La visita de Felipe V a Cataluña
desde el 24 de septiembre de 1701 al 8
de abril de 1702 y la expectativa levantada .A través de testimonios de la
época, se repasa pormenorizadamente la decisión del monarca de viajar al
principado de Cataluña, las incidencias de dicho desplazamiento, el
recibimiento de que fue objeto en Barcelona,la entrada real y la fiesta, el
juramento de las Constitutions de Cataluña realizado por el rey y el juramento
del rey por los representantes del Principado, la inauguración de las Cortes
catalanas, las discrepancias suscitadas, la boda y otras fiestas y diversiones celebradas
durante aquel breve período.
Comenzaba el siglo,comenzaba el reinado de un joven rey, un nuevo monarca de una nueva dinastía. ¿Comenzaba una nueva época histórica?
Cataluña esperaba llena de
expectación la primera visita del nuevo rey,una visita real especialmente
esperada, pues hacía setenta años, desde la visita de Felipe IV en 1632, que un soberano de la monarquía española no
visitaba el Principado.
La visita tan esperada llegó por
fin, apenas iniciado el reinado, y no fue breve ni pasajera, pues el monarca
residió en Cataluña medio año y en ese tiempo, aunque hubo algunos indicios
negativos, hubo también muchos signos positivos, que parecían abrir caminos de
esperanza. Especialmente los brillantes festejos auguraban un prometedor
futuro. Unos festejos que significaban mucho más que simples ceremonias y
celebraciones vacías de sentido, pues la política no sólo pasaba por los cauces
estrictamente institucionales, y las fiestas en honor de Felipe V se hallaban
cargadas de contenido político. Sólo el transcurrir del tiempo revelaría lo
efímero de aquel magnífico espectáculo.
La visita finalizó de manera
imprevista. Los planes de visitar los otros reinos de la Corona de Aragón y
convocar Cortes se abandonaron, porque la guerra inminente reclamaba la
presencia real en los dominios italianos. Y después, al paso de muy poco
tiempo, la historia experimentó un giro precipitado, un vuelco total. Todo
cambió radicalmente en las relaciones de Felipe V con Cataluña
Gran parte de los catalanes se inclinaron por
la causa de Don Carlos. La visita de Felipe V al Principado pareció quedar
entre paréntesis,perdida en el pasado. Pero el tiempo nunca se detiene, aunque
a veces resulte difícil saber hacia dónde se dirige. La historia teje y desteje
su tela. Las expectativas se hacen y se deshacen. Tras la guerra y sus
consecuencias, la presencia de Felipe V en tierras catalanas dará la sensación
de no haber sido más que un espejismo.
Pero aquellos acontecimientos que
se desarrollaron entre el otoño de 1701 y la primavera de 1702 existieron y,
aunque aquellas expectativas quedaron truncadas y no llegaron a hacerse
realidad, también merecen su lugar en la memoria histórica.
Apenas hacía unos meses que
Felipe V había llegado a España, había atravesado la frontera francesa el 22 de
enero de 1701 y había entrado en Madrid el 18 de febrero, cuando en el mes de
junio tomó la decisión de viajar a Cataluña. Como tantas veces los motivos se
combinaron. El nuevo rey debía hacer todo lo necesario para consolidar el trono
recién heredado. Su abuelo Luis XIV le había aconsejado visitar inmediatamente
los territorios de la Corona de Aragón para celebrar el preceptivo y recíproco
juramento real en las cortes.
En la Corona de Castilla, el día
8 de mayo se había realizado en la iglesia de los Jerónimos el juramento y
pleito homenaje, pero se había evitado la reunión de cortes, temidas como
fuente de potenciales problemas y conflictos, pero en Cataluña, Aragón y
Valencia, las cortes eran esenciales y resultaba conveniente celebrarlas, aun a
costa de los habituales riesgos y dificultades.
Cataluña era un reto político
ineludible para Felipe V, como nuevo rey de la Monarquía española y como Borbón.
Las relaciones del Principado con la Monarquía Española habían atravesado una
crisis muy profunda en el siglo anterior y las relaciones con Francia eran
asunto muy delicado.
El tiempo de su incorporación a
la Monarquía Francesa durante la Guerra dels Segadors no había terminado de
manera satisfactoria, después las relaciones habían empeorado, por las
permanentes rivalidades económicas y por las sucesivas agresiones bélicas. En
consecuencia, los catalanes veían con grandes recelos la introducción en la Monarquía
española de la dinastía francesa,
situación todavía más preocupante por la orientación claramente
absolutista y centralista de la política de Luis XIV.
El objetivo prioritario de los
Borbones era arraigar la realeza de Felipe V en sus nuevos reinos y parecía
imprescindible en la Corona de Aragón añadir a los derechos hereditarios la
ratificación del pacto constitucional por medio del doble juramento. Felipe V
juraría los fueros y privilegios de cada uno de los territorios, y ellos lo
jurarían como rey, reconociendo así la legitimidad de la herencia recibida, a
través de los derechos de su abuela la infanta María Teresa, casada en 1660 con
Luis XIV, y de la designación establecida en el testamento del difunto rey
Carlos II.
A estas razones políticas de gran
peso, se añadió la oportunidad que brindaba la boda de Felipe V con la princesa
saboyana María Luisa Gabriela. La etiqueta establecía la norma de que el rey
fuese a recibir a su esposa a las fronteras de la Monarquía y como la reina
llegaba de Italia, Cataluña fue
elegida como destino principal del viaje regio,con preferencia a Aragón y
Valencia.
El 9 de julio de 1701 una carta
real comunicó a la Ciudad de Barcelona la próxima visita de los nuevos
soberanos:
«Ilustres, amados y fieles nuestros:
Habiendo resuelto ir a recibir a la serenísima señora María Luisa Gabriela,
princesa de Saboya, con quien está ajustado mi casamiento, he señalado el día
diez y seis de agosto próximo venidero para salir de esta Corte y ejecutar este
viaje en derechura a esa ciudad de Barcelo-na, donde tengo deliberado juntar
cortes del Principado de Cataluña a mi arribo en ella, en el convento de San
Francisco como es estilo. De que ha parecido avisaros para que lo tengáis
entendido y ejecutéis por vuestra parte lo que os tocare, y porque deseo se
excusen gastos en la solemnidad de mi entrada
en esa Ciudad por la falta de
medios con que se halla y ser más de mi real agrado el que los caudales se
apliquen a otras más precisas urgencias de la causa común, ha parecido significaros
que será de mi real gratitud cuanto eje-cutareis en este particular, como lo
fío de vuestro celo y atención a mi real servicio»
En principio se fijó la fecha del
16 de agosto para iniciar el viaje, pero luego la partida se aplazó unos días
para evitar el rigor del estío. Desde que Barcelona conoció la noticia
comenzaron los preparativos. Como hacía mucho tiempo que no se recibía la
visita del rey, se tuvo que consultar la documentación de las visitas
precedentes, pero el plan resultó más complicado de lo previsto, porque no
aparecían los documentos correspondientes a las últimas entradas reales, la de
Felipe IV en 1626 y la de Felipe III en 1599. Finalmente se reunió la
información necesaria y, siguiendo la tradición establecida, se organizaron las
ceremonias y festejos para recibir al nuevo monarca.
Felipe V salió de Madrid con
destino a Barcelona el 5 de septiembre. Por Alcalá, Guadalajara, Torija,
Algora, Alcolea, Maranchón, Tortuera, Used, Daroca, Cariñena, Muel, fue a
Zaragoza, a donde llegó el día 16. En la capital aragonesa el monarca se detuvo
brevemente. Los actos más importantes tuvieron lugar el día 17, primero las
celebraciones religiosas en la basílica de Nuestra Señora del Pilar, un Te
Deumy una Misa, después un acto político en la Seo,donde Felipe V hizo el
solemne juramento de mantener los fueros del reino de Aragón, como avance de la
próxima reunión de cortes, que pensaba convocar a su regreso de Barcelona.
Los aragoneses celebraron la
presencia real con múltiples festejos. Después de unos pocos días de descanso,
el viaje se reemprendió el 20 de septiembre, por Villafranca, Pina, Bujaraloz,
Fraga y Lérida, donde juró los privilegios de la ciudad. De allí a Cervera, en
que se repitió la misma ceremonia, y a continuación Bellpuig, Igualada, Piera,
Martorell y Barcelona. Durante todo el camino el paso del carruaje real atrajo
a mucha gente. Las autoridades y el pueblo acudían a contemplar al nuevo
soberano y a rendirle homenaje.
A medida que el rey se iba
acercando a la capital catalana aumentó el número de personalidades que se
adelantaban a recibirle y darle la bienvenida. El día 30 de septiembre, a
primera hora de la tarde, había Felipe V dejado atrás Sant Feliu de Llobregat
cuando se encontró con una nutrida representación de la Universidad de
Barcelona, encabezada por el rector y el claustro,todos los doctores con los
colores de su Facultad, acompañados por maceros,clarines y chirimías. Siendo el
latín el idioma académico por excelencia y dándose el caso de que el latín era
después del francés el idioma que mejor conocía el soberano, el rector de la
Universidad hizo su salutación de bienvenida en lengua latina, poniendo los
estudios de las diversas ciencias al servicio de
la Corona y al servicio del
Principado. Felipe V dio su mano a besar al rector y a todos los demás miembros
del claustro. La bienvenida de la Universidad era especialmente significativa
por el conflicto existente por las oposiciones a cátedras. Tomistas y jesuitas
se disputaban las plazas. El Consell de Cent haciendo uso de sus competencias,
convocó las oposiciones, pero el virrey las prohibió, lo que provocó una gran
tensión. El Consell de Cent recurrió al rey y Felipe V dio un decreto
distribuyendo las cátedras de Artes, tres para los tomistas y tres para los
jesuitas, una medida polémica sobre la que no existía consenso en la comunidad
universitaria y que tenía trascendencia política por el tema de las
competencias institucionales.
El rey prosiguió el camino y en
el mesón de Sans cambió el carruaje por un caballo, para mejor ser visto por la
concurrencia, dirigiéndose a la ciudad en compañía de los nobles de su séquito
y de una escuadra de la guardia de corps. Al poco se produjo el encuentro con
el obispo de Barcelona, fr. Benito Sala y Caramany, y el cabildo eclesiástico,
intercambiando los oportunos saludos y dando el rey su mano a besar.
Más adelante se acercaron los
diputados y oidores del General de Cataluña, presididos por el diputado
eclesiástico, fr. Antoni de Planella y de Cruilles, abad del monasterio benedictino
de Besalú. A un lado, Pere Magarola y de Llupiá y al otro, el doctor Jaume lliva,
diputados militar y real. Detrás, los oidores de cuentas, fr. Rafael de
Padellás y de Casamitjana, Pabordre de Palau del monasterio benedictino de Sant
Cugat del Vallés, Jaume Eva y de Malla y el doctor en Medicina Pere Martir
Cerdá. Iban vestidos de gala, los eclesiásticos con el hábito de la orden
benedictina, los seglares con traje de corte negro, como señal de sus cargos
llevaban todos una banda de tisú de oro y un pectoral carmesí con un escudo en
que se hallaban grabadas las armas de la Diputación. Montaban a caballo, menos
los clérigos que iban en mula. Les acompañaba un importante grupo de
asesores,oficiales y servidores.
«Luego que Su majestad llegó, se
apearon todos, y adelantándose el Diputado Eclesiástico, se puso inmediato al
estribo del caballo del Rey, y haciendo a su Majestad una profunda reverencia,
se puso de rodillas, y lo mismo ejecutaron los demás; y estando en esta forma
el Diputado Eclesiástico, hizo a su Majestad en catalán una oración reverente y
discreta, manifestando en ella la felicidad de que su Majestad honrase al
Principado con la presencia de su Real Persona y expresando lo que aquella provincia
deseaba dedicarse a su Real Servicio»
Como respuesta el rey les dió a
besar la mano y, terminado el besamanos, continuó el camino. Tras la Diputació
del General se presentó el Consell de Cent, pasada la Cruz Cubierta.
Encabezaban la comitiva los maceros, presidía el conseller en cap, el Doctor Josep
Company, con la vestimenta de su cargo, en damasco carmesí con flores de oro,
montado en un caballo enjaezado en terciopelo negro. A su lado cuatro
caballeros, elegantemente vestidos,con profusión de encajes, montados en
caballos enjaezados en azul y plata.
Les seguían los demás consellers,
Carles Vila y Casamitjana, Geronim Francesc Mascaró y Lluçàs, Miquel Colomer,
Sever March y Mathias Ros, todos montados a caballo y revestidos de los ropajes
de su cargo, acompañados por los cónsules de la Lonja del Mar, y por último
cerraban el cortejo los oficiales municipales. El Conseller en Cap se manifestó
ante el Rey en términos muy obsequiosos:
«Senyor La Ciutat de Barcelona se
postra humil als Reals peus de V.M. en protestació
de son verdader rendiment, y ab
expressió del imponderable jubilo ab que celebra lo feliz arribo de V.M.
gloriantse de la ditxa li cap, que V.M. la afavoresca ab sa Real presencia, y
si be est tan rellevant favor, lo te sa innata fidelitat a agigantat aprecio;
realçal la circunstancia de la boda que V.M. ab sa Real y amable Esposa, espera
en esta Ciutat en breu celebrar; suplicant al Señor resulte desta Real unió,
ditxosa succesió a esta Monarquia: De las dos tan superiors mercès, que la
atenció desta Ciutat eternizará en las aras de sa major veneració, dona a V.M.
infinitas gracias, prometentse de ellas sa total felicitat, y espera que la
Real Magnificencia de V.M. se dignará per sa benignitat y paternal amor,
afavorirla, honrarla, y condecorarla, no sols ab la continuació de las pre-rrogativas
que sa llealtat, y fidelitat se meresqueren dels Reals progenitors de V.M. si
ab novas gracias, y honras que V.M. benigne li dispensará, en que fixa la
expectació de sa major fortuna, y suplica per preludi de ellas tinga a be V.M.
concedirli la de besar sa real ma»
la respuesta real fue dar su mano
a besar, sin añadir palabra.Después el Rey continuó la marcha hacia la ciudad,
acompañado por los consellers, deteniéndose en el convento de Jesús, donde fijó
la fecha de la entrada solemne en Barcelona, para el siguiente domingo, día 2
de octubre, a las dos de la tarde. Tras despedirse de los consellers, recibió
la bienvenida de los representantes del Brazo Militar y a continuación se
celebró un Te Deumen en la capilla del
convento.
A diferencia de lo acostumbrado,
como el convento de Valldoncella no se hallaba en condiciones, el rey no se
alojó fuera de la ciudad hasta la entrada solemne, sino que entró en coche por
el portal de San Antonio, la calle Hospital, la Rambla, la Muralla de Mar,
hasta el palacio que había de ser su residencia. Unas salvas de artillería
anunciaron su llegada.
Estos encuentros del día 30 de
septiembre, especialmente con la Diputació del General y el Consell de Cent,
eran la primera toma de contacto del nuevo rey con las autoridades catalanas,
representantes del Principado. Tanto en los gestos como en las palabras los
catalanes mostraron la máxima consideración hacia el monarca. Los parlamentos
institucionales no podían expresar mayor satisfacción por la presencia real tan
deseada.
Pero esta primera experiencia,
aunque muy ceremoniosa no resultó del todo satisfactoria. Las dificultades de
comunicación, por problemas de idioma, pues Felipe V sólo hablaba francés,
comprendía bastante el latín, poco el castellano y nada el catalán,
pero sobre todo, por su carácter
extremadamente tímido e inseguro, que le impedía pronunciar palabra,
limitándose a dar a besar la mano en silencio,ocasionaron una cierta sorpresa y
decepción en los súbditos que le habían manifestado acatamiento.
El cronista del convento de santa
Catalina anotaba el problema de comunicación entre el rey y las autoridades
catalanas. A propósito del rector escribía: «Fonc llatina la oració per temer
no entendria lo castellá menos lo catalá, y per saber entenía, y sabía lo llatí
idioma, besá la ma à Sa Magd. [...] Y es de advertir que lo Rey Nostre Señor no
parlá paraula, encara que allargá la ma peraque lay poguess en besar»
Y todavía peor fue ese silencio,
pues, como señala el cronista de santa Catalina, todo el mundo esperaba el real
permiso para que los consellers se cubrieran, de acuerdo con el privilegio tan
celosamente reivindicado por la Ciudad. El privilegio de cubrirse había
generado numerosos conflictos entre el Rey y la Ciudad en el pasado.
Anticipándose a su visita a Barcelona, Felipe V tomó una decisión sutil,
reconoció el derecho de los consellers a cubrirse en su presencia, pero sólo
después de que el propio monarca les autorizase a ello. Así se respetaba la
tradición, pero en lugar de reconocerlo como un derecho, lo hacía dependiente
de la voluntad real, manifestada de manera explícita y específica en cada
ocasión. Una carta real fechada en Madrid el 3 de septiembre comunicaba al
Consell de Cent la decisión regia:
«Teniendo presente que con real
privilegio de 10 de febrero de 1690, se sirvió el rey, mi tío (que santa gloria
haya) conceder y prometer a esa Ciudad que siempre que sus seis conselleres
estuviesen en la real presencia, los honraría y los mandaría honrar con la
prerrogativa de cubrirse, como lo gozaban en tiem-po de los serenísimos reyes
mis antecesores, de género que de allí adelante dichos conselleres que
estuviesen en la real presencia puedan y les sea lícito en todos los actos
públicos y particulares estar, sentarse y andar cubiertos, he resuelto advertiros
que esta prerrogativa se ha de entender, ordenando yo pri-mero a dichos seis
conselleres que se cubran, y así lo ejecutaréis en la función de mi real
entrada pública de esa Ciudad y en las demás ocasiones que estuvieréis en mi
real presencia; que esta es mi voluntad»
Durante su estancia en Barcelona
el rey concedió repetidamente a los consellers el permiso de cubrirse, como
recoge la documentación del Consell de Cent. Por ejemplo, en la audiencia real
concedida con motivo de la llegada de la reina, Felipe V recibió la
felicitación de los consellers por su boda: «Y Sa Magestat, ab demostració de
molt carinyo respongué que se cubrissen..»
Y también lo señalan otros
testimonios de la época: «Merecieron no sólo el real permiso para cubrirse,
sino repetidas órdenes para ejecutarlo en las ocasiones que su cortesana
modestia o lo difería o lo excusaba»
No faltaron, sin embargo, las
multitudes y las aclamaciones en el recibimiento dispensado al soberano, a lo
largo del camino y en los alrededores de la ciudad. Los testimonios de la época
hablan del «innumerable concurso», de los «esforzados aplausos», del
«extraordinario voceo, envuelto en alaridos, con que aclamaba el concurso,
Viva, viva nuestro Rey», del «infinito concurso», de las «afectuosas universales
aclamaciones» y del «acentusoso júbilo de la muchedumbre, que coronaba todo
aquel largo lienzo de muralla». El relato publicado por la Diputació del
General resaltaba las aclamaciones hechas al rey cuando nada más llegar a
Barcelona salió a saludar al balcón de palacio: «el numeroso concurso que
llenaba la espaciosa plaza empezó en alegres y festivas afectuosas aclamaciones
a repetir: «Viva, viva nuestro Rey Felipe Quinto
[...] y sobre las voces echaban
los sombreros al aire»
Otra descripción decía:
«Salió el Sol bello de nuestro
Monarca en un balcón de Palacio, hecho un hermoso Florón de luz, donde por
mucho espacio comunicó al Pueblo sus agradables rayos. El concurso de la plaza
era tan subido, que sobre ser tan espaciosa, no se advirtió lugar desocupado.
Desatose el contento de todo el concurso, con afectuosas aclamaciones del Viva,
Viva»
Diferente opinión manifestaría
años después Feliu de la Penya, desde su perspectiva como austracista:«Apenas
se oían gritos ni vozes por las calles,cosa digna de reflexión en tan numeroso
Pueblo»
Pero el momento culminante del
encuentro del rey con la ciudad había de llegar en la entrada solemne.
Barcelona se engalanaba para dar la bienvenida a don Felipe, con ocasión del
inicio de su reinado y de su primera visita a la capital catalana. Toda la
ciudad se preparó para festejar el acontecimiento y el itinerario que debía
recorrer el gran desfile regio se adornó especialmente. El empeño no era
sencillo, pues se trataba de agasajar a un príncipe que había nacido en Versalles.
El camino de la entrada solemne se iniciaba en el portal de san Antonio, seguía
por la calle Hospital, Rambla, plaza de San Francisco, calles Ample, Cambis,
iglesia de Santa María del Mar, plaza del Born,calle Montcada, Bòria,
Llibreteria, palacio de la Diputació, palacio episcopal,para terminar en la
catedral. Las casas estaban adornadas con tapices y colgaduras, muchas fachadas
estaban cubiertas con grandes decorados y se habían levantado arquitecturas
efímeras, pirámides y arcos de triunfo. La fisonomía urbana se había transformado para la ocasión.
Las pinturas y los poemas incluídos en las ornamentaciones servían a la vez de
adorno y de instrumento de difusión de los mensajes políticos intercambiados
entre la ciudad y el rey, entre el poder y la sociedad. A través del arte y la
literatura, mediante el lenguaje de los símbolos, los catalanes se comunicaban
con el poder real, glorifi-caban al monarca y le transmitían las expectativas
creadas por su visita.
La fiesta trataba de conjugar
tradición y modernidad. El ritual de la entrada regia procedía de la época
medieval, pero la decoración respondía en cada ocasión al estilo de la época.
Tanto desde el punto de vista artístico como literario, los festejos
barceloneses seguían la tradición catalana, pero trataban también de reflejar a
escala menor el modelo versallesco. Referencia ineludible del arte cortesano de
la época, al prestigio cultural del Gran Siglo se unía la oportunidad del
origen francés del nuevo rey, nieto de Luis XIV, un Borbón nacido y criado en
Versalles. Al menos en algunos aspectos la emulación resultaba evidente, como
en el uso continuo del tema solar, un tema común en el simbolismo político,
pero especialmente vinculado al «Rey Sol». En los festejos barceloneses de
1701-1702 fue muy frecuente el recurso al sol como símbolo de la realeza en
general y de Felipe V en particular.
En comparación con otras visitas
reales, las fiestas barcelonesas en honor del primer Borbón fueron muy
espléndidas. Instituciones y particulares contribuyeron al esplendor de los
festejos. Para animar la colaboración ciudadana en los adornos, el Ayuntamiento
creó tres premios para las fachadas mejor decoradas, de 30, 20 y 10 libras. La cantidad y
calidad de los adornos, su
elevado costo y el gran esfuerzo realizado son una buena prueba del interés con
que Barcelona y Cataluña esperaban la visita de Felipe V.
El domingo 2 de octubre tuvo
lugar la entrada pública y solemne del rey en la ciudad, siguiendo la tradición
que venía de la edad media y que se había mantenido en tiempos de los Reyes
Católicos y de los Austrias. Felipe V, que se hallaba ya en la ciudad, salió de
palacio y en carroza se dirigió a las mura-llas, a la puerta de san Antonio,
donde era costumbre iniciar la ceremonia.
En el portal de san Antonio se
produjo una pequeña alteración del ritual, pero significativa de los cambios
que se estaban produciendo. Las llaves de la ciudad, en lugar se serle
ofrecidas por la Ciudad,
le fueron entregadas al monarca por el Gobernador de la Plaza. El cambio no fue
fruto de la improvisación, sino perfectamente calculado y ordenado por el
soberano. Todavía se hallaba en Madrid cuando el 3 de septiembre había enviado
una carta a la ciudad, dando instrucciones sobre este punto del ritual:
«Tengo entendido que entre las demás
cerimonias que antes del año 1657 eje-cutaba esa Ciudad en las entradas
públicas en ella de los serenísimos reyes,mis predecesores, era la de haber en
el portal de San Antonio una granada,que abriéndose se descubría en el centro
de ella un escolanete con las llaves de la Ciudad en la mano, las cuales presentaba a sus
majestades, quienes las volvía al conseller en cap; y porque desde dicho año
corre (como sabéis) al cuidado del gobernador de esa plaza la custodia de las
puertas y llaves de ella, he resuelto ordenar y mandaros (como lo hago) que no
dispongáis dicha cere-monia, pues ha cesado el motivo porque se ejecutaba»
En consecuencia fue Don Juan
Abarca, conde de la Rosa,
Gobernador de Barcelona el encargado de entregar las llaves de la ciudad al monarca,
que se las devolvió diciéndole: «cuidad de ellas con igual vigilancia que hasta
aquí»
Concluido el acto de entrega de
las llaves, el rey, que iba espléndidamente vestido con un traje de gala,
recamado en oro, montó a caballo. Inmediata-mente se le unieron los consellers
de Barcelona, que habían venido desde la casa de la ciudad para recibirle en la
puerta de la ciudad y acompañarle en su entrada solemne.
El folleto publicado a instancias
de la Diputació
hacía grandes alabanzas del hecho: «Cuando llegó la deseada y honorífica
noticia de que Su Majestad había mandado cubrir los Excelentísimos Conselleres,
y fue lo mismo que inundarse Barcelona en un alborozado y festivo seno de
alegría, naufragando la ternura entre el contento y la gratitud, pues no sabían
sus moradores cómo aplaudir y apreciar a un Príncipe, que con tan generosa
grandeza les favorecía y honraba; confundíanse las calles y plazas en amorosas
aclamaciones y sólo se oían en ellas los contínuos y esforzados ecos de Viva
nuestro gran Monarca, viva nuestro adorado Dueño, viva nuestro Felipe Quinto»
Inmediatamente el conseller en
cap, el Doctor D. Josep Company, y D.Francesc Sans y de Puig, tomaron de unas
bandejas doradas dos largos cordo-nes, carmesí y oro, que salían de las riendas
del caballo montado por el rey,símbolo que, según el cronista, «alude al
recíproco vínculo de amor y lealtad entre sus Augustos Católicos monarcas y
esta Excelentísima Ciudad de Barcelona».
Los cordones eran portados por el
conseller en cap y veinticuatro miembros más del consell de cent elegidos para
la ocasión, doce a cada lado.
Vestían los miembros del consell
trajes de corte, adornados con abundancia de encajes negros.
En la cercana iglesia de san
Antonio tomaron los cinco consellers, vestidos con las gramallas de color
carmesí con flores y labores en oro, propias de su dignidad, más un sexto
personaje, un prohom, Antonio Moxiga y Ginebreda, ciudadano honrado, las seis
varas del palio, de tela de oro, bajo el que el rey haría su entrada solemne en
la ciudad. Se organizó entonces la comitiva.
Delante iban los timbales,
clarines y chirimías, vestidos con cotas de damasco carmesí, galonadas de
amarillo, seguía la compañía de reales guardias de Cataluña, compuesta por cien
caballos y dirigida por su capitán, D. Antoni de Oms y de Santa Pau, y su
capitán teniente, D. Antoni de Lanuza y Oms. Después,cuatro trompetas del rey,
abriendo paso a los Grandes de España, de los cuales unos habían acompañado al
monarca en su viaje y otros se le habían unido en Cataluña, el duque de Osuna,
el duque de Sessa, el marqués de Quintana,el marqués de Aytona, el conde de
Santisteban, el conde de Palma —Virrey de Cataluña—, después seguían los
oficiales de la ciudad, inmediatamente delante del rey, en medio de los dos
ramales del cordón, iba el duque de
Medina-Sidonia, Caballerizo
Mayor, que portaba desenvainado y enhiesto el real estoque, signo de
jurisdicción y mando. Bajo palio y rodeado de los conselleres, ricamente
vestido, marchaba el rey a caballo. Al estribo real iba Don García de Guzmán,
el primer caballerizo. Para cerrar la comitiva desfilaban los emás caballerizos
y pajes del real servicio y las guardias de corps, las guardias españolas y
alemanas.
La procesión real y cívica fue
desfilando por las calles engalanadas y llenas de público, atraído por el
espectacular acontecimiento. Avanzaban lentamente, para ver y ser vistos. Pero
a diferencia de lo acostumbrado, en estaocasión la marcha fue más rápida,
acortando la duración del desfile. Delante el hospital, siguiendo la tradición,
los niños abandonados y los enfermos mentales ocupaban una tribuna, sumándose
al recibimiento. Simbólicamente los «inocentes» quedaban asociados a la
bienvenida dispensada por toda la sociedad barcelonesa, desde las autoridades
del Consell de Cent al pueblo lano, representado tanto por la colaboración
gremial como por el público asistente. Significativa fue la presencia de
soldados cubriendo la carrera.
En la plaza de san Francisco la
comitiva se detuvo para celebrar el acto central de la ceremonia, el doble
juramento entre el rey y la ciudad. La plaza estaba repleta de público. Los
personajes de mayor categoría contemplaban el espectáculo desde gradas y
tribunas, un grupo de damas principales desde los balcones de la casa del conde
de Santa Coloma, en uno de ellos se hallaba la arquesa de Aytona, cuya
presencia sería saludada cortesmente por el rey quitándose el sombrero a las
ventanas y terrazas del edificio. Las gentes sencillas llenaban el lugar hasta
el punto de dificultar la entrada de la comitiva, por lo que la Compañía de guardias tuvo
que despejar la plaza. El Rey ocupó el estrado, acompañado el duque de
Medina-Sidonia, cubierto, siempre con la espada en la mano.
También subieron con él los
consellers y gran parte de los oficiales municipales. Felipe V tomó asiento en
el sillón que le estaba reservado, acto seguido mandó sentarse y cubrirse a los
consellers, cosa que hicieron, aunque con algunas dudas y vacilaciones
Entonces se procedió al
juramento. Del convento de san Francisco el padre guardián y los frailes
sacaron en procesión una reliquia del lignum crucis, que se depositó sobre un
misal abierto, encima de unos almohadones. Se acercó también el protonotario
del consejo de Aragón, D. José de Villanueva Fernández de Yxar, que leyó la
fórmula, en catalán, por la que el rey juraba confirmar todas las libertades y
privilegios de la Ciudad
de Barcelona. El rey, de rodillas, en una mano el estoque, puso la otra mano
sobre la Vera Cruz
y el misal y respondió: «Así lo juro». Acto seguido el conseller en cap besó la
mano del rey en señal de acatamiento y dijo unas breves palabras de
agradecimiento y lealtad. En esta ocasión Felipe V rompió su habitual mutismo
para contestar «lo agradezco». Después el conseller en cap volvió a besar la
mano del monarca y lo mismo hicieron los demás consellers y obreros, incluídos
los cónsules de la Lonja,
.
A continuación la costumbre
establecía que en la misma plaza se celebrarse el gran desfile gremial ante el
rey. Pero en esta ocasión, ya fuese por desconocimiento o por impaciencia ante
la larga duración de la ceremonia, Felipe V montó a caballo y prosiguió el
camino antes que llegaran los gremios, eliminando así del ritual el elemento
más popular del festejo,. El desconcierto de todos ante el cambio y la
decepción y el disgusto de los gremios fue grande al no poder desfilar ante el
monarca.
También fue significativo el
desconocimiento que manifestó Felipe V ante otra de las tradiciones de la
entrada real. Al llegar la comitiva a la cárcel real —la cárcel del «veguer»—,
era costumbre que los presos suplicaran misericordia al rey y éste les
concediera el perdón a los que no tenían instancia de parte. El perdón real era
signo de poder y de clemencia, celebración del inicio de un nuevo reinado.
La crónica del Llibre de Solemnitatsrecoge
el pequeño incidente:
«Y antes de arribar a la presó
cridaren amb grans crits los presos de las carcers reals, y sa magestat se girá
al conceller en cap dient-li: «qué es esta vocería?». Y dit senyor conceller en
cap, llevant-se lo sombrero, respongué: «son los encar-celados que piden a
vuestra majestad sea servido darles libertad». Al que res-pongué sa magestat:
«tendrán instancia de parte». Al que respongué, llevant-se lo sombrero altre
vegade, lo senyor conceller a sa magestat: «buen remedio, enyor; puede vuestra
majestad, teniendo gusto, libertar a los que no la tienen»y respongué sa
magestat: «está bien», continuant dit senyor conceller en dir-li:«pues, senyor,
vuestra majestad se habría de servir dar la orden». Y respongué un escuder o
palafraner de peu —D. García de Guzmán— que li anava contra lo cavall: «pues señor, si gusta vuestra
majestad, participaré la real orden a don Antonio de Ubilla» (que es lo
secretari del despaix universal) y respongué sa
magestat: «bien»
Según informa el cronista de
santa Catalina en los días siguientes obtuvieron la libertad veinticuatro
prisioneros.
La comitiva se detuvo ante el
palacio episcopal, donde el obispo Fr. Benito Sala, revestido de pontifical,
estaba esperando al rey, acompañado del cabildo. El rey descendió del caballo
delante de la catedral y se arrodilló para adorar el lignum crucis. El rey y el
obispo entraron juntos, en procesión, bajo palio, en el templo, seguidos del
duque de Medina-Sidonia y del conseller en cap. Ante el altar mayor juró el
rey, de rodillas, defender la fe y conservar los privilegios de la Iglesia. Después
se cantó un Te Deumy el rey recibió la bendición del obispo. Acto seguido
bajaron a la cripta donde reposan los restos de santa Eulalia, para orar ante
la patrona de Barcelona.
Terminado el acto religioso en la
catedral, se volvió a formar la comitiva real y se dirigieron a palacio, donde
se alojaba el monarca. El fin de la ceremonia se celebró con una gran salva de
artillería de la plaza y castillo de Montjuic. Tan cansado estaba Don Felipe
que se retiró a sus aposentos sin despedirse de los consellers, que esperaron
hasta tener la ocasión de besar su mano: «Cuando en atención de las sucesivas
fatigas del día, se dispensó en lo ritual de despedirse los Conselleres al pie
de la escalera, en cuya consideración, acompañando a Felipe hasta su
antecámara, aguardaron el tiempo que fue menester, para que reparado del pasado
cansancio les franquease la dicha de besar su Real Mano».
Después de haber reposado, Felipe
V se dispuso a completar las celebraciones. Recibió a la nobleza y mandó que la
cena se sirviese en público para que todos pudieran contemplarle. Recibió a los
consellers de la ciudad para despedirse y les dió a besar la mano. Manifestó su
deseo de ver el desfile de los gremios que no se había realizado en la plaza de
San Francisco. Mientras unos desfilaron con sus banderas, otros llevaban
figuras y carrozas, La fiesta se prolongó largo tiempo con música y luminarias
y terminó con un enorme e ingenioso castillo de fuegos artificiales, pagado por
la Diputació
del General, un gran espectáculo que el rey contempló desde el balcón de
palacio . Las iluminaciones continuaron los dos días siguientes.
El día 3 de octubre, a partir de
las diez de la mañana, el rey lo dedicó a conceder audiencia a las principales
instituciones y autoridades. En primer lugar el Consell de Cent, inmediatamente
después la Diputació
del General, en tercer lugar el Brazo Militar, más de un centenar de
caballeros, encabezados por su presidente, D. Felicià de Cordelles , a
continuación la
Universidad literaria, en quinto lugar el Magistrado de la Lonja del Mar, representado
por sus dos cónsules, y un nutrido grupo de comerciantes.
Todos rivalizaron en sus muestras
de acatamiento y en sus manifestaciones de alabanza al nuevo rey.
El día 4 se celebró un acto
político de máxima trascendencia, el doble juramento recíproco del rey y de los
representantes del Principado. Felipe V juró las Constitucions de Cataluña y
los catalanes le juraron fidelidad y le prestaron homenaje como su rey y señor.
La ceremonia se celebró por la mañana en el gran salón del trono, el Tinell. En
un lado se levantó un tablado, revestido de paños colorados y amarillos y
cubierto por un dosel, bajo el cual se colocó el sillón del rey. En los otros
tres lados se colocaron bancos para los tres estamentos, a mano derecha de la
presidencia el estamento eclesiástico, a mano izquierda el estamento militar,
enfrente el estamento real. En la plaza del Rey, por donde entraría Felipe V,
se habían dispuesto dos tablados para la música, timbales, clarines y
chirimías.
El acto comenzó con el
recibimiento del monarca por los consellers de la ciudad al pie de la
escalinata, que le acompañaron hasta el sillón. El rey tomó asiento y junto a
él se situó como siempre el duque de Medina-Sidonia con el estoque
desenvainado. En las gradas se hallaba el canciller, que era el obispo de
Girona, y los regentes del consejo de Aragón y el regente de la real Audiencia
de Cataluña. Delante del rey colocaron un misal y un lignum crucis.
Primeramente los tres estamentos manifestaron su disposición a prestar el
tradicional juramento de fidelidad y homenaje como vasallos, y comenzando por
el estamento eclesiástico, representado por el arzobispo de Tarragona,
siguiendo por el estamento militar, y en su nombre el marqués de Anglesola y
conde de Perelada, por último el estamento real, y en su representación el
conseller en cap de la ciudad de Barcelona, hicieron el acto de acatamiento.
Acto seguido Felipe V se puso en pie, el protonotario de la Corona de Aragón leyó el
juramento y el rey, con la mano sobre el misal y el lignum crucis, juró las
Constitucions de Cataluña y todos los demás fueros y privilegios.
Inmediatamente después los tres estamentos, clero, nobleza y ciudades,
prestaron su juramento de fidelidad y vasallaje.
Terminada la ceremonia del doble
juramento, tal como estaba acordado con el cabildo, pasó don Felipe a la vecina
catedral, para tomar posesión del canonicato reservado al rey, según la
tradición. La campana Tomasa anunció la noticia a toda la ciudad. El acto se
celebró en la sala capitular, donde entró el rey acompañado del obispo y los
canónigos, y de su séquito únicamente el patriarca de las Indias y el
protonotario de Aragón. Fue dicho protonotario el encargado una vez más de leer
el juramento, que el monarca prestó de rodillas. Después el obispo ordenó a los
oficiales del cabildo que hicieran entrega a su Majestad de todo lo que le
correspondía como canónigo y así el secretario le presentó la porción, unos
reales en una bandeja de plata, el bolsero de las distribuciones comunes,
algunos plomos de su bolsa, el bolsero de la bolsa canonical, también algunos
plomos de su bolsa y el distribuidor del pan una bandeja con seis panes
canonicales. Al final, como símbolo de acogida en la comunidad, el obispo dio a
su Majestad el beso de la paz en nombre de todo el cabildo y le agradeció su
aceptación del canonicato. Antes de abandonar la catedral el rey salió al
claustro, siempre acompañado por el obispo y los canónigos, para orar en la
capilla de la
Inmaculada Concepción y tomar bajo su protección, ingresando
en ella, la antigua cofradía de la Purísima Concepción
de María, según la tradición de los reyes de la Corona de Aragón, iniciada
por Pere IV en 1333. Como manifestación de su especial devoción por la Inmaculada, el rey
acudiría acompañado de la reina el día 8 de diciembre, fecha de celebración de
esta advocación mariana, a oir misa y comulgar públicamente en dicha capilla.
El siguiente día 5 continuaron
las audiencias del rey. En primer lugar el obispo con el cabildo. En segundo
lugar el tribunal de la
Inquisición, con todos los inquisidores y oficiales,
encabezados por el inquisidor más antiguo, D. José Hualte. En tercer lugar el
Portantveus de General Gobernador del Principado, D. Joan de Llupiá y de
Agulló, acompañado de su asesor. En cuarto lugar el Batlle General, conde de
Centelles, con sus tres ministros y sus oficiales. Y por último el Mestre
Racional de la Real Casa
y Corte en los reinos de la
Corona de Aragón, el marqués de Aytona, con sus ministros.
Los parlamentos de todos ellos manifestaban su fidelidad y acatamiento y
expresaban el agradecimiento por la presencia real en tierras catalanas.
El día 12 de octubre tuvo lugar
otro de los grandes acontecimientos políticos, la inauguración de las cortes
catalanas. El encuentro entre el rey y la ciudad, simbolizado en la entrada
real y en su acto culminante, el juramento de los privilegios de Barcelona, y
el vínculo recíproco entre el Rey y el Principado, simbolizado en el juramento
de las Constitucions, alcanzaba en la reunión de Cortes un desarrollo político
concreto, tanto teórico como, sobre todo,práctico. Las Cortes representaban el
encuentro entre el rey y el reino, constituían propiamente el lugar y el tiempo
de la ratificación y revisión del pacto constitucional.
Las cortes de 1701 se reunían en
un clima político muy caldeado. Aunque eran esenciales en el sistema
constitucional del Principado, hacía muchos años que los catalanes no tenían
cortes. Las cortes de Felipe III en 1599 fueron las últimas normalmente
concluidas, las cortes de Felipe IV, convocadas en 1626 y continuadas en 1632,
no llegaron a cerrarse y dejaron un recuerdo muy frustrante. La situación en
1701 era ambivalente, las cortes eran muy esperadas y deseadas, pero el nuevo
monarca Borbón, Felipe V, suscitaba recelos y prevenciones, como nieto que era
de Luis XIV, que había hecho de la monarquía francesa el modelo por excelencia
del absolutismo centralizador
Como era costumbre las cortes se
reunieron en el convento de San Francisco. El acto inaugural tuvo lugar en la
iglesia del convento, donde se había dispuesto un tablado en el presbiterio,
con un sillón bajo dosel ante el altar ayor reservado al monarca, en la nave, a
la derecha dos líneas de bancos para el brazo eclesiástico, a la izquierda seis
líneas de bancos para el brazo militar, el más numeroso, y frente al solio tres
líneas de bancos para el brazo real.
La ceremonia se fijó para el día
12 de octubre a las tres de la tarde. Al llegar Felipe V al convento toda la
comunidad en procesión salió a ecibirle a la puerta y lo mismo hizo el
conseller en cap. Para la entrada se formó una comitiva encabezada por los
maceros de la ciudad, seguidos por el duque de Medina-Sidonia con el estoque
desnudo en la mano, después el rey, acompañado por el conseller en cap, ambos
bajo palio, sostenido por seis frailes, flanqueados por cuatro reyes de armas,
detrás las guardias de corps. Mientras avanzaban se cantó un Te Deum. El rey
tomó asiento en el solio, el duque de Medina-Sidonia entregó el estoque desnudo
al monarca y se situó a su lado, donde permaneció en pie durante toda la
ceremonia. En las gradas del solio se colocaron a ambos lados el canciller y
los regentes del consejo de Aragón y el
regente de la real Audiencia.
Empezó el primer acto de cortes
haciendo un rey de armas las cuatro advertencias reglamentarias: «Silencio».
«El Rey manda que os sentéis». «El Rey manda que os cubráis». «El Rey manda que
atendáis». Inmediatamente el Protonotario leyó la Proposición real.
Las cortes catalanas, inauguradas
el 12 de octubre, estuvieron funcionando durante tres meses. Como era propio de
las cortes su funcionamiento consistía en una dura negociación, en que el rey
trataba de obtener los mayores recursos posibles a cambio de las menores
concesiones y la otra parte buscaba conseguir el máximo de leyes favorables a
sus intereses políticos, económicos y sociales y el máximo de reparación de
agravios cometidos, por el mínimo de donativo. En 1701 se desarrollaron dos
temas fundamentales de discusión, una entre el rey y las cortes por la
aprobación de las constituciones y capítulos, otra entre los tres brazos de las
cortes sobre los medios de recaudar el donativo que se había de entregar al
rey.
Para la relación entre Felipe V y
Cataluña tiene especial interés el conflicto en torno a las leyes.
El núcleo del conflicto estaba en
la constitución de las desinsaculaciones, por la que reclamaban las cortes que
Felipe V renunciara a la prerrogativa que, acabada la guerra dels Segadors,
Felipe IV se había reservado, consistente en el poder de desinsacular sin
juicio previo a los insaculados en las bolsas de la Diputació del General y
del Consell de Cent. Para apoyar la petición de las cortes se hicieron diversas
gestiones por los mismos brazos y por otras autoridades del Principado. El
Consell de Cent pidió audiencia al rey y el 27 de noviembre le planteó el caso
y le presentó un memorial, solicitando volver en el tema de las insaculaciones
a la situación existente antes de 1640 y entregó copias del memorial a otros
personajes influyentes de la corte, como el duque de Sessa y el embajador de
Francia, el Conde de Marcin, cuya respuesta fue cauta, pero significativa al
invocar la igualdad de trato de Felipe V a todos sus súbditos.
Marcin, mucho más explícito en
sus informes a Luis XIV, consideraba importantísimo para el prestigio del nuevo
rey, tanto en Cataluña, como en el resto de España, que lograra concluir las
cortes, algo que no sucedía desde hacía más de un siglo, pues las últimas que
se concluyeron fueron las de Felipe III en 1599. Ante semejante compromiso,
Marcin elogiaba el comportamiento de Don Felipe, paciente y firme a la vez
A pesar de la insistentes
reclamaciones catalanas, Felipe V rechazaba esta petición, pues la prerrogativa
de desinsaculación representaba uno de los pocos instrumentos de influencia que
tenía la Corona
en las principales instituciones del Principado
En primer término Felipe V
manifestó una actitud muy cerrada. Las exigencias reales presentadas a las
cortes eran inflexibles. El rey, a través de los oficiales reales, señalaba que
la finalidad de las cortes era votar un donativo y reclamaba las concesiones
que debían hacer los tres brazos, sin más discusiones, pues «con su majestad no
se regateaba»
Felipe V se negaba a conceder las
constituciones que le pedían. En respuesta a la dura actitud real, las cortes
primero protestaron repetidamente y finalmente aplicaron el recurso
tradicional, la presentación el día 11 de diciembre de un «dissentiment»
general a las cortes, por veinte miembros del Brazo Militar, encabezados por
Pere Torrelles y Senmenat. El dissentiment significaba bloquear las cortes,
impedir su conclusión, con lo que el monarca, además de perder la posiblidad de
un donativo, quedaría gravemente desprestigiado en la propia Cataluña, en el
resto de la Monarquía
española y ante las potencias extranjeras. El riesgo de crisis era muy alto y
después de permanecer las cortes detenidas durante una semana, finalmente
Felipe V decidió ceder algo ante las peticiones de las cortes.
Pero el rey y sus seguidores no
se resignaron y pasaron al contraataque. El protonotario real advirtió a los
brazos que si continuaban exigiendo la aprobación de la constitución de las
desinsaculaciones, pasarían todas las constituciones ya aprobadas al dictamen
del consejo de Aragón, para que resolviera sobre la conveniencia de la
concesión. De este modo Felipe V aprovechaba hábilmente en beneficio propio las
rivalidades entre los diferentes grupos políticos catalanes, entre las
instituciones del rey y las instituciones de la tierra, y concretamente la
oposición de los oficiales reales de Cataluña, sobre todo los
magistrados de la Real Audiencia, a
las concesiones ya realizadas en favor de las cortes
Por su parte el conde de Palma,
virrey de Cataluña, respaldado por algunos magistrados de la Audiencia, adoptó una
actitud intransigente y redactó un memorial, fechado el 17 de diciembre,
recomendando al Rey que dejara las cortes sin concluir. Inmediatamente otros
memoriales respondieron al del virrey, defendiendo el pactismo y las cortes. Se
planteó un interesante debate político, que abordaba las grandes cuestiones de
principios en torno al absolutismo y al pactismo y que trataba también
problemas concretos, como
el de las desinsaculaciones y el
de los alojamientos militares.
Pero una cosa son las discusiones
teóricas y otras las cuestiones prácticas y concretas. Ante el problema que
representaba perder todo lo obtenido, aunque en las cortes existían algunos
partidarios de mantener la resistencia, otros preferían la conciliación, como
sucedió a mediados de diciembre con el Consell de Cent.
El resultado final fue que las
cortes renunciaron a la constitución en litigio, la de las desinsaculaciones,
para salvar el resto y aceptaron las demás indicaciones reales. A pesar de
todo, el balance de las cortes resulta positivo. Se hicieron una serie de
nuevas leyes importantes, sobre todo por el largo tiempo que el Principado se
vio privado de cortes y, por tanto de nuevas leyes. En el apartado político
destacan algunas iniciativas como la nueva Constitució de l’Observança por la
que se creaba un nuevo tribunal encargado de juzgar las contrafacciones —actos
contrarios a las leyes del país—, recogiendo las tradicionales aspiraciones catalanas
de que no fuera la Real
Audiencia de Cataluña la que tratara el tema, por ser
precisamente sus oficiales y los demás oficiales reales los que cometían las
contrafacciones. Muy significativas fueron las reformas introducidas en el
funcionamiento de la
Diputació y en sus relaciones con las cortes, destinadas a
mejorar la eficacia y a controlar la corrupción. Resultan también interesantes
para la mejora de las relaciones entre la Corona y el Principado medidas como la
regularización de los alojamientos de tropas en Cataluña, que había sido uno de
los principales temas de enfrentamiento a lo largo del siglo XVII, o la
restitución de fraudes cometidos por la entrada de telas y otros productos sin
pagar los derechos correspondientes, con la excusa de hallarse destinados a la
familia real o al ejército. Otras concesiones notables, destinadas a aumentar
la presencia de catalanes en las instituciones del gobierno de la Monarquía, fueron la
asignación a naturales de Cataluña de plazas en Italia, una plaza en el consejo
de santa Clara de Nápoles y otra en el magistrado extraordinario de Milán, y el
establecimiento de un turno rotatorio entre aragoneses, catalanes y valencianos
en el cargo de protonotario de la
Corona de Aragón.
Uno de los aspectos más
interesantes de estas cortes fueron las reformas económicas, encaminadas a
favorecer la recuperación catalana ya en marcha, facilitando las actividades
comerciales. Tres medidas destacaban por su importancia, la autorización para
erigir una casa de puerto franco en Barcelona, el permiso para enviar cada año dos barcos
catalanes a América y la creación de una junta encargada de proyectar y fundar
una Compañía Náutica Mercantil y Universal. Estas medidas respondían a las
aspiraciones de desarrollo económico sentidas en la época y habían sido
repetidamente planteadas. . Lamentablemente la difícil situación política de la
época y después la guerra, así como la falta de iniciativas económicas y de
medios para llevarlas a cabo impidieron el desarrollo de estas interesantes
propuestas aprobadas en las cortes.
En compensación de todas estas
concesiones reales, las cortes catalanas otorgaron a Felipe V un donativo de un
millón y medio de libras.
No hubo demasiados problemas para
fijar la cantidad, el conflicto se produjo a la hora de establecer los medios
que se habían de aplicar a la recaudación. Finalmente se establecieron diversos
recursos, como el estanco del tabaco, el repartimiento entre los «fogatges» y
el catastro —una imposición sobre la riqueza, pero de pago municipal, no
personal-. Sin embargo, el donativo quedó limitado, pues el rey debía
satisfacer una importante cantidad en concepto de «greuges». No se sabe lo que
verdaderamente llegó a percibir Felipe V. De todos modos, aunque las
necesidades económicas eran muchas y urgentes, el donativo no era lo más
importante para el rey, por encima del
dinero otorgado estaba el entendimiento político, el haber logrado evitar
algunas de las concesiones solicitadas, como la constitución de las
desinsaculaciones, y el éxito de haber conseguido concluir las cortes.
El solio que cerraba las cortes
se celebró el 14 de enero de 1702 en el convento de San Francisco, con un gran
ceremonial similar al de la apertura,destacando en esta ocasión a presencia de
la reina y de sus damas de compañía, encabezadas por la princesa de los
Ursinos. El rey juró las nuevas constituciones y capítulos acordados en las
cortes que entonces se clausuraban.
Los representantes de los tres
brazos presentaron al rey la súplica con la oferta del donativo y el
Protonotario leyó la súplica. Después uno de los reyes de armas anunció:
«Subid, subid a besar la mano a Sus Majestades» y se realizó el besamanos de
los tres estamentos. Una vez finalizado, un rey de armas proclamó que S.M.
licenciaba la Corte
y terminó así el acto, retirándose los reyes a palacio «con grande aclamación
del pueblo»
Para celebrar la conclusión de
las cortes, para premiar los servicios prestados y para estrechar los lazos de
los catalanes con la Corona,
el rey concedió una serie de gracias a numerosas personas. Otorgó diversos
títulos nobiliarios de la
Corona de Aragón, marquesados en su mayoría, Concedió veinte
privilegios de nobles, nombró veinte
ciudadanos honrados, También concedió diversas naturalizaciones como catalanes,
así sucedió con el conde de Perelada y con D.Antonio de Ubilla.
En este panorama de concordia, la
única excepción fue Pere Senmenat y Torrelles, el noble que había encabezado el
«dissentiment» en las Cortes. Para manifestar su oposición, rechazó el título
de marqués que le había sido concedido por Felipe V.
.
El Consell de Cent, para
manifestar su satisfacción por la presencia del rey y por la feliz conclusión
de las Cortes, accedió a la petición real de un donativo de cincuenta mil
libras, a entregar treinta mil inmediatamente y el resto en cuanto se pudiera,
pues el rey necesitaba con urgencia pagar a los soldados. A cambio, el monarca
respondió con la reintegración de cuatro consellers desinsaculados.
En definitiva, en las cortes
catalanas de 1701-1702 las negociaciones entre el rey y los tres brazos fueron
duras, pero no más que lo habían sido en ocasiones anteriores y no tanto que
puedan considerarse causa determinante del rompimiento entre Felipe V y
Cataluña. Tras varias décadas de inmovilismo, las cortes de 1701-1702 apuntaban
hacia una adaptación de la política catalana a las transformaciones económicas
y sociales que se estaban produciendo, hacia una mejora de las relaciones entre
la Monarquía
y el Principado, hacia un mayor protagonismo de las cortes sobre otras
instituciones como la
Diputació, hacia la apertura de nuevos horizontes económicos.
Parecían, pues, unas expectativas muy prometedoras.
Tanto desde el punto de vista de
Felipe V como desde el punto de vista de los catalanes el balance de las cortes
de 1701-1702 era claramente positivo.
El matrimonio de Felipe V y María
Luisa Gabriela de Saboya, como era costumbre, había tenido lugar en Turín por
poderes el día 11 de septiembre. Después de los festejos la reina con su
séquito partió hacia Niza, para embarcarse con destino a Barcelona. Pero los
planes cambiaron debido al mal tiempo. Después de diecisiete días de navegación
desde Niza hasta Marsella, donde llegaron el 14 de octubre, se decidió
proseguir el viaje por tierra. En consecuencia, también Don Felipe hubo de
cambiar sus planes y en lugar de recibir a su esposa en Barcelona, se dispuso
el viaje real hasta la frontera francesa.
El monarca salió de Barcelona el
31 de octubre, hizo una primera jornada en Sant Celoni y llegó a Girona el día
1 de noviembre, donde fue recibido por las autoridades. Al día siguiente oyó
misa en el convento de san José y luego fue a venerar el cuerpo de san Narcís,
defensor de la ciudad con sus singulares prodigios. Por la tarde, habiendo
recibido la noticia de que la reina se hallaba ya en La Jonquera, el soberano se
marchó a pasar la noche a Figueres, población donde se había de producir el
encuentro de los nuevos esposos ;Llegó el día 3 y Don Felipe, muy impaciente
por conocer a María Luisa Gabriela, rompió el protocolo y decidió salir a su
encuentro de incógnito. Se adelantó a caballo y al encontrar el carruaje en que
viajaba la saludó y la acompañó un trecho del camino, aparentando ser un
caballero enviado por el rey. Después se separó de ella y volvió a toda prisa,
para recibirla en Figueres como rey y como esposo. La bienvenida tuvo lugar en
la residencia real, luego se trasladaron a la iglesia para el acto de las
reales entregas y la revalidación del desposorio
Por la noche se celebró un
banquete, algo accidentado por algunos conflictos gastronómicos y protocolarios
entre españoles y franceses. Todavía más accidentado fue el encuentro entre
ambos esposos, pues la reina, disgustada por haberse visto privada de su
séquito saboyano, se negó a recibir a su esposo. Fue un problema pasajero. Muy
pronto se solucionarían las cosas y Felipe y María Luisa Gabriela se
convertirían en un matrimonio muy unido.
De Figueres los reyes salieron el
día 5 de noviembre. La primera jornada les llevó hasta Girona, donde fueron
recibidos con luminarias, la segunda hasta Hostalrich, la tercera hasta Llinás
y el día 8 entraron en Barcelona, a las cinco de la tarde. De nuevo se repitió,
esta vez dedicado a la real pareja, un recibimiento muy entusiasta, con grandes
aclamaciones.
Para celebrar la llegada de la
reina se decretaron tres días de luminarias y se quemaron castillos de fuegos
artificiales. En los días siguientes, para presentar a la reina a las
autoridades catalanas se repitieron las audiencias y besamanos. El día 9 la Real Audiencia y el
obispo, acompañado del cabildo catedralicio, el 10 el Consell de Cent, la Diputació del General,
el tribunal de la
Inquisición, D. Joan de Llupiá y de Agulló, Portantveus de
General Gobernador de Cataluña y el conde de Centelles, Batlle General, con sus
ministros. Por la noche hubo besamanos de Damas. El día 11 los reyes
concedieron audiencia a los brazos de las cortes, que acudieron a palacio en
comitiva desde el convento de San Francisco. El día 12 les tocó el turno a los
síndicos de los cabildos de las catedrales del Principado, el marqués de
Aytona, como Maestre Racional de la
Casa y Corte, con sus ministros, y el magistrado de la Lonja del Mar. El día 13 por
la mañana se celebró en la iglesia de Santa María del Mar, vecina a palacio, la
misa de velaciones. Presidió el patriarca de las Indias y acudió la nobleza.
La llegada de la reina María
Luisa Gabriela abrió un nuevo capítulo festivo . Entre las múltiples
celebraciones destacó la traslación de san Olaguer, que el rey había pedido que
se realizara en presencia de la soberana. Aunque se trataba de una fiesta
religiosa, se convirtió en un gran espectáculo ciudadano, en escenarios
interiores y exteriores, dentro de la catedral y por las calles y plazas por
las que transcurrió la procesión. Si con motivo de la entrada real, la figura
del monarca era el tema principal, asociada en ocasiones con santos y mártires,
en esta ocasión el tema central era san Olaguer, quedando también asociada la
pareja real a la celebración. Lo sagrado y lo profano, la monarquía y la
religión se presentaban perfectamente unidas a los ojos de todos.
La ciudad volvió a adornarse para
el gran acontecimiento con múltiples arquitecturas y decoraciones. Si el arte,
aunque efímero, contribuía al esplendor de la fiesta, también la literatura se
vinculó al acontecimiento. El Consell de Cent ofreció diversos premios,
consistentes en objetos de plata a las mejores composiciones poéticas en latín,
castellano y catalán. También se dieron premios a los jeroglíficos más
ingeniosos, . También en este caso se utilizaban las tres lenguas, latín,
catalán y castellano. Las fiestas en honor de san Olaguer y en honor de los
reyes comenzaron el día 12 por la tarde con el canto de vísperas y maitines en
la catedral. La fiesta principal tuvo lugar el domingo día 13. Por la mañana el
obispo de Barcelona celebró en la catedral los divinos oficios con toda
solemnidad y con gran asistencia de fieles. En la ceremonia religiosa destacó
la música, cantada a cinco coros, con gran acompañamiento de instrumentos. La letra
de los tres villancicos compuestos para la ocasión también asociaba al santo y
a los regios esposos
El sermón estuvo a cargo del
padre maestro fr. Raimundo Costa, de la Orden de Predicadores, que una vez más asoció la
traslación del cuerpo del santo con la presencia de los reyes en Barcelona . La
imagen central del discurso era el sol, con el que el predicador identificaba
tanto al santo como al rey. Las fiestas continuaron durante tres dias.
Durante la estancia regia las
fiestas fueron continuas. La ciudad, muy poco acostumbrada a contar con la
presencia de los monarcas, cambió su rutina en aquellos meses. Todas las
instituciones y grupos sociales rivalizaban por obsequiar a los reyes. Uno de
los primeros obsequios organizados tras la llegada a Barcelona de María Luisa
Gabriela fue el desfile de la Universidad Literaria, organizado para la noche
del 12 de noviembre. Después de los graves conflictos surgidos entre tomistas y
suaristas, a raíz de la provisión de cátedras, la presencia de Felipe V suscitó
expectativas positivas sobre la posibilidad de llegar a un arreglo
satisfactorio, y una buena prueba es la voluntad de participación en los
festejos en honor de la real pareja, manifestada por todos los esta-mentos
universitarios.
También por las mismas fechas, el
día 14 de noviembre por la tarde, se celebró en honor de los reyes una gran
fiesta, ofrecida y pagada por la
Diputació del General, teniendo en esta ocasión la nobleza
catalana el protagonismo principal, era un torneo a pie, organizado por la cofradía
de san Jorge. Para ello se eligió un mantenedor y ocho combatientes, se
publicaron las reglas del torneo, se fijaron los premios, consistentes en
valiosas joyas, y se designó un jurado femenino, compuesto de seis damas, El
lugar elegido para la fiesta fue el salón del Tinell, decorado para la ocasión.
La distribución de premios se completó con el regalo de cincuenta docenas de
pares de guantes entre todos los asistentes. Al mismo tiempo se ofreció una
espléndida merienda, con toda clase de aguas heladas y dulces, La fiesta
terminó como había empezado, con un gran baile. Los reyes se retiraron a las
once de la noche, pero el baile estaba tan animado que se prolongó hasta las
ocho de la mañana del día siguiente.
el 16 de noviembre, se celebro y
protagonizado igualmente por la nobleza, la danza llamada Momería, un baile
tradicional catalán, que sólo se ejecutaba en las fiestas reales: «Consiste tan
festivo y ostentoso alarde en un baile de bailes, pues se compone
ingeniosamente de los más primorosos, graves, nobles y bulliciosos, que la
destreza y habilidad de los más expertos en esta entretenida profesión saben
idear y componer»
La Momería se celebró, como
el torneo, en el salón del Tinell, en presencia de los reyes. Acabada la danza,
los reyes y todos los concurrentes fueron obsequiados con otra espléndida.
Tanto agradó a la reina la danza de la momería, que hizo que la princesa de los
Ursinos rogara a los nobles danzarines que la acompañaran al día siguiente en
su visita al monasterio de Pedralbes, para repetir allí el baile.
Muchas otras fiestas se
celebraron durante la estancia regia. Espléndida fue la fiesta ofrecida al rey
por el conde de Lemos en las galeras napolitanas que habían acompañado a la
reina en una parte de su viaje. Los bailes de la nobleza fueron numerosos.
Especialmente animados fueron aquel año los Carnavales, con profusión de
máscaras y disfraces.
Las diversiones y
entretenimientos habituales eran la caza y los paseos.Felipe V tenía gran
afición a cazar y el Consell de Cent mandó formar un bosque artificial junto al
palacio real, para facilitarle sus ejercicios cinegéticos, que tenían más de
matanza que de otra cosa. Allí soltaban toda clase de animales, pájaros,
palomas, perdices, conejos, ciervos, gamos, jabalíes, y el rey se entretenía en
dispararles, al parecer con enorme éxito por los cientos de animales que mató
durante su estancia en Barcelona. Por ejemplo, el 18 de octubre cazó 70
palomos, 6 perdices, 2 ciervos y 3 gamos, el 19 de octubre 130 palomos, 18
conejos, 4 perdices, 2 ciervos, 2 gamos y un gato. En alguna ocasión el monarca
se trasladaba a algún otro paraje cercano para variar el escenario cinegético.
Felipe V, preocupado por
consolidar en Cataluña su reinado y su dinastía, hizo un notable esfuerzo por
atraerse a la nobleza de mil maneras. Además de los actos oficiales y de
recibirla corporativamente varias veces en audiencia, asistió a fiestas. Pero
no se limitó a estas ocasiones extraordinarias, siguiendo los usos de la corte
de Versalles, abrió su vida privada a la nobleza, que asistía a las comidas y
cenas reales en público y que, incluso, se sentaba a la mesa con el monarca
para jugar una partida de cartas.
Los paseos eran otro de los
entretenimientos comunes de la pareja real,con gran contento popular, que les
contemplaba, les seguía y les aclamaba.Paseaban por las Ramblas y por las
murallas, acompañados por un gran séquito de nobles. Era una política clara de
acercamiento al pueblo, que tuvo sus consecuencias positivas.
Pero no todo eran diversiones, en
la vida cotidiana de los reyes las devociones religiosas ocupaban un lugar
importante. Con frecuencia oían misa y comulgaban. Sus capellanes habituales
eran el padre confesor, el jesuita Guillermo Daubenton, y el patriarca de las
Indias, que tenía, entre otras, la obligación de bendecir la mesa real. Debido
a su proximidad a palacio los soberanos frecuentaban la iglesia de Santa María
del Mar, pero también se dedicaban a visitar otras iglesias y conventos, juntos
o por separado. Por ejemplo, el 21 de octubre, antes de la llegada de la reina,
el rey, acompañado de la nobleza cortesana, visitó el convento capuchino de
Santa Eulàlia de Sarriá.
Cuando los reyes oraban en
público, llamaba la atención su gran piedad y devoción. El fraile que escribía
la crónica del convento de santa Catalina recogía numerosos datos sobre la
religiosidad real. Felipe V muchas veces oía misa, incluso dos seguidas, y
comulgaba. Como muestra de respeto y adoración permanecía todo el tiempo de
rodillas, con un libro piadoso entre las manos. Lo mismo hacía la Reina.
Felipe V llevaba más de medio año
en Barcelona. Su estancia se había
alargado por las cortes y después por diversos motivos, entre ellos la
enfermedad de fiebres tercianas que padeció el soberano desde el 20 de diciembre
.Pero el problema principal era la evolución de los acontecimientos
internacionales. El proyecto inicial del monarca era visitar los reinos de la Corona de Aragón para
reunir cortes en cada uno de ellos, pero la situación en Italia obligó a
cambiar los planes y marchar a Nápoles. Mucho se discutió sobre la conveniencia
del viaje, sobre la necesidad de la presencia del rey en los dominios
italianos, sobre la utilidad de ponerse personalmente al frente del ejército en
una guerra inevitable, sobre los problemas políticos derivados de su ausencia
de los reinos españoles peninsulares, sobre los problemas personales que le
ocasionaría la separación de su amada y deseada esposa. Pero tras muchas
reflexiones y consultas, se decidió que lo mejor era que Don Felipe fuese a
Italia. Para ocuparse de los asuntos de gobierno durante su ausencia el rey dio
plenos poderes al cardenal Portocarrero y «para asistir y consolar a sus
reinos» quedaba la joven reina.
La partida se fijó para primeros
de abril. Las autoridades del Principado y de la Ciudad acudieron a
despedirle. Según Feliu de la
Penya la despedida de los Comunes no tenía precedentes. Al
fin de su estancia el rey y los catalanes parecían separarse en los mejores
términos. La descripción que la documentación municipal hizo de la despedida,
el día 5 de abril de 1702, resulta ilustrativa de la situación:
«En est dia, havent tingut
noticia los excellentíssims senyors concellers de que sa magestat estava de
partida y que s’embarcava o havia de embarcar ab un dels nou vaxells se troban
en lo port de la present ciutat per anar en Itàlia, anaren a palàcio, després
de haver obtinguda hora per medi del síndich de la present Ciutat, a las sinch
de la tarda, acompanyats dels officials de la present Casa, Taula y Banch. Y al
cap de poch rato isqué sa magestat y entraren per son ordre los senyors
concellers, fent las degudes reverències, y lo senyor con-celler en cap lo
digué lo quant aprecio y estimació feya la present Ciutat a sa magestat en
haver-la honrrada ab sa presència per tant llarch temps y axí mateix
explicant-li lo quant v iu sentiment tenia la present Ciutat de que Sa Magestat
se partís de esta ciutat y que a la
Ciutat sols li quedava lo encomanar-lo a Nostre Senyor Déu
perque li donés próspero viatge y fortuna y que los concellers y Ciutat sempre
estarían molt promptes als ordes de son rey y senyor. Y sa mages-tat los
respongué que: «él se acordaría de la
Ciudad». Y fent las degudas reverèn-cias, ab lo mateix
acompanyament eran anats se’n tornaren en la present casa»
El sábado 8 de abril, Felipe V,
tras despedirse de su esposa con mucho sentimiento, pues le costaba enormemente
separarse de ella, dejó palacio y a las once de la mañana se embarcó en la nave
capitana de la flota de nueve barcos que debía conducirle a Italia. A las cuatro
de la tarde, con viento favorable, la flota emprendió la travesía. Muchas cosas
quedaban irremediablemente atrás. Cuando Felipe regresara a Cataluña, en plena
guerra, la situación sería completamente diferente.
La Reina María Luisa
Gabriela también se hallaba a punto de dejar Barcelona, camino de Zaragoza y de
Madrid. El mismo día de la partida de Don Felipe, el Consell de Cent fue a
despedirse de la Reina
y lo hizo en los mismos términos cordiales que días antes en la entrevista con
el Rey . El diez de abril de 1702,
a las doce del mediodía, María Luisa Gabriela de Saboya
dejaba Barcelona, la primera ciudad de sus reinos en que había residido, en la
que había comenzado su andadura como esposa y como reina. Nunca volvería.
Aquel mismo día por la tarde el
conde Palma juró su cargo de Virrey de Cataluña en la catedral. El Principado
había perdido la presencia directa de sus reyes y nuevamente se encontraba en
la situación habitual, en una relación a distancia, a través de intermediarios.
Pero de momento las cosas parecieron seguir por los caminos previsibles. En los
años inmediatos tanto las instituciones catalanas como el rey manifestaron su
recíproca confianza.
El 27 de septiembre de 1702 la Diputació del General
acordó obedecer a la reina, nombrada gobernadora general de los reinos de
España, durante la ausencia del rey.
El 7 de junio de 1704 era el rey
el que proclamaba su confianza en la fidelidad de los catalanes, dirigiéndose,
desde Italia, a la Diputació
del General y al brazo militar para que defendieran la ciudad frente a sus
enemigos.
«Muy ilustres, fieles, egregios,
nobles, magníficos y amados nuestros. Habiendo puesto en mis manos el duque de
Medina-Sidonia una carta de 30 del pasado, dando cuenta de haber arribado el
príncipe de Darmstad a la vista de esa ciudad con la armada enemiga y que había
empezado a hacer desembarcos para hostilizarla sin que mi justicia y el
escarmiento de tan afortunados sucesos como los que Nuestro Señor va
concediendo a mis armas hayan bastado a detener el furor de los enemigos, que
por todas partes (aunque inútilmente) intentan opo-nerse, he querido
manifestaros la gratitud que me deben vuestras leales expresiones y la
confianza con que quedo de que en esta ocasión (como en todas) he de deber a
vuestra fidelidad y amor la defensa de esa Ciudad y Principado, nunca más
asegurada que ahora, que la he puesto solamente en el valor de
esos naturales, motivo que tuve
siempre muy presente para sacar mis tropas regladas de ese Principado, y así
debo esperar que, correspondiendo a esta confianza, logren en su defensa toda
la gloria que merece su fidelidad y mis enemigos el mayor escarmiento y
desengaño»
Después, la historia giró
bruscamente. El futuro de entendimiento que Felipe V y los catalanes parecían
esperar en los días de la visita regia a Barcelona quedó sólo en una más de
tantas expectativas incumplidas.
Autor : basado en un articulo de María de los Ángeles Perez Samper
El espectáculo que nos está proporcionando Artur Mas con sus declaraciones sobre la independencia de Cataluña empiezan a hacernos pensar que este hombre anda perdiendo el "oremus", Ahora resulta que no quiere poner fronteras, sino independizarse. Bueno, pues que expliquen en qué consiste eso,
ResponderEliminarhe tenido ocasión de leer un artículo en el que se pone a la provincia de Almería como límite sur de la expansión catalana. Es decir, más al sur de lo que ahora se llama Murcia. Incluso alguien se vnagloriaba de haber hecho una foto con la bandera "estelada" en la población de Castell de Ferro, que todavía está más lejos porque pertenece a la provincia de Granada. Y ante tanta majadería vamos a poner las cosas en claro.
Ciertamente, la región murciana había sido sometida a vasallaje por el Rey de Castilla en el año 1243, pero los murcianos se habian sublevado con ayuda del rey nazarí de Granada, y los gobernantes del norte de Africa en el año 1264.
Ante esta situación, la esposa de Alfonso X de Castilla, que era la reina Violante, pidió a su padre, que era Jaime I el Conquistador, que enviase tropas aragonesas para sofocar la sublevación, y allí fué el principe Pedro (futuro Pedro III el Grande) que volvió a conquistar el Reino de Murcia, dejando allí a más de 10.000 aragoneses y catalanes. Pero el Tratado de Almizra en 1244 dejaba bien claro que Murcia pertenecía a Castilla. O sea, que fué una ayuda prestada de un rey a su yerno.
Porque la idea de reconquistar la península española expulsando a los musulmanes invasores como una cruzada más en el siglo XIII, estaba en la mente de los reyes de Castilla, Aragón y Navarra. Y esta idea es la que daba cuerpo a lo que ahora llamamos España. Aparte del parentesco que existía entre ellos. Por eso, cuando Jaime I de Aragón acude al IIº Concilio de Lyon respondiendo a la llamada del Papa Gregorio X para organizar una cruzada, ofrece la cooperación de sus hombres y su flota para participar en ella.
El Concilio fracasó porque los Templarios se negaron a intervenir, y cuando el rey Jaime abandona Lyon exclama: "Barones, ya podemos marcharnos; hoy, a lo menos, hemos dejado bien puesto el honor de España".
Y cuando se habla del parentesco de los reyes castellanos, aragoneses y navarros, recordemos las palabras de aquel gran cronista Ramón Muntaner reclamando una acción conjunta de los reyes de España "que son d´una carn e d´una sang"
Pero, claro, eran otros tiempos.
dos noticias, publicadas ambas en el diario Crónica Global el 1 de octubre 2013. El titular de la primera de ellas dice así:
ResponderEliminar«La Generalidad mantiene suspendido sine die el pago a los geriátricos privados».
Las ayudas a las residencias geriátricas privadas concertadas están congeladas desde los pasados meses de agosto y septiembre. La medida tenía carácter «temporal», según anunció inicialmente el Instituto Catalán de Asistencia y Servicios Sociales (ICASS). Ahora, su directora, Carmela Fortuny, culpa a la falta de ecursos de esta nueva decisión, que paraliza además el ingreso a plazas de prestación económica vinculada, única vía rápida de acceso para aquellas personas mayores que no podían esperar a la adjudicación de una plaza en el colapsado sistema público.
A continuación, el otro titular, del mismo día:
«Mas se compromete a aportar otros 675 millones de euros a TV3 y Catalunya Ràdio».
El cuerpo de la noticia detalla la aprobación de un plan de transferencias anuales, entre 2013 y 2016, por valor de 225 millones de euros (treinta y siete mil quinientos millones de pesetas) cada una a la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales. El ente más deficitario de todas las Autonomías de España ha costado a nuestros bolsillos 2.996 millones de euros (casi medio billón de pesetas) desde el año 2007.
Una política de contratos multimillonarios con productoras propiedad de “estrellas” mediáticas (Toni Soler, Antoni Bassas, Albert Om, Carles Capdevila, Ramon Pellicer, Xavier Bosch, Andreu Buenafuente y Josep Cuní) ha contribuido a lograr esa grave situación económica, unida a los astronómicos sueldos de sus directivos. Como ejemplo, se cita el caso de Eugeni Sallent, director de TV3, que el año pasado percibió un sueldo bruto de 164.965,72 euros. El cobrado por su predecesora en el cargo, Mónica Terribas, fue incluso superior: 208.999,96 euros. En la actualidad, Terribas ha sido contratada como presentadora del programa Els Matins de Catalunya Ràdio por 260.000 euros brutos, más un variable de hasta 175.000 euros si su programa radiofónico recupera el liderazgo de las mañanas, perdido por el anterior presentador Manel Fuentes tras su breve paso por la emisora pública.
Como complemento a estas dos informaciones, una tercera, hecha publica por ABC el 24 de septiembre y que en su titular da cuenta de lo siguiente:
«La empresa del cuñado de Mas multiplica por 60 su facturación a la Generalitat».
El diario de Vocento destapa cómo el grupo Seidor, una consultora de servicios informáticos radicada en Barcelona, que entre enero de 2006 y septiembre 2009 había realizado trabajos al citado gobierno autonómico por un importe total de solo 5,3 millones de euros, ha pasado a facturarle 322 millones de euros desde el regreso de CiU al poder. Tan asombroso incremento ―del 6.000%―, gracias al aumento del volumen y de la cuantía de las adjudicaciones públicas realizadas por diversos organismos y departamentos de la Generalidad de Cataluña, ha coincidido en el tiempo con el fichaje en Seidor de Joan Antoni Rakosnik, hermano de la esposa de Artur Mas.
Quien está prometiendo prosperidad en una Cataluña independiente, la gobierna hoy de forma vergonzosa como Comunidad autónoma
Así va esta región con los nacionalistas, quienes luego encima achacan la causa de todos sus males a Madrit. Y tienen razón: efectivamente, la culpa la tiene Madrid. Por consentirlo.
La última de Artur Mas y sus secuaces ha sido enviar 26 cartas a los gobernantes de la U.E.(excluyendo a España, naturalmente), para pedirles el apoyo a su avnentura. Y encima les dice que España estaría muy contenta con que Cataluña ingresara en la U.E. Como complemento a estas misivas, a las que no han contestado ni Alemania, ni Francia, ni el Reino Unido, también ha enviado cartas a las distintas embajadas de Cataluña en el Exterior, en las que lo que hace es explicar a sus lectores que España "boicotea" su proyecto y, además le debe dinero.
ResponderEliminarEstas cosas tienen un nombre y es hacer el ridículo. Y hacerlo a pesar de las respuestas que ha ido teniendo en varias ocasiones a sus intentos de vincular al resto de naciones europeas a su proyecto político.
Ahora bien, cuesta creer que el "Molt Honorable" sea tan tonto que no le importe hacer el ridículo en la forma en que lo está haciendo. Mas bien creemos que está luchando por su "estatus" personal y el de la clase política que le rodea como una guardia pretoriana.Lo que están haciendo es defender "su" futuro, incluso a costa de Cataluña, a la que están engañando miserablemente.
Al Administrador:
ResponderEliminarMe parece muy desacertado permitir comentarios relacionados con la actualidad en un artículo histórico sobre un tema tan sensible en este momento de la historia contemporànea y mas cuando esos comentarios son partidistas y tendenciosos.
He disfrutado leyendo este post hasta que he llegado a los comentarios, aunque por costumbre pongo en duda todo cuanto leo sobre historia si no añaden las fuentes, me ha parecido información fidedigna o al menos no tergiversada, buscaba una fuente de información neutra y desde un punto de vista Aragonesista y crei haberlo encontrado.
Que haya Ud. permitido la publicación de estos comentarios sin replicarlos ha hecho que canvie mi opinión respecto a la credibilidad de su artículo inicial y por extensión de todo su blog, estoy decepcionado.
Un Catalán curioso de la historia.
Adolfo San José Arévalo
Entiendo su critica , pero en este blog , los unicos comentarios que no se publican son aquellos que contienen insultos , o hacen apologia de la violencia , por lo demas , cada uno puede expresar la opinion que le parezca mas correcta , este es un blog didactico , no academico , y si alguien decide publicar un comentario relacionado con la actualidad es muy libre de hacerlo . si alguien desea responderlo con correccion , tambien sera publicado . si este proceder le resta credibilidad a los articulos , sera en su opinion , que respeto , pero no comparto . un saludo
EliminarAra vorem com acaba tot aquest enbolic.
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