El 20 de mayo de 1506 fallecía en su casa de Valladolid Cristóbal Colón.
Cierto es que su prestigio se había oscurecido, pero distaba mucho de morir solo y arruinado. De su cuarto y último viaje volverá enfermo y renqueante en lo físico y muy ofendido en su orgullo.
Nicolás de Ovando, el nuevo virrey de las Indias, le había tratado con tan poca consideración como su predecesor. A las puertas de Santo Domingo y en plena tormenta el virrey le había negado la entrada al puerto. También había desoído sus advertencias sobre el estado de la mar, con un resultado de veinte barcos hundidos y 500 muertos, entre ellos el virrey saliente, Francisco de Bobadilla, quien años atrás había enviado a Colón a España encadenado.
No terminaron ahí los desplantes. Ovando demoró a propósito el rescate de Colón en Jamaica, de donde volvería enfermo y maltrecho tras enfrentar una rebelión de sus hombres. Para colmo, al llegar Colón con el cabecilla preso, Ovando lo liberaría en sus propias narices.
A Colón le preocupaba la herencia que dejaba, pues sabía que sin el virreinato su frágil título nobiliario se desvanecería en las manos de su primogénito don Diego.
En sus últimos años adquirió un tono doliente y no escatimó en reproches a los Reyes por considerar que habían quebrado su acuerdo al despojarle de la gobernación de las Indias. A poco de instalarse en Sevilla conoció la noticia de la muerte de la reina Isabel, su gran valedora, lo que dificultaba aún más sus pretensiones. Fernando no devolvió su título al descubridor, pero tampoco le trató con desconsideración. Le pagó los atrasos, favoreció a su hijo don Diego en su matrimonio con la casa de Alba y le restituyó años después en el cargo de virrey.
En su testamento, Colón dejará un nuevo misterio para los cazadores de enigmas. Tras nombrar heredero universal a su hijo Diego y pedirle que cuide el mayorazgo deja una enigmática firma, que impone además a sus sucesores, en forma de pentágono estrellado con tres eses en la punta superior y las laterales, secundadas por puntos.
Para los exégetas esta firma apuntaba a la cábala y confirmaba los orígenes judíos del navegante, que quizás regresaba a su fe original a las puertas de la muerte, de forma secreta para no perjudicar a sus herederos. Fue enterrado con honores de almirante, cargo que nunca perdería.
Nuevos y vigorosos aventureros habían tomado ya el relevo de su increíble aventura.
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