1200 : La elite de la reconquista

En su lucha contra el Islam, los reinos hispanos recurrieron a los templarios, un arma casi infalible, intentando mantenerlos bajo control.

La participación de la orden del Temple en el proceso de conquista cristiana de la península fue importante, aunque variable en los distintos reinos hispanos, en función de la presencia que tuvo en cada uno de ellos.
Los templarios constituĆ­an un cuerpo militar de elite y eran sumamente eficaces en la lucha. Estaban a la vanguardia de las tĆ©cnicas de asalto y defensa de las fortalezas gracias a su experiencia en Tierra Santa, mientras que su entrenamiento, su equipo y sus motivaciones espirituales hacĆ­an de ellos soldados entregados y temibles. 

No obstante, tenĆ­an tambiĆ©n un coste considerable, puesto que habĆ­a que premiarles con parte del botĆ­n obtenido, lo que redundaba en un aumento de su poder polĆ­tico y económico. Para limitarlo, los reyes ibĆ©ricos trataron de dosificar su presencia en las campaƱas y compensarla con otras órdenes y fuerzas seƱoriales. Por supuesto, el objetivo de los reinos cristianos era conseguir tierras y plazas a costa de los musulmanes, pero siempre tratando de que los monarcas saliesen beneficiados en el reparto de los bienes conquistados. 

Los enclaves templarios.
Las encomiendas eran la base administrativa en que se agrupaban los templarios. Estaban formadas por una o dos casas-convento bajo la supervisión de un comendador, un caballero veterano no apto ya para el combate, pero de intachable reputación. Cada encomienda poseĆ­a su iglesia o su capilla. Equivalente a un feudo, disponĆ­a de tierras y vasallos, y en ella vivĆ­an no mĆ”s de una decena de caballeros junto con otras categorĆ­as inferiores de templarios. En sus aledaƱos podĆ­a haber molinos, palomares, granjas, corrales, graneros y todo tipo de elementos auxiliares para hacer de las encomiendas prósperos centros de producción agrĆ­cola. 

castillo templario de ponferrada
Por otra parte, actuaban como cĆ©lulas de base de la orden, en tanto que recogĆ­an las donaciones de particulares, que luego se redistribuĆ­an segĆŗn las necesidades del Temple. AcogĆ­an tambiĆ©n a los novicios que ansiaban ingresar en la orden. 

Las encomiendas de un reino se unĆ­an bajo un maestre provincial nombrado por el gran maestre, aunque en general se consultaba al rey para mantener unas buenas relaciones. Al principio de su implantación en la penĆ­nsula, dado que su mayor peso radicaba en Aragón, el maestre de este reino lo era tambiĆ©n de Castilla, León y Portugal. No fue hasta el siglo XIII, con cierto auge de la orden en los distintos reinos, cuando se nombraron maestres diferentes. 

Quedaron establecidas dos grandes agrupaciones del Temple: la de la Corona de Aragón y la del resto de Coronas peninsulares.
En su momento de mĆ”ximo esplendor existieron en Portugal una decena de encomiendas, 32 en Castilla y León, 2 en Navarra y 36 en Aragón. En conjunto habĆ­a, pues, cerca de ochenta encomiendas, ademĆ”s de unas setenta fortificaciones de distinta envergadura, de las que mĆ”s de la mitad se situaban en el reino de Aragón. 

Es muy difĆ­cil cuantificar los templarios existentes en la penĆ­nsula, dada la ausencia de fuentes precisas. Sumando los caballeros, los sargentos o escuderos, los hermanos y los capellanes, se podrĆ­a hablar de un efectivo de 5.000 hombres. Una fuerza selecta, pero numĆ©ricamente insignificante, lo que explica cómo pudieron ser absorbidos sin mayores problemas tras su disolución. En contraste, las encomiendas en Francia rebasaron el millar, ademĆ”s de contar con cientos de castillos. 

Las acciones militares
La situación geogrĆ”fica de cada reino determinó en buena medida el grado de participación templarĆ­a en las luchas contra los musulmanes. En Navarra, lejos ya de las fronteras con el Islam, los templarios no tuvieron participación alguna en la guerra. 
 
Castillo de Miravet
Sus escasas fortificaciones se destinaron mĆ”s que nada a la consolidación de la monarquĆ­a. En Castilla y León, donde la orden nunca tuvo un peso excesivo, su contribución en las conquistas fue moderada. De hecho, muchas de las fortalezas y castillos que se le otorgaron (Salamanca, Ponferrada, Benavente, Zamora, Villalpando ... ) se hallaban en retaguardia. Solo en ciertas plazas de la actual Badajoz (Olivenza, Jerez de los Caballeros, Fregenal de la Sierra) y en algunas de Murcia (Caravaca, CehegĆ­n) fueron decisivos los templarios, tanto en su conquista como en su posterior defensa y repoblación. 

Fue el motivo por el que Alfonso IX les concedió estos enclaves con sus fortalezas. TambiĆ©n destacaron en la toma de Cuenca en 1177, en la de Córdoba sesenta aƱos despuĆ©s y en la de Sevilla en 1248. En Portugal, reino con poco peso demogrĆ”fico, desempeƱaron un papel mĆ”s importante. Desde el primer momento tuvieron castillos en la lĆ­nea del Tajo, como Tomar (su sede principal), Castelo Branco o Almourol. 
 
castillo de peƱiscola
Pero fue en Aragón donde sus servicios resultaron cruciales. De hecho, sin su intervención, la Reconquista en el sur de la actual CataluƱa y su posterior entrada en Valencia habrĆ­an sido bastante mĆ”s lentas. Los castillos y fortalezas que fueron acaparando (junto con sus derechos en forma de rentas y vasallos), tanto en retaguardia como en las zonas fronterizas de expansión hacia el sur, dan fe de la importancia del Temple en las guerras contra los musulmanes. Entre los de retaguardia se cuenta el castillo de Monzón, y entre los de vanguardia figuraban emplazamientos tan destacados como los castillos de Corbera, Miravet y Harta, en la lĆ­nea del Ebro, algunos en la ribera del Segre y, mĆ”s hacia el sur, a medida que la frontera fue descendiendo, los de PeƱƭscola, Cantavieja y Castellote, o los de Chivert o Burriana, ya en el reino de Valencia. 

Muchos de estos fuertes ya los habĆ­an erigido los musulmanes, pero todos fueron reformados y ampliados, cuando no levantados de nuevo, lo que refleja el poderĆ­o económico de la orden y su dominio de las tĆ©cnicas arquitectónicas aplicadas a las fortalezas. Esta significativa actividad constructora vino acompaƱada de importantes Ć©xitos militares. Su aportación resultó bĆ”sica en la toma de Tortosa, LĆ©rida, Fraga y Mequinenza, plazas conquistadas antes de 1150. En el siglo siguiente el Temple participó en la conquista de las Baleares y del reino de Valencia, recibiendo considerables donaciones como pago por sus servicios. 

Lo cierto es que, desde su implantación hasta el fin de la Reconquista aragonesa, los templarios estuvieron en combate, a pesar de las rebajas de Jaime I en las prestaciones y de los recelos que la orden despertaba en el Soberano. 

Sin embargo, acabada la Reconquista, y con ella los beneficios obtenidos por las campaƱas, se inició una cierta decadencia del Temple. Ya no habĆ­a infieles a los que combatir (al menos, no en las fronteras del reino), y la cada vez mĆ”s apurada situación en Tierra Santa acaparaba los recursos económicos y humanos disponibles. Los caballeros que permanecieron en Aragón se limitaron, a partir de entonces, a formar parte de la elite gobernante y administradora, tanto en el plano polĆ­tico como en el económico. 

La batalla estrella
Desde el punto de vista militar, fue en la batalla de Las Navas de Tolosa, una de las mĆ”s cĆ©lebres de la Edad Media, donde mĆ”s presencia tuvieron los templarios. AllĆ­ lucharon los de Castilla, que acudieron casi en su totalidad, junto con una buena representación de los de Aragón y algunos de León, Navarra y Portugal. 

Dado que los templarios castellanos eran los mĆ”s numerosos (no en vano, Castilla corrĆ­a con los mayores gastos de la empresa, al ser el reino que mĆ”s debĆ­a temer la invasión almohade), fueron comandados por el maestre de Castilla y León, Gómez RamĆ­rez. 

Eran unos pocos cientos, pero su preparación y su valor les hacĆ­an extremadamente Ćŗtiles en el campo de batalla. Junto con los caballeros de las otras órdenes, conformaban la fuerza mĆ”s selecta de las huestes cristianas. AdemĆ”s, conocĆ­an bien las tĆ”cticas musulmanas (muchos habĆ­an combatido en Tierra Santa), por lo que podĆ­an contrarrestar las habilidades que habĆ­an dado a los almohades el triunfo en la batalla de Alarcos aƱos antes. 

Templarios, hospitalarios y caballeros de las órdenes locales de Santiago, AlcĆ”ntara y Calatrava formaron en la segunda lĆ­nea del ejĆ©rcito cristiano, bajo el mando del conde Gonzalo Núñez de Lara. Estaban distribuidos en diferentes agrupaciones de combatientes, para que su ejemplo infundiese Ć”nimos a otras fuerzas menos avezadas en la lucha. 

Sus objetivos eran cargar con fuerza cuando fuese necesario y pegarse al terreno sin retroceder ante la caballería almohade, mÔs ligera. Cumplieron ambos. Primero se lanzaron a cubrir las bajas en la primera línea cristiana. Después mantuvieron un núcleo de defensa firme que desgastó a los musulmanes y que posibilitó el éxito de la carga final de los tres reyes presentes (Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra y Alfonso VIII de Castilla). Los efectivos capitaneados por estos monarcas se reunieron con las órdenes militares que resistían en el centro y emprendieron el ataque final contra el campamento almohade, lo que dio la victoria a las fuerzas cristianas.
El prestigio que ganaron los templarios en esta batalla sirvió para que los reyes de Castilla comenzaran a darles mayor protagonismo, aunque cuidando siempre de que no sobrepasasen en poder e influencia a las órdenes locales. 

Disolución sin desaparición
Los templarios pudieron hacer una vida normal en los reinos peninsulares tras la disolución de la orden. Algunos continuaron su vida de monjes guerreros en otras órdenes militares, aunque su trasvase se hizo de modo que nunca ingresasen mĆ”s de dos miembros en los nuevos conventos, para evitar suspicacias en torno a una hipotĆ©tica reconstrucción del Temple. Hubo bastantes que, tras abandonar la organización, contrajeron matrimonio y se instalaron en sus feudos familiares, siempre con vasallaje directo al rey. Otros, se convirtieron en aventureros, piratas o mercenarios (como Roger de Flor), o pasaron a formar parte del personal de confianza de diversos nobles y reyes europeos. 

Oficialmente, sobre todo ante la Iglesia, haber sido templario representaba sobrellevar el baldón de ser sospechoso de hereje. Sin embargo, la nobleza y las monarquĆ­as (salvo, claro estĆ”, la francesa) supieron sacar partido de ellos, por lo que siguieron ejerciendo puestos clave durante la primera mitad del siglo XIV. 

Habƭan sido excelentes militares, hƔbiles polƭticos y capaces de entregarse a una causa; era obvio que no se podƭa despreciar a tan excelente personal administrativo marginƔndolo de las cortes.

Los castillos y las iglesias son los dos tipos de vestigios que ha dejado el Temple en EspaƱa. Los primeros, como los de Ponferrada, Miravet, PeƱƭscola o Jerez de los Caballeros, son sólidas construcciones que siguen el modelo arquitectónico de las de Tierra Santa, por lo que eran fĆ”ciles de defender con una guarnición adecuada. Se caracterizan por sus gruesos muros, inclinados en el exterior, y por sus defensas perifĆ©ricas. De hecho, casi todas las fortalezas que se rindieron tras la disolución de la orden lo hicieron de forma pactada, sin haber sucumbido a un cerco. 

Los casos en que se tomaron por la fuerza se debieron a la falta de efectivos, y no a debilidades defensivas de los castillos. 

Cuenta una leyenda que, en el castillo de jerez de los Caballeros, los templarios que se opusieron a las tropas del rey fueron degollados sin piedad, por lo que su torre principal pasó a llamarse desde entonces la Torre Sangrienta. Verdad o no, es el Ćŗnico testimonio de una posible represión cruenta en una fortaleza templarĆ­a. Es cierto que varias decidieron resistir ante la orden de disolución, como ocurrió en Monzón, Miravet, peƱƭscola, Chalamera o Cantavieja. Sin embargo, a lo largo de 1308 se fueron rindiendo una a una, tras pactar con los monarcas la preservación de sus vidas. Ante la decisión del Papa y la guerra abierta decretada por la monarquĆ­a francesa, el Temple no tenĆ­a otra opción. Pero las Coronas hispanas no querĆ­an desgastarse en tareas de sitio que requerĆ­an miles de hombres y mucho dinero. Era cuestión de tiempo y de negociación, por lo que no hubo combates de asedio. AI parecer, fueron Monzón y Chalamera, ambos en Huesca, los Ćŗltimos enclaves en rendirse. SerĆ­a en la primavera de 1309, tras casi diecisĆ©is meses de sitio. 

VillalcƔzar de Sirga
Entre las iglesias que pertenecieron al Temple figuran las de Cambre (La CoruƱa), VillalcĆ”zar de Sirga (Palencia), que es la mĆ”s grande, o Gardeny (LĆ©rida). Pero la mayor parte de ellas han desaparecido, al ser de pequeƱas dimensiones y quedar prĆ”cticamente abandonadas tras la desaparición de la orden. Eran romĆ”nicas o de transición al Gótico, y las leyendas han querido ver muchas mĆ”s de las que existieron. 

También han pretendido encontrar en sus elementos una arquitectura de inspiración esotérica o misteriosa, como el tipo geométrico de planta, unas dimensiones simbólicas o alguna decoración de signo cabalístico. Sin embargo, no puede hablarse de un modelo templario de iglesia, y menos de códigos ocultos en sus formas.



Autor Jc Losada

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