En 1245 los reyes de Aragón dieron por concluida la Reconquista. Habían llegado hasta Alicante, hasta el punto donde el río Segura se encuentra con el mar. A partir de ahí le tocaría a Castilla continuar la labor de recobrar la España perdida. El problema es que a los belicosos catalanes, aragoneses y valencianos de la época les quedaba cuerda para rato, y no estaban dispuestos a quedarse cruzados de brazos.
Abrevaron sus caballos en las aguas del Segura y pusieron sus ojos sobre el ancho mar que tenían enfrente: el Mediterráneo, un océano de oportunidades al alcance de su mano que, nobleza obliga, no iban a dejar escapar.
En la lejana Sicilia se estaba cociendo, allá por 1282, un asunto muy feo. Los partidarios del Papa, llamados güelfos, habían colocado en el trono de la isla a Carlos de Anjou, un francés que había repartido el regalo entre su camarilla de amigos. El partido contrario, el de los gibelinos, conspiraba contra él, pero sus seguidores, como carecían de candidato, poco podían hacer, salvo emigrar o encerrarse en casa. En Aragón, el rey Pedro III estaba al tanto de la jugada, y cuando la cosa se puso imposible reclamó sus derechos dinásticos.
Naturalmente, la corona de Aragón, nunca había tenido derechos sobre la isla, pero Pedro se había casado con una alemana, Constanza de Hohenstaufen, que sí que los tenía. Eso era suficiente para intervenir. Declaró la guerra a los usurpadores franceses y la ganó. Fue un paseo militar que le proporcionó insospechada fama y el bien merecido título de Pedro el Grande. Todo este episodio se conoce como las Vísperas Sicilianas, y fue el primer capítulo de la dilatadísima presencia española en el sur de Italia. Tan dilatada que se extendería durante cinco siglos.
El secreto de Pedro el Grande para conquistar Sicilia tan rápidamente fue un novedoso cuerpo de ejército traído de las guerras contra los moros en España y que se había demostrado invencible: las compañías de almogávares.
Almogávar es, una palabra de origen árabe. Los almogávares son producto de la reconquista, naciendo en las zonas fronterizas entre Aragón, Cataluña y los territorios aún bajo control musulmán. Allí se vive continuamente lo que los teóricos modernos han llamado una “guerra de baja intensidad”, que básicamente consiste en que ambos bandos cruzan de vez en cuando la frontera y se dedican a saquear, violar y secuestrar al contrario. Una parte de la población, que ve como las aldeas son cada día menos seguras por ser fácil blanco de cualquier ataque, se retira a los bosques y la montaña, y allí decide que siempre es más rentable saquear que ser saqueado. Y es así es como nacen los almogávares.
A esa forma de guerrear –rápidas incursiones, seguidas de violentos saqueos y rápidas retiradas- se le llama “algara”, y al soldado que va en algara los musulmanes le llaman “mugawir”. Así que ya conocemos a los al-mugawires. Cuando el avance reconquistador de la corona aragonesa va pacificando tierras, estos guerreros pasan a convertirse en mercenarios.
Los almogávares eran los soldados más bravos y temibles de su época. Eran tropas ligeras, normalmente de infantería, armados con lo justo pero que se movían con sorprendente agilidad en cualquier campo de batalla. Se agrupaban en compañías no muy numerosas, lideradas por un caudillo que las sometía a una disciplina férrea. O vencían o morían: no había término medio. Les iba la vida en ello, y no sólo porque no daban cuartel en el combate, sino porque carecían de impedimenta: vivían de lo que saqueaban al vencido tras haberle aniquilado. Así de sencillo.
Eran reclutados muy jóvenes, casi niños. La vida que llevaban era durísima: sometidos a mil privaciones, dormían al raso y comían un día sí y tres no. Vivían por y para la guerra. No llevaban armadura, ni casco, ni siquiera la socorrida cota de malla, tan en boga en aquellos tiempos. Su equipo se limitaba a una lanza colgada al hombro, unos dardos o azconas –que lanzaban con tanta fuerza que eran capaces de atravesar los escudos del adversario– y un afilado chuzo, su arma más mortífera. Además siempre llevaban consigo una buena piedra de fuego, con la que antes de entrar en batalla solían golpear sus armas, hasta que saltaban chispas; entonces, cuando el sonido era ya ensordecedor, gritaban al unísono: "Desperta, ferro!", seguido de los más tradicionales "Aragó, Aragó!" o "Sant Jordi!", y se lanzaban sobre el enemigo como auténticos diablos. Estremecedor.
A los enemigos, según veían de lejos el dantesco espectáculo, se les helaba la sangre en las venas. Su destino estaba sentenciado. Y no era para menos. Los almogávares no tomaban prisioneros ni hacían distingos; mataban a todos y se jactaban de que, durante la batalla, su chuzo había pasado más tiempo dentro del cuerpo del adversario que fuera.
Tras la conquista de Sicilia, al heredero de Pedro el Grande, Federico III, empezó a incomodarle la presencia de los rudos almogávares, que no terminaban de acostumbrarse a vivir sin guerrear. Habían pasado unos años persiguiendo a los franceses por el reino de Nápoles, pero con la paz de Caltabellota la diversión se les acabó.
La fama que habían criado en Italia atravesaba las fronteras. Cuentan que, en cierta ocasión, un almogávar fue hecho prisionero por los franceses. El rey franco, intrigado por el romanticismo que envolvía a este cuerpo de españoles asilvestrados, lo mandó traer a su presencia. Para salvar su vida, le propuso una justa con su mejor caballero. Si salía vencedor podría volver con los suyos. El almogávar aceptó sin dudarlo. Sabía que iba a ganar.
El francés se presentó sobre su caballo, armado hasta los dientes y protegido por una coraza primorosamente labrada. El español midió la distancia y, antes de que pudiese reaccionar el jinete, alanceó al caballo hasta matarlo. El francés cayó rodando al suelo, donde el almogávar le esperaba chuzo en ristre. Ahí terminó la justa: el rey pidió al vencedor que perdonase la vida al infeliz caballero y el almogávar regresó a casa tan pimpante.
Con la aventura siciliana tocando a su fin, a los almogávares se les presentaba una dura disyuntiva: o se disolvían o encontraban una causa por la que matar y morir, que era casi lo único que sabían hacer. Ésta se les presentó de improviso. Andrónico II, el emperador de Bizancio, tenía a los turcos encima, a pocas jornadas de Constantinopla, amenazando el trono y la existencia misma del Imperio.
El imperio bizantino no pasa por uno de sus mejores momentos. El resultado de la cuarta cruzada ha dejado al imperio romano de oriente hecho una pena. La cuarta cruzada (1202 – 1204) comenzó de forma bastante ortodoxa pero se torció después, La Santa Madre Iglesia -dirigida con mano firme por su santidad Inocencio III-, que vio como la segunda y tercera cruzadas se echaron a perder por las rencillas particulares entre los monarcas que las comandaban, decidió prescindir de reyes, y dejar que se encargaran del nuevo proyecto nobles particulares al igual que en la primera, que fue la única que obtuvo buenos resultados.
Ahora bien, los príncipes que dirigieron esta nueva cruzada se encontraron, al llegar a Venecia, con una molesta sorpresa: no tenían suficiente dinero con el que pagar la enorme suma que los venecianos exigían para llevar el ejército latino hacia oriente.
Como cuando hay necesidad siempre se encuentran soluciones, al Dux Enrico Dándolo se le ocurrió que los cruzados podían pagar el pasaje haciéndole un pequeño favor: entregarle la ciudad de Zara, situada en la costa dálmata. Dicho y hecho: en noviembre de 1202 los cruzados entran en ella y se la entregan a los venecianos.
A todo esto, una embajada bizantina ha llegado a Venecia. Bizancio es un hervidero de conjuras; una de las facciones en pugna promete al Dux Enrico darle a Venecia el monopolio del comercio con el imperio bizantino si les ayudan a hacerse con el. Aprovechando que tiene a los cruzados a mano, el dux acepta.
El Dux Enrico convence a los cruzados hablándoles de las inmensas riquezas de Constantinopla que, a fin de cuentas, están en manos de una panda de herejes cismáticos. Realmente, no hace falta mucho para convencer a los esforzados cruzados. En julio de 1203, mientras 30000 cruzados asedian la ciudad por tierra, los venecianos atacan por mar. La ciudad no puede resistir la doble presión y capitula.
Capitula honrosamente, de forma que no hay saqueo. Los cruzados están muy enfadados al no conseguir el botín del saqueo. Un nuevo emperador se hará cargo de cumplir los pactos con Venecia, pero por poco tiempo.
A la población griega no le hace gracia que el nuevo basileo gobierne apoyándose en latinos –gentes rudas, que huelen mal y hablan raro-, así que se produce una revuelta y un nuevo basileo ocupa el lugar del que había sido el nuevo hasta hace poco. Sin olvidarse de matarlo a el y a su hijo, claro.
Esto a los cruzados les sirve para comenzar un nuevo asedio a Constantinopla entrando esta vez en abril de 1204, en ella a sangre y fuego, sin respetar nada, las iglesias son saqueadas, La población es masacrada y la ciudad, destruida.
Se nombra basileo a Balduino de Flandes y a un veneciano como Patriarca. El resto de las provincias del imperio son repartidas entre los nobles participantes como feudos, formándose así el Imperio Latino, que durará hasta 1261. No obstante, cuando los griegos recuperen su capital, no podrán evitar que la Grecia continental y buena parte de las islas sigan siendo estados latinos que, aunque oficialmente sean vasallos del imperio, serán bastante independientes. Esta es una de las causas definitivas de la caída del imperio bizantino: en una época de crecimiento y expansión de sus enemigos, fracciona sus limitadas fuerzas en una amalgama poco cohesionada.
Andrónico II, el emperador de Bizancio, se puso en contacto con el caudillo de los almogávares sicilianos, Roger de Flor, un soldado de fortuna que, antes de recalar en la singular compañía aragonesa, había sido templario, cruzado en San Juan de Acre y pirata. Un genuino aventurero medieval.
De madre italiana, es hijo de un halconero del emperador Federico II. Huérfano a temprana edad, es criado por los templarios siendo aceptado en la orden con menos de veinte años, llegando pronto a tener responsabilidades. Comandando una de las galeras de la orden, participa en la evacuación de San Juan de Acre.
A la vuelta del desastre de Acre se dice, se comenta, que Roger no ha devuelto todas las riquezas de la ciudad que le fueron encomendadas. Cuando es “invitado” por el Gran Maestre de la orden a aclarar el asunto, Roger se fuga a Génova, embarcándose allí hasta Sicilia donde se pondrá al servicio de Federico II ; Allí conocerá a otros tipos interesantes –lo mejor de cada casa- como Berenguer de Entenza, Guillem Calcerán o Ramón Muntaner, que luego formarán parte de la Compañía y partirán con Roger a Oriente.
Cuando en 1302, se firma la paz en Sicilia y se pone fin al conflicto a Roger de Flor, aunque rico, le queda aún pendiente aquel asuntillo con el temple.
Así que la petición de ayuda desde bizancio le viene perfecta. Habla con Federico II para que este le de su venia y este que no tenía ni idea de cómo iba a poder pagar a los almogávares ahora que había paz, acepta. Así que Roger se dispone, al frente de la Gran Compañía los temibles almogávares, a partir rumbo a oriente.
Las necesidades de Andrónico II –el emperador bizantino del período que nos ocupa- y las de Roger de Flor son totalmente simbióticas. Además, las condiciones que impone Roger para entrar al servicio del imperio apenas son simbólicas y de fácil cumplimiento: cuatro soldadas por adelantado para su tropa y para cualquier otra que se le una con posterioridad, el título de senescal del imperio para su amigo Corberán de Alet y, para él mismo, ser nombrado megaduque del imperio y que le casen con alguien de la familia imperial. al emperador le falta tiempo para decir que sí a todo y mandar un barco a Sicilia con las insignias de senescal , megaduque, y los dineros acordados ,donde recordemos aún se encuentran los almogávares, vaciando bodegas y organizando peleas tabernarias .
Una vez dicho barco llega a su destino, las cosas se precipitan: Federico II, en un alarde de generosidad, ordena que seis galeras sicilianas escolten al convoy en su camino a Constantinopla, a la vez que le da a cada miembro de la expedición una pequeña suma en plan finiquito como agradecimiento a los servicios prestados. En pocos días la Gran Compañía Catalana de Almogávares, o Societate Catallanorum con 1500 jinetes, unos 1000 marineros y más de 4000 almogávares con sus respectivas familias están preparados para hacerse a la mar.
Será a mediados de 1302 cuando desembarquen en los muelles de Constantinopla. Se pueden imaginar la cara de asombro de los mercenarios, bajitos y desarrapados, ante las maravillas de la aunque decadente, sin par ciudad de Constantinopla; y la cara de asombro de los griegos ante estos tipos malencarados, con pinta de vagabundo, que teóricamente vienen en su ayuda.
Andrónico recibe a Roger con todo el esplendor del que es capaz una corte con mil años de antigüedad. Todo el poder del imperio se reúne en el palacio imperial para saludar a los recién llegados. Se repite una imagen vista ya mil veces: los brillantes y refinados griegos se ven las caras con los orgullosos y altivos latinos, que de vienen a sacarles las castañas del fuego. Toda la ceremonia, aunque brillante, se ve condicionada por la tirantez inevitable entre un mundo antes glorioso que se resiste a desaparecer y un mundo nuevo, vibrante y vital, que aspira a dominar el futuro.
Tras las ceremonias de rigor se instala a los almogávares en unos cuarteles en el interior de la ciudad mientras se prepara la boda entre Roger y la princesa Ana, sobrina del emperador. Los almogávares se aburren, y empiezan a practicar algunas de sus actividades preferidas: emborracharse y perseguir toda mujer que se les ponga a tiro, independientemente del estado civil de la desdichada. Poco a poco la población de la ciudad empieza a preguntarse si estos tipos que vienen a salvarles de los turcos no serán peor que los propios turcos, y esperan ansiosos que salgan a ganarse la soldada.
Pero antes hay que casar a Roger. La ceremonia tiene el boato que solo las bodas de la realeza son capaces de alcanzar. Toda la ciudad vive plenamente las fiestas. Y es ahora cuando los almogávares dan una muestra de lo que pueden llegar a ser: durante las celebraciones, un incauto genovés de nombre Rosso de Finale capitanea a algunos compatriotas que hacen ondear sus banderas delante de los almogávares. Puesto que las relaciones entre aragoneses, catalanes y genoveses no estaban en su mejor momento, los almogávares que además andan con una o dos copas de más, organizan una cacería de genoveses en toda regla, de forma que a todo el que pillan lo masacran.
El emperador pide a Roger que intervenga y acabe con la situación. Sin más problemas que dejar el banquete a medias, Roger impone el orden entre sus hombres y los lleva de vuelta a sus cuarteles. De todas formas este incidente persuade a Andrónico de que ya es hora de que estos sujetos comiencen a hacer su trabajo, sobre todo ahora que el turco, ha comenzado a asediar la ciudad de Filadelfia.
Roger cruza a Asia con sus almogávares, caballería alana y un contingente de soldados griegos. Pronto descubren el primer campamento turco y se disponen a darles batallas. Podríamos imaginar este enfrentamiento como una metáfora de la eterna lucha entre oriente y occidente, ambos ejércitos desplegados uno frente a otro, banderas y pendones al viento. Pero no. Los almogávares pillan a los turcos durmiendo y pasan sobre ellos como un rodillo, según las crónicas, unos cuatro mil turcos pasan a mejor vida, algunos son hechos prisioneros y el campamento es saqueado de forma que se amasa un buen botín. Tras este prometedor comienzo, como la campaña se ha iniciado a finales de año, se decide aplazar la continuación hasta el año que viene y las tropas se disponen a hibernar en la costa del mar de Mármara.
Con la llegada de la primavera se reinicia una campaña que, en definitiva, acabará convirtiéndose en un paseo militar en la que recorren Anatolia de un extremo al otro masacrando turcos.
En Aulax matan unos veinte mil turcos; en Tira, a unos setecientos; en Ania a unos tres mil. La victoria definitiva que rompe definitivamente la capacidad de rehacerse de los turcos tendrá lugar en las Puertas de Hierro situadas en la parte inferior derecha de la península de Anatolia, justo sobre la vertical de Chipre.
Los ocho mil soldados de la compañía –entre almogávares y jinetes- se encuentran enfrente a unos treinta mil turcos. La batalla tiene lugar el 15 de Agosto de 1304. Los turcos, confiados en su superioridad numérica, cometen un error desplegándose a la entrada del desfiladero, perdiendo así esa maniobrabilidad que es la mejor virtud de su ligera caballería. Los almogávares, tras encomendarse a San Jorge y lanzar su grito de guerra, se lanzan de frente, directamente, sobre el turco. Según las crónicas, dejan tirados en el campo a unos dieciocho mil turcos, huyendo los demás. Esta vez la victoria es definitiva, y los turcos, incapaces de recuperarse de este nuevo golpe, abandonan Anatolia. Roger y la Compañía han cumplido su misión, y las tierras del imperio están por ahora a salvo de la presión del turco.
Con todo lo competentes que eran en las cuestiones militares, no deja de asombrar lo mal que se les daba las relaciones públicas. Ya vimos como, recién llegados a Constantinopla, se dedicaron a cazar genoveses. El problema es que la cosa no quedó ahí y, en lo referente a atacar a sus aliados, hicieron un par de refriegas más que, a la larga, tuvieron funestas consecuencias. Con los alanos que inicialmente les acompañaban, tuvieron otra fuerte refriega que se saldó con unos trescientos alanos muertos, incluido el hijo de Gircón, el jefe de los alanos. Este acontecimiento traerá consecuencias como mas adelante veremos.
Además trataban bastante mal a los griegos a los que teóricamente venían a proteger. Durante el descanso invernal se dedican a lo que mejor se les da después de combatir: emborracharse y perseguir mujeres. De hecho, tienden a comportase más como conquistadores que como aliados, creando en los griegos un profundo malestar que además irá en aumento.
Cuando Roger reconquista Kula, decide que las autoridades griegas no la defendieron con el entusiasmo adecuado. Así que, ejecuta a los dirigentes de la ciudad como ejemplo. Los roces acabarán siendo continuos.
Cuando, ya victoriosos, llegan hasta la ciudad de Magnesia, en la que habían dejado una guarnición y el botín obtenido en las batallas anteriores, los griegos les cierran las puertas y les reciben a flechazos. Roger ordena sitiar la ciudad y se dispone a asaltarla. Y en ello está cuando un mensaje del Emperador le ordena dirigirse al norte para hacer frente a la nueva amenaza que se cierne sobre el imperio: los búlgaros.
Al frente de las operaciones en esta campaña está Miguel Paleólogo, hijo de Andrónico, personaje que, todo hay que decirlo, no ve con buenos ojos a Roger y a los almogávares.
Respondiendo a la llamada del emperador, obedientes, los miembros de la Compañía se ponen en marcha hacia el norte. De todas formas se mantienen fieles a ellos mismos: hacer correr a todas las ciudades que se cruzan en su camino con los gastos de la caminata, de forma que la animadversión de la población hacia estos arrogantes extranjeros crece pareja a los gastos que originan. Una vez en el mar de Mármara –octubre de 1304- Roger descubre que, en vez de ir a combatir a los búlgaros –que ya han sido rechazados por Miguel- tienen órdenes de acantonarse en la península de Gallípoli y esperar órdenes, mientras que él mismo ha de dirigirse a Constantinopla a informar sobre la campaña de Anatolia.
La península de Gallípoli. Está bien abastecida y es fácilmente defendible. De hecho, antes de marchar, Roger ordena reforzar las defensas ya existentes, convirtiendo la zona en inexpugnable.
Al llegar a la Corte es recibido con festejos y espléndidos regalos, pero este hecho no oculta que las relaciones con el emperador se van enrareciendo. En primer lugar porque Roger exige que le paguen los dineros acordados, que vienen a sumar la enorme cifra de trescientos mil besantes de oro. De los gastos ocasionados por el comportamiento de la Compañía hasta la fecha ni se habla, por supuesto.
Andrónico paga, pero en moneda devaluada, con lo que Roger se niega a aceptar el dinero. En medio de todo este tira y afloja, Berenguer de Entenza, llega a Constantinopla con mil y pico almogávares de refuerzo, con lo que la situación se enrarece aún más.
Roger aprovecha la llegada de Berenguer, emparentado con la dinastía real aragonesa; y en una ceremonia oficial, se despoja de las insignias de megaduque y se las entrega, tras obtener el permiso del anonadado emperador a Berenguer de Entenza.
El emperador acepta al nuevo megaduque y le busca un nuevo cargo a Roger; le nombra césar, el segundo cargo del imperio, igualando así en dignidad a un ex fraile templario, capitán de mercenarios, con el emperador. Por si esto fuera poco, el nuevo megaduque ha resultado ser un tipo gracioso que no pierde ocasión de reírse del emperador incluso ante toda la corte. El desencuentro entre griegos y almogávares llega a ser así definitivo e insalvable.
Con la dignidad de César Roger obtiene como feudo Asia Menor. En la primavera de 1305, antes de marchar a sus nuevas tierras, decide ir a despedirse de Miguel, su gran enemigo. Haciendo caso omiso de los consejos de sus amigos, que la ruegan que no vaya, se pone en camino hacia Adrianópolis, segunda capital del imperio, con trescientos caballeros y mil almogávares como escolta.
Dejará a Berenguer de Entenza como jefe de la Compañía y a Rocafort como Senescal de la misma. Miguel, hipócrita, le recibe con los brazos abiertos a la vez que organiza cenas y festejos en su honor. Paralelamente, deja entrar en la ciudad a todas las tropas alanas que es capaz de reunir, capitaneadas por ese Gircón que perdió un hijo a manos de los almogávares.
La celebración definitiva es la gran cena de despedida que tiene lugar el 5 de Abril de 1305. Todo parece transcurrir con normalidad hasta que, en un momento dado, un numeroso grupo de alanos capitaneados por el propio Gircón entra en la sala y ataca a Roger de Flor y a sus compañeros que, incapaces de reaccionar, son rápidamente vencidos. Será el propio Gircón quien acabe con Roger. Paralelamente a estos acontecimientos, las tropas griegas y alanas recorren la ciudad masacrando a todos los almogávares que encuentran. Solo tres, que se refugian en un campanario, salvarán la vida.
Miguel organiza un ataque del ejército griego contra Gallípoli, donde se encuentra el grueso de la Compañía. Siendo desconocido aún el destino de Roger y su escolta, el primer envite de los soldados imperiales es afortunado y acaban con todos los almogávares que encuentran por los campos. Aún así, la Compañía es capaz de reaccionar y se apresta para la defensa. De pronto, acostumbrados a luchar en campo abierto, se encuentran sometidos a un firme asedio a manos de un poderoso ejército griego. Así que reúnen cuantas naves tienen a mano y, embarcando en ellas un fuerte contingente zarpan, al mando de Berenguer de Entenza,
No dudan en desembarcar cuando la ocasión es propicia y allí, en su elemento, se muestran implacables. Comienza así lo que la Historia conoce como la “venganza catalana”, que aún se recuerda en Grecia, y que básicamente consistió en que los almogávares, sedientos de venganza, se dedicaron durante unos cuantos años a saquear sin piedad cualquier territorio del imperio que pudieron, sin perdonar a hombres, mujeres, ni niños.
En este primer viaje se dedican a recorrer las costas de Tracia, saqueando y matando a sus anchas. Las tropas imperiales que pretenden detenerlos son aplastadas sin piedad. Pero al final se les acaba la suerte y cuando se dirigen de nuevo hacia Gallipoli con más botín del que pueden cargar, se cruzan con una escuadra genovesa que les derrota, haciendo prisionero a Entenza con la idea de vendérselo al emperador.
Esta derrota deja en peor situación, si cabe, a la hueste que resiste en Gallípoli, que debe enfrentarse sola al grueso del ejército imperial. Quedaban apenas unos dos mil a estas alturas de la contienda, pero deciden salir y atacar al ejército imperial. Ante los muros de Gallípoli, capitaneados por Rocafort, enarbolando las enseñas de Aragón y de Sicilia, derrotaran al ejército del imperio.
La persecución fue atroz, de unas veinticinco millas, y el saldo del combate, estremecedor: según la Crónica de Muntaner, unos seiscientos jinetes y unos veinte mil infantes enemigos muertos. Es más, sabiendo que Miguel Paleólogo anda cerca con otro ejército, deseosos de vengarse directamente de uno de los asesinos de su capitán, deciden salir a su encuentro.
En la batalla de Aprós deshacen a este otro ejército, causándole cerca –de nuevo según Muntaner- de diez mil muertos entre jinetes e infantes. El mismo Miguel se libra por poco de pasar a mejor vida, pues fue herido en el combate. Entre ambas batallas recaudan un imponente botín; además, los campesinos de las aldeas cercanas a Constantinopla, aterrados ante la noticia de la victoria catalana, huyen a la ciudad y abandonan los campos. De paso, y con esa lealtad firme y serena que caracteriza a algunos mercenarios, grupos de alanos, caballería turca e incluso soldados griegos, se acercan a Gallípoli para unirse a los victoriosos almogávares.
Durante el año siguiente aterrorizan toda Tracia y las costas del mar de Mármara. Una noche entran en la desprevenida ciudad de Rodestión y la arrasan hasta los cimientos, asesinando y descuartizando hasta a los animales. En otra ocasión la hueste se dirige hacia Istinia, ciudad situada quince kilómetros al norte de Constantinopla y que es el más importante puerto de la marina imperial. También la arrasan sin contemplaciones, quemando de paso cerca de ciento cincuenta galeras bizantinas tras capturar las naves que necesitan para volver a casa con todo el botín reunido.
En el camino de vuelta, se dedicarán a saquear a lo largo y ancho del Bósforo. Mientras, Ferrán de Arenós, otro de los capitanes de la compañía, se acerca con cuatrocientos soldados hasta Constantinopla, con la alevosa intención de saquear lo que encontraran e insultar a los soldados que guarnecen sus murallas.
Cuando, caminan de vuelta a casa, encuentran que tres mil soldados griegos le cierran el paso; sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, cargan contra ellos y los masacran. Poco después comienzan a asediar la ciudad de Maditos. Como la guerra de sitio no es lo que mejor se les da, una noche unos cuantos soldados trepan sigilosamente a las murallas, degüellan a los dormidos centinelas y se repite la misma escena de destrucción y saqueo.
Los almogávares permanecerán en Gallípoli hasta 1307, y durante este tiempo arrasan Tracia hasta dejarla convertida en un cementerio. Los momentos álgidos de esta bárbara odisea tuvieron lugar, no obstante, en 1306, y de forma casi simultánea. Por un lado, sabiendo que los alanos, todavía capitaneados por Gircón, se disponen a volver a casa, el grueso de la hueste sale sedienta de venganza con la idea de interceptarlos y acabar con ellos. Tras varias jornadas de marcha sin apenas descanso, avistan el campamento alano y, sin pensárselo dos veces, cargan contra el. La lucha se prolonga durante todo el día hasta que los almogávares consiguen aislar y abatir a Gircón. Los alanos, despavoridos, corren en todas direcciones, lanzándose los almogávares en su persecución. La matanza, es enorme: de nueve mil alanos se salvan unos trescientos. Una vez vengado su líder, los almogávares recogen el botín obtenido y se retiran hacia Gallípoli. La venganza ha sido consumada.
Mientras todo esto tiene lugar, en la fortaleza almogávar se ha quedado Ramón Muntaner con apenas doscientos combatientes y una enorme masa de mujeres y niños. Sabiéndolo, Andrónico organiza un ataque contra Gallípoli a manos, fundamentalmente, de tropas genovesas. Pero la calor arrecia –estamos en verano- y cuando Muntaner ve que los soldados genoveses están totalmente sedientos y agotados, ordena que sus pocas, pero ligeramente equipadas tropas, salgan de la fortificación y se lancen contra los genoveses. El capitán que los manda pierde literalmente la cabeza, y con él setecientos de sus hombres antes de que el resto hulla despavorido.
Después de arrasar Tracia hasta los cimientos, hay que buscar nuevos campos que saquear. Se decide marchar hacia Salónica y la hueste se divide, para el camino, en tres grupos. Uno de ellos, al mando de Muntaner, marchará por mar, con todas las naves de las que se dispone, las mujeres, los niños, y la mayor parte del botín. Los otros dos grupos marcharán, a un día de distancia uno de otro, por tierra. Todo va bien hasta que se llega a Salónica.
Allí, la larvada lucha por el poder existente en el seno de la Compañía desde la muerte de Roger, sale a la luz y se produce una lucha intestina entre los almogávares de los dos grupos. Entenza es muerto en la refriega y Arenós se refugia en una fortaleza griega, rindiéndose posteriormente al emperador.
Rocafort se hace con el mando absoluto de la Compañía, manteniendo a los almogávares mediante el efectivo método de saquear un poco por todas partes, con lo que obtiene continuo botín a la vez que los hombres están contentos. Muntaner, que junto a Rocafort es el único de los capitanes originales de la Compañía que sigue con ella, harto de ver a esta convertida en saqueadores, decide abandonarla y se vuelve a Sicilia a finales de 1307.
Aparece ahora en escena un curioso personaje, Tibald de Cepoy, francés al servicio de Carlos de Valois, casado con la heredera directa del título, que no las tierras, del emperador del Imperio Latino de Bizancio, por lo que Carlos es, nominalmente, emperador de Bizancio. Pero anda escaso de medios con los que reclamar sus “derechos”.
Así que la existencia de una aguerrida hueste de mercenarios sin trabajo en Grecia le viene perfecta. Y así es como llega a la Compañía Tibald de Cepoy, con el encargo de hacerla trabajar para la causa de su señor. Rocafort acepta, soldada y vasallaje a cambio de trabajar para el Valois, y la compañía se pone, quien lo iba a decir, al servicio de los intereses de Francia. Al menos nominalmente. Cepoy permanece con ella, pero solamente como observador, sin capacidad de influir en los acontecimientos.
Rocafort instala a la Compañía en Calandria y, desde allí, comienza a asolar los alrededores, mostrándose de nuevo más como una banda de salteadores que como otra cosa. Planea atacar Salónica, ataque que fracasa estrepitosamente. Buscando un objetivo lucrativo y teóricamente más asequible, ordena asaltar los monasterios del Monte Atos. Con esta acción el prestigio de la Compañía, soldados cristianos intentando asaltar monasterios, alcanza su cota más baja, de forma que el rey de Aragón, Jaime II, llega a ordenar a Rocafort que desista en su actitud.
Este obedece, pero el descontento en la compañía llega hasta tal punto que los adalides de la hueste conspiran con Cepoy y, tras acusar públicamente a Rocafort de despotismo, le detienen junto con su hermano y los entregan al francés que, bien atados, los manda presos a Nápoles. El destino del último capitán catalán de la Compañía no será demasiado envidiable: encerrado en una mazmorra, es abandonado a su suerte, dejándosele morir de hambre y sed. Y lo impensable sucede: los almogávares, una vez que Cepoy toma el mando, van a ser dirigidos por un francés.
Lo primero que hace Cepoy cuando toma el mando es abandonar la zona de Calandria, ya totalmente agotada por el continuo saqueo de los almogávares. El problema es que el ejército griego controla casi todas las rutas posibles, así que se dirigen hacia Tesalia. Allí gobierna. Juan II, que está pasando por enormes dificultades, pues su feudo está
plagado de bandidos, y él carece de los medios necesarios para imponer el orden. Es por esto por lo que recibe encantado a los almogávares, contratando a la Compañía para acabar con los bandidos.
Los almogávares acaban en poco tiempo con los bandidos. Pero después son ellos los que saquean Tesalia a placer. Cepoy está cada vez más incómodo en su papel de líder de una banda de saqueadores, así que una noche abandona la compañía para no regresar.
La Compañía. Por vez primera se encuentra sin un líder así que, los almogávares deciden, volver a ser una tropa mercenaria y buscar un buen contrato, para lo cual nombran el Consell de Dotze, consejo encargado de buscarles trabajo. Mientras tanto, continuarán en Tesalia. Saqueándola.
Gobierna en ese momento el ducado de Atenas el señor Gualter de Brienne. Este caballero posee un territorio de grandes proporciones, pero los recursos con los que cuenta para su defensa no están ni de lejos a la altura de la tarea. Así que sus vecinos, comienzan a acosarle con pérfidas intenciones. La presencia en la vecina Tesalia de una reconocida tropa mercenaria le viene muy bien, así que decide contratarles. Se acuerdan las condiciones con el Consejo de la Compañía y esta, en la primavera de 1310, hace su entrada en Atenas, marchando pronto a proteger las fronteras del ducado.
El rendimiento de la Compañía es tan bueno como lo ha sido siempre. En seis meses los almogávares han limpiado totalmente de enemigos las tierras del ducado. Llega la hora de hacer cuentas y, de nuevo, es aquí cuando surgen las disputas. El duque ni quiere ni pude seguir manteniendo un ejército tan costoso, así que da las gracias a los almogávares y les dice que pueden irse cuando quieran. Cuando estos le recuerdan que les debe mucho dinero, este les amenaza y o se van por su propio pie, o se les echa. Ante esta amenaza La Compañía, se retira para pasar el invierno. De nuevo, a Tesalia.
Mientras tanto, el de Brienne, que recuerda con qué facilidad se libró la Compañía de sus enemigos, decide recabar apoyos para acabar de una vez con la presencia de estos molestos sujetos. Caballeros y soldados de toda Grecia acuden para luchar contra el pequeño ejército mercenario. Setecientos caballeros franceses y veinticuatro mil infantes de los distintos reinos latinos de Grecia se reúnen para la batalla. Frente a ellos, tres mil quinientos almogávares.
La batalla tiene lugar el 13 de Marzo de 1311. Los almogávares se han situado en la planicie de Queronea, dejando a sus espaldas el lago Copais. Antes de la batalla tienen lugar un par de hechos curiosos. Por un lado, los mercenarios turcos que aún permanecen con la Compañía, viendo que esta vez no las tienen todas consigo, se pasan de bando sin problema ninguno; hecho este que se ve compensado porque los soldados catalanes que están sirviendo con el duque de Atenas hacen lo mismo y se cambian de bando para luchar junto a sus compatriotas.
Por otra parte los almogávares, que pueden ser brutos pero tontos no, se han pasado la noche previa a la batalla cambiando el curso de las aguas que abastecen el lago, de forma que la llanura que hay entre ambos ejércitos está totalmente encharcada. El de Brienne, creyendo que los almogávares no tienen escapatoria por tener el lago tras ellos, busca una victoria rápida y ordena que toda su caballería cargue directamente contra el centro almogávar mientras mantiene a la infantería en reserva.
Es de suponer lo que pasa cuando metemos a cientos de pesados caballos de guerra, cada uno con un jinete acorazado montado sobre él, en algo que más que una pradera es un lodazal. Efectivamente. Los caballos se hunden hasta las corvas en el barro, y los jinetes que no caen se revuelven incapaces montados en sus atrapadas monturas. Y es en ese justo momento cuando los almogávares aprovechan para cargar sobre esa desorganizada masa que antes fue un cuerpo de caballería. Eficaces como una guadaña, atraviesan con sus armas a caballos y caballeros. La matanza es brutal, pues los almogávares no hacen prisioneros. Paralelamente, al ver que el viento vuelve a cambiar, los mercenarios turcos embisten a la infantería del ejército franco. También aquí la matanza es brutal. Para que nos hagamos una idea, de los setecientos caballeros franceses presentes, solo se salvaron dos. Y ninguno de ellos era el duque.
Atenas está ahora desguarnecida, y la Compañía se dispone ahora a cobrar su recompensa. Comienza ahora una nueva etapa en la vida de la Compañía. Por vez primera se establece de forma definitiva en un territorio, con vistas a controlarlo y gobernarlo según las leyes y costumbres de Cataluña, territorio al que pertenece buena parte de sus miembros. Se nombra un nuevo líder, un catalán, Roguer Desllaur, que anteriormente trabajó para Brienne, por lo que conoce bien el territorio que la Compañía se dispone a gobernar. Y con vistas a darle carácter institucional a la nueva situación juran vasallaje a Federico de Sicilia, que nombra en 1312 a uno de sus hijos como nuevo duque de Atenas.
El ducado pasa así a estar gobernado por la corona de Aragón a través de la rama siciliana. Es en 1311 cuando se ocupa en su totalidad el ducado de Atenas que, por esos caprichos del destino, tiene por capital a Tebas, los territorios catalanes en Grecia alcanzarán su máximo esplendor a partir de 1318, cuando el duque Guillermo, aprovechando la muerte de aquel Juan II del que ya hablamos, ocupa la totalidad de Tesalia, formando un nuevo ducado que recibirá el nombre de la ciudad que tiene por capital: Neopatria. Toman así forma definitiva los ducados de Atenas y Neopatria, en Grecia
Gobernados por la Corona de Aragón, que se mantendrán pese a ser más a menudo olvidados que atendidos, hasta finales del siglo XIV. En 1379 es ocupada Tebas por una compañía mercenaria Navarra, en 1388, Tebas por los mismos navarros y en 1390, Neopatria. Es así como termina la presencia catalana en Grecia, poniendo punto final a una historia sangrienta, a veces heroica y a veces dramática, pero sin duda apasionante, la historia de un montón de mercenarios bajitos y salvajes que, derrochando agallas, pusieron de rodillas al imperio bizantino y volvieron del revés la estructura de los territorios francos en Grecia. Su desaparición coincidió con un renovado ataque del turco, que esta vez venía para quedarse. Pero, esa es otra historia.
Extraordinaria narración. No sé como con la historia que tenemos la gente se engancha y se aprende cosas como "El señor de los anillos" etc...
ResponderEliminarIba a comentar algo sobre que la participación aragonesa quedaba a un segundo plano..pero ya veo que Cataluña se ha adelantado a indemnizar http://elpais.com/diario/2005/10/08/catalunya/1128733645_850215.html ,así que hago mutis, no nos vaya a tocar pagar algo. Saludos y enhorabuena por hacer amena la historia.
¿Cuerpo de ESPAÑOLES asilvestrados? ¿En el año 1245? Por favor...
ResponderEliminarLa evolución de la palabra España es acorde con otros usos culturales. Hasta el Renacimiento los topónimos que hacían referencia a territorios nacionales y regionales eran relativamente inestables, tanto desde el punto de vista semántico como del de su precisa delimitación geográfica.
ResponderEliminarAsí, en tiempos de los romanos "Hispania" correspondía al territorio que ocupaban en la península, Baleares y, en el siglo III, parte del norte de África (la Mauritania Tingitana, que se incluyó en el año 285 en la Diócesis Hispaniarum).
En el dominio visigodo, el rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España peninsular a fines del s.VI, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de Suintila en la primera mitad del s.VII y se habla de la madre España. En su obra Historia Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de "Totius Spaniae". El prólogo de la misma obra es el conocido De laude Spaniae (Acerca de la alabanza a España).
En tiempos del rey Mauregato fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al apóstol como dorada cabeza refulgente de "Ispaniae" ("Oh, vere digne sanctior apostole caput refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus").Manuscrito de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio.
sigue en el siguiente comentario.
Con la invasión musulmana el nombre de Spania o España se transformó en اسبانيا, Isbāniyā. Algunas crónicas y otros documentos de la alta Edad Media designan exclusivamente con ese nombre (España o Spania) al territorio dominado por los musulmanes. Así, Alfonso I el Batallador (1104-1134) dice en sus documentos que "él reina en Pamplona, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza", y cuando en 1126 hace una expedición hasta Málaga nos dice que "fue a las tierras de España".
ResponderEliminarPero ya a partir de los últimos años del siglo XII se generaliza nuevamente el uso del nombre de España para toda la península, sea de musulmanes o de cristianos. Así se habla de los cinco reinos de España: Granada (musulmanes), León con Castilla, Navarra, Portugal y Corona de Aragón (cristianos).
A medida que avanza la reconquista varios reyes se proclamaron príncipes de España, tratando de reflejar la importancia de sus reinos en la península. Tras la unión dinástica de Castilla y Aragón, se comienza a usar en estos dos reinos el nombre de España para referirse a ambos, circunstancia que, por lo demás, no tenía nada de novedosa; así, ya en documentos de los años 1124 y 1125, con motivo de la expedición militar de Alfonso I de Aragón por Andalucía, se referían al Batallador —que había unificado los reinos de Castilla y Aragón tras su matrimonio con Urraca I— con los términos «reinando en España» o reinando «en toda la tierra de cristianos y sarracenos de España»
El gentilicio "español" ha evolucionado de forma distinta al que cabría esperar (cabría esperar algo similar a "hispánico"). Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio "español"; según una de ellas, el sufijo "-ol" es característico de las lenguas romances provenzales y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que considera que habría sido importado a partir del siglo IX con el desarrollo del fenómeno de las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos que recorrieron la península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del nombre latino hispani a partir del "espagnol", "espanyol", "espannol", "espanhol", "español" etc. (las grafías gn, nh y ny, además de nn, y su abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con que ellos designaban a los cristianos de la antigua Hispania.
Posteriormente, habría sido la labor de divulgación de las élites formadas las que promocionaron el uso de "español" y "españoles": la palabra «españoles» aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca, manuscrito de 1139-1221, mientras que la Estoria de España, redactada entre 1260 y 1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio «españoles».
despues de esta explicacion no se como puede sorprenderte la palabra español o españoles en esta epoca.
Zaaaaaas, en toda la boca!!!!!
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