La Maquinaria militar Romana

Cohortes de la legion en formacion en la pelicula Asterix
Preparadas para conquistar y conservar el mayor imperio del mundo, las poderosas legiones del ejército romano constituyeron la fuerza de combate mÔs eficaz de la Antigüedad

De parte a parte del horizonte, sobre las onduladas colinas, las apretadas filas de las cohortes legionarias, cada una de ellas formada por quinientos hombres, se extendƭan hasta unirse con la siguiente. En los flancos, donde el terreno se volvƭa llano y despejado, los jinetes de la caballerƭa, dispuesta hasta cubrir ambos extremos hasta el bosque, por un lado, y una estrecha pero violenta, corriente fluvial en el otro, contenƭan a duras penas sus monturas. En retaguardia, en la zona mƔs amplia y alta del terreno, detrƔs de las colinas, se distinguƭa a lo lejos el fortificado campamento que les alojaba y que, llegado el caso, acogerƭa y protegerƭa a las tropas romanas si hubieran de retirarse.



De los 80.000 ciudadanos que habitaban Roma, uno de cada cuatro era soldado, segĆŗn el primer censo de Servio Tulio

Los soldados enemigos, que acababan de alcanzar la posición tan sólo para descubrir a lo que se enfrentaban, sintieron un lógico temor. Las poderosas legiones romanas no tenían igual en el mundo conocido y muy pronto habrían de medir sus armas contra ellas.
el Imperio alcanzó su mÔxima extensión en el reinado de Trajano

Surgida de las penumbras del mito, Roma empezó su historia como un núcleo de pastores, fuera de la ley, refugiados y otros grupos heterogéneos que habitaban chozas y vivaques mÔs o menos consistentes. Hasta que entre los siglos VII y VI a.C. comenzaron a aparecer construcciones mÔs estables en piedra, murallas, templos y otros edificios comunales y con ellos las primeras instituciones cívicoreligiosas. Era la época denominada monÔrquica, porque en ella predominaban los jefes únicos, los reyes.

Las primeras guerras no fueron sino enfrentamientos de bandas rivales.

Sus vecinos mĆ”s poderosos eran los etruscos y de ellos procedĆ­an muchas de las tradiciones y costumbres, los valores morales y culturales de los primitivos romanos. De ellos tomó Roma tambiĆ©n las armas, las protecciones y el equipamiento inicial de sus guerreros. Pero las guerras de este perĆ­odo, a pesar de que los ejĆ©rcitos etruscos seguĆ­an el modelo griego de las falanges de infanterĆ­a, no pudieron ser campaƱas largas ni grandes batallas entre ejĆ©rcitos numerosos. 

Las reformas de Mario dieron al ejƩrcito romano su autentica dimension


Los etruscos eran una confederación de ciudades cuyas milicias no poseían grandes efectivos, aunque a veces reunieran entre varias un número considerable de fuerzas bajo el mando de un jefe único. Para los romanos y otros pueblos, la razón fue tan obvia como la demografía: no eran tan numerosos como para organizar masas importantes de combatientes. Las primeras guerras -mÔs legendarias que históricas-, como el conflicto con los sabinos, los etruscos o los tarquinos, no pudieron ser mÔs que encuentros de bandas tribales, muchas veces contra grupos de latinos que ni siquiera poseían armas de metal, sólo hondas y garrotes, e iban vestidos con pieles.

En cambio, los etruscos y luego los romanos llevaban lanzas de puntas de hierro y bronce, espadas rectas y curvadas, yelmos o cascos similares a los griegos -también metÔlicos e incluso adornados con penachos-, lorigas de cuero con aplicaciones de metal, escudos redondos de bronce y hasta grebas del mismo material. Etruscos y romanos adoptaron, también, un instrumento esencial de los tirrenos: la trompa metÔlica, ideal para transmitir órdenes en medio del estruendo de la batalla. Se usaban también carros de combate tirados por dos caballos, aunque solían ser mÔs ceremoniales que de guerra y no había desfile de victoria que se preciara sin la aparición de los generales en estos vehículos.

Pero fueron las caracterĆ­sticas especĆ­ficas de la organización cĆ­vico-militar romana -una monarquĆ­a con un rey elegido entre los ciudadanos que era, ante todo, un jefe militar que debĆ­a ser obedecido y podĆ­a ordenar levas, guerras, impuestos, decidir en asuntos religiosos y repartir el botĆ­n- las que impondrĆ­an su superioridad sobre los vecinos. 

Roma llevó a cabo una polĆ­tica de expansión que le condujo, de los escasos 100 km2 de su territorio primitivo, un campo abierto y vulnerable ante cualquier enemigo, a extenderse 3.100 km2 sobre las siete colinas al final de la Ć©poca monĆ”rquica, con buena parte del perĆ­metro capitalino defendido por murallas de piedra. Y si en los inicios su ejĆ©rcito era de tan sólo treinta centurias, tres de ellas celeres, veloces, con caballerĆ­a -que sólo servĆ­an para darles movilidad, de ahĆ­ su nombre- y tres mil hombres, creció hasta que en el primer censo conocido -el de Servio Tulio- los 80.000 habitantes de Roma contaban ya con unas fuerzas armadas de 20.000 infantes y 800 jinetes, lo que significaba que uno de cada cuatro habitantes era un guerrero. 

La organización en clanes tribales ya no resultaba adecuada para una sociedad mucho mĆ”s compleja y, a partir de Servio Tulio, sus fuerzas armadas fueron organizadas segĆŗn los medios que cada ciudadano podĆ­a aportar de acuerdo con su clase y sus posibilidades económicas. 

A partir del nuevo orden de Mario, el ejĆ©rcito romano se hizo profesional, ya que sus integrantes recibĆ­an una soldada. Cada hombre tenĆ­a que acarrear su propio equipo, que pesaba de 35 a 45 kilos, entre baterĆ­a de cocina  y herramientas necesarias para cavar trincheras y construir campamentos, un hacha-pico o dolabra y tres estacas o cippi (plural de cippus), de casi metro y medio de largo y doble punta, entre otras.
Los mĆ”s ricos constituĆ­an 18 centurias -100 hombres- de equites o caballerĆ­a, pues hay que tener en cuenta que mantener un caballo era bastante caro. Los que poseĆ­an mĆ”s de cien mil ases formaban las 80 centurias de infanterĆ­a pesada, la mitad de ellas de veteranos; la siguiente clase era la de aquellos cuya fortuna era de 75.000 ases, que se organizaban en veinte centurias tambiĆ©n repartidas entre veteranos y reclutas. 

Las dos clases siguientes, con patrimomos equivalentes a 50.000 y 25.000 ases, se encuadraban de modo similar, y otras 30 centurias eran de infanterĆ­a ligera y las formaban los ciudadanos con fortunas entre 11.000 y 25.000 ases, siendo la mitad reclutas y la otra mitad, veteranos. Por Ćŗltimo, aquellos que no alcanzaban los 11.000 ases se agrupaban en una centuria de auxiliares y no combatientes que se encargaban de las tareĆ”s de ingenierĆ­a y de hacer sonar las cornetas. 

Era un verdadero ejército de ciudadanos cuyas tÔcticas, como con el armamento y el equipo, vinieron heredadas de etruscos y griegos, adoptÔndose la falange de infantería pesada como núcleo de las formaciones. Protegiendo los flancos, la caballería -que acudía donde era necesaria con rapidez y desmontaba para combatir- y los infantes ligeros.

Estas tÔcticas sufrieron a veces duras derrotas, pues la debilidad de la falange residía desde siempre en sus flancos. El fracaso de los romanos en Alia (390 a.C.), durante la primera invasión de los galos, y el posterior sitio y saqueo de Roma obligaron a la reforma del ejército llevada a cabo por Camilo, el mismo que salvara a la urbe y dijera aquello de "non aurum, sed ferro, recuperanda est patriae" ("no es el oro, sino el acero, lo que recupera la patria"), cuando se pagaba a los galos con oro por abandonar el asedio. Verdad o mito -todos los escritos romanos se perdieron en este episodio y suele aceptarse que toda la historia anterior es mÔs fÔbula y leyenda que realidad-, lo cierto es que a partir de entonces las falanges dieron paso a una nueva forma de ejército y de combate: la legión, un instrumento bastante mÔs flexible que sería la clave para la construcción del Imperio.

Los soldados mĆ”s jóvenes y pobres (velites) luchaban en vanguardia. 

El legionario debĆ­a ir bien protegido, pero tambiĆ©n disfrutar de mucha movilidad. El casco y la coraza de hierro le protegĆ­an la cabeza, los hombros y el torso, pero tanto las piernas,en las que sólo llevaba a veces grebas sobre las espinillas, como los brazos, quedaban al descubierto. Modelos de casco (1 ):a la izquierda, del S.l, y ,a la derecha, del II  y e III . La coraza segmentata (2):a base de placas solapadas, pesaba hasta 9 kilos Y llevaba forro acolchado, aunque tambiĆ©n podĆ­a ceƱirse un cinto con faldellĆ­n de tiras de cuero claveteadas sobre tĆŗnica de lana. Escudo o scutum, redondeado o de forma alargada, de madera y metal (3),espada corta o gladius (4) y dos pila (de pilum) o venablos (5), uno pesado y otro ligero,completaban el armamento

Estas nuevas unidades estaban constituidas por milites o soldados, elegidos entre los varones propietarios y ciudadanos de 17 a 46 aƱos y que, en casos de emergencia, podĆ­a ampliarse hasta los 50 o mĆ”s. Estos soldados se clasificaban en cuatro tipos de acuerdo con su equipamiento y experiencia,siendo los mĆ”s jóvenes y los mĆ”s pobres, los velites, quienes constituĆ­an la vanguardia armados con venablos de poco mĆ”s de un metro de longitud, una espada y un escudo circular de madera recubierta con cuero, de 60 cm a un metro de diĆ”metro, y se protegĆ­an la cabeza con un casco, tambiĆ©n de cuero, que muchos cubrĆ­an con pieles y cabezas de lobo para aumentar la ferocidad de su aspecto. 


Los jinetes o equites del ejƩrcito romano procedƭan siempre de las clases mƔs favorecidas, ya que mantener un caballo resultaba caro. Por el contrario, en el otro extremo figuraban los velites, que iban armados con venablos, una espada y un escudo circular, se protegƭan la cabeza con un casco que forraban con pieles y cabezas de lobo y portaban, tambiƩn, la trompa metƔlica.

La siguiente categoría era la de los hastati, asteros o lanceros. Aunque el nombre procede de un arma que no utilizaban, su importancia inicial fue tal que tuvo una clara trascendencia simbólica, siendo la mÔxima condecoración militar el asta pura o punta de lanza de plata, sólo concedida a los oficiales. Muchos ritos tuvieron el asta como elemento principal, como la declaración de guerra, en la que se clavaba una en territorio enemigo, o en el acto de rendición, que se describía como "deponer las lanzas" -la mayor humillación para un soldado romano era pasar por debajo de las lanzas enemigas-, o los mercadillos del botín capturado, cuya venta, incluyendo la de los prisioneros y esclavos, se realizaba en torno a una lanza clavada en tierra y por ello se la denominaba "sub hasta vendere" o "venta bajo la lanza", de donde procede la palabra "subasta".


Los veteranos formaban las Ćŗltimas filas del orden de combate.

Estos asteros eran hombres jóvenes armados con un escudo pesado, el scutum, de forma alargada y de madera y metal, una espada corta -el gladius- y dos pila o venablos -pilum es el singular, en latĆ­n-, pesado y ligero. Cada uno de ellos se protegĆ­a el cuerpo con armaduras ligeras -que a veces eran sólo placas pectorales y una greba para la pierna izquierda, la que se adelantaba en la posición defensiva- y la cabeza con un casco de bronce con carrilleras, similares a los 

utilizados por griegos y etruscos. Los principes eran la columna dorsal de las formaciones, padres de familia en su madurez -alrededor de treinta años-, con cierta solvencia. Se equipaban como los hastati, aunque su protección solía ser mejor: la mayoría llevaba grebas, cotas de malla y loriga. La última categoría era la de los veteranos o triarios -triarii, en latín-, que solían disponer de una lanza larga, aunque mÔs corta que la de los antiguos hoplitas. Formaban las últimas filas del orden de combate, como reserva y sostén de los soldados jóvenes, de manera que la lucha llegaba hasta ellos sólo en situaciones muy apuradas, hasta el extremo de dar lugar a frases hechas: "el último recurso son los triarios" o "llegó hasta los triarios", se decía en asuntos peliagudos o difíciles.

En combate, los velites se encargaban de hostigar a la caballería o a las primeras filas enemigas, retirÔndose después entre hastati y principes, que se desplegaban en una formación de cuadros con espacios intermedios, a modo de damero, de forma que las primeras filas podían retirarse por los espacios abiertos si no conseguían romper la formación enemiga o se veían superadas por el ataque. A la vez, los cuadros de detrÔs podían avanzar por esos huecos, cargando contra un enemigo cansado. Una tÔctica que podía repetirse hasta llegar a los triarios que, tras el paso de sus compañeros en retirada, estrechaban sus hileras en orden cerrado, tapando los huecos y constituyéndose en una muralla humana detrÔs de la cual se recomponían las filas.

El armamento, era muy similar para todos los soldados, siendo los mÔs curiosos desde el punto de vista actual los venablos o jabalinas -los pila-, constituidos por una larga punta de hierro fijada a un fuste o asta de madera. El tipo mÔs común era una cabeza de entre 25 y 75 cm -"de nueve uncias o un pie de longitud", según Vegecio- y sección triangular que, con el fuste o astil-"de aproximadamente tres codos" dice Polibio-, podía medir algo mÔs de un metro en los ligeros y hasta poco mÔs de dos en los pesados, aunque posteriormente desapareció la distinción entre ellos.

Se aƱadƭa plomo a los pila (venablos) para que se clavaran mejor .

Armas (cuasi) idénticas Aunque las réplicas utilizadas por grupos tan rigurosos y fiables como Tarraco Viva estÔn mejor fabricadas que las originales. nos ayudan mucho a conocer cómo luchaban los romanos.

Arrojados durante la carga desde distancias inferiores a los 30 m, estos venablos podían perforar algunas armaduras y escudos de madera y cuero con un grosor de hasta 2,5 cm, atravesÔndolos e hiriendo a sus portadores o clavÔndose en ellos, de forma que su peso terminaba por impedir el posterior empleo del mismo y su portador acababa teniéndose que enfrentar sin protección a la espada del legionario que se le echaba encima. La forma de asegurar la punta al Ôstil mediante dos vÔstagos de hierro se sustituyó en época de Mario por una estaquilla de madera que se rompía mÔs fÔcilmente. MÔs tarde, en tiempos de César, la madera se cambió por hierro dulce u otros metales mÔs frÔgiles. E incluso llegaron a ser mÔs pequeños y totalmente de metal, pero "plomados" -es decir, con una bola de plomo añadida-, para que no perdiesen su capacidad de perforación. De cualquier forma, estos venablos se rompían o se doblaban muchas veces, lo que impedía que el enemigo pudiera reutilizarlos.

Una vez arrojados los pila, el legionario luchaba con su espada corta, un arma diseñada para pinchar, clavÔndola de frente mientras se protegía tras el escudo. Según el ars militaria, los cortes laterales -de las espadas curvas o rectas- no solían ser heridas importantes o mortales, pero una perforación, aunque fuese de pocos centímetros, sí lo era y, ademÔs, atacar frontalmente permitía no tener que exponer el brazo derecho ni el cuerpo fuera del escudo.

Una legión romana de esta época estaba formada por diez manípulas de dos centurias cada una, que contaban con unos 120 o 160 hombres para las dos primeras filas y la mitad, aproximadamente, para la reserva. Un ejército lo constituían cuatro legiones y un número similar de tropas aliadas de las ciudades italianas, que solían proporcionar la inestimable y muy necesaria caballería.

El orden se mantenía mediante señales acústicas transmitidas por el cornicen o corneta y visualmente a través del estandarte o signifer, que indicaba la dirección del movimiento y constituía una referencia a la hora de formar. El mando de cada manípula lo ejercía un centurión elegido, el prior, que nombraba a su vez a otro centurión, el posterior. El centurión mÔs antiguo -"la veteranía es un grado", dicen todavía hoy los soldados- era el primipilus o primus pilus, jefe de la primera centuria de triarios. Cada centurión contaba con un segundo en el mando, el optio, que a su vez disponía de la ayuda de su teseratius o sargento de guardia. El centurión mÔs novato era el hastatus posterior, al mando de la décima cohorte. Se les distinguía de los legionarios por su penacho atravesado de lado a lado sobre el yelmo y su vara de sarmiento para mantener el orden.

En los aƱos 112 y 105 a.C., tras las derrotas de los ejĆ©rcitos romanos por los galos en el sur de la Galia, el senado recurrió al victorioso Mario. Ɖste, de origen humilde, llevarĆ­a a cabo una revolución polĆ­tica y militar poco despuĆ©s. 
Las legiones abandonaron su viejo orden de tres líneas en favor de una formación de diez cohortes de 480 hombres cada una, uniformados perfectamente en cuanto a equipo: casco, loriga de mallas -de origen celta y de anillos de hierro-, escudo y dos pila, uno ligero y otro pesado. Las centurias de 80 hombres pasaron a ser las unidades tÔcticas bÔsicas, pero la reforma principal se llevó a cabo en el terreno logístico. Cada hombre, que ahora se había convertido en un soldado profesional -recibía una paga o soldada, aunque tenía que ser ciudadano romano-, debía llevar consigo su equipo de cocina y las herramientas para el atrincheramiento -un hacha-pico o dolabra y tres estacas, cippus, de casi metro y medio de largo y doble punta, con las que se levantaban empalizadas o trampas defensivas, los lirios, agujeros con puntas aguzadas en su interior- para reducir no sólo el tamaño de la impedimenta o tren logístico que les seguía en sus marchas, sino para facilitar su rÔpido desplazamiento y su mayor independencia del terreno. Cargados con entre 35 y 45 kg de equipo, los legionarios fueron pronto apodados "las mulas de Mario", aunque en realidad, cada contubernium de ocho soldados contaba con una mula que transportaba lo mÔs pesado del equipo, la tienda y los molinillos de grano.

Así equipadas, las legiones podían avanzar -sólo cuando el entrenamiento se había cumplido a satisfacción- unos 25 o 30 km diarios en cinco horas de marcha, seguidas de otras tres de construcción y fortificación del castro.


En una historia tan prolongada como la del Imperio Romano, la evolución de sus fuerzas armadas es un tema complejo, pero a grandes rasgos se puede indicar que sus fases mĆ”s importantes fueron, tras las reformas de Mario, con Julio CĆ©sar y las guerras contra los bĆ”rbaros. En esta Ć©poca, la cohorte pasó a ser la unidad tĆ”ctica bĆ”sica. El auge de la ingenierĆ­a militar se puso de manifiesto en la guerra de asedio contra VercingĆ©torix, con sitios como el de Alesia, donde las legiones no sólo fueron capaces de construir en torno a la ciudad una imponente circunvalación de mĆ”s de 17,5 km que incluĆ­a terraplenes, fosas de casi 30 m de profundidad, miles de pozos de lirios y otros obstĆ”culos y una fuerte muralla con torres, sino que sus diez veteranas legiones levantaron una fortificación similar de cara a la retaguardia, de 25 km de largo, para impedir que las fuerzas galas de socorro supusieran una verdadera amenaza. 
Fragmento en housesteads fort del muro de Adriano
La continua expansión del Imperio durante dos siglos y medio llevó a principios de la era cristiana a que sus límites estuviesen claramente definidos, pasando de la expansión militar de Trajano a la contención de Adriano, un prudente emperador cuya tarea militar principal fue la consolidación de las limes o fronteras fortificadas que, como el muro que lleva su nombre en el norte de Inglaterra y que fue construido entre los años 122 y 128, serían reconstruidas y sus guarniciones reconstituidas a principios de los siglos 11, III Y al final del IV, para ser finalmente abandonadas a inicios del siglo V.
Pero toda institución de tan larga permanencia lleva consigo a su propio enemigo interior y, a medida que las tropas auxiliares crecieron en tamaño e importancia, y cuando por razones económicas, político-sociales y demogrÔficas disminuyeron los soldados ciudadanos, creció la barbarizacion del ejército. Esta circunstancia daría lugar a unas formaciones desprovistas del equipo, la preparación y el espíritu de las tanto tiempo temidas legiones romanas.






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