En su lucha contra el Islam, los reinos hispanos recurrieron a los templarios, un arma casi infalible, intentando mantenerlos bajo control.
La participaciĆ³n de la orden del Temple en el proceso de conquista cristiana de la penĆnsula fue importante, aunque variable en los distintos reinos hispanos, en funciĆ³n de la presencia que tuvo en cada uno de ellos.
Los templarios constituĆan un cuerpo militar de elite y eran sumamente eficaces en la lucha. Estaban a la vanguardia de las tĆ©cnicas de asalto y defensa de las fortalezas gracias a su experiencia en Tierra Santa, mientras que su entrenamiento, su equipo y sus motivaciones espirituales hacĆan de ellos soldados entregados y temibles.
No obstante, tenĆan tambiĆ©n un coste considerable, puesto que habĆa que premiarles con parte del botĆn obtenido, lo que redundaba en un aumento de su poder polĆtico y econĆ³mico. Para limitarlo, los reyes ibĆ©ricos trataron de dosificar su presencia en las campaƱas y compensarla con otras Ć³rdenes y fuerzas seƱoriales. Por supuesto, el objetivo de los reinos cristianos era conseguir tierras y plazas a costa de los musulmanes, pero siempre tratando de que los monarcas saliesen beneficiados en el reparto de los bienes conquistados.
Los enclaves templarios.
Las encomiendas eran la base administrativa en que se agrupaban los templarios. Estaban formadas por una o dos casas-convento bajo la supervisiĆ³n de un comendador, un caballero veterano no apto ya para el combate, pero de intachable reputaciĆ³n. Cada encomienda poseĆa su iglesia o su capilla. Equivalente a un feudo, disponĆa de tierras y vasallos, y en ella vivĆan no mĆ”s de una decena de caballeros junto con otras categorĆas inferiores de templarios. En sus aledaƱos podĆa haber molinos, palomares, granjas, corrales, graneros y todo tipo de elementos auxiliares para hacer de las encomiendas prĆ³speros centros de producciĆ³n agrĆcola.
castillo templario de ponferrada |
Por otra parte, actuaban como cĆ©lulas de base de la orden, en tanto que recogĆan las donaciones de particulares, que luego se redistribuĆan segĆŗn las necesidades del Temple. AcogĆan tambiĆ©n a los novicios que ansiaban ingresar en la orden.
Las encomiendas de un reino se unĆan bajo un maestre provincial nombrado por el gran maestre, aunque en general se consultaba al rey para mantener unas buenas relaciones. Al principio de su implantaciĆ³n en la penĆnsula, dado que su mayor peso radicaba en AragĆ³n, el maestre de este reino lo era tambiĆ©n de Castilla, LeĆ³n y Portugal. No fue hasta el siglo XIII, con cierto auge de la orden en los distintos reinos, cuando se nombraron maestres diferentes.
Quedaron establecidas dos grandes agrupaciones del Temple: la de la Corona de AragĆ³n y la del resto de Coronas peninsulares.
En su momento de mĆ”ximo esplendor existieron en Portugal una decena de encomiendas, 32 en Castilla y LeĆ³n, 2 en Navarra y 36 en AragĆ³n. En conjunto habĆa, pues, cerca de ochenta encomiendas, ademĆ”s de unas setenta fortificaciones de distinta envergadura, de las que mĆ”s de la mitad se situaban en el reino de AragĆ³n.
Es muy difĆcil cuantificar los templarios existentes en la penĆnsula, dada la ausencia de fuentes precisas. Sumando los caballeros, los sargentos o escuderos, los hermanos y los capellanes, se podrĆa hablar de un efectivo de 5.000 hombres. Una fuerza selecta, pero numĆ©ricamente insignificante, lo que explica cĆ³mo pudieron ser absorbidos sin mayores problemas tras su disoluciĆ³n. En contraste, las encomiendas en Francia rebasaron el millar, ademĆ”s de contar con cientos de castillos.
Las acciones militares
La situaciĆ³n geogrĆ”fica de cada reino determinĆ³ en buena medida el grado de participaciĆ³n templarĆa en las luchas contra los musulmanes. En Navarra, lejos ya de las fronteras con el Islam, los templarios no tuvieron participaciĆ³n alguna en la guerra.
Castillo de Miravet |
Sus escasas fortificaciones se destinaron mĆ”s que nada a la consolidaciĆ³n de la monarquĆa. En Castilla y LeĆ³n, donde la orden nunca tuvo un peso excesivo, su contribuciĆ³n en las conquistas fue moderada. De hecho, muchas de las fortalezas y castillos que se le otorgaron (Salamanca, Ponferrada, Benavente, Zamora, Villalpando ... ) se hallaban en retaguardia. Solo en ciertas plazas de la actual Badajoz (Olivenza, Jerez de los Caballeros, Fregenal de la Sierra) y en algunas de Murcia (Caravaca, CehegĆn) fueron decisivos los templarios, tanto en su conquista como en su posterior defensa y repoblaciĆ³n.
Fue el motivo por el que Alfonso IX les concediĆ³ estos enclaves con sus fortalezas. TambiĆ©n destacaron en la toma de Cuenca en 1177, en la de CĆ³rdoba sesenta aƱos despuĆ©s y en la de Sevilla en 1248. En Portugal, reino con poco peso demogrĆ”fico, desempeƱaron un papel mĆ”s importante. Desde el primer momento tuvieron castillos en la lĆnea del Tajo, como Tomar (su sede principal), Castelo Branco o Almourol.
Pero fue en AragĆ³n donde sus servicios resultaron cruciales. De hecho, sin su intervenciĆ³n, la Reconquista en el sur de la actual CataluƱa y su posterior entrada en Valencia habrĆan sido bastante mĆ”s lentas. Los castillos y fortalezas que fueron acaparando (junto con sus derechos en forma de rentas y vasallos), tanto en retaguardia como en las zonas fronterizas de expansiĆ³n hacia el sur, dan fe de la importancia del Temple en las guerras contra los musulmanes. Entre los de retaguardia se cuenta el castillo de MonzĆ³n, y entre los de vanguardia figuraban emplazamientos tan destacados como los castillos de Corbera, Miravet y Harta, en la lĆnea del Ebro, algunos en la ribera del Segre y, mĆ”s hacia el sur, a medida que la frontera fue descendiendo, los de PeƱĆscola, Cantavieja y Castellote, o los de Chivert o Burriana, ya en el reino de Valencia.
Muchos de estos fuertes ya los habĆan erigido los musulmanes, pero todos fueron reformados y ampliados, cuando no levantados de nuevo, lo que refleja el poderĆo econĆ³mico de la orden y su dominio de las tĆ©cnicas arquitectĆ³nicas aplicadas a las fortalezas. Esta significativa actividad constructora vino acompaƱada de importantes Ć©xitos militares. Su aportaciĆ³n resultĆ³ bĆ”sica en la toma de Tortosa, LĆ©rida, Fraga y Mequinenza, plazas conquistadas antes de 1150. En el siglo siguiente el Temple participĆ³ en la conquista de las Baleares y del reino de Valencia, recibiendo considerables donaciones como pago por sus servicios.
Lo cierto es que, desde su implantaciĆ³n hasta el fin de la Reconquista aragonesa, los templarios estuvieron en combate, a pesar de las rebajas de Jaime I en las prestaciones y de los recelos que la orden despertaba en el Soberano.
Sin embargo, acabada la Reconquista, y con ella los beneficios obtenidos por las campaƱas, se iniciĆ³ una cierta decadencia del Temple. Ya no habĆa infieles a los que combatir (al menos, no en las fronteras del reino), y la cada vez mĆ”s apurada situaciĆ³n en Tierra Santa acaparaba los recursos econĆ³micos y humanos disponibles. Los caballeros que permanecieron en AragĆ³n se limitaron, a partir de entonces, a formar parte de la elite gobernante y administradora, tanto en el plano polĆtico como en el econĆ³mico.
La batalla estrella
Desde el punto de vista militar, fue en la batalla de Las Navas de Tolosa, una de las mĆ”s cĆ©lebres de la Edad Media, donde mĆ”s presencia tuvieron los templarios. AllĆ lucharon los de Castilla, que acudieron casi en su totalidad, junto con una buena representaciĆ³n de los de AragĆ³n y algunos de LeĆ³n, Navarra y Portugal.
Dado que los templarios castellanos eran los mĆ”s numerosos (no en vano, Castilla corrĆa con los mayores gastos de la empresa, al ser el reino que mĆ”s debĆa temer la invasiĆ³n almohade), fueron comandados por el maestre de Castilla y LeĆ³n, GĆ³mez RamĆrez.
Eran unos pocos cientos, pero su preparaciĆ³n y su valor les hacĆan extremadamente Ćŗtiles en el campo de batalla. Junto con los caballeros de las otras Ć³rdenes, conformaban la fuerza mĆ”s selecta de las huestes cristianas. AdemĆ”s, conocĆan bien las tĆ”cticas musulmanas (muchos habĆan combatido en Tierra Santa), por lo que podĆan contrarrestar las habilidades que habĆan dado a los almohades el triunfo en la batalla de Alarcos aƱos antes.
Templarios, hospitalarios y caballeros de las Ć³rdenes locales de Santiago, AlcĆ”ntara y Calatrava formaron en la segunda lĆnea del ejĆ©rcito cristiano, bajo el mando del conde Gonzalo NĆŗƱez de Lara. Estaban distribuidos en diferentes agrupaciones de combatientes, para que su ejemplo infundiese Ć”nimos a otras fuerzas menos avezadas en la lucha.
Sus objetivos eran cargar con fuerza cuando fuese necesario y pegarse al terreno sin retroceder ante la caballerĆa almohade, mĆ”s ligera. Cumplieron ambos. Primero se lanzaron a cubrir las bajas en la primera lĆnea cristiana. DespuĆ©s mantuvieron un nĆŗcleo de defensa firme que desgastĆ³ a los musulmanes y que posibilitĆ³ el Ć©xito de la carga final de los tres reyes presentes (Pedro II de AragĆ³n, Sancho VII de Navarra y Alfonso VIII de Castilla). Los efectivos capitaneados por estos monarcas se reunieron con las Ć³rdenes militares que resistĆan en el centro y emprendieron el ataque final contra el campamento almohade, lo que dio la victoria a las fuerzas cristianas.
El prestigio que ganaron los templarios en esta batalla sirviĆ³ para que los reyes de Castilla comenzaran a darles mayor protagonismo, aunque cuidando siempre de que no sobrepasasen en poder e influencia a las Ć³rdenes locales.
DisoluciĆ³n sin desapariciĆ³n
Los templarios pudieron hacer una vida normal en los reinos peninsulares tras la disoluciĆ³n de la orden. Algunos continuaron su vida de monjes guerreros en otras Ć³rdenes militares, aunque su trasvase se hizo de modo que nunca ingresasen mĆ”s de dos miembros en los nuevos conventos, para evitar suspicacias en torno a una hipotĆ©tica reconstrucciĆ³n del Temple. Hubo bastantes que, tras abandonar la organizaciĆ³n, contrajeron matrimonio y se instalaron en sus feudos familiares, siempre con vasallaje directo al rey. Otros, se convirtieron en aventureros, piratas o mercenarios (como Roger de Flor), o pasaron a formar parte del personal de confianza de diversos nobles y reyes europeos.
Oficialmente, sobre todo ante la Iglesia, haber sido templario representaba sobrellevar el baldĆ³n de ser sospechoso de hereje. Sin embargo, la nobleza y las monarquĆas (salvo, claro estĆ”, la francesa) supieron sacar partido de ellos, por lo que siguieron ejerciendo puestos clave durante la primera mitad del siglo XIV.
HabĆan sido excelentes militares, hĆ”biles polĆticos y capaces de entregarse a una causa; era obvio que no se podĆa despreciar a tan excelente personal administrativo marginĆ”ndolo de las cortes.
Los castillos y las iglesias son los dos tipos de vestigios que ha dejado el Temple en EspaƱa. Los primeros, como los de Ponferrada, Miravet, PeƱĆscola o Jerez de los Caballeros, son sĆ³lidas construcciones que siguen el modelo arquitectĆ³nico de las de Tierra Santa, por lo que eran fĆ”ciles de defender con una guarniciĆ³n adecuada. Se caracterizan por sus gruesos muros, inclinados en el exterior, y por sus defensas perifĆ©ricas. De hecho, casi todas las fortalezas que se rindieron tras la disoluciĆ³n de la orden lo hicieron de forma pactada, sin haber sucumbido a un cerco.
Los casos en que se tomaron por la fuerza se debieron a la falta de efectivos, y no a debilidades defensivas de los castillos.
Cuenta una leyenda que, en el castillo de jerez de los Caballeros, los templarios que se opusieron a las tropas del rey fueron degollados sin piedad, por lo que su torre principal pasĆ³ a llamarse desde entonces la Torre Sangrienta. Verdad o no, es el Ćŗnico testimonio de una posible represiĆ³n cruenta en una fortaleza templarĆa. Es cierto que varias decidieron resistir ante la orden de disoluciĆ³n, como ocurriĆ³ en MonzĆ³n, Miravet, peƱĆscola, Chalamera o Cantavieja. Sin embargo, a lo largo de 1308 se fueron rindiendo una a una, tras pactar con los monarcas la preservaciĆ³n de sus vidas. Ante la decisiĆ³n del Papa y la guerra abierta decretada por la monarquĆa francesa, el Temple no tenĆa otra opciĆ³n. Pero las Coronas hispanas no querĆan desgastarse en tareas de sitio que requerĆan miles de hombres y mucho dinero. Era cuestiĆ³n de tiempo y de negociaciĆ³n, por lo que no hubo combates de asedio. AI parecer, fueron MonzĆ³n y Chalamera, ambos en Huesca, los Ćŗltimos enclaves en rendirse. SerĆa en la primavera de 1309, tras casi diecisĆ©is meses de sitio.
VillalcƔzar de Sirga |
Entre las iglesias que pertenecieron al Temple figuran las de Cambre (La CoruƱa), VillalcĆ”zar de Sirga (Palencia), que es la mĆ”s grande, o Gardeny (LĆ©rida). Pero la mayor parte de ellas han desaparecido, al ser de pequeƱas dimensiones y quedar prĆ”cticamente abandonadas tras la desapariciĆ³n de la orden. Eran romĆ”nicas o de transiciĆ³n al GĆ³tico, y las leyendas han querido ver muchas mĆ”s de las que existieron.
TambiĆ©n han pretendido encontrar en sus elementos una arquitectura de inspiraciĆ³n esotĆ©rica o misteriosa, como el tipo geomĆ©trico de planta, unas dimensiones simbĆ³licas o alguna decoraciĆ³n de signo cabalĆstico. Sin embargo, no puede hablarse de un modelo templario de iglesia, y menos de cĆ³digos ocultos en sus formas.
Autor Jc Losada
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