En la primera guerra mundial, España permaneció neutral, pero muchos fabricantes amasaron grandes fortunas vendiendo bienes de equipo a las potencias beligerantes.
La guerra fue un maná del cielo para la minería asturiana, el hierro vasco, los textiles catalanes y los bancos madrileños. Pero los problemas sociales, lejos de solucionarse, se agudizaron y tocaron techo en 1917: los obreros y los militares reclamaban aumento de salarios.
El pistolerismo anarquista hacía de las suyas en Barcelona. Los nacionalistas catalanes aprovecharon la crisis, una vez más, para arrimar el ascua a su sardina (y, una vez más, el resto de España se sintió comparativamente agraviada por los nacionalistas vascos y catalanes, en los que vieron a unos privilegiados que se hacían los oprimidos para reclamar mayor ración de la tarta nacional). Un viejo "prejuicio "que todavía, por cierto, colea.
La creación de un gobierno nacional presidido por Maura no bastó para calmar los encrespados ánimos. En adelante, no hubo gobierno con fuerza suficiente para frenar la protesta obrera, la agitación social,la inquietud sindicalista, el pistolerismo anarquista o empresarial, el nacionalismo catalán y los mil menudos problemas añadidos.
Para acabar de arreglar las cosas, la guerra de Marruecos se recrudeció a partir de 1920, cuando elcabecilla Abd el—Krim consiguió que las cabilas rebeldes reconocieran su jefatura y las empleó hábilmente,en guerra de guerrillas, para desgastar al ejército español. El general Fernández Silvestre, deseoso de inscribir su nombre en los anales de la milicia junto a los de Alejandro y el Gran Capitán, emprendió por su cuenta y riesgo una hábil maniobra para dominar Alhucemas.
Abd el—Krim consiguió rodear su columna y la aniquiló en Annual (1921), donde perecieron unos trece mil hombres y gran cantidad de material bélico cayó en manos de los moros. El sector oriental del protectorado se desplomó, aunque, afortunadamente,Melilla se sostuvo.Las armas habían fracasado.
Se volvió a considerar la vieja solución de sobornar a los jeques de las cabilas, pero los militares se opusieron, especialmente los más jóvenes, que estaban aprovechando la gue rra de Marruecos para ascender en el escalafón. El más destacado de todos ellos era un joven comandante llamado Francisco Franco.La situación política se deterioró. El fraccionamiento de los partidos impedía la formación de gobiernos estables, crecían la agitación social y los atentados anarquistas,y la clase política se había acostumbrado a la componenda y la marrullería.
Mientras tanto, la revolución que se iba gestando aterraba a la amplia clientela conservadora de España, que temía que se repitiera lo de Rusia. Incluso los catalanistas de la Lliga, los que diez años antes clamaban por la independencia, habían olvidado sus ambiciosos planes para considerar, consternados, las cuantiosas pérdidas que las continuas huelgas acarreaban.
En esta circunstancia, el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado, «para salvar a España de los profesionales de la política», en septiembre de 1923, y no sólo contó con la inmediata adhesión de la burguesía, de la Iglesia y del ejército, si no con la del propio rey, que lo llamó Mi Mussolini.
Se conoce que don Alfonso estaba tan preocupado como los burgueses, y por idénticas razones. En cuanto al PSOE y a la UGT, se manifestaron ambiguos y neutrales.
Sólo la CNT estuvo abiertamente en contra del dictador. Los comunistas convocaron a la huelga general, pero eran tan pocos todavía que nadie los escuchó.
El Manifiesto de Primo de Rivera.La guerra fue un maná del cielo para la minería asturiana, el hierro vasco, los textiles catalanes y los bancos madrileños. Pero los problemas sociales, lejos de solucionarse, se agudizaron y tocaron techo en 1917: los obreros y los militares reclamaban aumento de salarios.
El pistolerismo anarquista hacía de las suyas en Barcelona. Los nacionalistas catalanes aprovecharon la crisis, una vez más, para arrimar el ascua a su sardina (y, una vez más, el resto de España se sintió comparativamente agraviada por los nacionalistas vascos y catalanes, en los que vieron a unos privilegiados que se hacían los oprimidos para reclamar mayor ración de la tarta nacional). Un viejo "prejuicio "que todavía, por cierto, colea.
La creación de un gobierno nacional presidido por Maura no bastó para calmar los encrespados ánimos. En adelante, no hubo gobierno con fuerza suficiente para frenar la protesta obrera, la agitación social,la inquietud sindicalista, el pistolerismo anarquista o empresarial, el nacionalismo catalán y los mil menudos problemas añadidos.
Para acabar de arreglar las cosas, la guerra de Marruecos se recrudeció a partir de 1920, cuando elcabecilla Abd el—Krim consiguió que las cabilas rebeldes reconocieran su jefatura y las empleó hábilmente,en guerra de guerrillas, para desgastar al ejército español. El general Fernández Silvestre, deseoso de inscribir su nombre en los anales de la milicia junto a los de Alejandro y el Gran Capitán, emprendió por su cuenta y riesgo una hábil maniobra para dominar Alhucemas.
Abd el—Krim consiguió rodear su columna y la aniquiló en Annual (1921), donde perecieron unos trece mil hombres y gran cantidad de material bélico cayó en manos de los moros. El sector oriental del protectorado se desplomó, aunque, afortunadamente,Melilla se sostuvo.Las armas habían fracasado.
Se volvió a considerar la vieja solución de sobornar a los jeques de las cabilas, pero los militares se opusieron, especialmente los más jóvenes, que estaban aprovechando la gue rra de Marruecos para ascender en el escalafón. El más destacado de todos ellos era un joven comandante llamado Francisco Franco.La situación política se deterioró. El fraccionamiento de los partidos impedía la formación de gobiernos estables, crecían la agitación social y los atentados anarquistas,y la clase política se había acostumbrado a la componenda y la marrullería.
Mientras tanto, la revolución que se iba gestando aterraba a la amplia clientela conservadora de España, que temía que se repitiera lo de Rusia. Incluso los catalanistas de la Lliga, los que diez años antes clamaban por la independencia, habían olvidado sus ambiciosos planes para considerar, consternados, las cuantiosas pérdidas que las continuas huelgas acarreaban.
En esta circunstancia, el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado, «para salvar a España de los profesionales de la política», en septiembre de 1923, y no sólo contó con la inmediata adhesión de la burguesía, de la Iglesia y del ejército, si no con la del propio rey, que lo llamó Mi Mussolini.
Se conoce que don Alfonso estaba tan preocupado como los burgueses, y por idénticas razones. En cuanto al PSOE y a la UGT, se manifestaron ambiguos y neutrales.
Sólo la CNT estuvo abiertamente en contra del dictador. Los comunistas convocaron a la huelga general, pero eran tan pocos todavía que nadie los escuchó.
Al país y al ejército.
Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la Patria no ven para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política, de los hombres que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin trágico y deshonroso. La tupida red de la política de concupiscencias ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad real. Con frecuencia parecen pedir que gobiernen los que ellos dicen no dejan gobernar, aludiendo a los que han sido su único, aunque débil, freno, y llevaron a las leyes y costumbres la poca ética sana, este tenue tinte de moral y equidad que aún tienen, pero en la realidad se avienen fáciles y contentos al turno y al reparto y entre ellos mismos designan la sucesión.
Pues bien, ahora vamos a recabar todas las responsabilidades y a gobernar nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y doctrina (...). Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria preparamos.
Españoles: ¡Viva España y viva el Rey!
13 de septiembre de 1923
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