Satisfecho con sus sangrientas hazañas zarpó, cargado de oro español, hacia Inglaterra. El 21 de julio de 1586 desembarcó en Plymouth y de ahí fue a Londres donde el capitán pirata fue altamente honrado por Isabel y convertido en caballero del reino.
Felipe II, rey de España, comprendió que sus colonias en América y en el resto del mundo no podrían subsistir, a menos que la piratería inglesa fuera destruida y al efecto decidió declarar la guerra a Isabel y enviar contra su reino un ataque naval. Pero su Armada Invencible, enviada a Inglaterra en 1588, quedó desmantelada por los vientos del Canal de la Mancha; la mayor parte de los barcos se fue a pique y el resto fue destruido por la fuerza naval inglesa al mando de Drake. Con esa victoria quedó Inglaterra soberana de los mares y con posibilidades casi ilimitadas para establecer un imperio inglés en América.
Inglaterra carecía de conquistadores del temple de Hernán Cortés y Francisco Pizarro que con un puñado de hombres habían sojuzgado enormes imperios. Los ingleses no eran tan románticos. Por eso, con su enorme sentido práctico planearon y establecieron la compañía comercial «Virginia Company of London» para la colonización americana. Esa compañía estaba integrada por hombres ricos que invirtieron sus fondos en la contratación de marineros y soldados destinados a ocupar territorios españoles en las costas de la Bahía de Chesapeake.
Ciento cuarenta y cuatro hombres desembarcaron en la bahía el 26 de abril de 1607 y poco después fundaron ahí el primer poblado inglés en tierra firme de América, Jamestown, ciento quince años después del descubrimiento de América, noventa y cuatro años después del descubrimiento de La Florida por Juan Ponce de León, ochenta después de que en esa misma costa se fundara la población de San Miguel Gualdape y casi treinta y siete después del establecimiento de la misión jesuita de Axacán. (El establecimiento de esa colonia constituyó desde un principio una amenaza para la existencia de La Florida. En primer lugar Jamestown quedaba fincado en territorio que se consideraba parte de La Florida y español; en segundo lugar, los términos de la carta del rey de Inglaterra, James I, eran tan vagos que, interpretados literalmente, suponían que la colonia de Virginia abarcaba provincias españolas efectivamente colonizadas, pues el rey concedía territorios «de océano a océano»; además adivinarse que Inglaterra tenía intenciones de apoderarse de otros territorios al sur, como de hecho lo hizo muy pronto. Por este motivo, el virrey empezó a mostrarse reacio a enviar fondos para sostener una colonia que se perfilaba más y más hacia el fracaso. Sin dinero y con la amenaza de destrucción, como un espada de Damocles sobre su cabeza, La Florida empezó luego a languidecer. ¡Su agonía, sin embargo, duraría más de tres siglos!)
El crecimiento de la colonia inglesa fue relativamente rápido. En 1619 había mil hombres en Jamestown; en 1629 había ya más de cinco mil y ese mismo año quedó la población constituida como territorio real, dependiendo directamente del rey de Inglaterra, quien seguía repartiendo tierras americanas a su arbitrio.
En 1663 Carlos II de Inglaterra creó una nueva colonia en territorios españoles, la Carolina, con donación de cuarenta y ocho mil acres (¡...!) a cada uno de los nobles ingleses que se captaron la generosidad del monarca. Esos afortunados caballeros vinieron a América a tomar posesión de su rica dádiva; pero, como los colonizadores de Virginia se habían multiplicado ya en extremo, habían saltado los límites sur de su colonia y habían tomado posesión motu proprio de las tierras norte de la Carolina. Entonces los nobles señores ingleses creyeron justo compensarse a costa de España y tomaron posesión de tierras en la Carolina del Sur, sobre terrenos que pertenecían claramente a España.
La protesta no se hizo esperar; pero, como para entonces Inglaterra pesaba mucho en los destinos de Europa, su tortuosa diplomacia obligó a España a firmar el «Tratado de Madrid de 1670» por el cual se fijaban los límites del virreinato de nueva españa sobre la corriente del río Savannah, al norte del presente estado de Georgia. ¿Lograría ese flamante tratado contener «el destino manifiesto» de los ingleses?
No, por cierto. Treinta años más tarde, el coronel James Moore, gobernador de Carolina, creyó llegado el momento de arrojar totalmente a los españoles de la costa del Atlántico y -el 10 de septiembre de 1702- rompió hostilidades contra los habitantes de Georgia y Florida. El 10 de noviembre de ese año, el coronel Robert Daniel, subalterno de Moore, entró a sangre y cuchillo en San Agustín y estableció el cuartel de sus tropas en la iglesia de San Francisco. Moore puso sitio al Fuerte de San Marcos, no lejos de San Agustín, pero, al llegar refuerzos militares de La Habana, Moore tuvo que levantar el sitio, Robert Daniel se vio obligado a salir de San Agustín y ambos fueron arrojados del suelo de La Florida y de Georgia.
Las condiciones de La Florida empeoraron considerablemente con los destrozos causados por los ingleses pues éstos quemaban y destruían cuanto encontraban a su paso. Una terrible epidemia de viruela hizo también estragos en la población ya sin hogares y privada de alimentos. Y, por si esto fuera poco, Moore volvió en 1703 aliado con mil quinientos indios yamasees, dispuestos a arrasar lo que quedaba de La Florida.
En enero de 1704, Moore llegó a Ayubale, misión franciscana cerca del Fuerte San Luis, en La Florida occidental, servida por el padre Ángel de Miranda. Los indios de la comarca se acogieron al amparo de la misión y ésta hizo desesperados esfuerzos por detener las tropas de Moore. A pesar del reducido número de los indios de la misión, Moore fue rechazado varias veces hasta que, habiéndose acabado las flechas y sintiéndose los defensores exhaustos, salió el padre Miranda hacia el capitán inglés llevando una bandera de rendición. Pero ni el padre ni su gente alcanzaron misericordia. El padre cayó asesinado ahí mismo, su ayudante, el padre Fraga fue quemado vivo y su cadáver decapitado, Ayubale entregado a las llamas y los indios torturados y muertos en una de las más sangrientas masacres que registra la historia de La Florida. En esa ocasión mil cuatrocientos indios de las misiones de La Florida occidental fueron hechos esclavos de los ingleses y conducidos a las plantaciones de la Carolina.
Los destrozos que quedaron en La Florida al tiempo que se retiraron los ingleses eran imposibles de describir. Miles de familias se encontraban sin hogar; incontables hogares lloraban la pérdida de seres queridos; las enfermedades y el hambre empezaron a hacer estragos entre los supervivientes y la desorganización de las misiones hacía imposible dar adecuada ayuda a las víctimas. De todas las misiones que florecían antes en La Florida y Guale sólo dos quedaban en pie.
De temporal consuelo fue para las autoridades civiles y para los misioneros la decisión tomada entonces por las tribus de Apalache. Después de partido el capitán inglés, enviaron delegaciones a San Agustín pidiendo ayuda para defenderse, pues preferían seguir fieles a España y a la religión de los padres.
Pero, la suerte de La Florida estaba echada; tendría que caer, parte tras parte, en manos de los ingleses. Disponiendo nuevamente de lo que no era suyo, el rey de Inglaterra iba a dividir entre sus súbditos la provincia de Guale, o sea, Georgia, a pesar de la palabra empeñada en 1670 de que reconocia la propiedad de ese territorio de España.
Para preparar el despojo, los ingleses construyeron el Fort George en las orillas del río Altamaha, cerca de la actual ciudad de Darién. Los españoles reclamaban ese territorio como suyo por donación papal, anterior descubrimiento, anterior conquista y exploración, ocupación efectiva, y, sobre todo, por el Tratado de Madrid.
Los ingleses, se hicieron los sordos y decidieron conservar el fuerte. Desde ahí podrían llevar a efecto la conquista de toda la provincia, lo cual no ofrecía ya gran dificultad, pues durante los últimos cincuenta años los ingleses habían estado obstaculizando el trabajo de los españoles en Georgia y anulando así su influencia en esa comarca.
Fue consultado el virrey el cual, aunque ofreció ayuda militar y naval para arrojar a los ingleses del fuerte, pidió que se usaran los recursos de la diplomacia para resolver en paz el conflicto. Los delegados de La Florida se reunieron con los de la Carolina en agosto de 1725. Una de las mayores reclamaciones de los ingleses se refería a la protección que daban los de Florida a los esclavos fugitivos de las colonias inglesas, los españoles finalmente se comprometían a devolverlos o a pagar su rescate. Sin embargo, los ingleses encontraban cada vez mayor número de reclamaciones con objeto de alargar las deliberaciones indefinidamente. Y entre tanto llegaban más ingleses a Georgia y los poblados ingleses seguían multiplicándose.
Por fin el año 1732 el rey inglés firmó el convenio con los nobles de Inglaterra «concediéndoles en propiedad» los territorios de Georgia y poco después se dio orden al gobernador James Oglethorpe para que cerrara las negociaciones pendientes desde 1725 haciendo presión para que las autoridades españolas reconocieran derechos ingleses sobre los territorios en litigio.
Era en 1735 gobernador de La Florida don Francisco del Moral, español tímido y contemporizador, que se rindió sin mucha dificultad a las demandas de Oglethorpe, cediendo en casi todos los puntos de las negociaciones. Pero don Francisco era sólo un oficial subalterno que tuvo que enviar sus resoluciones a las cortes de México y de Madrid para su aprobación y, cuando el rey de España y el virrey se dieron cuenta de la injusticia de tal despojo, ambos desaprobaron los acuerdos tomados por del Moral y decidieron arrojar de Georgia a los ingleses por la fuerza de las armas.
El virreinato de nueva españa envió entonces al gobernador de Cuba, don Juan Francisco de Güemes, ciento cincuenta mil pesos y vituallas para cuatrocientos soldados, con órdenes de que aprontara tropas y barcos para el ataque. El virrey hacía notar que el imperio de España en Norte América corría riesgo de desaparecer si no se detenía pronto el avance de los ingleses.
En menos de un siglo se le habían arrebatado los territorios de Axacán y de Algonquián por el Atlántico así como extensas porciones de tierras hacia el oeste. Ahora se trataba de arrebatarle Guale y era fácil prever que la península de La Florida sería la siguiente víctima.
Güemes se dedicó con febril actividad a mejorar las fortificaciones del Fuerte San Marcos y construyó otro fuerte, Fuerte San Diego, para asegurar mejor la defensa de San Agustín. Oglethorpe pensó tomar la delantera y atacar a los españoles sin esperar su acometida. Con fuerzas llegadas de las otras colonias inglesas, logró formar un ejército de mil seiscientos veinte hombres y una escuadra de siete barcos de guerra grandes y cuarenta piraguas, listas para llevar soldados a La Florida.
Las hostilidades se rompieron el primero de mayo de 1740 al atacar Oglethorpe el Fuerte de San Diego que, tras feroz resistencia, cayó en poder de los ingleses que lo convirtieron en su cuartel general. El dieciocho del mismo mes avanzó Oglethorpe contra el Fuerte San Marcos y le puso sitio.
San Marcos era una verdadera colmena, atestada de soldados y civiles de San Agustín. El cañoneo fue incesante. La escuadra inglesa custodiaba el puerto para impedir el desembarque de víveres o de pertrechos españoles. Había pasado ya un mes y los sitiados no daban señal ninguna de rendirse.
El veinticinco de junio el capitán español Montiano decidió salir atrevidamente del fuerte por la noche, acompañado de trescientos soldados y atacar a sus sitiadores por la retaguardia. Así lo hizo y el éxito fue tan completo que en menos de una hora ochenta y siete ingleses yacían muertos sin que hubiera habido más que unos cuantos heridos entre los españoles. Ahora Montiano podría pedir ayuda militar a La Habana.
El dieciocho de julio aparecieron en el horizonte siete barcos cañoneros que llegaban de Cuba atestados de pertrechos y de víveres. A pesar de su fuerte contingente militar, Oglethorpe levantó el sitio y huyó precipitadamente a Georgia.
No obstante, las hostilidades continuaron. Los españoles tuvieron un serio descalabro en los pantanos de Marsh, y Oglethorpe volvió a poner sitio al Fuerte de San Marcos. Georgia estaba ya totalmente en poder de los ingleses, pero parecía que éstos querían destruir San Agustín y arrojar a los españoles de toda La Florida. La guerra continuó inexorable hasta que los elementos naturales que tanto daño habían causado en muchas ocasiones a los barcos españoles se volvieron contra los ingleses. En esta ocasión vientos huracanados destrozaron la escuadra inglesa obligando a los soldados de Inglaterra a dejar en paz por un poco de tiempo a los colonos de La Florida. Georgia, sin embargo, quedaba para siempre en manos de los ingleses.
Se aprovechó esa pausa de calma para fortalecer las defensas de la península y para mejorar las condiciones de vida en La Florida. En 1753, don Juan Francisco de Güemes, que de gobernador de Cuba había pasado a desempeñar el cargo de virrey, formuló un plan de defensa que para siempre eliminaría el peligro de un sitio prolongado, y que haría los fuertes de Pensacola, San Antonio, San Diego y San Marcos invulnerables.
La solicitud del jerarca mexicano se extendió a todas las ramas de la vida en la península mediante la promulgación de un nuevo código de leyes de muy avanzado alcance social. En ellas se proveía la asistencia a las viudas y a los huérfanos; se procuraba el mejoramiento de los trabajadores y se dictaban instrucciones para la educación pública. Finalmente, a esas disposiciones unía el virrey algo muy importante: la reforma del situado y el envío inmediato de 9864 pesos para obras de beneficencia. La legislación del virrey produjo grandes beneficios económicos, pero sobre todo creó un sentido de bienestar en La Florida.
Desgraciadamente, los frutos de la solicitud del virrey iban a durar poco tiempo por causa de la nueva guerra que en 1756 empezó a asolar Europa -la guerra de los siete años- y cuyos efectos se iban a sentir profundamente en América. Inglaterra y Francia se embarcaron entonces en una contienda por cuestiones de rivalidad y de expansión comercial en el Nuevo Mundo. España, unida a Francia por el «pacto de familia» tuvo que participar en la guerra cuyos resultados fueron desastrosos para las colonias americanas.
Inglaterra tomó dos de sus más importantes ciudades, La Habana en Cuba y Manila en las Filipinas, ambas pertenecientes al virreinato de nueva españa, y, al terminar el conflicto, reclamó en el Tratado de París, celebrado en Versalles en febrero de 1763, la provincia de La Florida como indemnización y botín de guerra.
Los ingleses dividieron La Florida en dos territorios: el oriental que comprendía la península y tenía como límite al oeste el río Apachicola, cerca de la ciudad de Tallahassee; y el occidental, desde el Apachicola hasta la ribera oriental del río Misisipí, comprendiendo la parte sur de los estados de Alabama y de Luisiana: En 1767 Inglaterra amplió la frontera norte de La Florida hasta abarcar casi la mitad de Georgia y Alabama.
No estuvo La Florida mucho tiempo en poder de los ingleses. Al ocupar éstos La Florida, muchos colonos españoles se refugiaron en territorios de La Luisiana (que antes de 1763 había pasado a manos de España) y empezaron a pensar en la forma de recuperar su provincia. Cuando en 1779 España se declaró nuevamente en guerra con Inglaterra, el gobernador de Nueva Orleáns, don Bernardo de Gálvez, hizo suyo el intento de los floridanos refugiados en Luisiana y empezo a hacer preparativos para la invasión de la península.
Tres años antes, las trece colonias inglesas en América habían empezado su guerra de independencia y Gálvez se alió a los revolucionarios de Washington. Impidió que los ingleses tomaran posesión de la desembocadura del Misisipí (que ellos lucharon desesperadamente por dominar para llevar por el río pertrechos hacia el norte y para dominar desde allí todo el valle sur del Misisipí). En cambio, Gálvez hizo fácil la ocupación de ese valle por los colonos americanos.
Don Bernardo de Gálvez probó ser un gran militar que secundó por el sur la acción de Washington en el norte del territorio en contienda. Encabezando un ejército de antiguos colonos de La Florida, al que se unieron valientes voluntarios de La Luisiana, salió Gálvez de Nueva Orleáns a fines de 1779 y convirtió su campaña en La Florida en una verdadera marcha triunfal. Capturó Pensacola y poco después fueron cayendo en sus manos, uno a uno, todos los fuertes de la península. Al terminar la guerra, Inglaterra reconoció los derechos de España a la provincia de La Florida. El tratado de paz se celebró en París el año de 1783.
Para entonces ya los Estados Unidos se habían constituido en nación independiente. Georgia se había incorporado a la Unión y multitud de habitantes de ese estado habían empezado a formar colonias en los territorios norte de La Florida. Cuando en 1803 La Luisiana fue vendida a los Estados Unidos, éstos rodearon La Florida por todas partes y a nadie pudo escapar la certidumbre de que tarde o temprano vendría a ser la península otro estado de la Unión Americana.
En 1810 abortó un intento de independencia de un grupo de colonos americanos. Dos años más tarde, en 1812, el Congreso de los Estados Unidos recibía, , el territorio de La Florida Occidental, comprendida entre los ríos Pearl y Misisipí. En 1811, Andrew Jackson capturó Pensacola y ese mismo general tomó en 1818 el Fuerte de San Luis. Florida pertenecía ya sólo de nombre a España.
El golpe definitivo se lo dio a La Florida un famoso diplomático español, don Federico de Onís, para salvar con él otros territorios en peligro de perderse para España. Tres problemas requerían inmediata resolución:
1) como la situación militar, social y política de la colonia de La Florida era sumamente irregular a causa de tantos cambios y guerras, un gran número de piratas hallaba fácil refugio en sus costas de donde salían para cometer desmanes en los territorios americanos. Los Estados Unidos protestaban ante las autoridades de la península haciéndolas responsables y exigiéndoles fuertes sumas de indemnización por los daños causados a los habitantes de la costa, sobre todo en el estado de Georgia.
2) acusaban los americanos a los habitantes y a las autoridades de La Florida de la constante fuga de esclavos negros que huían de Georgia y las Carolinas buscando protección en Florida, ocasionando con ello pérdidas económicas a sus dueños quienes pedían al gobierno español la devolución de sus esclavos o el precio de ellos.
3) hacia 1815 se despertó un vivo deseo por separar a Texas del virreinato de nueva españa so pretexto de que el viaje de La Salle a esas tierras en 1681 las había hecho parte de La Luisiana recientemente comprada por los Estados Unidos. ¿Estaba Texas incluida en esa compra?
Don Federico de Onís, Embajador de España en Washington creyó encontrar la solución a esos tres problemas con la cesión de La Florida a los Estados Unidos. Esta cesión se haría con la condición de que los Estados Unidos se dieran por pagados con ella de los daños causados por los piratas y por la huida de los esclavos y reconocieran la legitimidad de los derechos del virreinato sobre Texas.
La solución del embajador agradó mucho al Presidente Monroe y a su Secretario de Estado, John Quincy Adams. El Congreso aprobó la cantidad de cinco millones de dólares, de los cuales, tres se repartirían entre los ciudadanos americanos que reclamaban indemnizaciones y el resto se enviaría a España.
Más de un año tardaron las Cortes Españolas en ratificar el tratado. Fue necesario convencer a sus miembros de que La Florida estaba de hecho perdida para España; que era más conveniente entonces salvar Texas y que los Estados Unidos empeñaban, con ese tratado, su palabra de honor de respetar los derechos del virreinato sobre Texas, cuya proximidad a México lo hacía más valioso.
En 1820 el rey Fernando VII firmaba el documento de cesión de las Floridas a los Estados Unidos, incluyendo en esa venta todas las islas adyacentes a la península. En el mismo documento se fijó la línea divisoria entre los Estados Unidos y el virreinato de nueva españa, al norte de los actuales estados de Texas, Colorado, Utah, Nevada y California.
De este modo quedó cerrada la historia de la colonización española de Florida, trescientos siete años después de su descubrimiento por don Juan Ponce de León.
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ResponderEliminarGracias , un saludo
ResponderEliminarMuy interesante el tema , un articulo muy largo pero facil de leer , felicidades por el blog .
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