En 1568 el rey español Felipe II mandó encarcelar a su primogénito y heredero, don Carlos, que murió durante el encierro.
La relación de Felipe II con su hijo, nacido de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal, nunca había pasado de la tibieza. No es que el monarca culpase al pequeño de la muerte de su esposa, fallecida cuatro días después de dar a luz, si no que así era la naturaleza de su carácter, distante y de emociones internas, el príncipe Carlos estaba llamado a heredar todos los dominios de su padre, que entonces incluían España, Flandes, los diversos estados italianos y el continente americano. En vez de eso, Carlos murió a los 23 años, encarcelado en el Alcázar de Madrid por orden de su propio padre, desesperado y presa de un odio irrefrenable a su progenitor.
La personalidad del infante tampoco ayudaba. Creció limitado de afectos y nunca fue un dechado de virtudes. Le costaba aprender, su atención se dispersaba y sólo logró interesarse, algo más mayor, por el vino, las mujeres y la comida. A los quince años sufrió un largo proceso febril que le dejó disminuido y dos años más tarde una caída le tuvo al borde de la muerte, de no ser por la trepanación de urgencia que le practicó el prestigioso Vesalio, médico de cámara de Felipe II.
Don Carlos intuyó pronto el recelo de su padre al ver cómo se postergaba su participación en los asuntos de la política. No era para menos. Su carácter era cada vez más incontrolado. Trataba con brutalidad a sus criados, a sus caballos y a cualquiera que le contrariase. Su padre tuvo que demorar también la búsqueda de una esposa, para no condenar a la pobre a una vida infernal.
La relación de Felipe II con su hijo, nacido de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal, nunca había pasado de la tibieza. No es que el monarca culpase al pequeño de la muerte de su esposa, fallecida cuatro días después de dar a luz, si no que así era la naturaleza de su carácter, distante y de emociones internas, el príncipe Carlos estaba llamado a heredar todos los dominios de su padre, que entonces incluían España, Flandes, los diversos estados italianos y el continente americano. En vez de eso, Carlos murió a los 23 años, encarcelado en el Alcázar de Madrid por orden de su propio padre, desesperado y presa de un odio irrefrenable a su progenitor.
La personalidad del infante tampoco ayudaba. Creció limitado de afectos y nunca fue un dechado de virtudes. Le costaba aprender, su atención se dispersaba y sólo logró interesarse, algo más mayor, por el vino, las mujeres y la comida. A los quince años sufrió un largo proceso febril que le dejó disminuido y dos años más tarde una caída le tuvo al borde de la muerte, de no ser por la trepanación de urgencia que le practicó el prestigioso Vesalio, médico de cámara de Felipe II.
Don Carlos intuyó pronto el recelo de su padre al ver cómo se postergaba su participación en los asuntos de la política. No era para menos. Su carácter era cada vez más incontrolado. Trataba con brutalidad a sus criados, a sus caballos y a cualquiera que le contrariase. Su padre tuvo que demorar también la búsqueda de una esposa, para no condenar a la pobre a una vida infernal.
El caso fue que don Carlos se sintió perseguido y maltratado por su padre ;y conspiró contra él.
Don Carlos accedió a dar su apoyo a las reivindicaciones de la nobleza flamenca, en el momento en que se estaba gestando la rebelión de los Países Bajos. Lo hizo de una forma gruesa, poco sutil, involucrando a personajes fieles al monarca, como don Juan de Austria, y siendo prontamente desenmascarado.
Cuando Felipe II supo que su hijo preparaba su huida a Flandes, ordenó su confinamiento en el Alcázar de Madrid.
El 24 de julio de 1568 el infante moriría en prisión, donde se agravaron sus desarreglos mentales, se negó a comer y llegó a autolesionarse.
Los enemigos de Felipe II en la época se aprovecharon enseguida de este suceso extraño y trágico para alimentar la propaganda antiespañola, acusando al monarca hispano de haber asesinado a su propio hijo por motivos pasionales.
La ópera Don Carlos, de Giuseppe Verdi, cuenta con un libreto tremendamente distorsionador basado en el drama del gran poeta Schiller, que toma como referencia la obra Apología, de Guillermo de Orange. El holandés inventa una relación amorosa entre don Carlos y la esposa de su padre, Isabel de Valois, y para aderezar la trama, coloca a don Carlos como adalid de la independencia holandesa y al malvado rey como asesino de ambos.
La noticia causó sensación en España y en toda Europa. Hoy en día los historiadores tienden a reconocer las razones políticas que asistían a Felipe II en su drástica decisión.
En cambio, sigue resultando difícil de comprender la dureza del trato infligido al príncipe, al que el monarca se negó a visitar ni siquiera en sus últimos momentos de vida.
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