1453: El triste final del primer valido de la historia

El 3 de junio de 1453 Álvaro de Luna, favorito del rey Juan II de Castilla, es degollado en Valladolid por orden del Rey al ser acusado del asesinato del Contador Mayor. 

Álvaro de Luna será el pionero de una figura fundamental en las monarquías españolas, el valido, muchos años antes de que el duque de Lerma o el conde-duque de Olivares lleven el peso de sus gobiernos por delegación real. 

Emparentado con el papa de Aviñón Pedro de Luna, Álvaro entra al servicio de Juan II cuando éste es todavía un niño. Don Álvaro es un resuelto seductor y logra que su presencia se haga indispensable para el futuro monarca, un niño endeble y sobreprotegido. Cuando el niño se convierte en Rey, a nadie sorprende que Álvaro de Luna ejerza de asesor próximo.

Su primer servicio vendrá cuando el infante de Aragón don Enrique tome preso al Rey y lo tenga recluido en Talavera. Don Álvaro acude en su ayuda, y saliendo a cazar huye con él para refugiarse en Montalbán y resistir el asedio de Enrique. 

Recuperada la dignidad, Juan II no ahorra en gratitudes para don Álvaro y éste ve cómo su influencia se dispara. El rey castellano le necesita. Sobre la Península se juega una interesante partida por el poder. 

Fernando I de Antequera ha instalado la casa Trastámara en Aragón y sus hijos amenazan la corona de Castilla. Enrique ya ha demostrado ser un rival inquieto. Alfonso V, el primogénito, reina en Aragón, y Juan, futuro padre de Fernando el Católico, reina, por el momento, en Navarra. Don Álvaro mantiene el pulso de Castilla. Se gana a la nobleza repartiendo mercedes y logra un equilibrio con las potencias europeas, Portugal, Inglaterra y Francia. Al dar tierras, villas y títulos, guarda para sí lo mejor, pero con todo, don Álvaro prestará buen servicio a su rey.

Sin embargo su poder se irá volviendo antipático y de su audacia sólo quedará el orgullo. Calcula mal y, cuando el Rey enviuda, lo casa con Isabel de Portugal, enlace estratégico en lo político pero nefasto para sus intereses en lo personal. Isabel dominará el corazón de Juan II y repudiará a don Álvaro, contagiando ese sentimiento en el Rey, que convertirá primero en recelo y, más tarde, en desprecio tantos años de sumisión. Fue el Rey quien firmó su sentencia de muerte y el poderoso valido mantuvo la honra hasta el final. «Hagan Dios y el Rey de mí lo que fuese su voluntad; el rey mi señor me hizo, él me podrá deshacer si quisiere». No le sobreviviría mucho el ingrato monarca, que un año después encontraría la muerte.


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