1844: El Predicador, John A. Murrell

John A. Murrell  nació (1806? -1844), cerca de Jacksonville, Tennessee.

Era hijo de un pastor metodista que le dio sólidos conocimientos bíblicos y le enseño su oficio de predicador, que tan útil  le fue en el futuro. Su madre le enseño otras cosas.

La señora Murrell enviaba a sus hijos a robar y les aseguraba la protección ante una eventual reacción paterna.

En 1823 comenzó sus visitas a los estrados judiciales, cuando él y sus hermanos fueron multados con cincuenta dólares, por alboroto. Volvió dos años más tarde, esta vez por juego clandestino, mas tarde por robar una yegua  a una viuda en el Condado de Williamson.

Este último delito era una tarea arriesgada y un crimen grave, de modo que fue azotado y se le marcó con hierro en los dedos pulgares la sigla H T (Horse Thief), ladrón de Caballos.

Desde entonces Murrell usaría guantes para ocultar el infamante signo. También aprendió una lección: era necesario mejorar la operativa y los rendimientos en función del riesgo. Fue así como se le ocurrió poner en juego la totalidad de los conocimientos proporcionados por sus padres: la Biblia y el delito. Formó un grupo de bandidos que llamó el "Clan místico."

EL lugar de sus fechorías fue el Mississippi, el río más extenso del mundo, fue el digno teatro de ese incomparable canalla. (Álvarez de Pineda lo descubrió y su primer explorador fue el capitán Hernando de Soto, antiguo conquistador del Perú, que distrajo los meses de prisión del Inca Atahualpa Enseñándole el juego del ajedrez. Murió y le dieron por sepultura sus aguas.)

A principios del siglo XIX  las vastas plantaciones de algodón que había en las orillas eran trabajadas por negros, de sol a sol. Dormían en cabañas de madera, sobre el suelo de tierra. Fuera de la relación madre-hijo, los parentescos eran muy turbios. Nombres tenían, pero podían prescindir de apellidos. No sabían leer. Trabajaban en filas, encorvados bajo la mirada del capataz.

Si huían, hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban fuertes perros de presa.

A un sedimento de esperanzas bestiales y miedos africanos habían agregado las palabras de la Escritura: su fe era en su mayoría la de Cristo. Cantaban hondos y en montón: Go down Moses. El Mississippi les servía de magnífica imagen del sórdido Jordán.

Los propietarios de esa tierra trabajadora y de esas negradas eran ociosos y ávidos caballeros, que habitaban en largos caserones que miraban al río. Un buen esclavo les costaba mil dólares y no duraba mucho. Algunos cometían la ingratitud de enfermarse y morir. Había que sacar de esos inseguros el mayor rendimiento. Por eso los tenían en los campos desde el primer sol hasta el último; por eso requerían de las fincas una cosecha anual de algodón o tabaco o azúcar.

La tierra, fatigada y manoseada por esa cultura impaciente, quedaba en pocos años exhausta: el desierto confuso y embarrado se metía en las plantaciones.

En las chacras abandonadas, en los suburbios, en los cañaverales apretados y en los lodazales abyectos, vivían los poor whites, la canalla blanca. Eran pescadores, vagos cazadores, cuatreros. De los negros solían mendigar pedazos de comida robada y mantenían en su postración un orgullo: el de la sangre sin un tizne, sin mezcla. John A. Murrell fue uno de ellos.

John A. Murrell Tenia el porte de un caballero antiguo del Sur, pese a la niñez miserable y a la vida afrentosa. No desconocía las Escrituras y predicaba con singular convicción.

El clan se desplazaba de pueblo en pueblo. Mientras Murrell leía y comentaba la Biblia, sus cómplices desvalijaban el lugar el lo contó así:

"Abrí al azar la Biblia, di con un conveniente versículo de San Pablo y prediqué una hora y veinte minutos. Tampoco malgastaron ese tiempo Crenshaw y los compañeros, porque se arrearon todos los caballos del auditorio. Los vendimos en el Estado de Arkansas, salvo un colorado muy brioso que reservé para mi uso particular."

Luego inventó otro lucrativo negocio, Murrell y los integrantes del clan estaban todos juramentados. Algunos integraban el Consejo, y éste dictaba las órdenes que los restantes cumplían. El riesgo recaía en los subalternos. En caso de rebelión, eran arrojados al río correntoso de aguas pesadas, con una segura piedra a los pies y una bala en la cabeza. Eran con frecuencia mulatos.

Su misión era la siguiente Recorrían las vastas plantaciones del Sur. Elegían un negro desdichado y le proponían la libertad. Le decían que huyera de su patrón, para ser vendido por ellos una segunda vez, en alguna finca distante. Le darían entonces un porcentaje del precio de su venta y lo ayudarían a otra evasión. Lo conducirían después a un Estado libre. Dinero y libertad, dólares resonantes de plata con libertad, ¿qué mejor tentación iban a ofrecerle? El esclavo se atrevía a su primera fuga."

En realidad ningún esclavo lograba completar el periplo. Luego de revenderlos tres o cuatro veces Murrell los mandaba matar, puesto que "los muertos no pueden contar historias."

El negocio funcionó bien y "el clan místico" de John A. Murrell llegó a reunir unos quinientos miembros.

Falta considerar el aspecto jurídico de estos hechos. El negro no era puesto a la venta por los sicarios de Morell hasta que el dueño primitivo no hubiera denunciado su fuga y ofrecido una recompensa a quien lo encontrara. Cualquiera entonces lo podía retener, de suerte que su venta ulterior era un abuso de confianza, no un robo. Recurrir a la justicia civil era un gasto inútil, porque los daños no eran nunca pagados.


Su error, definitivo, fue robarle dos negros al Reverendo John Henning, quien encomendó a Virgil A. Stewart la tarea de infiltrarse en la banda. Lo hizo con tal eficacia que se ganó la confianza del mafioso, juró como miembro del clan y con el tiempo consiguió una lista de los miembros. Delatado por Stewart, John A. Murrell fue arrestado en Florencia, Alabama y condenado a  diez años de cárcel por "hurto de negro", un castigo considerable menor del que hubiera recibido por robar caballos en una escala similar.

Virgil A. Stewart decidió que su hazaña merecía la recompensa de un "best seller" y publicó un artículo para cuyo título utilizó 70 palabras:

"Una historia de la investigación, la convicción, la vida y las concepciones de John A. Murrell, el gran pirata del Oeste; al mismo tiempo que su sistema mafioso y su plan para fomentar una rebelión de negros, y un catálogo de los nombres de 445 de sus camaradas y discípulos místicos y de sus esfuerzos para destruir al Señor Virgil A. Stewart, el joven hombre que puso a descubierto sus maniobras".

El folleto se publicó en 1835 y convirtió al joven e "idealista" Stewart en el infame gratuito de esta historia, un ideólogo criminal que superó, en sus consecuencias, al propio Murrell.

Stewart no se contentó con narrar la verídica carrera asesina y mafiosa de Murrell, sino que la adscribió en un contexto mucho más ambicioso. Virgil A. Stewart se invento la existencia de una conspiración, cuyo objetivo era provocar una gigantesca insurrección de esclavos.

El folleto no fue un "best seller", pero un grupo de blancos de Madison County, Mississippi, decidió creer en la teoría conspiratoria.

Las consecuencias fueron, crueles y salvajes interrogatorios, los esclavos confirmaban la existencia de la conspiración, que a su vez generaba nuevas represiones que no apagaban el miedo extendido a través de los demás condados de Mississippi occidental.

Los forasteros y los abolicionistas blancos, también se convirtieron en sospechosos. Se sucedieron las palizas, linchamientos y en el mejor de los casos el destierro. Murieron unos cincuenta blancos y un número de negros que nadie se tomó el trabajo de calcular, principalmente negros libres.

Mientras tanto Murrell cumplió íntegramente su condena. Al salir, después de diez años de cárcel, ya no estaba para muchas aventuras. Sus hombres se había dispersado y casi nadie se acordaba de él.

Pasó sus últimos días en Pikeville, un pequeño pueblo de Tennessee. Se vinculó a la iglesia local y cantaba en el coro. En la prisión había aprendido el oficio de herrero, pero apenas pudo ejercerlo, la tuberculosis se lo impidió y se lo llevó el 3 de noviembre de 1844.

La McMinnville Gazette de Jackson, Tennessee, publicó un breve obituario, donde se decía que antes de morir reconoció haber sido culpable de casi todo lo que se le había imputado, excepto el asesinato.

Varios días después de su entierro, dos médicos abrieron la tumba y lo decapitaron. Parece que había un premio por el cráneo de Murrell; aunque supuestamente algunas partes más de su cuerpo fueron extraídas, La Sociedad Histórica de Tennessee tiene una exposición itinerante que incluye, entre muchas otras cosas, un pulgar en formol que supuestamente pertenecía a Murrell.

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