El Imperio Español 14 - El nuevo Imperio

Carlos V, dijo Pero Ruiz de la Mota, era un rey de reyes que descendía de setenta generaciones de monarcas. El rey no solo era rey de romanos y emperador romano; también iba a ser el emperador del mundo. Ese mundo, por supuesto, también incluía “otro nuevo mundo de oro fecho para él”, Nueva España, que “antes de nuestros días nunca fue nascido”. Otros autores habían hablado de sus reyes como emperadores, pero en ningún caso de un modo más acertado que en este. Nebrija contribuyó a que esto fuera posible y que esa gran entidad política gozase de una lengua común, el castellano.
Cortés ya se dirige a Carlos V como “Su Majestad” y no como “Su alteza”, más propio de la Edad Media, de los tiempos pasados.: “se puede intitular de nuevo emperador della (de Nueva España) y con título no menos de mérito que el de Alemaña”.


Es posible que la idea de Imperio español que aparece en esas palabras fuera concebida por el obispo Ruiz de la Mota, de quien la habría tomado Cortés. El ejemplo del conquistado Moctezuma, como rey de reyes, por estos conocido como “emperador” influyera en la carta de Cortés. No obstante, Carlos V nunca fue saludado como emperador, sino como rey de España.

En 1522 ya se discutían los derechos que tenía España sobre el Nuevo Mundo. Se suele citar al rey Francisco I de Francia, del que se afirma que dijo que le gustaría ver la cláusula del testamento de Adán en la que se excluía a Francia del reparto del mundo. Desde ese momento, los galos comenzaron a capturar o, cuanto menos, asediar, carabelas españolas.

En 1522, cuando Elcano llega a Sevilla, la ciudad se había convertido en la capital no oficial de este nuevo imperio. Por todas partes se encontraban los recuerdos del Islam anterior a la conquista de Fernando III. Las murallas, la multitud de baños públicos, aunque poco a poco se iba imponiendo una atmósfera renacentista de estilo italiano. Las callejas pronto pasaron a ser las nuevas calles “anchas y alegres”.

En el s.XV dos grandes familias dominaban la urbe: los Guzman (duque de Medina-Sidonia) y los Ponce de León (condes de Arcos). Otros importantes nobles eran los De la Cerca y los duques de Medinaceli, así como los Zúñiga y los Saavedra. El poder de Sevilla, no obstante, residía en los consejos municipales, cabildos que tenían muchos privilegios. Contaban con un amplio funcionariado: alcalde, juez, gobernador local… Los asistentes o “los veinticuatro” se integraban con familias hidalgas. Los seis magistrados principales eran grandes nobles que todavía asignaba la Corona: Medina-Sidonia, Béjar, Arcos, Tarifa y Vilanueva y Martín Cerón. Había, además, seis alcaldes ordinarios y otros tantos de justicia. Además, había una serie de actividades municipales que se financiaban con los impuestos de almojarifazgo, la alcabala y la tercia.

Las murallas de Sevilla, en gran parte, eran de origen almohade. Contaba con doscientas torres y doce puertas. A destacar de por entonces, la Torre del Oro y la prisión de San Hermenegildo.
En 1522 la Casa de Contratación se utilizó como almacén donde guardar los metales preciosos que llegaban del Nuevo Mundo. El puente que sería de Triana tenía doscientos setenta metros de longitud y fue originalmente concebido por los musulmanes: disponían dieciséis barcos a lo ancho del río, mantenidos juntos por gruesas cadenas de hierro. Los más atrevidos soñaban con que algún día el Guadalquivir volvería a ser navegable hasta Córdoba, como en tiempos romanos. Fernando Enríquez de Ribera, marqués de Tarifa, que acababa de regresar de Jerualém, pronto comenzaría la construcción de la casa de Pilatos. Desde la muralla se observaba, en 1520, la construcción de mucho monasterio y jardines, así como un cementerio judío junto a la Puerta de la Carne.

Lo más interesante estaba hacia el este, hacia donde también fluía el río que comunicaba el Viejo y el Nuevo Mundo. En el Arenal del mismo se incrementaba año tras año la actividad marítima, en la que se organizaba el comercio de Sevilla con las Indias. Hacia 1522 ya era la mayor ocupación de los mercaderes de toda la ciudad. Desde allí partieron 289 barcos entre 1506 y 1515, y entre ese año y 1525 ascendió el número hasta los 500. Cada marinero recibía un litro de vino y quizá medio kilo de galletas al día, aceite, vinagre, garbanzos, guisantes, carne y pescado salado. Pronto habría también azúcar de caña, piñas, patatas, y tomates.

El cristianismo dominaba la vida de la ciudad. Se podía contemplar por entonces el bello palacio del Alcázar, con sus soberbios jardines, de construcción morisca, ampliado por Pedro el Cruel. También podríamos haber atisbado la plaza de San Francisco, el Ayuntamiento, la Audiencia o la prisión mayor. La Catedral se estaba alzando sobre la vieja mezquita almohade. Las obras comenzaron en 1480 y terminaron en 1506. Durante pocos años fue mayor incluso que la catedral de San Pedro del Vaticano. El modelo le debía mucho a las grandes catedrales francesas. Ahí se contempla la leyenda de la Virgen de la Antigua, que acompañó a Balboa y a Cortés. La Giralda se elevaba junto a la catedral.
Esa era la torre el almuédano almohade desde 1196. Empleaba a unas trescientas personas (había incluso burdeles que eran propiedad del capítulo de la catedral).

En las escaleras de la catedral podíamos encontrar a mercaderes, vendedores de chatarra, judíos, venecianos. Cerca se erigieron casi treinta iglesias parroquiales por aquel entonces y cuarenta conventos (cartujos, franciscanos), así como monasterios (San Isidoro, San Agustín) pero también otros femeninos (carmelitas, madre de Dios). La Inquisición dispuso cerca su cuartel general, en el castillo de Triana. Entre 1481 y 1522 se quemó  a unas mil personas y otras 2000 abjuraron.

Sevilla era una ciudad de cofradías por excelencia, de gremios de panaderos, sastres o toneleros. El cabildo apoyó e impulsó el establecimiento de una universidad en 1502, donde se comenzó a estudiar teología, derecho canónico, derecho, medicina y artes. También se estaban fundando hospitales y casas de piedad.

En 1475 la ciudad podría contar con unos 40.000 habitantes. En 1520 pasó a los 60.000. La peste, no obstante, azotó la ciudad entre 1505 y 1510, como lo hizo el hambre y la sífilis. Llegaron muchos genoveses y florentinos . También vinieron castellanos y extremeños, vascos y gallegos a probar suerte y buscar fama en el Nuevo Mundo. Se extendió también el comercio de esclavos, de las canarias y de áfrica. Además, sobre la ciudad planeaba el temor del “converso” y su persecución por los familiares de la inquisición.

Sevilla era famosa desde la época romana por su aceite, oliva, vino y trigo. Pero ahora este aceita iba, en gran escala, hacia el Nuevo Mundo. La mejor región de los Olivares era el Aljarafe. También había enormes almacenes en casi todos los barrios, habida cuenta de la constante actividad comercial que se desempeñaba en la urbe. Creció también el comercio del jabón, tanto así que los monarcas hicieron de este monopolio una regalía regia. También en esta ciudad encontramos a uno de los mayores magnates del trigo en toda Andalucía, el marqués de Priego, que exportaba a las Indias. Hay que tener en cuenta la gran demanda de harina por los colonos.
El primero en cultivar este cereal allí fue Juan Garrido, el compañero negro de Cortés. Se tejía tela en tres mil telares de toda la ciudad, se importaba vino de la Rioja para llevarlo al otro lado del atlántico y se establecieron talleres importantísimos de cuero y piel de cabra. También se consolidó , junto a Triana, las alfarerías y los hornos en las arcillerías de San Vicente y Tablada. Reseñar, también la impresión de textos para que los colonos leyeran, desde la biblia a las novelas de caballería. También en el Caribe había gran demanda de imágenes religiosas para las misiones de conversión. Y qué decir de las múltiples y variadísimas tiendas desde pantalones a vestidos o sombreros. Y, por último, la madera, que era la base de la construcción de todos y cada uno de los barcos. Desde América se traía a Sevilla oro, plata, chocolate, mosaicos, azúcar y café. Toda la población creía que el beneficio a largo plazo de todos estos movimientos era la conversión de los nativos a la cristiandad.

En cualquier caso, solo hay una cosa clara y que hace de Sevilla la joya de la corona imperial. En palabras de Braudel: en la Sevilla del siglo XVI se podía escuchar latir el corazón del mundo. El Imperio Español había nacido.




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