Aunque las costumbres amorosas de las gentes del Medievo se vieron constreƱidas por la influencia de la Iglesia, en la vida diaria a partir del siglo XII cambiaron conceptos como sexo y cuerpo humano, y la mujer se convirtiĆ³ en objeto de culto.
De entre todas las actividades fĆsico-fisiolĆ³gicas que los seres humanos realizan a lo largo de sus vidas es sin duda la sexualidad la que de una forma mĆ”s profunda trasciende mĆ”s allĆ” de las propias sensaciones fĆsicas. El sexo ha estado presente de manera protagonista en la Historia, hasta que el puritanismo que surgiĆ³ de la Reforma protestante y de la Contrarreforma catĆ³lica en el siglo XVI lo convirtiĆ³ en un elemento tabĆŗ, que se ha arrastrado hasta la actualidad.
En la Edad Media, el sexo se contemplaba de un modo mucho menos cerrado que en los Ćŗltimos cinco siglos. La sexualidad medieval se vivĆa a travĆ©s de la confluencia de tres componentes: la atracciĆ³n natural hacia los contactos corporales y fĆsicos con individuos del otro o del mismo sexo, el sentimiento del amor culminado en el acto sexual y la bĆŗsqueda del placer fĆsico. Por todo ello, el sexo se convirtiĆ³ en el elemento Ćntimo “mas si cabe que en la AntigĆ¼edad clĆ”sica” que influyĆ³ con una mayor intensidad en el comportamiento privado y en la vida cotidiana de los hombres y mujeres del Medievo.
La prostituciĆ³n, un negocio prĆ³spero para las instituciones medievales.
En una sociedad jerarquizada y reglamentista como la medieval, la documentaciĆ³n de tipo jurĆdico es abundantĆsima y, dentro de ella, lo relacionado con el sexo ocupa un lugar muy destacado. Claro que tantos reglamentos servĆan de muy poco, pues la hipocresĆa dominante provocaba que esas normas no se cumplieran en la mayorĆa de los casos.
TambiĆ©n en la Edad Media, el sexo movĆa a su alrededor una serie de intereses econĆ³micos que propiciaron una intensa lucha por el control de sus manifestaciones mĆ”s lucrativas. Por ejemplo, la prĆ”ctica de la prostituciĆ³n generĆ³ un beneficio econĆ³mico del que se aprovecharon sin el menor escrĆŗpulo todo tipo de instituciones y particulares.
Desde luego, el control y la prĆ”ctica de la sexualidad tuvo mucho mĆ”s que ver con la divisiĆ³n en clases y el dominio social que con la moralidad. En una sociedad en la que el linaje ocupaba un lugar muy destacado “y con Ć©l los derechos de sucesiĆ³n y de herencia”, asegurar la paternidad era absolutamente necesario y, en esta Ć©poca, sĆ³lo se podĆa llevar a cabo mediante un fĆ©rreo y estricto control de las relaciones sexuales, sobre todo, claro, de las que mantenĆan las mujeres.
De lo profano y sensual a la prohibiciĆ³n y el rechazo
En la Edad Media el sexo se utilizĆ³ de manera frecuente en la lucha por el poder, y no me refiero sĆ³lo al uso de los jĆ³venes prĆncipes y princesas como moneda de cambio y de pactos estratĆ©gicos, sino sobre todo a su uso como arma de propaganda polĆtica para denigrar al contrario. Es lo que ocurriĆ³ con el rey Enrique IV de Castilla, al que sus detractores llamaron "el impotente" para deslegitimar de esta forma a su hija Juana y provocar el ascenso de la princesa Isabel.
TambiĆ©n se revisaron antiguas teorĆas.
AsĆ, AristĆ³teles habĆa sentenciado que "la mujer es un hombre imperfecto". Esta afirmaciĆ³n del famoso filĆ³sofo griego se retomĆ³ en el siglo XIII para imponer la idea de que el hombre era superior a la mujer, en un siglo en el cual lo femenino estaba ganando posiciones de manera acelerada.
Por otra parte, el final de la AntigĆ¼edad coincidiĆ³ con el triunfo del cristianismo, lo que provocĆ³ un cambio sustancial con respecto a la concepciĆ³n del cuerpo humano. La cultura antigua habĆa contemplado el torso de hombres y mujeres sin apenas pudor. Egipcios, griegos y romanos representaron en pinturas y escultura cuerpos desnudos, resaltando la belleza fĆsica, y no ocultando ninguna parte de la anatomĆa. Pero el triunfo del cristianismo y la introducciĆ³n del concepto de pecado original, por el que AdĆ”n y Eva sintieron la vergĆ¼enza de la desnudez y del sexo como fuente original de pecado, fueron cambiando sustancialmente las cosas.
Con el cristianismo instalado en el poder, primero en el bajoimperial romano y despuĆ©s en los reinos germĆ”nicos, se iniciĆ³ un proceso de represiĆ³n de la libre sexualidad y de sus principales manifestaciones pĆŗblicas, que se impuso en Occidente a partir de la confesiĆ³n y de la red de parroquias desde las que se controlĆ³ la sociedad.
El culto a la belleza del cuerpo fue sustituido por una condena del mismo y la Iglesia desarrollĆ³ una verdadera obsesiĆ³n por reglamentar primero y prohibir en su caso la prĆ”ctica sexual.
Ahora bien, a principio del siglo XII, al albur del crecimiento y desarrollo de las ciudades, de la diversificaciĆ³n social, de la instauraciĆ³n de un nuevo cĆ³digo de costumbres, de una mĆ”s relajada moralidad y de la sublimaciĆ³n del llamado "amor cortĆ©s", las manifestaciones de la sexualidad se desarrollaron de modo extraordinario. Poetas, trovadores, artistas, prĆncipes y princesas dieron rienda suelta a una nueva sexualidad, mĆ”s abierta y libre, llena de voluptuosidad y sensaciones hasta entonces casi olvidadas. Fueron los tiempos de Amor literario.
Los siglos XII y XIII alteraron el concepto del sexo y del cuerpo humano que la Iglesia habĆa impuesto hasta entonces y se desarrollĆ³ una nueva cultura en la que lo profano y lo sensual se impusieron a la prohibiciĆ³n y al rechazo. La sociedad medieval alcanzĆ³ entonces un verdadero esplendor de la sexualidad, que se intensificĆ³ cuando la crisis azotĆ³ en los siglos XIV y XV a los hombres y mujeres del bajomedievo, que buscaron, y encontraron, en la liberalidad sexual una vĆ”lvula de escape a las muchas miserias que los angustiaban.
Si los siglos XII y XIII vieron triunfar el amor cortĆ©s y convirtieron a la mujer en un verdadero objeto de culto, los siglos XIV y XV contemplarĆ”n el triunfo de la sociedad civil sobre la Iglesia, al menos en lo que respecta a la libertad sexual. Las epidemias de peste, las guerras y las hambrunas harĆ”n que los seres humanos vuelvan a ver en el sexo una manera de olvidar la alteraciĆ³n de los valores sociales. Las viejas instituciones tradicionales como la familia o la religiĆ³n serĆ”n sustituidas por otras mĆ”s efĆmeras como la diversiĆ³n, el ocio y, por supuesto, el sexo.
En medio de la crisis, Europa vivirĆ” una verdadera primavera sexual.
La sexualidad no dejarĆ” de ser una manifestaciĆ³n mĆ”s, si bien es una de las mĆ”s importantes y a la vez de las mĆ”s ocultadas, de la situaciĆ³n social en cada momento. En la Edad Media, el axioma parece bien claro: a mayor permisividad, sea por la causa que sea, mayor grado de liberalidad sexual.
La sublimaciĆ³n de la belleza corporal femenina
Por otra parte, no cabe duda de que el sexo tambiĆ©n se utilizĆ³ como una vĆ”lvula reguladora de las pasiones humanas. En las violentas ciudades medievales, el sexo actuaba a modo de colchĆ³n de las efervescencias masculinas, derivando hacia los burdeles, controlados por lo poderes pĆŗblicos, las energĆas que, sin esta salida, podrĆan provocar graves alteraciones del orden.
AsĆ, cuando la Iglesia necesitĆ³ asentar el principio de autoridad y universalidad del catolicismo, las manifestaciones de la libre sexualidad se persiguieron con saƱa y se regularon hasta extremos asfixiantes, como ocurriĆ³ en la Alta Edad Media. Por el contrario, cuando la sociedad, bien sea por canalizar el crecimiento o bien para olvidar las calamidades de la crisis, estaba desesperada, las manifestaciones sexuales antes perseguidas no sĆ³lo se permitĆan sino que se protegĆan e incluso se alentaban.
Una de las principales muestras de la actividad sexual es la atracciĆ³n corporal de los amantes. El deseo carnal se convierte en ocasiones en una pasiĆ³n irreducible ante la cual nada se detiene. En la novela Triste deleitaciĆ³n. Escrita en castellano por un anĆ³nimo autor catalĆ”n en el siglo XV, se describĆa al amor como "una inmoderada, violenta y escondida privaciĆ³n y deseo grande a abrazar la querida cosa". Por supuesto que el anĆ³nimo novelista se referĆa al amor sexual y no al platĆ³nico.
Esta idea del amor como pasiĆ³n irrefrenable que sojuzga toda voluntad es casi general en cualquier obra escrita sobre la pasiĆ³n amorosa desde finales del siglo XI, momento en el cual el amor cortĆ©s comenzĆ³ a imponer sus presupuestos por encima de cualesquiera otros. Con este amor cortĆ©s surgiĆ³ “o tal vez despertĆ³ de nuevo porque estaba dormido desde el siglo IV” un nuevo concepto del sexo y de la sexualidad, y en ello tuvo mucho que ver el sentimiento de idealizaciĆ³n de la mujer y de la relaciones amorosas, llegando asĆ a sublimar el amor sexual.
Hasta el siglo XII, la sociedad medieval consideraba la prĆ”ctica de las relaciones sexuales como intrĆnsecamente pecaminosas, sucias y despreciables. SĆ³lo la necesidad de la reproducciĆ³n del gĆ©nero humano ordenada en las Sagradas Escrituras justificaba la prĆ”ctica sexual. Pero, con el amor cortĆ©s, la mujer “y con ella todo su cuerpo” adquiriĆ³ un reconocimiento, casi una veneraciĆ³n, extraordinario. La prĆ”ctica sexual dejĆ³ de ser pecaminosa y sucia y se convirtiĆ³ en una virtud en torno a dos sensaciones agradables: el placer y la belleza.
Hacia 1100 se produjo un verdadero giro copernicano en la percepciĆ³n de la sexualidad: el cuerpo de la mujer fue entonces, mĆ”s que nunca, un objeto de deseo, y la belleza corporal se situĆ³ por encima de otros atractivos y virtudes. Este nuevo ideal consistĆa en alcanzar el placer a travĆ©s del deleite carnal y del disfrute de la belleza. Para ello se sublimarĆ” el adulterio, en un claro intento de superar las relaciones matrimoniales de conveniencia carentes de amor sexual
La gran cuestiĆ³n sobre el coito: ¿hay derecho al orgasmo?
TambiĆ©n se cultivĆ³ la excitaciĆ³n sexual en todas las expresiones artĆsticas, incluso recuperando en la escultura gĆ³tica la tĆ©cnica de "pafios mojado" que no se utilizaba desde el siglo V. Asimismo se buscaron fĆ³rmulas para provocar la atracciĆ³n del amado, lo que dio lugar a la proliferaciĆ³n de los filtros de amor y de los bebedizos, pero tambiĆ©n a la eclosiĆ³n de alcahuetes, celestinas y correveictiles que se convirtieron en algunas ciudades de la baja Edad Media en una verdadera cofradĆa de profesionales del contacto amoroso.
En el mundo de los sĆmbolos, de tanta importancia y presencia en la baja Edad Media, el sexo adquiriĆ³ ahora toda una simbologĆa propia.
Para la Iglesia, el matrimonio era la Ćŗnica situaciĆ³n en la que hombre y mujer podĆan realizar el acto sexual, y siempre con el fin de la procreaciĆ³n, sin caer en pecado, aunque se consentĆa la barraganĆa y la prostituciĆ³n como alternativa a las relaciones sexuales entre los esposos. El matrimonio, instituciĆ³n convertida por el cristianismo en uno de los sacramentos, era el Ć”mbito exclusivo de la sexualidad permitida. Por ello, las relaciones matrimoniales pasaron a ser consideradas como algo sagrado, pues habĆan sido sacralizadas mediante una bendiciĆ³n divina a travĆ©s del ritual de la boda, que la Iglesia reglamentĆ³ en 1137. AsĆ, el matrimonio y la prostituciĆ³n legalizada se convirtieron en los Ćŗnicos marcos permitidos para la prĆ”ctica de las relaciones sexuales.
Sobre si debĆa o no haber placer en el coito entre esposos se desatĆ³ una encendida polĆ©mica en la que terciaron destacados escritores de la Iglesia. La mayorĆa, con san Bernardino de Siena a la cabeza, sostuvo que los esposos debĆan evitar el placer en el coito, pero algunos, como el mismĆsimo santo TomĆ”s de Aquino, aceptaban que existiera placer siempre que el coito fuera destinado a la procreaciĆ³n.
El matrimonio era desde luego el instrumento de la iglesia para el control y la canalizaciĆ³n de la sexualidad, que ademĆ”s se blindaba ante la imposibilidad de disolverlo, pues se convertĆa, como sacramento que era, en algo permanente hasta la muerte al menos de uno de los dos cĆ³nyuges. Por ello, la Iglesia pugnĆ³ por la estabilidad de los matrimonios, un pilar que garantizaba una sexualidad controlada y a la vez convenĆa a sostener los vĆnculos de la sangre que requerĆa el sistema feudal.
La Iglesia, dueƱa de alguno de los lupanares mƔs concurridos
Considerada la principal vĆ”lvula de escape para las pasiones carnales, la prostituciĆ³n se convirtiĆ³ en la Edad Media en una verdadera instituciĆ³n social aunque despertĆ³ dos sentimientos contradictorios, Por un lado se consideraba pecaminosa y por ello condenable, pero a la vez se trataba de un fenĆ³meno inevitable y como tal fue tolerado e incluso fomentado.
Las autoridades urbanas tuvieron un doble motivo para permitir e incentivar la prostituciĆ³n. El punto mĆ”s importante es que lograban controlar y regularizar esta prĆ”ctica y, a la vez, conseguĆan unos notables ingresos para las arcas municipales, pues, al menos en el siglo XV, en tomo al 5% de los ingresos de los concejos procedĆa del arriendo de los burdeles, que solĆan ser propiedad de los municipios.
La explotaciĆ³n de aquellas casas de prostituciĆ³n dio lugar a situaciones que hoy pueden parecer paradĆ³jicas, pero que no extraƱaban en absoluto a los habitantes del Medievo. AsĆ, el concurrido prostĆbulo de Southwark (Londres) pertenecĆa al obispo de la ciudad y el de Tarazona (AragĆ³n) era alquilado por su obispado. Otro ejemplo serĆa el burdel de Segovia, que estaba construido sobre el solar que en su dĆa ocupara el monasterio del Santo EspĆritu, por lo cual pagaba una renta a la iglesia segoviana.
La mayorĆa de estos prostĆbulos eran propiedad de los concejos que los arrendaban a "hostaleros" como un servicio municipal mĆ”s.
Los lupanares eran un verdadero centro social en muchas ciudades. Los habĆa extensos, que ocupaban varias calles, como el de Florencia, o reducidos a una o dos casas. HabĆa algunos que eran oscuros y sĆ³rdidos, y otros como el de Valencia, causaban admiraciĆ³n por la limpieza, las flores y el primor con los que estaban engalanados. A pesar de que estas casas de prostituciĆ³n eran frecuentadas por personas de toda condiciĆ³n, en su entorno se desarrollaba en ocasiones una vida marginal y violenta, y se convertĆan a veces en refugio de maleantes. En general constituĆan guetos en los que quedaban recluidas las prostitutas sin posibilidad de escapar de ese modo de vida.
Sexo, Literatura y arte
Pese a que muchos siguen considerando la Edad Media como una Ʃpoca mojigata y represiva, ante la evidencia del arte y la literatura parece claro que la sexualidad se contemplaba con ojos mucho mƔs permisivos y abiertos que en los siglos posteriores.
La literatura medieval estĆ” llena de obras de altĆsimo contenido sexual, especialmente la de los trovadores de los siglos XII y XIII, la de los novelistas de los siglos XIII al XV y la de los juglares de los romances bajomedievales. El duque Guillermo IX de Aquitania, el poeta gallego Eanes de Cotan o el mismo Alfonso X el Sabio escribieron poemas con tal carga erĆ³tica que su lectura sonrojarĆa al mĆ”s pĆcaro.
En la literatura de tema amoroso abundan los contenidos atrevidos. AsĆ, los amantes son graciosos y afables, ardientes y obedientes a los deseos de su pareja. AdemĆ”s, engalanan su cuerpo y sus cabellos para parecer mĆ”s atractivos y se perfuman y acicalan para deleite de todos los sentidos.
Pintura y escultura no le van a la zaga.Los relieves de algunas catedrales e iglesias muestran escenas erĆ³ticas de amantes en pleno coito, son numerosĆsimas las pinturas en las que se muestran cuerpos desnudos de amantes copulando “algunas pintadas en techumbres de catedrales” y son legiĆ³n las miniaturas de alto contenido erĆ³tico, en ocasiones pornogrĆ”fico incluso.
La belleza del cuerpo se sublimarĆ” en la pintura del Quattrocento, especialmente representada por Botticelli.
Con la Iglesia toparon
Desde el Siglo IV, la Iglesia viviĆ³ permanentemente obsesionada por el sexo. La doctrina eclesiĆ”stica era simple: toda relaciĆ³n carnal fuera del matrimonio era pecado y por tanto condenable. AsĆ, en los libros penitenciales se fijaron las directrices en materia sexual.
Prohibieron las relaciones sexuales "anormales" en el matrimonio, tales como mantenerlas durante el periodo menstrual de la mujer, utilizar mĆ©todos anticonceptivos, el sexo oral, la utilizaciĆ³n de posturas antinaturales en el coito, la penetraciĆ³n anal o la masturbaciĆ³n mutua. La obsesiĆ³n por controlar el sexo llegĆ³ hasta tal extremo que la Iglesia reglamentĆ³ que los esposos no podĆan practicarlo en fechas como Navidad, Cuaresma, PentecostĆ©s, fiestas dedicadas a la Virgen, los sĆ”bados y los domingos.
Fuera del matrimonio, cualquier manifestaciĆ³n sexual estaba prohibida, con especial condena al incesto, la masturbaciĆ³n, el bestialismo, la homosexualidad, el uso de afrodisĆacos y el adulterio. La prĆ”ctica de cualquiera de estas "perversiones" era castigada con penas de cĆ”rcel, que iban desde tres aƱos para las lesbianas hasta quince para el bestialismo.
La Iglesia, a travĆ©s de la confesiĆ³n, dispuso de una notable informaciĆ³n sobre las prĆ”cticas sexuales de los hombres y mujeres de la Edad Media, y asĆ pudo imponer una campaƱa de represiĆ³n que triunfĆ³ ya en el siglo XVI con la intervenciĆ³n de la mismĆsima InquisiciĆ³n.
pienso que como habia demasiada ignorancia se dejaban influenciar demaciado por la iglesia
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